El pequeño caballo azul de Franz Marc 

El pequeño caballo azul de Franz Marc 

A continuación un cuento de Virginia Feinmann perteneciente a su libro “Para que estés más cómoda” (Planeta, 2024).

El pequeño caballo azul de Franz Marc 

El padre y la madre están tomados de la mano en la sala de espera. A una señal de la secretaria –ahora sí, señor– se levantan con el mismo impulso y el padre hace un esfuerzo por dejar que la madre entre primero, sea saludada primero y se siente primero en el consultorio del médico que les recomendaron.

–Dr. Epelbaum.

–Encantada.

–Siéntese usted también, por favor. Qué anda pasando.

–Es nuestra hija.

–Sí, ¿edad? –el Dr. Epelbaum tiene una lapicera en la mano, apenas levantada sobre un papel rectangular con renglones.

El padre y la madre se miran.

–Perdón ¿qué edad tiene?

–Tres años y medio.

El Dr. deja la lapicera sobre el escritorio.

–¿Y no la trajeron?

El padre se acerca a la mochila negra que apoyó sobre la silla y saca una computadora plana y cromada. 

–¿Le molesta?

–No… no. 

La coloca sobre el escritorio, tipea unas palabras y después gira la pantalla hacia el médico. La madre se levanta y gira también para poder mirar. 

–Sí. Es ese –le dice al padre–. Es ese –bajando la cabeza–. Ahí.

En la pantalla se ve un cuadro que al médico le resulta conocido. Es un cuadro de colores muy vivos, rojo, verde, amarillo. Y en el medio hay un potrillo, un caballito al trote, de color azul eléctrico.

–Se lo compramos el año pasado, para decorar su cuarto. 

–No lo elegimos por nada en especial –dice el padre.

–Creo que es un cuadro famoso –dice la madre.

–Ajá –dice el Dr. Epelbaum–. Y qué pasó.

La madre mira al suelo. El padre frunce los labios y los hace más finitos de lo que son.

El Dr. Epelbaum sigue mirándolos.

–Si no me dicen…

–Hace dos semanas, no, tres semanas…

–Un mes… más o menos…

–Sí, puede ser un mes… –dice la madre.

–Sí…

–La estaba vistiendo en su habitación. De la nada, le sacaba unas calzas para ponerle otras. Ella no se las quería sacar. Y después, de la nada, señaló el cuadro y dijo –la madre baja la cabeza y se cubre la boca–. “Pija”. 

Por unos segundos nadie habla. 

–“Pija” –sigue la madre–. “El caballito tiene pija”. “Mirá la pija, mamá, el caballito tiene pija, el caballito tiene pija” –el padre se acerca y la abraza.

–Este caballito –el Dr. Epelbaum gira hacia la computadora.

El padre acerca un dedo a la pantalla, sin tocarla, y lo mueve en diagonal sobre una línea naranja que sale debajo de la panza del potrillo.

–Es el tallo de la flor que está atrás –dice la madre.

–Sí… –dice el Dr. Epelbaum, repliega el cuello y después inclina la cabeza.

–Esta flor, ¿ve? –dice el padre–. Están las montañas, esa montaña chiquita, las rojas grandes, y sale esta flor amarilla, con el tallo.

–Sí… cambia de color abajo, digo, abajo de la panza es más oscura, naranja.

–Sí, pero es el tallo que viene de arriba –dice la madre.

–Sí, sí, es el tallo, estoy tratando de ver por qué le parecería…

–Eso –dice el padre– ¿por qué le parecería? ¿por qué?

–Bueno –el médico sacude la mano– no importa si parece o no parece. La cuestión es por qué lo dice ella.

–Y cómo lo sabe –agrega la madre.

–Y cómo lo sabe, señora, desde ya. ¿Tiene hermanos varones?

–No.

–Primos, amigos.

–No.

–Vecinos, amiguitos de la cuadra.

–No, no –el padre se levanta–, vivimos en un piso 18, ella no baja a jugar a la calle.

–¿Y el jardín de infantes?

–No la mandamos –dice la madre y mira al padre.

