Mientras sea capaz de la música

Mientras sea capaz de la música

LA SALA VACÍA


a  José María “Minuto” Urquiza
(i.m.)
No se debería abandonar una casa:
se llena de fantasmas.
Los que estaban y no se dejaban ver,
los que llegaron luego,
los que se aprestan para vivir.
Rafael Felipe Oteriño

 

Minuto Urquiza me regala una estampita de San José
Que trae en el frente una espiga de trigo
Todavía no sé leer 

 

Estamos en la sala del departamento de Luis María Campos
Todo es incertidumbre allí
En poco tiempo habremos de irnos repentinamente
Y los objetos quedarán sólo en mi añoranza

 

Minuto es amable
Cuán inmenso es un pequeño gesto
Lo entenderé mucho más adelante
Cuando discierna la hecatombe

 

Finjo ser feliz incluso de niña
Cuando con mis hermanos jugamos a arrojarnos sobre el cochón
Como si estuviéramos en un trampolín

 

Minuto desea lo mejor para mí
Pero nada evitará la tragedia
Lo familiar se oscurece y no abriga
San José vigila desde su lámina y su cosecha

 

Antes de la estrepitosa mudanza
Mi madre y yo rezamos un Padre Nuestro tomadas de la mano
En la sala vacía

un departamento en la Av. Luis María Campos y Virrey Loreto, Buenos Aires, 1968

LA DAGA

Ese tambor de sangre es tu país

Francisco Madariaga

 

el hombre esconde sus alpargatas raídas

estamos en el asiento trasero de un colectivo

uno al lado del otro

 

el hombre desliza imperceptiblemente

sus pies humillados

 

me impregna de su pobreza

no es éste el momento de llorar

eso vendrá más luego

 

yo me dirijo al club y a su fastuoso estanque

y tengo zapatos de raso rojo

el hombre en su nicho de vergüenza se incrusta en mi memoria

 

él será la daga permanente

 

un colectivo

Autopista Panamericana, Provincia de Buenos Aires, 1989

 

MIENTRAS SEA CAPAZ DE LA MÚSICA

Laetitia je ne savais pas

Que tu étais tout pour moi

“Laetitia” / Francois De Roubaix

 

una chica se arrodilla frente a su colección de discos de larga duración

desgrana los misterios del idioma que no le es grato

su letra diminuta se aferra a la libreta de hojas celestes

 

no tiene que esperar a que le den instrucciones

ella conoce los deletreos y las repeticiones

su lápiz tiene escamas de sirena y grifo acuático

 

sobre las hojas desparramadas en el parquet del living comedor

la chica genuflexa frente al Winco no pretende huir de su cuota de

                                                                                                catástrofe

 

en vez

ella solamente extrema la grafía 

los vinilos

las baladas absolutas

 

tiene suerte de ala en la tormenta

y eso no la desespera

 

todo lo que pueda transcribir será su salvavidas

lo que registre

lo que componga

el cavar al fondo de la astucia 

 

la chica genuflexa frente a la silueta de la música

que habrá de asirla por siempre

el simple “Los Aventureros” (E.M.I., 1968)

el living comedor de un departamento

Salguero y Av. Sta. Fe, Buenos Aires, 1974

 

LA MEMORIA (I)

 

La memoria una aguja que perdió la cabeza,

con un pie en la locura

y el otro en la imposible

normalidad

o en su espejismo.

Walter Adet

 

la memoria es excesiva si una no la estorba

un néctar cristalino para quienes poseemos penurias permanentes

 

a mi alrededor desfilan peripecias amorosas

puertos espectrales 

en donde besé al que ahora yace bajo la napa costera

nunca el agua rozó unos ojos tan bellos

 

fui amada diversamente

zumbaron los novios sus fatales agonías 

y el viaje de sus manos en los huecos más tibios 

 

la memoria azota su tierno crepitar de pluma

recupera lautaros ricardos alejandros

imágenes lampiñas sorbiendo prístinos jugos

y savias espesas en la playa principal de mi otra vida

pablos jorges luises casanovas  

rocas macizas que nos anclan en una noche cualquiera

 

los tiempos bien vividos son indemnes 

la disconformidad imperante no logra lastimarlos

 

TODO LO POSIBLE

somos dueños de las dulces monedas de la juventud

Horacio Preler

 

We’ve only just begun

To live

White lace and promises

A kiss for luck and we’re on our way

“We’ve Only Just Begun”

Paul Williams

 

los vestidos de organza aparentan ser palmeras sumisas 

que devanean por el chico más lindo de la fiesta

 

pero las quinceañeras colocamos los brazos en jarra

y regañamos al amor que no vendrá como lo hemos soñado

 

sublevamos la pista de baile

los lápices labiales se derriten con nuestra lozanía

 

qué nos importa saber de la muerte y los padecimientos

si la vida somos nosotras y nuestro latido apresurado

 

nada nos incumbe

porque todo lo imaginamos a nuestro antojo

 

los besos hurtados en el balcón seminocturno

el palpar velozmente una espalda atravesada por el lino quejumbroso

los cuellos de almidón que estropearemos más luego

 

los chicos bambolean sus mejores penachos

apuestan a tener picos briosos y turgentes

 

jirones de nuestros padres revolotean el salón de fiestas

como ovejas se juntan a mirarnos

pero las quinceañeras retumbamos en el mundo prodigioso de todo lo posible

 

fiesta de quince años de Susana Alí 

 confitería “Álvaro”

Av. Federico Lacroze 2963, Buenos Aires, sábado 9 de octubre de 1976

 

Patricia Díaz Bialet (Buenos Aires, 1962)  

Publicó los siguientes libros de poesía: Los despojos del diluvio, 1° Premio del FNA 1989 (1990); Testigo de la bruma, Mención Honorífica en el Premio Bienal de Poesía Argentina de la Sec. de la Función Pública de la Nación y el FNA 1991 (1991);  La penumbra de la luna llena, 2° Premio en el Concurso Fund. Inca Seguros 1992 (1993);  La dueña de la ebriedad de la rosa, 1° Premio del FNA 1993 (1994); Los sonidos secretos de la lluvia, Mención Honorífica en el 1° Certamen Nacional de Poesía Papiros del Siglo XX (1994);  El hombre del sombrero azul (1996 y 1998); El amor es una pluma de mercurio. Poemas elegidos (2007); Agualava (2009); La que va (2015); La noche a cualquier hora (2019); Mientras sea capaz de la música (2025). Poemas suyos fueron incluidos en la película de Eliseo Subiela El lado oscuro del corazón II (2001) y en el espectáculo Con un tigre en la boca. Manual de los amantes dirigido por Hugo Urquijo (2014, 2015, Premio ACE 2014/2015 en la categoría “Mejor Espectáculo de Teatro y Poesía”). En la temporada de 2017 estuvo en cartel en el CCC La noche a cualquier hora, espectáculo basado en sus textos y en la temporada 2025 estuvo en cartel en el CCC Todo mi cuerpo pertenece a la noche, también basado en sus textos. Desde el año 2023 es la Secretaria del Festival Latinoamericano de Poesía en el Centro, que se lleva a cabo en el Centro Cultural de la Cooperación.

 

Casa con pileta

Casa con pileta

Una lectura de Casa con pileta
Por Laura Rosso

Patricia revisa su propia historia y la historia de una casa, me invita a meterme, me cuenta sobre sus antiguos dueños, un barrio y un edificio con sus sombras que la increpan. 

