by Claudio Medin | 23 \23\America/Argentina/Buenos_Aires mayo \23\America/Argentina/Buenos_Aires 2019 | Poesía
Compartimos una selección de poemas del libro inédito Un corazón de suave plumaje, del poeta chileno Agustín Benelli.
Las ovejas
aman.
aman a sabiendas
que su oficio está en extinción
a pesar de esa dócil mirada
a pesar de su lana tibia
nacida en la urdimbre de soles.
Yo admiro ese insólito rebaño procurando amar como ellas aman.
Aunque ésta mi cornamenta también es la sombra del macho cabrío
que la luz de la lámpara dibuja en las paredes
una crónica de abruptos acantilados en la niebla.
¿Acaso no es verdadero este deseo
de amarte curar tus heridas
despojarte de la soledad?.
Heme aquí en la pupila de la noche empujado por el deseo a resistir
la mano y su báculo en este redil
con mis hermanas borregas
que observan con amargura
a los pequeños que intentan amar a sus madres
que se acicalan lejanas ensimismadas
en el laborioso horizonte de la metrópoli.
Beber de tu leche
beber balaban los cabritos.
Cuáles son las señales de peligro
necio mamífero
en alabanza
y tributo a la lujuria ariete enrojecido
como un sol en su pulso avasallador.
O tan sólo soy una bestia
empeñada en lamer tu cuerpo
y cobijar en mi guarida
en el ubérrimo peñasco
de mis designios tu pan tu leche.
Tú que vas por los collados
ilusionada transfigurada
en feroz estrella sobre el monte.
Y yo aquí en este corral me desangro por acariciar tu lomo.
Ay si tú me dijeras bestia ven a mí.
*
Eran
como pequeñas catapultas sus pupilas aquella tarde de abril.
Invisibles piedrecitas de canto rodado
me arrojaba atrevidamente.
Ninguna de ellas osé esquivar
todas se hundieron
en aquel río de sangre
que torrencial iba por mi arteria.
Entonces suaves ondas
de choque se expandieron
por todo mi cuerpo.
*
El contorno atmosférico de tus ojos parece acariciar el aire
en aquel vórtice
donde se aparean las gaviotas cada vez que el sol
desaparece detrás de la lámpara.
En aquel desbordante campo
de oscuridad la noche se abre solitaria
al fuego adulador de los astros.
Donde poco a poco el mundo sensible se incrementa
hasta llegar a tu cicatriz
de mujer-océano.
*
Fue una tarde
o una noche de junio cuando descendías de tu universo
por el cordón de tu sangre a mi sangre.
Tu mirada eran dos tímidas garzas volando con ternura cerca de mi nariz.
Bajo tus parpados color violeta
una vertiente marina
y un aroma a sal
se movían en el aire.
Entonces volaba
hasta tu pupila vestido de astronauta para entrar una y otra vez
en tu vértigo en tu colmena de pan
y miel.
*
Fueron muchas las noches
que alimentaron a la provincia
desde lo incalculable de la Vía Láctea.
Una barca en espiral
hacía lo asombroso
del azul
el gozo como velamen sobre tibias aguas.
Todo fue transparente
párpados adentro la mujer desnuda
el paisaje domesticado
la noche extendida
como una línea sinusoidal bajo los astros.
El gemido
iba y venía por la tierra fértil
e intensificaba el roce de los cuerpos.
Entonces el junco eyaculó la semilla
en aquel aletear del tiempo.
*
Supongamos
que tú eras la barca a la orilla del río
quién izaba las velas de la imaginación.
La irrenunciable libertad
en medio de las tribulaciones
Y aunque yo te dije ¡Nunca más!
el cielo aún espejea sobre las aguas del gran río
aún ilumina la ciudad. Ese firmamento
de grandes y pequeñas cosas.
O Brahms y su concierto de piano
brillando en los timbales del aire
traspasando el umbral
de los sentidos
con una gestualidad tan intensa
que derriba tazas y jarros.
Ahora
supongamos que la belleza
es aquel punto de la cocina
donde sartenes y ollas
se desnudan alegres ante la esponja
para bruñir sus metales
con la señal de la luz.