–Es muy chica, queremos tenerla un tiempo más en casa. Tiene toda la vida para estar con otra gente. 

–Además, mejor –dice la madre–. Imagínese qué vergüenza, si vienen del jardín a avisarnos que dijo algo así.

El Dr. Epelbaum se levanta y da unos pasos por el consultorio. 

–¿Ustedes no…?

–No qué…

–No sé, señora, estoy pensando. ¿Está segura de que fue esa la palabra?

–Ahora la dice todo el tiempo. 

–¿Usted se rio cuando ella la dijo? ¿Se lo festejó?

–No… no lo dijo como un chiste. Lo dijo como… como mostrándome… como mostrándome algo.

–Algo que ella conocía.

–No sé, sí, algo que ella sabía qué era, sí, sí… como dice usted, que ella conocía –la madre baja la cabeza.

Se hace silencio un rato más.

El padre se acerca a la computadora.

–Es una reproducción –dice –, no el original.

–No, claro.

–Una lámina, quiero decir. Yo nunca podría comprar un cuadro de ese valor. 

–Entiendo, sí.

–Ojalá pudiera, pero no puedo. Soy docente universitario. Es solamente una lámina. Una reproducción. Eso no tiene nada de malo, ¿no?

–No –el Dr. Epelbaum lo mira–. Eso no tiene nada de malo… siéntese, por favor.

Quedan en silencio. Sobre la torre de enfrente se refleja el último sol de la tarde. Después todo se oscurece. El padre vuelve a levantarse.

–¿Usted lo ve, doctor?

–¿El dibujo?

El padre asiente. El Dr. Epelbaum mira la pantalla.

–Ahora que me dijo, sí.

–Pero antes. 

–No sé, me lo dijo enseguida. No creo, no. Es el tallo de esta flor que pasa por atrás.

El padre se acerca de nuevo al Dr. Epelbaum.

–¿No es cierto que es el tallo? Yo le digo “tallo”. “Tallo, hija, tallo”. “Mirá, es un tallo”.

–Sí, sí, es un tallo.

–Él trabaja de noche –dice la madre.

El padre, con sus dos manos apoyadas en el escritorio, levanta la cabeza.

–Eso qué tiene que…

–Trabaja de noche –vuelve a decirle la madre al Dr. Epelbaum. 

–Soy politólogo –dice el padre mirando a la madre en vez de al médico–. Estoy preparando mi tesis de doctorado. De noche leo y escribo más tranquilo que de día. Me encierro en mi escritorio.

El Dr. Epelbaum mira a la madre, que sigue mirando al padre que ahora se paró muy derecho. 

–Soy politólogo –vuelve a decir–, trabajo mejor de noche. Si tuvieras una carrera universitaria, lo entenderías.

Ambos se sostienen la mirada.

–Me pareció que era un cuadro lindo –dice el padre volviendo a la silla y desarmando la tensión de su cuerpo al sentarse–, me pareció lindo. Yo quiero darle lo mejor –se agarra la cabeza– lo mejor, nada más, quiero darle lo mejor –se cubre los ojos.

Entonces la madre se levanta y lo abraza, le acaricia el pelo, las mejillas. Se inclina y se queda un rato agachada al lado de él. Después, con lentitud, sin moverse de donde está, mira al Dr. Epelbaum y dice: –Doctor… ¿y no será que ella tiene un don?

–¿Un don?

–Un don. Algo artístico. Como una facilidad para el arte, para ver cosas que otros no ven. 

–Señora…

–Podríamos averiguar en escuelas. Escuelas de arte –al padre– ¿qué pensás?

–Sí… podemos.

–Señora, mire, yo los voy a derivar con una profesional que conozco –dice el médico y abre un cajón–, para que le cuenten esto. 

–Foros, foros de arte. Habría que buscar si hay otros chicos como ella, con este talento. La podemos anotar a distancia, seguro que le mandan obras y ella las puede estudiar. 

El médico les extiende una tarjeta.

–No, no, para qué. Vamos a averiguar por escuelas de arte –la madre está abrazada al padre, los dos lo miran ahora, ninguno agarra la tarjeta.