Ella se deja increpar para descifrar. Porque hay algo en esa casa con pileta. Y hay algo que ella busca en la escritura.

En esos espacios de la casa, Patricia busca y encuentra -porque busca y averigua- algo de su historia. 

Y escribe este libro para contarse. Quiere saber. Escribe. 

Quiero saber. Leo. 

Patricia me toma con su escritura. Me lleva, no se detiene. 

Y yo no detengo la lectura. Me tiro de cabeza. 

Recorro con ella su trayectoria adolescente, sus mundos de sensaciones. 

Adoro a la Choco.

Abre un núcleo: el de la identidad. Y en ese puntapié inicial (vaya puntapié) dibuja una línea de largada, traza planos, los recorre y hace que me impregne.

Arriesgo una idea: la textilidad de su escritura me llega como una flecha. 

Me hunde en acontecimientos nunca definitivos pero sí inmersos en un tiempo y espacio, ¿real? ¿onírico? 

No importa. 

Me cuenta su universo -a veces surrealista, delirante- y leyendo (nos) construye una cartografía que se sale de los límites de su jardín. 

Arma una urdimbre que trama su deseo de saber y que luego estalla en una historia más grande, la de un tiempo pasado reciente que se revela. La historia de un Pozo.

Las familias y sus secretos se descubren por capas. Son como segundas o terceras pieles que aparecen, que pueden ser desgajadas, rasgadas como se rasga una tela al medio y quedan pedazos de materiales donde se cruzan ánimos y fantasías que forman, tal vez, una arquitectura emocional de la identidad. ¿Dónde está la propia existencia? ¿Quiénes somos en ese entramado? ¿Cómo transmitimos eso?

Esta historia es una historia que no para de crecer, de llenarse de preguntas que se ramifican metafóricamente. Pero intuyo que no quiero todas las respuestas, no hacen falta. Porque quiero seguir leyendo, como cuando quiero seguir soñando. 

Les invito a leer Casa con pileta, y a dejarse rodear por los círculos que se forman cuando tiramos una piedra al agua.

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A continuación, un fragmento de la novela:

Capítulo Uno 

Por encima de la pileta de la que es hoy mi casa asoma un edificio verde. Casi no lo noté cuando la compramos pero este verano estoy pendiente de cada ruido, de cada conversación; música que ponen, chistes que cuentan. Es que ahí funcionaba uno de los centros clandestinos de la dictadura. “Esta era la casa de unos ingleses”, dijo el dueño cuando nos la vendió. Más tarde conocí a una señora que era pariente de los Lyons, la familia que la habitaba antes. Ella me contó cosas bastante intrascendentes que no recuerdo sobre la antigua disposición del barrio, lo grande que era la casa y lo populares que eran los ingleses y sus fiestas. 

El entonces Pozo de Quilmes es la actual Brigada de Investigaciones, una especie de comisaría que suele salir en los noticieros. Ahí van a parar los presos narcos o quienes robaron cosas importantes; en tanto, sus abogados tramitan sus condenas y los policías continúan “investigando”. Mientras nado, escucho a unos hombres llamar al guardia gritando porque tienen hambre, pidiendo cigarrillos o tarjetas de celular bajo el trasfondo de la cumbia de moda del verano.

La pileta está emplazada en un rectángulo de piedras tipo laja. Un rectángulo de agua celeste. Agua fresca y transparente en verano. Agua verde y asquerosa en invierno. Del costado más largo, tres bancos de club de cemento; del más angosto, dos. Son realmente de otra época. Glicinas y hortensias hacen de cerca divisoria entre la pileta y el jardín. Tres grandes árboles se estiran hacia la calle de un lado de la casa, su otro costado más italiano, conserva unos viejos frutales, un ciruelo y un cerezo. Matas de plantas que el jardinero moldea con las tijeras contrastan con la naturaleza salvaje del jardín. 

Pienso en ese edificio verde que parece una jaula y se asoma por detrás de mi jardín como un símbolo. Pienso en los presos y no puedo evitar comparar a los de ese entonces con los de hoy. Estos son alegres y se podría decir que carecen de dramatismo. Me pregunto qué música usarían en aquella época para tapar eso que hacían porque ahora yo puedo distinguir bastante claramente la composición de los diálogos. Alguien que logró escapar mencionó haber escuchado gente hablando en inglés, muchas risas y chapoteos de agua. Lo leí en un libro de la facultad en donde estudié sociología.

Arriba del quincho, gira con el viento una brujita de metal que tiene una flecha. A veces la miro desde la pileta. A veces su flecha señala algunas de las casas del vecindario. A veces se queda fija en dirección al edificio que se asoma detrás de la pileta. Por las noches la bruja del techo chirría, al principio me asusta, luego lo considero un ruido del lugar. Pensar que a mí, que no me gustan las ficciones, me cayó encima una de lo más fantástica. Soy una chica nacida en la época tormentosa pero que a sus veintiséis años se enteró de que no salió del vientre de su madre. 

Como yo no sé de dónde vengo, mi regreso a aquel tiempo se hace inevitable. En mi imaginación, hoy esos años son el punto de partida en mi historia paralela de lo que podría haber sido. Así que acá estoy tratando de recordar algo que es imposible. ¿Qué puede tener para recordar alguien que como yo no sabe bien quién es? ¿Por qué ahora necesito aferrarme a los hechos con palabras escritas? ¿No me parecieron siempre los estudiantes de Letras unos pedantes? ¿Los escritores, unos conservadores aburridos? ¿Terminaré pidiéndole prestada su gramática, las reglas que tanta rabia me daban, para contarme a mí, que siempre estuve tan afuera de toda regla? ¿Acaso me leerían si lo hiciera? Cada uno está metido en su propia mentira, me convenzo y esto que escribo es sobre la mía. 

Anteriormente había intentado empezar a escribir mi historia y todas las veces me había invadido una especie de pena por mí misma que me había hecho abandonar. Decidí que esta vez sería distinto y me propuse emprender la verdadera búsqueda, la de la verdadera identidad, consignas que en mi caso se emparentan con las condiciones en las que fui traída a este mundo. ¿Qué significa que yo no sepa de dónde vengo? ¿Qué es eso que mantiene unida la cadena ribonucleica y de qué se trata esa biología de la que fui separada? Una fruta caída de algún árbol desconocido: las reacciones son de lo más diversas desde que me decidí y empecé a contarles a mis amigos mi historia, mis seudofábulas sobre mi origen. 

Ni verdades ni mentiras porque se me corrió un poco el límite. Últimamente en boga, un nuevo tipo de interpretación neometafísica asegura que mi alma habría elegido a mis padres, a los biológicos y a los adoptivos, desde antes de nacer para llevar a cabo el aprendizaje en esta vida que no es la única porque también hay otras. Supongo que algo así aplica y se extiende a los niños abusados, a los indigentes, a los paralíticos, etcétera. Es una forma particular de ver el mundo que no entiendo. 

Otros interlocutores casuales de mi drama, más materialistas quizá, me sugieren que no hice lo suficiente por saber quiénes son mis padres y que posiblemente estén desaparecidos. Doblemente desaparecidos para mí dado que a medida que el tiempo pasa, veo cómo se reducen mis pretensiones de saber sobre ellos, de conocerlos; en suma, crear vínculos que ayuden a compensar todo el tiempo que estuvimos separados. Esos interlocutores saben bien de qué vientre salieron aunque muchos reconozcan que ese saber es en realidad un relato y permanece porque no se puede contradecir. En cambio, el mío estalla y pierde su categoría de verdad cuando quien hasta ese entonces era mi padre pasa a ser mi padre adoptivo. ¿Cómo es esto? Todo empieza y termina cuando él me confiesa eso que yo intuía pero que nunca pude verbalizar. 