Donde
cuchillos y tenedores
entre átomos de grasa y detergente son convocados
para despojarse
de todo rastro de iniquidad.
Donde
me pregunto si acaso un poco de jabón
podría borrar la tristeza
de ese pedazo de hilo
que aún cuelga en mi frente.
He aquí la emoción
o el relato que lo guía
y las manos del pianista
cayendo sobre el teclado
y los altavoces trasladando el sonido
a todos los cuartos
con una devoción tan cósmica que todo lo anida
en el aire.
La fotografía
las gotas de lluvia
el humo secreto de la noche.
Las notas musicales
que caen salpicando las membranas
de la nostalgia.
Todo vuela
la terraza el poema la conversación
los remolinos de papel.
Todo por el revés de mi frente
sube en simultánea realidad
para luego caer
en el cáliz
de la
tristeza
donde no podré jamás
alcanzar tus manos
bajo esa
omnipresente
oscuridad.
*
Tú sabes
que bullen enormes olas de fuego dentro de mí.
Que soy un pájaro
un corazón de suave plumaje sobrevolando tu nido.
*
Recuerdo
cuando en nuestro lenguaje de pájaros
construíamos nuestra propia cartografía en busca de la orilla hermosa.
Y “El Mar”
era un poema
de Yevtushenko por donde las gaviotas pasaban como estrellas fugaces
hacia remotos océanos.
*
Un día comenzamos
a olvidar nuestro rebelde lenguaje.
Fue aquel día cuando
nos perdimos
en la niebla y su enojo.
Ahora cargamos una piedra soneto del silencio
que nos oscurece en su carcelaria envoltura.
Agustín Benelli (Concepción, Chile). Artista visual, comunicador y poeta. Es productor y conductor del programa Flashback de Radio Universidad de Concepción. Sus poemas han sido publicados en periódicos, revistas y en diversas antologías nacionales e internacionales, así como en sitios web. Publicó en 2017 Organigrama del Deseo yAsomado a la Palabra (Ediciones LAR Literatura Americana Reunida). Es director del proyecto Educación Poética para Chile y del proyecto Festivales Internacionales de Poesía del Biobío.
by Claudio Medin | 22 \22\America/Argentina/Buenos_Aires mayo \22\America/Argentina/Buenos_Aires 2019 | Notas
Por Sergio Rodríguez Saavedra
Leo Lobos (Santiago, 1966) viene publicando sostenidamente desde principios de los 90. Una poesía breve, concisa, narrativa. En esta oportunidad llega “Corazón”, entrega de la Colección Poeta Raúl Zurita que -también por años- mantiene Mago Editores, un proyecto que con regularidad acerca la actual poesía chilena al espacio público. Y nombrar el tiempo es pertinente cuando se habla de poesía, este arte que debe acercar la huella de lo sentido a un lugar en el alma.
La madurez de este trabajo se signa por la comprensión de la propia escritura y la función que todo poeta cumple en este ejercicio:
“Apoyándome en mí
envolviéndome en mí
desde mí mismo
para dar con mi voz exacta”
(La voz del corazón)
Una exigencia que la continuidad del trabajo debe dar al texto. Una forma de reiterar que es el autor, y no otro, quien provee las palabras que albergan el sinsentido de la vida. Y para llevar a cabo su trabajo qué otro punto de referencia más exacto que el corazón, el cruce original y espontáneo de nuestra tradición lírica.
No se crea, sin embargo, que es una alabanza al lugar común ni una elegía por aquello que se ha perdido, nada de eso. Aquí acudimos a una estructura que aspira a delinear (nunca definir) el eje central de un largo proceso llamado creación y, a través de éste, descubrir una poética que articule los trabajos que le preceden:
“El poema es una
isla sumergida
la oscuridad
donde veo”
(Latidos en el corazón)
Tras veinte años de la primera crítica que hice del trabajo de Leo Lobos (la plaquette Ángeles eléctricos) ya se posee lo que en las bienales se definen como “afinidades afectivas” (ese afluente del Goethe de Afinidades electivas), eso que uno encuentra como parte del propio camino: experiencias, lecturas, trabajos entrecruzándose que nos hacen llevar autores como parte de la propia biografía, que no es otra cosa que comprender la extensión discursiva propia en el relato de la poesía chilena, siempre atenta a las vanguardias pero también sus herencias. En este caso, la singularidad del poema breve donde se pueden reconocer y recordar a Gonzalo Millán, Omar Lara o Mauricio Redolés siguiendo la corriente de obras y autores.