–Ténganla igual, por las dudas –les habla a los dos, pero le acerca la tarjeta a la madre.

Ella la agarra, le sonríe al médico como si fuera un invitado a una cena de gala.

–Igual nosotros vamos a averiguar por escuelas de arte.

–¿Le parece bien? –pregunta el padre.

–Sí… si quieren averiguar, averigüen. 

El padre estrecha la mano del Dr. Epelbaum entre sus dos manos con fuerza.

Después toma del brazo a la madre.

Salen juntos del consultorio, despacio, agradecidos.

 

Virginia Feinmann es escritora y traductora. Publica ficción breve en Verano/12, Revista Letras Libres (México/España), Anfibia, El Coloquio de los Perros (España), Revista Socompa. En 2016 se editó su primer libro, Toda clase de cosas posibles, que reunía las microficciones que ya circulaban con fuerza en las redes sociales. En 2018, el sello Emecé publicó Personas que quizás conozcas, con otros dos años de microrrelatos. En 2024 Emecé-Planeta publicó su tercer libro, Para que estés más cómoda, que presenta trece cuentos atravesados por el abuso, con muy buena recepción de la crítica y los lectores.Coordinó el Área de Publicaciones del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, en la ex Esma. Actualmente trabaja en la Biblioteca Nacional. Desde 2015 dicta el taller “Herramientas de la técnica narrativa: objetos, acciones y metáforas al servicio de una historia” y desde 2021 “Narrar lo imperdonable. Ocho cuentos sobre abuso sexual infantil” en la Universidad Nacional de Rosario. Varios de sus textos han sido adaptados al teatro, radio o espectáculos de narración oral.

Otro Rezo

Otro Rezo

Algunos poemas de la poeta Venezolana Vielsi Arias Peraza

Otro Rezo

*
Tengo fe en los santos de mi abuela.
En la vela que desaparece el agua.
Creo que vendrán a curarme este silencio.
Duermo con una cruz debajo de la almohada.
Me hice amiga de los duendes,
puedo dormir aunque me toquen los pies
y me halen los cabellos.

*
Hiciste un pacto con los santos
Me bañas con poleo y malojillo
para bajar la fiebre.
Cruzas mi mano con un azabache
para alejar el mal de ojo
llenas las medias con borras de café
y te persignas toda la noche
a los pies de mi cama.
La cruz espanta a los muertos.

*
Hay un tallo creciendo aquí, dentro.
Una raíz silenciosa debajo del piso.
Quiebra las paredes y hace tambalear la casa
y hacerla caer de rodillas.

I
Después que Antonio Márquez murió el pueblo saqueó la
casa. Aparecieron dueños para todas sus pertenencias. La
lluvia tumbó las paredes y un ventarrón se llevó el techo
oxidado. Yo guardé la piedra de centella; la piedra que él
mismo aseguró haber conseguido tras caer un rayo. Sólo así,
el radiecito dejó de sonar.

II
Fuimos al patio a mirar los insectos que se reúnen junto al
calor del bombillo.

*
La tarde tiene un café tibio y una mosca caminando
en la orilla de una taza. Dejó la ventana abierta para que
entre el ruido
que la casa no tiene.

 


Vielsi Arias Peraza, Venezuela, 1982. Poeta, docente, investigadora. Ha publicado: Transeúnte (2005), Los Difuntos (2010) Luto de los Árboles (2021) Mandato de Puertas (2022) Otro Rezo (2024), Umbral de Paso (2024). Actualmente se desempeña como asistente literaria de la revista POESÍA de la Universidad de Carabobo y es miembro del consejo de redacción de la revista Resolana. Su obra ha sido traducida al inglés y griego.

 

Gabo Ferro, extraño y repentino

Gabo Ferro, extraño y repentino

Algunas palabras sobre la presentación del libro “Un tornado dulce, un recorrido por la vida-obra de Gabo Ferro” ocurrida en el Centro Cultural de la Cooperación.