Las pistas que persigo se disparan en direcciones antagónicas de la mano de hipótesis sospechosas, llamativas. A veces son muy obvias pero usualmente se encaminan por un proceso muy curioso. Así, yo paso de enterarme de algo, de tratar de saberlo, de creer que sabía, a empezar otra vez de cero. Dentro de esa espiral centrífuga, me rindo al efímero entusiasmo y al recurrente desasosiego de mi nuevo pasatiempo que es la autofabulación. Esto consiste en construirme posibles identidades para luego tirarlas abajo y suplantarlas  por otras.

Toda esta actividad le añade a mi vida una gravedad que considero mi “plus biográfico”. La pregunta entonces se transforma en cómo vine yo a asistir a este “desconcierto” ¿Cómo puede ser que yo sea el producto de un acto del que alguien se arrepintió o no pudo? ¿Cómo puede ser también que ahora la que no pueda con eso, la incapacitada, sea yo? 

Es por todo esto que quiero volver a mi vida habitual de antes de saber que soy adoptada.
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SOBRE LAS AUTORAS

Patricia Salinas nació en la provincia de Buenos Aires. Se licenció en Sociología y Psicología(UBA), y se especializó en fenomenología social y psicoanálisis. Se desempeñó en el Equipo de Violencia Familiar del hospital Dr. Cosme Argerich. Presidió la dirección del sello editorial IUNMA. Actualmente se dedica a la práctica clínica en su consultorio y como asesora en temas de derechos humanos. Asistió a talleres literarios con Tamara Kamenzsain y Alberto Laiseca. Casa con pileta es su primera novela. Vive en la ciudad de Quilmes.

Laura Rosso es Licenciada en Artes Combinadas (UBA). Tiene un posgrado en Industrias Culturales. Escribió los libros de investigación Quilmes, La Brigada que fue Pozo (UNQ); Estamos para nosotras. Experiencias de socorrismo feminista en el siglo XXI, y la novela Contame cosas (Chirimbote). Recibió el Premio Lola Mora a la labor periodística en gráfica (2021). En agosto de 2023, fue declarada Personalidad Destacada de Quilmes, por el Honorable Consejo Deliberante de esa ciudad. Su último libro es La decisión. Políticas de la intimidad en la experiencia del aborto, La Hendija Ediciones (2025).

 

La luz queda de Alejandro Pereyra

La luz queda de Alejandro Pereyra

Leemos un fragmento de La luz queda de Alejandro Pereyra

La luz queda es una nouvelle conmovedora sobre los vínculos, la memoria y las imágenes que perduran para siempre. Arturo es fotógrafo y viaja con su hija, Romina, a Buenos Aires para realizarse unos estudios médicos. Gravemente enfermo, decide bajarse del ómnibus apenas iniciado el trayecto, con la excusa de una obligación pendiente. Ese gesto inquieta a Romina, que pronto comenzará a descubrir un costado desconocido de su padre: un hombre atrapado en la búsqueda de imágenes finales, de instantes irrepetibles, de un revelado último capaz de vencer al tiempo.

EnLa luz queda (Ediciones Diotimia), Pereyra construye una nouvelle poética y conmovedora, donde lo íntimo y lo universal se entrelazan. Escrita con un ritmo contenido, casi como una letanía, la obra explora el duelo, la memoria y la transmisión de lo que permanece entre generaciones. Con un lenguaje preciso y a la vez sugerente, el autor detiene el curso del tiempo y convierte el viaje en un acontecimiento único, un caleidoscopio narrativo que revela la luz persistente de un pasado que no se deja borrar.

Ximena Pascutti

A continuación, un fragmento de la obra:

Una manada de elefantes invisibles, dijiste en voz alta y entonces pude ver nítida la figura en el paisaje: esos dóciles pastos barridos por el viento, los elefantes arrasando el pastizal, disolviendo luego el gris de sus pieles en el del día nublado. En un principio pensé que solo pretendías orinar al detenerte en la banquina así, de improviso, cuando todavía nos faltaba casi todo el viaje. O que te dolía. La posibilidad del dolor repentino me preocupó bastante. Pero no. Te quedaste parado mirando el horizonte, esperando a que yo también bajase del auto para que te escuchara decir esa frase y nada más. Después, cuando vi que te detenías antes de volver a entrar al coche, creí que era para agregar algo, algún comentario cómplice, pensé, pero solo habías tropezado contra la trompa del auto al bordearlo. Es por la columna, me informabas a veces cuando te ibas un poco para el costado al caminar. Lo anunciabas como un reproche, como si los demás fuesen responsables de la imprevisibilidad de tus pasos. Para disimular, esperé unos segundos al borde de la ruta, disfrutando del baile de los pastos hasta que los elefantes se evaporaran del todo. Ponete el cinturón: era el recordatorio obligado antes de arrancar, aunque ya lo tuviese abrochado, aunque se hubiese escuchado nítido el clic en el más completo silencio. Esta vez no lo hiciste y la omisión me alarmó un poco. Te espié de soslayo. Tenías la mirada clavada en la ruta, tan fija que parecías querer mirar y mirar hasta ya no verla. Insólito en vos ese silencio, ese oír sin escuchar, como si llevaras puesta ropa de otro. Estuve averiguando, es muy sencillo el estudio, dije desde el flanco inaugurado por mi mirada furtiva, pero como si hablara del clima, con esa falsa naturalidad que disfraza lo espantoso cuando se pretende morigerarlo. Parece que no duele nada, y es un ratito nomás ahí adentro, agregué. Me miraste distante, algo perplejo, como si fueras un experto en explosivos desarmando una bomba y yo te hubiera interrumpido para sostener con énfasis que el hombre nunca había llegado a la luna, o para opinar sobre esa vacilación evolutiva de los ornitorrincos que los volvería inaceptables. Así los habías definido alguna vez. Seguramente, ya lo habrías olvidado. Muchas veces te sorprendías al enterarte de que alguna frase ingeniosa mía, en realidad, se te había ocurrido a vos en algún otro momento. En los últimos tiempos te notaba contrariado al comprobar esos olvidos, como si te molestara que las cosas volvieran a tu mente sin permiso. Aun así, alguna forma de felicitación me concedías. Una sonrisa, apenas con los ojos. Hija de tigre. Tenemos que pasar por un lado antes… eso solo dijiste en un montón de kilómetros y no te sonsaqué nada más. Aunque traté de conjeturar qué debía preguntarte, se diluyó enseguida el momento adecuado para hacerlo. El día color elefante aplastaba todo deseo, sobre todo el de intentar conversaciones esquivas, así que busqué música en la radio para no dormirme, para aturdir ese silencio. Fijate: en la guantera hay un frasco blanco, dijiste fortaleciendo mis recelos acerca del dolor. Saqué uno de los comprimidos de metadona, pero no encontré la botella de agua mineral por ningún lado. El agua alcanzame, por favor, dijiste, y entonces descubrí la botellita en la dirección marcada por tu casi imperceptible cabeceo, encima de la guantera, casi delante de mis ojos. Si era una víbora, te picaba, te burlaste, pero lo que en verdad me molestó fue el lugar común usado como ocurrencia. Comencé a preguntarme cuándo habías empezado a mostrar esos signos de decrepitud. Porque en vos esa frase solo podía ser señal de decrepitud. Intenté recordar si ya acudías a esos clichés antes de la enfermedad. Recordé los olvidos. ¿Cuánto hacía que se te esfumaban de la memoria las frases ingeniosas, antes festejadas una y otra vez por vos mismo? O al menos polémicas. Nada te gustaba más que ser polémico. O parecerlo. ¿Para qué desviarnos de la ruta cuando empezaba a caer el día? ¿No era muy tarde ya? Me imaginé preguntándotelo, pero no lo hice. Quizá buscabas retrasar la llegada. Todo lo posible. A la localidad le quedaba grande el nombre, no solo el propio, sino incluso el de localidad. La conformaban apenas unas pocas manzanas con casas de ladrillos de adobe demasiado precarias, aunque algunas edificaciones parecían más sólidas: una o dos construcciones oficiales del siglo diecinueve que recordaban a ancianos de porte espigado, pero de andar lento. Cuando ya casi no quedaba pueblo por atravesar, pregunté al fin dónde íbamos. No es muy largo, te limitaste a contestar. La antigua vivienda asomaba en los arrabales del municipio; más allá, solo se entreveía campo abierto. Cuando el auto aminoró la marcha, la mujer que trabajaba en el pequeño huerto ubicado en la parcela delantera de la casa se incorporó y secó sus manos en el saquito de lana bordó. Pensé que ibas a preguntarle algo a través de mi ventanilla. Por detrás de la casa, el horizonte sorbía la escasa luz de la tarde, igualando los colores de todas las cosas. Es acá, hija: me llegó desde fuera del coche tu voz asordinada por los vidrios; luego, el estruendo de la puerta al cerrarse. Me quedé anclada en un descubrimiento: eran excepcionales las veces que me llamabas hija. Pasen, pasen. Siéntensen tranquilos. Siéntese, señorita, no hace nada el Chicho, dijo la mujer mientras yo eludía al pequeño perro y vos, mis miradas una y otra vez, con la excusa de escuchar a la señora, sonreír, sacarte el abrigo, tomar asiento. Ahí empiezo el mate, prometió la mujer. Dejá nomás, Matilde, es tarde ya para mate, contestaste con una familiaridad que me resultó desagradable. Aunque estarían bien unos amargos, añadiste fingiendo arrepentimiento. Me miraste a los ojos, donde habrás visto impresa la pregunta que te obligó a bajar los tuyos, a tomarme levemente de la mano y a ensayar una sonrisa enseguida disuelta, mucho antes de ser tal. Fue cuando entró ella. El pequeño perro no me había dado nada de miedo, solo las molestias de sus husmeos y el aliento asqueroso pero, cuando entró la chica a la cocina, fue como si se hubiese colado un gato montés por la ventana. Tendría más o menos mi edad; su pelo corto, seco y revuelto recordaba al de una muñeca en la vidriera de una casa de antigüedades. Nos recorrió a todos con una ráfaga de sus ojos, armas que absorbían en lugar de escupir, y que se detuvieron justo en los míos, intimidados por esos agujeros negros con dos brillos cautivos. No llegué a verme obligada a bajar la vista; la voz firme de la señora me posibilitó desviarla hacia ella: Paula, traeme más yerba de atrás. Y juntate unos huevos también. La chica miró a la mujer como si ya le hubiese contestado con un insulto y esperara su reacción aunque, en realidad, no emitió palabra alguna y salió por donde había entrado. Te miré. Diseccionabas algún pensamiento sobre la superficie de la mesa; la cabeza gacha, la mirada perdida. ¿Te sentís bien?, iba a preguntarte justo cuando la señora, retomando una dulzura dejada de lado al dar las órdenes a la chica, dijo: Tiene siempre la misma sonrisa, usted, señorita. Entonces, la reconocí. La recordé en puntas de pie, llegando apenas con el extremo del plumero a los rincones más altos de la casa. Me recuerdo, continuó Matilde, que de chiquita le gustaban a usted mucho esas (se interrumpió para agudizar la memoria)… esas masitas de limón, aventuró al fin el escaso dato. Sí, obleas eran, dijiste, mientras yo sonreía sin ganas. ¿Por qué me ponía a sonreír si lo urgente era levantarte del brazo, meterte en el auto y seguir viaje hasta Buenos Aires para hacer el maldito estudio que quizá no sirviera de nada? Lamento mucho lo de la señora, dijo Matilde con pesar auténtico. Aunque la condolencia atrasaba diez años, me trajo una vez más la imagen de mamá, evocada todas las noches en el umbral del sueño, cuando alarga su mano para arroparme y me quedo dormida como si hubiese cubierto mis ojos con su nada. Me dio furia traer el recuerdo inútilmente, derrochar la imagen ya bastante gastada por el uso diario. En realidad, hacía tiempo que no se parecía en nada a mamá esa que venía a cubrirme todas las noches con la penumbra. Te levantaste, sacaste del bolsillo de la gabardina unos cigarrillos, un encendedor, y saliste de la casa sin agarrar tus cosas ni ponerte el abrigo. Matilde insistía con los recuerdos; parecían agolpársele unos tras otros. Cómo yo de chica le marcaba las patitas en el piso recién encerado, cómo ella me corría jugando y yo reía y reía. No pude desembarazarme ni por un momento de la absurda sonrisa, ni siquiera cuando me incorporé con cualquier excusa y salí a buscarte. Necesitaba verte a los ojos, preguntarte de qué te servía esa demora en las afueras de un pueblo de mala muerte cuando estaba en juego tu vida. De mala muerte. Sentí un escalofrío, aunque bien pudo haber sido culpa del relente que despedía la tarde o anunciaba la noche y que me tomó por sorpresa al atravesar la puerta. En el auto no estabas. Tampoco en los alrededores. Las luces del día, escanciadas casi todas en la negrura, daban ganas de llorar. A lo lejos, por detrás del huerto y de la casa, entreví una mínima nube de humo y parte de tu cuerpo. La parte por el todo, pensé. ¿Y yo de qué todo soy la parte?, pensé. No tendrías que fumar, dije con poco y nada de convicción. ¿Cómo ubicaste a Matilde después de tanto tiempo?, pregunté casi como respuesta a tu nueva pitada. Sin quitar la vista del horizonte, aguantaste un segundo el humo y después sonreíste antes de cambiar de tema: fijate, ¿lo llegás a ver? Casi no se ve, pero ¿no te parece asombroso ese alerce solo ahí, altísimo, resaltado en la llanura? Hasta tiene el tupé de competirle el protagonismo al horizonte, dijiste con uno de tus inagotables giros pretenciosos al cual, seguramente, le irías a encadenar algún otro. Y solo, además, agregaste, ¿cómo no fotografiarlo? Te miré y al fin entendí un poco. ¿Sin luz?, dije con ingenuidad, esa ingenuidad tan mía, tan halagada siempre por los hombres y que detestaba. Mañana, dijiste, si se despeja. Volví la cabeza otra vez hacia el alerce y traté de imaginar la foto. Aunque costaba demasiado vislumbrar el árbol en la negrura, sí distinguí cerca de este, aunque más cercanos a la casa, a dos perros grandes jugando como cachorros; subían uno al otro por turnos, jadeaban. ¿Y con el celular vas a hacer la foto?, dije sin sacar la vista de los perros. No, traje la Hasselblad; está en el baúl. Te miré y por primera vez en varios días me sostuviste la mirada, justo antes de decirme: Es la última. ¿Por qué decís eso?, reproché sin poder disimular la desesperación. Voy a dejar la fotografía, Romina, antes de que ella me deje a mí. Y la “Hassel” guardala vos después; te la dejo, no la voy a usar más. Te puede servir para estudiar. O vendela. Antes de que se vuelva una reliquia. No te pongas trágico, va a salir todo bien, dije tratando de imponer la frase sobre la realidad misma, de escribir la realidad con palabras inocentes traídas desde la época en la que nada amenazaba y, sin embargo, ya todo parecía terrible. No entendés, Romina. No es por mi cuerpo, por esa mierda que tengo. Solo que esta foto es el punto final perfecto. La vengo pensando hace tiempo. Además, ya casi no consigo negativo. Me cansé. Es como estirar el pasado. No quiero estirar tanto que se termine rompiendo. Pero tiene que ser al atardecer la foto, y tiene que estar despejado. Los perros empezaron a separarse un poco; uno de ellos se incorporó en dos patas, recogió un bulto en el costado y se dirigió hacia la casa. Aun cuando la luz exigua desde la cocina me develó a Paula acercándose, yo no podía dejar de seguir viéndola como una perra que había aprendido a caminar en dos patas, y que, cada tanto, algo debía morder.