El libro Corazón, cuyos textos poseen una extensión regularmente epigramática, va delineando una propuesta coherente. El mismo trabajo adquiere independencia y se nutre a sí mismo con el ejercicio plástico conocido del autor: las traducciones del portugués que Leo Lobos ha entregado a nuestro deleite, y con ello, este decir cobra una seguridad que sabe combinar lo público y lo privado, se hace voz.
“Toda oscuridad
enciende miles de
luciérnagas
Las cosas importantes
suceden
en lo oscuro”
((Co) Razón).
De este modo, Corazón, viene a ratificar la escritura continua de un autor con tres décadas de oficio en la singular poesía chilena.
Sergio Rodríguez Saavedra (Santiago de Chile, 1963). Ha publicado en poesía Suscrito en la niebla (1995); Ciudad Poniente (2000 – 2002); Memorial del Confín de la Tierra (2003), Tractatus y Mariposa (2006), Militancia Personal (2008); Centenario (2011); Ejercicios para encender el paso de los días (2014) y Patria Negra Patria Roja (2016). En España fue editada la antología de su obra Nombres propios (2017), y en Colombia su Antología de agua y hueso (2018). Ha ganado diversos premios y becas. Participó de las antologías críticas Anguita 20/20 y Teillier Crítico. Actualmente escribe para Revista Cultural La Noche y Latin American Literature Today.
Leonardo Lobos Lagos nació en Santiago de Chile en 1966. Ha publicado 15 libros de poesía. Su obra ha sido traducida al portugués, búlgaro, inglés, italiano, rumano, japonés, chino, árabe, francés y holandés. Como traductor desde el portugués ha realizado versiones en castellano de autores como Roberto Piva, Hilda Hilst, Claudio Willer, Tanussi Cardoso, Paulo Leminski y del escritor portugués Fernando Pessoa. Ha recibido numerosos premios y becas. Corresponsal en Chile de la Revista Archipiélago.
by Claudio Medin | 26 \26\America/Argentina/Buenos_Aires diciembre \26\America/Argentina/Buenos_Aires 2017 | Poesía

Compartimos algunos fragmentos de Temblor de cielo, ese gran libro que Vicente Huidobro escribió en 1931, con palabras preliminares del poeta Oscar Hahn.
Acerca de Temblor de cielo
Por Oscar Hahn
En Temblor de cielo hay dos personajes: el amante, que es el sujeto lírico del texto, y la amada, que lleva el nombre de Isolda, como la protagonista de la ópera de Wagner. Sin embargo, no veo una presencia significativa de Tristán e Isolda en el texto de Huidobro. Hay dos o tres referencias como al desgaire, pero eso es todo. Además, la Isolda del poeta no tiene nada que ver con el personaje femenino de la ópera. Lo que me parece comprensible, porque no creo que el propósito de Huidobro fuera replicar la Isolda wagneriana. Es indudable que su motivación fue un hecho muy concreto: la conducta infiel de Tristán y de Isolda. Se sabía además que el compositor alemán se había inspirado en el adulterio que él mismo vivió con Matilde Wesendonck. Cuando Huidobro asistió a la representación de la ópera en París en 1928, estaba acompañado por su joven esposa Ximena Amunátegui, que había sido su amante cuando Huidobro aún estaba casado con Manuela Portales Bello. El poeta tiene que haberse sentido identificado con el conflicto y con los personajes. No obstante, nunca va al fondo del pathos wagneriano. Dice Wagner en su libro Mi vida: “El estado de ánimo en el que me había sumido la lectura de Schopenhauer fue la causa de que ambicionara una expresión estética para manifestar mis sentimientos. Así concebí mi poema Tristán e Isolda”. En el de Huidobro no hay huella alguna ni de Schopenhauer ni de esa expresión estética. Cierto, la “anécdota” de la ópera fue un punto de partida, pero es claro que después tomó un camino propio.