 

Por Leandro González de León

El pasado 10 de octubre tuvo lugar la presentación del libro Un tornado dulce, un recorrido por la vida-obra de Gabo Ferro en el Centro Cultural de la Cooperación. Participaron los autores Sergio Sánchez y Lalo Ugarte junto a Conrado Geiger, Nicolás Pauls, Abel Gilbert, Florencia Ferro, ​​Georgina Hassan y Pacu Segal.

“Todos podríamos dar una charla sobre “Gabo y yo” comentó Conrado Geiger, dejando de lado las anécdotas que lo unieron personalmente a Gabo Ferro, asumiendo que muchísimas personas que lo conocieron también tendrían algo para decir sobre la huella que el artista dejó en sus vidas. 

Efectivamente, muchos de los que estuvimos en sus recitales, compramos sus discos, desarrollamos un vínculo personal con Gabo Ferro. Su muerte inesperada en 2020, en plena pandemia, nos dejó con las palabras en la boca. No pudimos dar cauce a la habitual verborragia de los velorios. Hablar del muerto y de la muerte, darle el sentido que no tiene, compartir palabras y silencios con quienes sienten el mismo dolor.

El Centro Cultural de la Cooperación fue un espacio privilegiado en la carrera de Gabo. Carlos Aldazábal lo había conocido en 2005, año de su lanzamiento como solista, durante un homenaje al poeta Juan Carlos Bustriazo Ortiz en la provincia de La Pampa. En diciembre de 2007, Gabo participó con sus canciones en la presentación de la editorial El Suri Porfiado en la Sala Osvaldo Pugliese, el mismo espacio que años después nos reúne para recordarlo.

El libro de Sergio Sánchez y Lalo Ugarte recupera la producción de Gabo a partir de entrevistas a los artistas con los que colaboró. Un gran trabajo periodístico sobre un personaje complejo, multifacético, que se movió entre el under y la música contemporánea, que agotó discos nunca reeditados, participó de sofisticadas puestas teatrales con pocas funciones, tuvo contadas apariciones en televisión, ninguna circulación publicitaria y una extrema reserva sobre su vida personal.

Los autores reconstruyen toda su vida pública, hasta el momento no reunida. Quien lo siguió como cantor, pudo perderlo de vista en el teatro, o en su trabajo como historiador. Sánchez y Ugarte construyen un texto sólido, detallado, nutrido de más de sesenta testimonios sobre la experiencia de trabajar con Gabo y la valoración de su legado.

En la presentación participó también Nicolás Pauls, quien compartió entre otras anécdotas incluidas en el libro, el modo en que Gabo colaboró con Canciones de Cuna III, una producción de la Casa de la Cultura de la Calle (CACUCA). Pauls contó que se había comunicado vía mail con Gabo, que rápidamente había accedido a colaborar y que en el transcurso de unas horas, le había enviado una grabación casera que resultó, al criterio de Gabo, la definitiva. En el libro de Sánchez y Ugarte, Sergio Chotsourián cuenta que realizó junto a Gabo un álbum completo (Historias de pescadores y ladrones de la Pampa Argentina, 2018) en tiempos inusuales para su propia experiencia y que, tras el lanzamiento del disco, no realizaron la gira él que había imaginado, sino apenas dos presentaciones en vivo. Luciana Jury cuenta que Gabo compuso las canciones de El veneno de los milagros (2014) en cuestión de días, durante unas vacaciones en Mar de las Pampas. Gabo produjo obra de forma apasionada y veloz, como si supiera que su vida no sería muy larga. 

Quedan fuera de este libro, para futuras indagaciones, las experiencias personales de las que devino el artista; un ejercicio interpretativo que arriesgue el (im)posible origen de su fuerza creativa, extraña y repentina.  Gabo se hizo a sí mismo (“seré mi propia madre”) con una síntesis personal que vinculaba su trayectoria y la presentificaba en cada escenario. No hay un Gabo historiador, un Gabo poeta, un Gabo cantante. Existe un Gabo Ferro que se dejó atravesar por la vida con una intensidad enorme. 