SOBRE EL AUTOR

Alejandro Pereyra (Buenos Aires, 1962) es escritor, guionista y director de cine. Su obra transita entre la narrativa y el cine de autor, con un estilo intimista y poético que indaga en la memoria, los vínculos y los silencios.Emergente de la Escuela Provincial de Cine y Televisión de Rosario, realizó la dirección de fotografía de varios largometrajes a nivel nacional y regional. Su actividad literaria empezó a vislumbrarse cuando algunos de sus relatos formaron parte de antologías de la Universidad Nacional de Rosario, 1999. Publicó luego el libro de cuentos El peor de los desiertos, Baltasara Editora, 2012; y un tiempo después la novela breve Todos los fríos van al zar, El Pasquín editorial, 2016. En el año 2022 publicó en Editorial Casagrande su segundo libro de cuentos, Seguro estoy del viento. Actualmente está terminando la escritura de su segunda novela, La tardanza de los ojos, mientras prepara la reedición de su novela breve, «Todos los fríos van al zaren esta ocasión seguida de algunas consideraciones sobre literatura moderna«. Varios de sus microrrelatos fueron elegidos para la edición de la antología 2008 del certamen de la Universidad Popular de Talarrubias. Es crítico y analista de cine, escribe en la revista «El cine, probablemente». La luz queda, publicado en 2025 por Ediciones Diotima, es su libro más reciente.

Ximena Pascutti (Buenos Aires, 1977) es periodista cultural y ambiental. Se formó en TEA y en el Profesorado de Lengua, Literatura y Latín del IES “Alicia Moreau de Justo”. Comenzó a trabajar en Policiales de Diario Popular y pasó por el suplemento de investigación de Perfil. Fue editora de la revista Rumbos (Clarín) durante 16 años y de La Garganta Poderosa, colaboró en Tiempo Argentino y Caras y Caretas. Actualmente colabora con el área de prensa de Editorial Planeta y con editoriales independientes, y coproduce los Premios Tango Siglo XXI.

Leopoldo “Teuco” Castilla en palabras de Ana Guillot

Leopoldo “Teuco” Castilla en palabras de Ana Guillot

Ana Guillot reflexiona y nos comparte algo de la obra de Leopoldo “Teuco” Castilla.

 

Aproximación al autor

Entrar a su universo y deslumbrarse. Ver cómo la semilla comienza a ser pájaro y se funde en la nube, que es líquida, y entonces se hace humana y luego lluvia, o cauce o derrumbe. Dejarse llevar todo el tiempo (si es que existe el tiempo) por una cosmología abierta a cualquier pregunta o incitación. Beber y no claudicar. Mirar y deslumbrarse otra vez. Sentir que todo está en todo y lo uno en lo múltiple (y viceversa), y que la mesa parece llena y, sin embargo, alguien falta. La ausencia se convierte entonces en pura presencia; la ausencia habita el espacio y, por lo tanto, es imposible ignorar que en este poeta, tanto en sus acuerdos como en sus antinomias, hay magia y metafísica y videncia y estertor. 

La poesía de Leopoldo Teuco Castilla parece (¿es?) inasible. Como la luz, ella se expande en cada uno de sus libros, los prolifera; pero también se escapa: está, la vemos, nos emociona, nos asombra aunque parezca imposible adueñarse totalmente de ella. Y qué suerte. Porque entonces sus versos tienen siempre algo más para mostrar o para cuestionarnos o, definitivamente, para negar. Como una alucinación su universo se despliega y, aún alucinados, es posible llegar a cierta anagnórisis: algo se revela, se oculta, late, desaparece, pero igualmente se impone. 

Su vida es un viaje permanente. En el fondo, todas las vidas lo son. La literatura oral y los mitos han desarrollado largamente esta idea, y llegar al Yo o a la Conciencia, o al puro utopos o eutopos implica atravesar aventuras azarosas, momentos contemplativos, luchas, perseverancia, tiempos de felicidad, aprendizajes. Sin embargo, no siempre es necesario “desplazarse” para hacer el itinerario que la vida nos presenta. Pero en él, además, los viajes han sido absolutamente reales, y muchísimos. Por eso viajes y libros se unen, se abroquelan, dan testimonio de su penetración en diferentes paisajes, culturas, religiones. Y, aunque cada ejemplar es diferente al resto, igualmente se hermanan. Racimo, o rizoma, o raíz. Canales que fluyen y se amalgaman en un tejido sólido, lúcido, resplandeciente. Que más tarde puede disolverse para volver a empezar. Por eso él es, simultáneamente, el viajero y el viaje y, como Ulises, va, incansable, en busca de su Ítaca.

Estamos ante una obra vastísima en la que aparecen, se resguardan y autoabastecen muchos temas: el ser humano, la naturaleza, el cosmos, la física cuántica hecha metáfora, el ámbito de lo sagrado y todo cuanto ello conlleva. Resulta imposible no leerlo abriendo capas y capas: emociones, sentimientos, sueños, avances y resistencias, revelaciones, retrocesos. La dinámica del universo puesta en imágenes, metáforas, comparaciones, preguntas retóricas, aliteraciones, oxímoron y, por encima de los tropos y/o recursos, un ritmo absolutamente personal. Podría hablarse hasta de un ritmo basado en los silencios o a partir de ellos. Silencios (o espacios, o desplazamientos) tan necesarios para, justamente, dejarnos anhelantes y reflexionando. Ni más ni menos que la enunciación del proceso vital, sus duelos y renacimientos. Tan amplio y vasto. Tan abarcativo en su expansión y asociaciones. 

Leopoldo Castilla nombra y avanza, y va llevando al lector por un cauce, siempre Bello (sí, con mayúsculas, a la manera de las Ideas de Platón), hasta que se manifiesta el deslumbramiento, un insight imparable e irreparable, porque nos modifica hondo y para siempre. Ya lo dije: la anagnórisis griega provista por un verso, o esa estrofa que nos deja en el aire, levitando. Porque además nos obliga a cuestionarnos, a morir para reverdecer.