Temblor de cielo (fragmentos)
Ante todo hay que saber cuántas veces debemos abandonar nuestra novia y huir de sexo en sexo hasta el fin de la tierra.
Allí, en donde el vacío pasa su arco de violín sobre el horizonte y el hombre se transforma en pájaro y el ángel, en piedra preciosa.
El padre eterno está fabricando tinieblas en su laboratorio y trabaja para volver sordos a los ciegos. Tiene un ojo en la mano y no sabe a quién ponérselo. Y en un bocal tiene una oreja en cópula con otro ojo.
Estamos lejos, en el fin de los fines, en donde un hombre, colgando por los pies de una estrella, se balancea en el espacio con la cabeza hacia abajo. El viento que dobla los árboles, agita sus cabellos dulcemente.
Los arroyos voladores se posan en las selvas nuevas, donde los pájaros maldicen el amanecer de tanta flor inútil. Con cuánta razón ellos insultan las palpitaciones de esas cosas oscuras.
Si se tratara solamente de degollar al capitán de las flores y hacerle sangrar el corazón del sentimiento superfluo, el corazón lleno de secretos y trozos de universo.
La boca de un hombre amado sobre un tambor.
Los senos de la niña inolvidable, clavados en el mismo árbol donde los picotean los ruiseñores.
Y la estatua del héroe en el polo.
Destruirlo todo, todo, a bala y cuchillo.
Los ídolos se baten bajo el agua.
–Isolda, Isolda. Cuántos kilómetros nos separan, cuántos sexos entre tú y yo.
Tú sabes bien que Dios arranca los ojos de las flores, pues su manía es la ceguera.
Y transforma el espíritu en un paquete de plumas y transforma las noches sentadas sobre rosas en serpientes de pianola, en serpientes hermanas de la flauta, de la misma flauta que se besa en las noches de nieve y que las llama desde lejos.
Pero tú no sabes la razón de que el mirlo despedaza el árbol entre sus dedos sangrientos.
Y este es el misterio.
Cuarenta días y cuarenta noches trepando de rama en rama como en el diluvio. Cuarenta días y cuarenta noches de misterios entre rocas y pinachos.
Yo podría caerme de destino en destino, pero siempre guardaré el recuerdo del cielo.
¿Conoces las visiones de la altura? ¿Has visto el corazón de la luz? Yo me convierto a veces en una selva inmensa y recorro los mundos como un ejército.
Mira la entrada de los ríos.
El mar puede apenas ser mi teatro en ciertas tardes.
La calle de los sueños tiene un ombligo inmenso de donde asoma una botella. Adentro de la botella hay un obispo muerto que cambia de colores cada vez que se mueve la botella.
Hay cuatro velas que se encienden y se apagan siguiendo un turno sucesivo. A veces un relámpago nos hace ver en el cielo una mujer desesperanzada que viene cayendo hace ciento cuarenta años.
El cielo esconde su misterio.
En todas las escalas se supone un asesino escondido. Los cantores cardíacos mueren sólo de pensar en ello. Así, las mariposas enfermizas volverán a su estado de gusanos, del cual no debían haber salido nunca. El oído recaerá en infancia y se llenará de ecos marinos y de esas algas que flotan en los ojos de ciertos pájaros.
Solamente Isolda conoce el misterio. Pero ella recorre el arcoíris con sus dedos temblorosos en busca de un sonido especial.
Y si un mirlo le picotea un ojo, ella le deja beber toda el agua que quiera con la misma sonrisa que atrae los rebaños de búfalos.
*
Cuántas cosas han muerto adentro de nosotros. Cuánta muerte llevamos en nosotros. ¿Por qué aferrarnos a nuestros muertos? ¿Por qué empeñarnos en resucitar nuestros muertos? Ellos nos impiden ver la idea que nace. Tenemos miedo a la nueva luz que se presenta, a la que no estamos habituados todavía como a nuestros muertos inmóviles y sin sorpresa peligrosa. Hay que dejar lo muerto por lo que vive.
–Isolda, entierra todos tus muertos.
Piensa, recuerda, olvida. Que tu recuerdo olvide sus recuerdos, que tu olvido recuerde sus olvidos. Cuida de no morir antes de tu muerte.