Nos queda la música de Gabo y sus palabras, pero el silencio que nos dejó su muerte es nuestro. Como la huella de su interpelación que vuelve, en un jadeo, un grito final o un susurro interior. Para conectarnos con nuestra forma de amar, nuestros vivos y nuestros muertos, con aquello que nos da terror y nos define, Gabo vuelve como un tornado dulce.

 


Leandro González de León es licenciado en Comunicación (UBA), maestrando en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural (UNSAM), diplomado en Gestión de Organizaciones Sociales (UNSAM). Es profesor en la Universidad de Buenos Aires y Universidad Nacional de Quilmes. Gestionó ciclos culturales en el CC Rojas, CC de la Cooperación, CC 25 de Mayo, entre otros. En 2024 publicó Comunicar la escuela. Estrategias de Comunicación en Organizaciones Educativas. En radio, conduce el ciclo Nadie podrá impedirlo.

lgdleon@gmail.com

“Las babas del diablo”: literatura y fotografía en Cortázar

“Las babas del diablo”: literatura y fotografía en Cortázar

Un análisis comparativo entre fotografía y literatura en Cortázar, por Nina Schiaffino.

“Las babas del diablo”: literatura y fotografía en Cortázar.

Una tensión comparativa entre la literatura y la fotografía como modos de retratar la realidad y narrar lo cotidiano se asienta en “Las babas del diablo”, de Julio Cortázar. Si se parte del uso de los diversos planos estructurales del relato se encuentra que la relación tensa entre ambos elementos se sostiene, resultando en un paralelismo que permite ver la convivencia de los dos modos de ver y vivir la vida cotidiana.

  1. Puntos de vista: la cámara, la máquina y la desorientación

“Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada (…)” (Cortázar [1959]:25). Con este comienzo, el cuento presenta un relato marco y un relato enmarcado, introduciendo al segundo directamente con la narración de la historia y la presentación del personaje protagonista, Roberto Michel. La enmarcación de un relato dentro de otro recuerda a una foto enmarcada, donde el marco ya incluye elementos del relato enmarcado y marca un contexto, funcionando como un límite; al indicar la fecha y el lugar, se imita la función del marco fotográfico, que contiene a la foto a la vez que la expone como el retrato de un lugar determinado en un momento determinado (en este caso, noviembre en París). Esta diferenciación, a su vez, es remarcada por el espacio en blanco que separa a las partes.

Continúa el relato:

Puestos a contar, si se pudiera ir a beber un bock por ahí y que la máquina siguiera sola (porque escribo a máquina), sería la perfección. Y no es un modo de decir. La perfección, sí, porque aquí el agujero que hay que contar es también una máquina (de otra especie, una Cóntax 1.1.2) y a lo mejor puede ser que una máquina sepa más de otra máquina que yo […]. (ibíd.:25).

Los campos semánticos del narrador son la fotografía y la literatura: se presenta como un experto al hablar de su escritura, de poesía, de los distintos elementos a tener en cuenta a la hora de usar una cámara y de su estrecha relación con la fotografía, al punto de poder pensar fotográficamente —pero no necesariamente hacerlo— las escenas del cotidiano. Después de todo, se recita a sí mismo versos de Apollinaire de memoria casi al pasar, y además, agrega: “… no desconfiaba, sabedor de que le bastaba salir sin la Contax para recuperar el tono distraído, la visión sin encuadre, la luz sin diafragma ni 1/250…” (ibíd.:26), sin tener que preocuparse por pensar las escenas de la ciudad de manera fotográfica, es decir, manteniendo una relación de fluctuación con el punto de vista de su cámara. El narrador juega con la primera y la tercera persona del singular, yendo y viniendo entre una mirada subjetiva y una objetiva; este vaivén, que se repite a lo largo del relato, enfrenta la visión fotográfica y la visión propia, subjetiva y literaria, las cuales conviven dentro de Michel y se vuelcan tanto en sus fotografías como en sus trabajos de traducción: “Michel es culpable de literatura.”, “Metí todo en el visor (…) y tomé la foto” (ibíd.:29, 29). Así como Michel puede, como fotógrafo, ver una escena e imaginar su fotografía, el narrador del relato se sumerge y sale constantemente de dos puntos de vista que dejan entrever la dicotomía entre visión fotográfica y visión subjetiva. De este modo es que el punto de vista de Michel y del narrador se fusionan con el de la cámara: “… y entonces giré un poco, quiero decir que la cámara giró un poco…” (ibíd.:32).