Imposible, al menos para mí, encasillarlo en algún movimiento o corriente literaria. Teuco es Teuco y trasciende modas, estilos, movimientos y/o propuestas pasajeras. Alguna vez escuché a Ivonne Bordelois señalando que él genera escenarios fantásticos a partir de lo cotidiano. Y así es. Convive con la metafísica de la hormiga o con el devenir del tiempo como si ambas situaciones pudieran amalgamarse fácilmente. -Hace cantar a las cosas del planeta- dijo Rafael Felipe Oteriño en esa misma ocasión. -En él la roca piensa y siente.

En un excelente trabajo María Malusardi sintetiza: “Como un sereno que custodia el movimiento sutil de las
esporas, se hunde en la naturaleza de las cosas para remover e indagar el origen del
mundo en el lenguaje, el origen del mundo en el misterio de su realización y su
mística”. 

Y es la misma Malusardi quien narra un episodio ocurrido en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid. Teuco ya había publicado Versión de la materia (1981), Campo de prueba (1985) y Teorema natural (1991) y, cuando le preguntaron en qué teoría física se basaba para elaborar sus poemas, respondió que él ya había comenzado a pensar sobre esta física invisible pero que no conocía nada de teoría. “Y es verdad. Esto se remonta a un recuerdo de mi infancia: cuando venían las tormentas, la mujeres tapaban los espejos
y escondían las tijeras bajo las almohadas. Y entonces me di cuenta de que la acción de la realidad tenía otros motores invisibles que la realidad no registraba. De lo que sí
me ocupé es de no hacer una glosa de la ciencia, de no poner en verso las verdades de
la ciencia, puesto que eso no tiene sentido. Lo importante era que surgiera una
pequeña incisión en el conocimiento de la realidad y que abriera una pregunta”. 

Eso, una incisión. Siempre una fractura por la que se derraman sus palabras y su cosmología. Es decir, y volvemos a la querida Ivonne Bordelois: lo cotidiano se convierte en canal de inspiración, incitación y demanda; cruje y nos convoca para luego llevarnos hasta los confines del misterio a fin de penetrarlo, de fluir con y en él. Es entonces cuando comenzamos a sospechar que, tal vez, el niño (muy presente en sus versos) ha ido acunando sus vivencias (miedos, inquietudes, relatos, rituales, situaciones diversas siempre movilizantes) hasta llegar a la adultez para, entonces sí, poder expresarlas. Algo similar a lo que ocurre con Gabriel García Márquez en el inefable reportaje que le hace Plinio Apuleyo Mendoza al responder que muchas de las escenas en su obra obedecen a recuerdos de la infancia, cuando comenzó a sentir que podía ser perfectamente posible convivir con la muerte si una de sus tías le había dicho que iba a morirse no bien terminara de coser su mortaja, y así fue. O si su abuela, doña Tranquilina, le advertía, a los cinco años, que caminara con cuidado por el pasillo pues podía tropezarse con sus parientes, obviamente muertos también. 

Entonces yo también empiezo a creer. Les creo, con absoluta vehemencia, porque está en el ADN de ambos (espejos y tijeras, pasillos y mortajas). En esa manera de mirar el mundo y sus secuencias y, aún más, de contemplar y contemplarse, en el sentido religioso/metafísico/sagrado de la palabra. Él mismo lo afirmará en una tarde de sábado a pura confidencia: que él veía bajar a la muerte, todos los días, por la escalera de la azotea. -Esto es muy común en Salta- agrega. -Todo es posible. No, no es posible: SUCEDE.- Como sus “conversaciones” con Raúl Brie cuando Brie ya había muerto. -Nos pusimos de acuerdo en que el primero que se fuera iba a responderle al otro qué había del otro lado, cómo era. Con una vela y una botella de cognac-. El caso es que compró ambas cosas y prendió la vela y fue preguntando y, si la respuesta era afirmativa, la llama de la vela crecía. -Tengo una descripción de la muerte dedicada a él- comenta. -Es la pura naturaleza… el pájaro se vuelve planta, y así … tal vez uno ha sido reptil antes-. Hablamos entonces de la transmigración de las almas: -Si has sido tocada por esa energía, la reconocés- concluye. 

Como puede verse, los ojos del poeta se abisman y deslumbran y, por consiguiente, eso es lo que transmiten al lector quien, además, hará su propio viaje, creará o soñará su propia contemplación, tendrá su propia Ítaca (como propone el también genial Konstantino Kavafis). Cada uno se detendrá en donde crea que es necesario para que el trayecto florezca y fructifique. Y seremos polinizados por él. Con alivio o con terror, nunca con indiferencia. 

 “Hay en su garganta un incendio inextinguible” habilita Vicente
Huidobro. “El poeta tiende la mano para conducirnos más allá del último horizonte” apunta también. “Allí ha plantado el árbol de sus ojos” continúa el gran escritor chileno. “Y desde allí contempla el mundo, desde allí nos habla y nos descubre los secretos del mundo”

Como un prestidigitador, como un mago o un hierofante, Teuco no sólo penetra el misterio y lo celebra sino que, además, lo dirige. Él es el celebrante, el sacerdote que llevará a cabo el ritual. “Verso a verso”, diría Antonio Machado.
Será, pues, necesario hacer el viaje junto a él. Hay que prepararse, literalmente. 

 

De “Teorema natural”  (Madrid, 1991; Venezuela, 2008 y Argentina, 2013)

 

El agua
                                                                      A Salvador Garmendia

Hagamos de cuenta
que yo no sé que la lluvia
sólo ocurre en la palabra lluvia
que cae en sentido inverso al espacio
y es
porque deja de ser
como tu ojo deja de ser ojo
y es caballo
al mirar un caballo

no es natural
que llueva
es natural
                              que tiembles
                              que temas a la lluvia

que eres casi todo agua
construyes una casa
en nombre de la palabra hombre

agua creyente
te proteges del horror de caer

dices: lluvia
y eres agua
mirando agua.

 

Superficies

 

El pájaro intenta

alcanzar al pájaro

que vuela con su nombre

 

el mar 

a esa línea

donde pierde el conocimiento

 

ninguno retiene su superficie

 

¿De qué no estamos hechos?

 

La forma existe

hasta que halle la salida

 

los límites viajan

 

la Creación no ha comenzado todavía.

 

De “Línea de fuga” (Argentina, 2004)

 

XIII

 

¿Lleva cada pájaro

un segmento

o todo el dibujo de la bandada?

 

¿O no saben

y lo que vuela

es la línea que los atraviesa

y emigra

           emplumada

                      sin final?

 

Siempre se va en leyenda

una bandada

 

Nunca vuelve en sí

no tiene dónde

 

                          no es la misma línea

                                                   cuando canta.

 

De “El amanecido” (Argentina, 2005)

 

Loro
                                              a Edgardo Díez Gómez

 

Esa flor sacrílega, habla.
No imita, habla
y desea el vino, las mujeres y el pan de los hombres.
Ese es su secreto.

Avanza por el aro
                        y cierra el círculo.
Entonces chilla, igual que ellos
cuando eran pájaros
o canta, como las campanas,
con el pavor de tener dos almas.

Mientras ellos repiten lo que dice, ríe
y se pica el pecho
y se lo parte,
ríe a carcajadas
y se pica, a fondo, el corazón
                                      para que el secreto salga.