Como dar un poco de grandeza a esta bestia actual que solo dobla sus rodillas de cansancio a estas altas horas en que la luna llega volando y se coloca al frente.
Y, sin embargo, vivimos esperando un azar, la formación de un signo sideral en ese expiatorio más allá, en donde no alcanza a llegar ni el sonido de nuestras campanas.
Así, esperando el gran azar.
Que el polo norte se desprenda como el sombrero que saluda.
Que surja el continente que estamos aguardando desde hace tantos años, aquí sentados detrás de las rejas del horizonte.
Que pase corriendo el asesino disparando balazos sin control a sus perseguidores.
Que se sepa por qué nació aquella niña y no el niño prometido por los sueños y anunciado tantas veces.
Que se vea el cadáver que bosteza y se estira debajo de la tierra.
Que se vea pasar el fantasma glorioso entre las arboledas del cielo.
Que de repente se detengan todos los ríos a una voz de mando.
Que el cielo cambie de lugar.
Que los mares se amontonen en una gran pirámide más alta que todas las babeles soñadas por la ambición.
Que sople un viento desesperado y apague las estrellas.
Que un dedo luminoso escriba una palabra en el cielo de la noche.
Que se derrumbe la casa de enfrente.
Para esto vivimos, puedes creerme, para esto vivimos y no para otra cosa. Para esto tenemos voz y para esto una red en la voz.
Y para esto tenemos ese correr angustiado adentro de las venas y ese galope de animal herido en el pecho.
*
Dos palabras aún, amigos míos, antes de terminar. Vanas son nuestras luchas y nuestras discusiones, vana la fosforescencia de nuestras espadas y de nuestras palabras. Sólo el ataúd tiene razón. La victoria es del cementerio. El triunfo solo florece en el sembrado misterioso.
Así fue el discurso que habéis llamado macabro sin razón alguna, el bello discurso del presentador de la nada.
Pasad. Seguid vuestro camino como yo sigo ahora.
Soy demasiado lento para morir.
Sin embargo, Isolda, prepara tus lágrimas. Lejana, enternecida como un piano de remordimientos, prepara tus mejores lágrimas.
Soy lento para morir. La estatua que pasea sobre el mar y el viento cierra mis párpados en señal de gloria penetrante.
Una montaña ocupa la mitad de mi pecho.
Yo llevo un corazón demasiado grande para vosotros. Vosotros habéis medido vuestras montañas, vosotros sabéis que el Gaurizankar tiene 8.800 metros de altura, pero vosotros no sabéis ni sabrán jamás la altura de mi corazón. Sin embargo, mañana en el fondo de la tierra escucharé vuestros pasos.
¿Quién turbará el silencio? Acallad ese ruido insolente.
Son mis antepasados que bailan sobre mi tumba. Son mis abuelos que tocan a rebato para despertarme. Es el jefe de la tribu que se encuentra solo y llora.
Acallad vuestros gritos inútiles.
Henos al fin dormidos en la carne de la tierra.
Desde entonces vive el cataclismo en las ciudades. Caen las murallas y los techos dejando ver pueblos enteros desnudos en diversas actitudes, las más de las veces implorando misericordia.
Asoman brazos y piernas entre escombros.
Hubo también un derrumbe en el cielo. Cuántos pájaros murieron aplastados.
Días después las gentes se paseaban mirando las ruinas. No quedó una sonrisa en pie. Pasaban los fantasmas con los ojos cubiertos aullando, y un hombre enloquecido saltaba de cabeza con el puñal en la mano buscando a un Dios culpable.
Sudad, esclavos. Levantad las ciudades futuras. Yo entre tanto miro la carrera de las selvas. Yo contemplo el pirata del ocaso y su lento suplicio.
Medid la tierra para saber cuántos milagros caben. Adornad los volcanes, embanderad los barcos, horadad las montañas. Vosotros me diréis mañana cuántos fantasmas se puede enterrar aún con todos sus sueños.
–Despierta, Isolda, antes que venga la revuelta final y tu techo quede acribillado por las balas porque nadie cree en tu verdad.
Será preciso, te digo, que tu gracia se levante entre cadáveres, tu gracia cogida en las ruedas del motín, mientras el fuego lo destruye todo y empieza a lamer el horizonte y a trepar por el cielo.