  1. Tensiones entre literatura y fotografía

En Michel se encarna la oposición escritura/fotografía: a lo largo del relato se sumerge cada vez más en la fotografía que tomó, hasta que termina absorto por ella al punto en que no puede continuar con su trabajo escrito. La tensión, entonces, se termina de resolver cuando Michel deja de lado a la escritura para meterse de lleno en la fotografía, que lo atrapa tanto o más que su texto a traducir; se fusiona con el punto de vista de la cámara, como ya mencioné, y entonces logra entender la historia que capturó en su totalidad:

comprendí, si eso era comprender, lo que tenía que pasar, lo que tenía que haber pasado, lo que hubiera tenido que pasar en ese momento, entre esa gente, ahí donde yo había llegado a trastocar un orden, inocente inmiscuido en eso que no había pasado pero que ahora iba a pasar, ahora se iba a cumplir… (ibíd.:31).

Pero la tensión no se resuelve porque Michel elija una u otra opción, sino que las combina para completarse: utiliza su imaginación literaria y deduce entonces el final de lo que fotografió, así como a lo largo del relato el narrador adelanta elementos del final entre paréntesis. El protagonista, dividido entre la literatura y la fotografía, comparándolas constantemente, las concilia para reponer la historia que retrató aquél siete de noviembre en París.

Por otra parte, tanto en los detalles del cotidiano citadino como en la vida de Michel, el uso de paralelismos entre ambos elementos aflora en todo el cuento, en comentarios tales como: “… si se pudiera (…) que la máquina siguiera sola (porque escribo a máquina), sería la perfección (…) porque aquí el agujero que hay que contar es también una máquina (de otra especie, una Contax 1. 1.2)1 (…)” (ibíd.:25), o al plantear que la fotografía debería enseñarse desde los primeros años de vida a los niños, igual que la lectura y la escritura. A través de este recurso se genera y sostiene la tensión entre literatura y fotografía como dos modos de contar historias y de retratar a la realidad cotidiana; estas dos, a su vez, se unen al ser ambas artísticas, puesto que no se utilizan con objetivos banales, como perseguir a la farándula, dice Michel, porque de esa manera resultan degradadas como simples herramientas periodísticas, quitándolas de su lugar en el arte. Por otro lado, el uso de paréntesis encuadra un adelanto de la imagen final del relato, de la fotografía final: “(ahora asoma una pequeña nube espumosa, casi sola en el cielo)”. Los paréntesis sirven a modo de un reencuadre dentro del encuadre general, una nueva fotografía dentro de la original, un recorte, una ampliación o, incluso, un zoom-off, como un recurso de la escritura pero también del efecto gráfico en el lector.

En cuanto a la dimensión espacio-temporal, por su parte, se genera una ambigüedad, reforzada por estos paréntesis, en la que el pasaje del presente al pasado se vuelve cada vez menos clara a medida que avanza el relato. Los tiempos se mezclan de la misma manera en que una fotografía invita a imaginar lo que pasó antes y después de tomarla al mirarla con atención: “…comprendí lo que tenía que pasar (…) y lo que entonces había imaginado era mucho menos horrible que la realidad…” (ibíd.:31). Los pasajes entre lugares y tiempos son poco claros, se entremezclan y los límites se desdibujan, como cuando se cuenta una historia o se observa a una fotografía por un largo tiempo y de la misma manera que las nubes se desarman en su paso por el cielo.