 

De Baltasar (Argentina, 2018) 

Retorno

Que salte yo

como un disparo de sol

del salar de tu futuro

y perfore

las narcóticas alas

con que ella se defiende,

los planos inversos

por donde vuela

                         se desdobla

                                      y mata.

Voy a amputarle el nervio,

ese vértigo inmóvil

que la yergue,

a esperanzarle

el único ojo con que mira

y no recuerda

y cuando empiece a sentir

que por fin es alguien

le diré: este es tu nombre.

                                       Para rematarla.

Entonces saldré a buscarte,

a desnumerarle arena por arena

                                      sus desiertos,

de ventisquero en ventisquero

hasta apagarle la nieve.

Y borrarle el único lugar que no tenía.

Iré a lo más profundo

donde te ha soterrado

y entraré en tus tinieblas

como una luciérnaga

                         para que me sigas

por aquí,

             por aquí, Baltasar,

             por este caminito se vuelve al mundo.

Leopoldo “Teuco” Castilla:

Nació el 27 de marzo de 1947 en Salta. Hijo de Manuel J. Castilla y María Catalina Raspa Quintana. Egresó del Colegio Nacional a los quince años para iniciar la carrera de Derecho, estudios que interrumpió para casarse con María Virginia Lozano Muñoz con quien tuvo cuatro hijos: María Soledad, María del Rocío, Facundo Manuel y Baltasar Ezequiel.

En 1968 publica, en edición de autor, El espejo de fuego.

Ya en 1965 había emprendido su primer viaje por América Latina hacia Bolivia y Perú. Trabajó en diferentes espacios y también en organismos estatales y en televisión. A partir de 1971 comienza a publicar prolíficamente, y comienza también a ser reconocido y premiado.

Continúa siempre viajando hasta que en 1976 es declarado cesante en su cargo en la UNSA por un decreto de las Fuerzas Armadas, acusado de actividades subversivas. Es así como permanece clandestino en Buenos Aires hasta que logra salir hacia España donde participará, como periodista y militante, en la lucha contra la dictadura y la restauración de la democracia. También retoma contacto con Raúl Brie, gran amigo de su padre.

Es su cercanía a Javier Villafañe lo que determina su oficio de titiritero con el que subsistirá hasta su regreso a Argentina, en 1997; y durante muchos años más, tanto en el país como en el exterior. También seguirá viajando a múltiples países en donde gestará la mayoría de sus libros.

Finalizada la dictadura, reside entre Salta y Buenos Aires.

Y así como es imposible catalogarlo en ningún movimiento, resulta también imposible enumerar cada viaje, publicación y/o premio. Más de cuarenta, entre libros personales y antologías propias. Y más de quince premios; entre ellos el Esteban Echeverría (2013), el Konex (2014), el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (2018) y el Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Salta por su obra poética y su lucha en defensa de la naturaleza.

Es fundador, junto a los poetas Aldo Parfeniuk y Pedro Solans, del Movimiento para la creación de los Bosques de la Poesía y Conasud (Convocatoria Nacional por una Ley que declare a la naturaleza sujeto de derechos). A partir de esta iniciativa se han fundado bosques y centros culturales al aire libre en Argentina, y en otros países latinoamericanos y España.

Ana Guillot:

 

Buenos Aires, Argentina Profesora en Letras, docente secundaria y universitaria. Coordina el taller literario Tangerina, y dicta seminarios de literatura, mitología y literatura oral en el país y en el exterior. Como docente ha publicado El taller de escritura en el ámbito escolar (1987) y ¿Querés que te cuente el cuento? (1989). Como poeta: Curva de mujer (1994), Abrir las puertas (para ir a jugar) (1997), Mientras duerme el inocente (1999), Los posibles espacios (2004), La orilla familiar/La riba familiar castellano-catalán 2008 y 2019, reeditado en 2011 sólo en castellano; en Italia, La riva familiare. Antologías personales: Liquid/ambar (2016), Polvo que late (2017), Urubamba (Perú, 2019) y La joya transparente (Perú, 2020). En 2021 y 2023, Taco de reina. Como narradora, la novela Chacana (Perú, 2012; premiada y publicada en Buenos Aires, 2023). En 2014, Buscando el final feliz (hacia una nueva lectura de los cuentos maravillosos), una lectura hermenéutica de dichos cuentos, libro también premiado. En 2025, el ensayo Leopoldo Teuco Castilla. Magia y Metafísica, Silencio y Deslumbramiento. Integra diversas antologías y colabora con publicaciones del país y del exterior. Ha recibido premios y menciones especiales. Invitada a participar de numerosos encuentros de poesía, foros de reflexión y universidades en su país y en el exterior. Publicada en España, Venezuela, Chile, Uruguay, Méjico, Austria, Estados Unidos, Italia, Nicaragua, Perú, Brasil, Holanda, Polonia, Puerto Rico y Francia; y traducida al inglés, catalán, árabe, alemán, italiano, polaco, portugués y francés. 

Solo por hoy

Solo por hoy

Martín Glozman nos adelanta cinco poemas de su nuevo proyecto

Solo por hoy

 

1

Soy una persona sola, con miedo
y abierta a los otros, que
dialoga con la sombra,
que quiere más,
que no logra realizarse.

Estoy aprendiendo a negociar
el precio justo.

Oscuro, el témpano de hielo
es mi sombra que emerge
donde me intento encontrar,
abierto el tiempo a los fantasmas
del vacío
que buscan la acción.

Sistema de sistemas:
ser humano,
no patriarca,
esa es la cuestión.

Encender la llama
de vida
para sobrevivir.
Ser padre de sí,
de los miedos inherentes:
la anidación en el vacío
de una construcción
de compadres,
en el vientre de una rosa
que nace sin violencia,
delicada,
en el río que corre
y que amanece.

Después de jugar a la guerra,
aprendí a ceder.
Hoy que se juega
a quién abusa a quién,
hoy que se enredan
lo espiritual
y lo material
en el negocio del dinero,
todavía se puede
entrar de forma
honrada.

Esta vez estoy dispuesto a perder
lo que necesito
hasta que el precio sea justo,
valiéndome
por lo que soy.


2

Vacío
es el terrón de azúcar
que se moja en el café.

El desierto
que al andar
muestra el camino
en la niebla espesa
de las reflexiones
de múltiples credos.

Solo en el oasis,
con la imagen de que
no se puede andar,
de que no hay camino,
solo la ilusión óptica,
de los otros por las redes:
creen que te va bien,
te lo dicen por Whatsapp,
pero no preguntan cómo estás.

Pasó el tiempo,
me quedé solo,
acompañado.
En el medio,
el vacío en el pecho
y el dolor en la espalda.
El vacío que no tapo,
abierto al mar abierto,
silencio en el corazón.

La intermitencia
entre la soledad que templa
a la persona como el acero
de la espada
y la comunidad
de hermanos
en red,
para que cada uno
tenga su fondo
y no sigamos al otro.

Hermanos,
sin nada a cambio,
alternando
con la forma del
negocio infernal.
He caminado
y he decidido:
puedo estar solo,
me jugué
y ahora puedo
fracasar.

 

3

Cae la tarde
en el monasterio.

En el invierno
callan las voces,
el mundo de afuera.

Nada pasa,
me calmo.