Se doblan las torres bajo la lluvia ilimitada. Vuelan techos ardiendo.
Todo ha de pasar.
De borde a borde el mundo está en silencio. Pero hay algo que aún nos busca en todas partes.
Arad la tierra para sembrar prodigios. Lanzad escalas por todos los abismos.
Decidme, ¿qué utilidad presenta la esperanza? Se alejan los veleros en su Gólgota interminable, por miedo a la borrasca.
Atrás se queda todo.
La canoa que debe perecer va subiendo la última ola.
El cielo es lento para morir.
¿Oyes clavar el ataúd del cielo?
* Agradecemos la sesión del material a Mario Meléndez, de la Fundación Vicente Huidobro de Chile.
Vicente Huidobro (Chile, 1893-1948). Padre del creacionismo y uno de los autores más relevantes de la poesía hispanoamericana del siglo XX. Muy temprano viajó a París donde entró en contacto con las vanguardias. Entabló amistad con artistas de la talla de Pablo Picasso, Juan Gris, Pierre Reverdy, entre otros. De sus poemarios destacan: Adán (1916), El espejo de agua (1916), Horizonte cuadrado (1917), Poemas árticos (1918), Ecuatorial (1918), Altazor (1931), Temblor de cielo (1931), Ver y palpar (1941), El ciudadano del olvido (1941) y Últimos poemas (1948). Su poesía ha ejercido una especial atracción entre públicos jóvenes y ha sido permanentemente objeto de estudio.
by Claudio Medin | 20 \20\America/Argentina/Buenos_Aires diciembre \20\America/Argentina/Buenos_Aires 2017 | Poesía
Compartimos seis poemas de Agustín Benelli (Concepción, Chile), acompañados del prólogo del poeta español Juan Carlos Mestre a su último libro, Organigrama del deseo (Ediciones LAR, 2017).
Acerca de Organigrama del Deseo
En los tiempos de la inclemencia, Agustín Benelli era la mano amiga que abría la puerta de la delicadeza a los lenguajes del porvenir. Venía siempre como recién salido de un otoño de nieblas, Jorge Mendoza decía que dibujaba con la savia roja de los árboles dormidos aquellas servilletas de papel que, por decenas, robábamos en los cafés ya inexistentes de la ciudad del Bío-Bío y otros ríos impronunciables en las afueras de la geografía de la razón. En aquellos tiempos éramos algo más jóvenes que ahora, que somos adolescentes y aún salvajes en la esperanza de los espejos futuros. Agustín escribía versos, caligrafiaba versos a la manera de Mallarmé, en papeles de seda que parecían pergaminos testamentarios de un ángel. En ellos iba fijando el vértigo de lo innombrable, las fugas de la razón intuitiva que creaban mundos paralelos donde era posible habitar con fraternidad la alianza en las palabras. Todo en él era delicadeza, y la poesía, acaso la única teoría no humillante de la historia, se personificaba en su conducta con la serenidad de la mano tendida hacía otra mano tendida. Hubo pacto desde el primer instante, una frecuentación en los tugurios de la noche, un estar en la selva de símbolos oyendo silbar al profeta de los gorriones que silbaba en el bosque. Agustín tenía dos lápices, uno negro y otro rojo, acaso la tinta rojinegra de los anarquistas, acaso el equilibrio de los que no se quedan en la mitad de las dudas esperando el milagro de lo que nunca sucederá.