  1. Conclusiones

En el relato de Cortázar literatura y fotografía se hilvanan en el cotidiano para contarlo; el día a día se construye como un cuadro del cual se parte para llegar a algo más, junto con la ayuda de la literariedad en lo fotográfico pero también los visuales en lo literario. El atisbo de lo fantástico, además, concilia la tensión para que ésta quede, no perfecta —mucho menos cerrada—, pero sí redonda: se parte de un encuadre para abrir la posibilidad de lo posible, incluyendo en este, valga la contradicción, también lo imposible. Así como la cámara se mueve buscando un objetivo, la imaginación busca una historia para narrar; literatura y fotografía se unen, entonces, no perfectas pero hechas a medida la una de la otra, o al menos así se presentan en “Las babas del diablo”.

1 Este es un modelo de cámara fotográfica; se establece un paralelismo entre ambas máquinas.

Nina Schiaffino nació en Buenos Aires (2003), estudia la carrera de Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.

Mercedes Roffé en la mirada de Nancy Montemurro

Mercedes Roffé en la mirada de Nancy Montemurro

Una reseña del último libro de Mercedes Roffé, junto a una muestra de su poesía.

 

Composición: cristales de Mercedes Roffé. Un silencio que canta

Por Nancy Montemurro
Composición: cristales es una lírica del movimiento. Desde sus primeros versos (“se trata de sortear/ la tentación de anclarse”), todo el libro nos invita a seguir un camino junto a la voz poética que nos guía. Es un desplazamiento de los sentidos explorando la dinámica de una composición. “Todo sucede en el espacio/ entre dos universos”, nos dice Roffé. Efectivamente, podemos pensar en un universo de encanto y otro de desencanto. En ese suceder, en ese espacio entre uno y otro, se filtran los opuestos. La búsqueda de la armonía y la verdad se topa con el borde donde todo está “a punto de caer”.

La voz poética se metamorfosea en su recorrido. De pronto es neutra: “Se dice que asoma/que resuena”; es un yo hablándole al tú: “Sabes que dependes del cielo”; es un nosotros: “Pentagramémonos /es la única manera”. Al atravesar todo el libro, sentimos que fuimos guiados para poner atención donde la mirada de la poeta se ha detenido. Es notorio, que la palabra “cristales” no esté incluida en ningún poema. ¿Qué son los cristales? ¿dónde están? Podríamos suponer que cada poema es un cristal de esta composición. Un cristal como espejo donde vernos reflejados, como joya, como piedra energética y sanadora. O tal vez, cada lector es un cristal donde el poema ve de sí mismo, su reflejo.

Interesante estrategia despliega Roffé, porque entrando al texto, ya somos parte de él. Así, el lector va encontrando al mismo tiempo, los principios constructivos: “el rojo va camino al azul”, junto a aquellos, que inestables, dejan huella de lo fugaz: “El círculo no existe: sólo las artes de su destrucción”.

El libro, concebido en dos partes, pareciera insistir en este enfrentamiento en espejo, como declarando una necesidad de simetría que no se logra, porque no hay equilibrio: “tu ideal de justicia lleva en la mano derecha un rojo ramo de flores, y en la izquierda, un garrote bañado en sangre y bilis”. Sólo nos queda la posibilidad de recorrer el espacio de la palabra que se despliega como un mapa de enunciación hasta llegar al alfabeto del cuerpo. Lo sutil y lo corpóreo se unen explorando la materia. Volutas de viento se van metiendo entre los versos y allí tanto tiene lugar “un pétalo que cae […] una corchea” como “falsas olas colmadas de monedas”. Se hace presente la dualidad del mundo y entonces surge la pregunta por nuestro ser en ese mundo. Esa es la exploración que nos propone Roffé: Aquí estamos, esto somos.

Estamos en un sitio donde “siempre acechan temores” porque “los ídolos se desmoronan” y los periódicos, los ángeles y hasta la ciencia mienten. Un mundo real, matemático, de tasas de interés, índices, tablas de valores y algoritmos que anuncian la hecatombe. Sin embargo “el ojo sigue”, el mensaje sigue “como una flecha al alma”. Entonces, “la cuestión será no detenerse. Seguir el ritmo de las devaluaciones”. Buscar el arte en sus diversas formas: el color, la música, el juego de la hoja que cae en el silencio. Separar la paja del trigo para poder distinguir lo auténtico de lo falso. “Lo importante es que sigan”, nos dice esa voz y nos alienta: “Cuando un barco no sabe de dónde/ van a soplar los vientos/ multiplica/ el color de sus velas”. Multiplicar el color, volver a la canción del sueño que nos conserva vivos, llegar hasta “un torrente de altas mareas” para sumergirnos, buscarnos, encontrarnos. Insistir en ello.