El campo entra en mí,
duele el cuerpo,
desde el omóplato
hasta la mano
y el pie,
duele
el corazón.

Peligro,
el abismo.

Regresé
como una criatura.

En mi pecho,
pasa
el tiempo.

La vida acontece,
hay un camino de diálogo,
nada que no sea mío.
Posibilidades que no son.

5

Me separé,
hice propuestas
y me rechazaron,
también rechacé.
Me siento más vivo que antes,
abierto,
feliz,
disponible.

Fue difícil salir de la violencia
que circuló en la pareja.
Como fantasmas,
en los nuevos encuentros
se repetía el karma,
un mecanismo.

La falta,
el vacío,
acá, ahora.
Es el poder del más fuerte
y débil a la vez.

No tengo apuro,
espero a que se dé bien.
Es como si tuviera dos destinos
que van hacia dos extremos opuestos.

Quizás, entre la vida formal
de las ciudades,
sus productos
de comunicación,
y el campo,
los pueblos,
las afueras.

7

La infancia,
el castillo de arena,
la playa
que daba al mar
arremolinado
más allá.

En tu cuerpo,
el sonido de tu voz
en tu juego.

Martín Iván Glozman es escritor de ensayo y novela. Publicó los libros Salir del
Ghetto (2011), Help a mí (2012), No hay cien años (2015), Documento de María
(2017) y Un libro sobre el diálogo (2021), que ha sido traducido al inglés (2023).
Actualmente trabaja sobre Solo por hoy con Guillermo Saavedra. Dirigió las
colecciones Naufragios y Diálogos en las editoriales Milena Caserola y Caterva.
Corealizó el largometraje documental Salomón (2019), el cortometraje Historia
de Harry (1999). Dirige la plataforma www.lacopadelarbol.com

Off!

Off!

Marina Arias nos acerca un fragmento de su última novela Off!

Tres

La travesía de Mariana y Christian continúa con una hora de auto por una ruta llena de semáforos. Después, la espera en otra terminal fluvial y un viaje en lancha hasta desembocar en el mar y atracar en un muelle. Caminar seis cuadras empinadas hasta la esquina desde donde salen los tractores que cruzan el médano hacia el pueblo de Pachorra. Todo con más de cuarenta grados de térmica y una humedad cercana al cien por cien.

El pueblo resulta un sueño: una bahía de agua cristalina en la que a pocos metros de la orilla hay nenes jugando entre botes mecidos por la marea. Un martín pescador azul se lanza en picada y después se instala a disfrutar de su presa en la punta de un muelle derruido frente al manglar. Mariana se levanta las botamangas y mete los pies en el agua, como hizo hace casi treinta años en Puerto Pirámide cuando llegaron al mar. Y grita, pero no de alegría como entonces, sino para que Christian escuche:

—¡Las rueditas en el orto nos metemos, bolú, teníamos que venir con mochilas! 

¿Vos te olvidaste lo que te dijo la osteópata? 

Además de cambios de humor aún más intensos que los de toda la vida, con la menopausia Mariana empezó a tener algunos achaques que la llevaron, por ejemplo, a reemplazar el kick boxing por clases de Pilates. Aunque no admite que es por eso: dice que se emboló del entrenamiento y que en unos meses va a empezar a practicar fútbol femenino. Eso lo sostiene cada vez que mira algún partido con Nahuel. A Christian nunca le interesó el fútbol. No se da cuenta lo grosero que es que ella diga “LTA” cuando comprueba que tiene razón en algo, ni que la idea de mostrarles tres dedos a los brasileros para humillarlos por el mundial ganado es completamente absurda.

—Boe… voy a ver cuánto nos cobran esos pibes de las carretillas para llevarnos el equipaje —dice ella ahora.

Se enfrasca en una comunicación en media lengua con uno de gorrita que por suerte conoce a Pachorra y le dice que están a menos de cinco minutos de su rancho. El pibe carga las dos valijas en una carretilla y arranca por la costa sin darse vuelta para confirmar que lo están siguiendo. 

La arena es blanca y sus pasos van dejando huellas perfectas. En un barcito con hamacas y sombrillas rústicas hay tres gringos bastante mayores tomando tragos largos. Christian se pregunta si estarán arrancando temprano o todavía no se habrán ido a acostar. Los ojos enrojecidos lo hacen sospechar lo segundo.

A los doscientos metros el pibe de la carretilla dobla en un sendero escarpado que se interna en la selva. Mariana y Christian apuran el paso para alcanzarlo. Se escuchan chicharras, gritos de pájaros y todo tipo de sonidos extraños. Christian avanza espantando unas mosquitas con la mano. Mariana trata de sacarle conversación al pibe que, aunque le entiende, se limita a contestar con monosílabos. El sendero se convierte en una picada entre yuyales. Entonces el pibe detiene la marcha, se saca la gorra para secarse la frente y señala un portón verde despintado. 

—¿Es acá? —pregunta Christian como si existiera otra posibilidad.

Mariana aplaude las manos y nombra a Pachorra varias veces hasta que se escucha el ruido de un pasador y por el portón se asoma una cabeza llena de rastas canosas. 

—¡Pacho! —grita Mariana y se tira en sus brazos.

Con una sonrisa dibujada, Christian espera que Mariana los presente. Pachorra pregunta cómo estuvo el viaje y cuánto tuvieron que esperar para pegar ferry. El pibe de la carretilla carraspea. Christian le paga y el pibe desaparece. Ahora Mariana y Pachorra hablan de fechas, lugares, y apodos que a Christian le resultan desconocidos, todo regado con risas cómplices y varias tocaditas de brazo. Recién a los diez minutos, Mariana se seca una lágrima de risa y dice:

—Ay, qué bestia. Él es Christian —Christian siente un nudo en el estómago: le molesta ser el presentado como si el otro fuera más importante.

Pachorra le tiende una mano y con la otra lo envuelve en un abrazo cariñoso y langa a la vez. Tiene la piel curtida por el sol, pero las manos son lozanas para los casi sesenta que Christian le calcula. 

—Hola… —dice una mujer bastante más joven apareciendo desde el sendero 

—¿Juanjo? —mira a Pachorra esperando una explicación.

—Son mis amigos de Buenos Aires… —dice Pachorra un poco nervioso—. ¿Te acuerdas que llegaban hoy, schatzi?

—Ah, verdad —contesta ella tratando de disimular que la situación no le gusta.

—Encantada, Schatzi, yo soy Mariana y él es Christian —dice Mariana con una sonrisa amistosa.

La mujer frunce la boca.

—“Schatzi” en alemán significa tesorito —se apura a explicar Pachorra y Mariana le revolea los ojos a Christian con hastío y complicidad—. Herta es de Stuttgart, ¿te acordás que te conté, Marian?

—“Schatzi” sólo es como dice Juanjo… Mi nombre es Herta pero pueden decirme Nina, que es como me llaman amigos —dice sin demasiadas ganas.

Dentro de un rato cuando estén instalados en la cabaña y a solas, Mariana va a imitar a Nina hasta el cansancio. Y la va a rebautizar “la tereso” para el resto del viaje.

 

Marina Arias (Buenos Aires, 1973). Creció en Haedo. Publicó las novelas Fioruchi, Bondi, Neoprene y Mochila que forman la saga sobre Mariana y Christian, los libros de relatos Cuentos blancos y Hacia el mar y el de poesía La felicidad ajena.

Es doctora en Comunicación por la UNLP.

@marinariasok

 

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