Con ellos dibujaba caligramas chinos, Figuras abstractas que pronto se metamorfoseaban en cuerpos femeninos, en amantes figurativos que frotaban en el aire de otra creencia, la de aquellos que aferrándose con manos desnudas al relámpago saben que todo lo que existe fue alguna vez imaginado. Eran tiempos en que nos echaban de los bares, nos echaban de los paraísos artificiales donde resistimos la grisura de época. Vagábamos, sí, pero vagábamos con rumbo hacía las ciudades prometidas por Rimbaud el vidente, las casas abiertas del amanecer, las que abren sus puertas cuando cierran los cines y los helicópteros sobrevuelan la angustia ciudadana. Agustín sabía mucho de cine, sabia más que nadie de nosotros de los diálogos franceses en que dos enamorados se arruinan la vida pensando en la duración del amor. Agustín escribía poemas que eran guiones para películas de dos minutos, luego fue uniendo las secuencias, y comenzó a oír otras voces hasta llegar a esto, a sus libros de poemas, a su vértigo artístico que imanta otras zonas de la creación, heterodoxo y desobediente a lo canónigo, francotirador de actos imaginarios donde tantos otros apenas pasamos de intuir la memoria del fragmento. Agustín Benelli fue, es, uno de mis amigos más queridos, todos lo queríamos entonces porque ya sabía volar antes que los demás levantáramos dos pies del suelo del realismo. Su poesía es la conciencia de algo de lo que no podemos tener conciencia de ninguna otra manera, la tensión entre los grandes deseos del espíritu y las semejanzas de lo desconocido, Un poeta, un amigo inolvidable.
Juan Carlos Mestre
* Seis poemas *
Nadé bajo la luz de las estrellas
donde el dolor es breve
porque se vive en fracciones de tiempo
nunca mayor a una existencia.
Nadé hacía ti para abrir el deseo entrar y habitarlo
Nadé atado a la piedra sol
el canto de sirena que curva mi corazón
como eslabón de una cadena.
Nadé naufrago en busca de tu isla.
Nadé por los paisajes de la noche
sin olvidar tu vestido verde
donde se inician tus piernas de hembra universal
donde siempre he creído ver el comienzo
del universo.
Así desembarcas ante mí un espacio jamás opaco
un cosmos que de ningún modo es una cascara inerte.
Así me hablas en los surcos del aire
con esas lucidas sombras
que acompañan tu follaje.
*
Te olí y eras bella
tu lengua trémula lamía mi pecho
y yo te sostenía entre mis brazos
tocando sin descanso la sustancia aceitosa
de tu cráneo angelical.
*
Era feliz al observar
el gozo de su rostro internándose en el infinito.
Su horno circular se apoderaba de mí
y yo devoraba el silencio del alba.
Un pájaro enamorado en vuelo rasante
por un túnel labrado por el semen
de muchas noches.
Su sangre era un ojo en llamas
mi cuerpo un lubrico disparo
de pájaros al aire.
*
Algo decían del testarudo enjambre
de artefactos o del torrente de piedras
o de aquellos nombres elaborados para cada cosa.
Así yo desataba los cilindros a la intemperie
la sombra y su gozo como oveja descarriada
en el organigrama
del deseo.
*
Fue sin duda el silencio y la sagacidad del cazador
lo que hizo a la bestia galopar despavorida
en la vastedad de la noche.
En los campos de la guerra los ojos humanos
huían con el mismo terror.
*
(a Gonzalo Rojas)
Conversamos despacio
aquella tarde en Chillán
todo lo hablado
lo pusimos en el aire.
Había que descuerar
todo el relámpago
a la intemperie
y ambos
sabíamos
que éramos
dos hombres
esperando
en distintos andenes
el último tren
en la inmensidad
de la noche.
Agustín Benelli (Concepción, Chile). Artista visual, comunicador y poeta. Es productor y conductor del programa Flashback de Radio Universidad de Concepción. Sus poemas han sido publicados en periódicos, revistas y en diversas antologías nacionales e internacionales, así como en sitios web. Publicó en 2017 Organigrama del Deseo y Asomado a la Palabra (Ediciones LAR Literatura Americana Reunida). Es director del proyecto Educación Poética para Chile y del proyecto Festival Internacional de Poesía de Concepción Chile.
Juan Carlos Mestre. Nació en Villafranca del Bierzo, León, España, 1957. Publicó su primer poemario en 1982, Siete poemas escritos junto a la lluvia, al que le siguió La vida de Safo. Luego obtuvo el Premio Adonais en 1985 por Antífona del otoño en el valle del Bierzo. También el Premio Jaime Gil de Biedma en 1992. Fue becado por la Academia de España en Roma, donde escribió La tumba de Keats, que fue galardonado con el Premio Jaén de poesía de 1999. Recibió el Premio Nacional de Poesía por La casa roja, publicado en 2008. Su último libro publicado es La bicicleta del panadero (2012).