“Todo indica que sigas”, y sin embargo, Roffé se atreve a preguntarse por el posible retorno: “Como volver atrás. ¿Cómo volver atrás?”. Cualquier derrotero puede exigirnos, en un punto del camino, ir “en la dirección opuesta”. Esto es parte de la creación, de la búsqueda. Toda composición, como la vida misma, siempre vuelve una mirada al punto de partida.

La escritura es así. Sumergirse en la palabra explorando hacia adelante y hacia atrás hasta que no haya palabra. “Escribir es viajar a una insospechada dimensión del silencio. Como callar cantando”, nos dice la autora. Tan ambiguo y tan cierto: un silencio que canta, un canto del silencio. Ese es el viaje de la escritura. Ese es el mensaje, que viniendo de Mercedes Roffé, seguro llegará como una flecha al corazón. Porque “es cuestión de alegría. Siempre”.

 


Mercedes Roffé
composición: cristales
(Buenos Aires, Salta el Pez, 2023)

Parte I
*
Se trata de sortear
la tentación de anclarse
el rojo va camino del azul
los ídolos se desmoronan
la duda arrecia…
A veces
vale olvidar también.
Vencer o huir no es el dilema.

*
No sigas
No te entiendo
Este mundo me abruma
tu cuerpo, digo
tu cuerpo
—ese alfabeto

*
Todo lo recorrió
mares,
penínsulas,

bosques de alerces, de sándalo,
de arrayanes,
llanuras, valles, montes,
ríos,
continentes
y todo, siempre, todo
a punto
de caer

*
Dicen que el viejo Basho
recordando una tarde las grullas de Sotatsu
del regazo del mítico banano
se alzó
e increpó al viento: “Anch’io sono pittore.”

Parte II

*
Corre, corazón. El aire que abaniques no apagará las llamas del
bosque que se incendia dentro de ti.

*

Las tasas de interés parcial del 0% anticipan una capacidad de
recuperación que repuntará en los meses siguientes a cualquier
hecatombe, física o moral, económica o humana, regional,
planetaria o sideral. La cuestión será no detenerse. Seguir el
ritmo de las devaluaciones, los bonos, los mercados, la
prostitución, la trata, el tráfico de niñxs, de órganos, la droga, la
Iglesia, los clubs de pederastas, las bienales, los premios, las
ediciones piratas… Lo importante es que sigan. Ya les
avisaremos cuándo parar. Pero por ahora sigan. Sólo asegúrense
de dejar a sus mascotas en casa. Eso sí es importante. Y no
parar.

*

¡Ni lo sueñes! Tratar de confundirme con un mapa invertido o el
perfil de unas islas exiliadas del mar sólo demuestra que tu ideal
de justicia lleva en la mano derecha un rojo ramo de flores, y en
la izquierda, un garrote bañado en sangre y bilis.

 


Nancy Montemurro nació en la Provincia de Buenos Aires en 1961. Es poeta, docente especializada en literatura Infanto-Juvenil y traductora. Fue miembro fundador de la Cooperativa Editorial NUSUD, surgida a finales de los ´80 y con un gran aporte editorial para escritores nóveles en los años ´90. Forma parte de La Galería de Arte Contemporáneo Torres Barthe como redactora de la curaduría. Realiza crítica literaria. Publicó en poesía: A doncella (Nusud, 1988); Craquelage (Nusud, 1994); Arcanos Mayores (Edición artesanal, 1999 y Ediciones Del Citrino, 2011); Rumbos del viento (Ediciones del Dock, 2016); Jardines en el cielo (Ediciones del Dock, 2024). Ha sido traducida parcialmente al inglés y al ruso.

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