Mercedes Roffé en la mirada de Nancy Montemurro

Mercedes Roffé en la mirada de Nancy Montemurro

Una reseña del último libro de Mercedes Roffé, junto a una muestra de su poesía.

 

Composición: cristales de Mercedes Roffé. Un silencio que canta

Por Nancy Montemurro
Composición: cristales es una lírica del movimiento. Desde sus primeros versos (“se trata de sortear/ la tentación de anclarse”), todo el libro nos invita a seguir un camino junto a la voz poética que nos guía. Es un desplazamiento de los sentidos explorando la dinámica de una composición. “Todo sucede en el espacio/ entre dos universos”, nos dice Roffé. Efectivamente, podemos pensar en un universo de encanto y otro de desencanto. En ese suceder, en ese espacio entre uno y otro, se filtran los opuestos. La búsqueda de la armonía y la verdad se topa con el borde donde todo está “a punto de caer”.

La voz poética se metamorfosea en su recorrido. De pronto es neutra: “Se dice que asoma/que resuena”; es un yo hablándole al tú: “Sabes que dependes del cielo”; es un nosotros: “Pentagramémonos /es la única manera”. Al atravesar todo el libro, sentimos que fuimos guiados para poner atención donde la mirada de la poeta se ha detenido. Es notorio, que la palabra “cristales” no esté incluida en ningún poema. ¿Qué son los cristales? ¿dónde están? Podríamos suponer que cada poema es un cristal de esta composición. Un cristal como espejo donde vernos reflejados, como joya, como piedra energética y sanadora. O tal vez, cada lector es un cristal donde el poema ve de sí mismo, su reflejo.

Interesante estrategia despliega Roffé, porque entrando al texto, ya somos parte de él. Así, el lector va encontrando al mismo tiempo, los principios constructivos: “el rojo va camino al azul”, junto a aquellos, que inestables, dejan huella de lo fugaz: “El círculo no existe: sólo las artes de su destrucción”.

El libro, concebido en dos partes, pareciera insistir en este enfrentamiento en espejo, como declarando una necesidad de simetría que no se logra, porque no hay equilibrio: “tu ideal de justicia lleva en la mano derecha un rojo ramo de flores, y en la izquierda, un garrote bañado en sangre y bilis”. Sólo nos queda la posibilidad de recorrer el espacio de la palabra que se despliega como un mapa de enunciación hasta llegar al alfabeto del cuerpo. Lo sutil y lo corpóreo se unen explorando la materia. Volutas de viento se van metiendo entre los versos y allí tanto tiene lugar “un pétalo que cae […] una corchea” como “falsas olas colmadas de monedas”. Se hace presente la dualidad del mundo y entonces surge la pregunta por nuestro ser en ese mundo. Esa es la exploración que nos propone Roffé: Aquí estamos, esto somos.

Estamos en un sitio donde “siempre acechan temores” porque “los ídolos se desmoronan” y los periódicos, los ángeles y hasta la ciencia mienten. Un mundo real, matemático, de tasas de interés, índices, tablas de valores y algoritmos que anuncian la hecatombe. Sin embargo “el ojo sigue”, el mensaje sigue “como una flecha al alma”. Entonces, “la cuestión será no detenerse. Seguir el ritmo de las devaluaciones”. Buscar el arte en sus diversas formas: el color, la música, el juego de la hoja que cae en el silencio. Separar la paja del trigo para poder distinguir lo auténtico de lo falso. “Lo importante es que sigan”, nos dice esa voz y nos alienta: “Cuando un barco no sabe de dónde/ van a soplar los vientos/ multiplica/ el color de sus velas”. Multiplicar el color, volver a la canción del sueño que nos conserva vivos, llegar hasta “un torrente de altas mareas” para sumergirnos, buscarnos, encontrarnos. Insistir en ello.

“Todo indica que sigas”, y sin embargo, Roffé se atreve a preguntarse por el posible retorno: “Como volver atrás. ¿Cómo volver atrás?”. Cualquier derrotero puede exigirnos, en un punto del camino, ir “en la dirección opuesta”. Esto es parte de la creación, de la búsqueda. Toda composición, como la vida misma, siempre vuelve una mirada al punto de partida.

La escritura es así. Sumergirse en la palabra explorando hacia adelante y hacia atrás hasta que no haya palabra. “Escribir es viajar a una insospechada dimensión del silencio. Como callar cantando”, nos dice la autora. Tan ambiguo y tan cierto: un silencio que canta, un canto del silencio. Ese es el viaje de la escritura. Ese es el mensaje, que viniendo de Mercedes Roffé, seguro llegará como una flecha al corazón. Porque “es cuestión de alegría. Siempre”.

 


Mercedes Roffé
composición: cristales
(Buenos Aires, Salta el Pez, 2023)

Parte I
*
Se trata de sortear
la tentación de anclarse
el rojo va camino del azul
los ídolos se desmoronan
la duda arrecia…
A veces
vale olvidar también.
Vencer o huir no es el dilema.

*
No sigas
No te entiendo
Este mundo me abruma
tu cuerpo, digo
tu cuerpo
—ese alfabeto

*
Todo lo recorrió
mares,
penínsulas,

bosques de alerces, de sándalo,
de arrayanes,
llanuras, valles, montes,
ríos,
continentes
y todo, siempre, todo
a punto
de caer

*
Dicen que el viejo Basho
recordando una tarde las grullas de Sotatsu
del regazo del mítico banano
se alzó
e increpó al viento: “Anch’io sono pittore.”

Parte II

*
Corre, corazón. El aire que abaniques no apagará las llamas del
bosque que se incendia dentro de ti.

*

Las tasas de interés parcial del 0% anticipan una capacidad de
recuperación que repuntará en los meses siguientes a cualquier
hecatombe, física o moral, económica o humana, regional,
planetaria o sideral. La cuestión será no detenerse. Seguir el
ritmo de las devaluaciones, los bonos, los mercados, la
prostitución, la trata, el tráfico de niñxs, de órganos, la droga, la
Iglesia, los clubs de pederastas, las bienales, los premios, las
ediciones piratas… Lo importante es que sigan. Ya les
avisaremos cuándo parar. Pero por ahora sigan. Sólo asegúrense
de dejar a sus mascotas en casa. Eso sí es importante. Y no
parar.

*

¡Ni lo sueñes! Tratar de confundirme con un mapa invertido o el
perfil de unas islas exiliadas del mar sólo demuestra que tu ideal
de justicia lleva en la mano derecha un rojo ramo de flores, y en
la izquierda, un garrote bañado en sangre y bilis.

 


Nancy Montemurro nació en la Provincia de Buenos Aires en 1961. Es poeta, docente especializada en literatura Infanto-Juvenil y traductora. Fue miembro fundador de la Cooperativa Editorial NUSUD, surgida a finales de los ´80 y con un gran aporte editorial para escritores nóveles en los años ´90. Forma parte de La Galería de Arte Contemporáneo Torres Barthe como redactora de la curaduría. Realiza crítica literaria. Publicó en poesía: A doncella (Nusud, 1988); Craquelage (Nusud, 1994); Arcanos Mayores (Edición artesanal, 1999 y Ediciones Del Citrino, 2011); Rumbos del viento (Ediciones del Dock, 2016); Jardines en el cielo (Ediciones del Dock, 2024). Ha sido traducida parcialmente al inglés y al ruso.

Del ruido del Agua

Del ruido del Agua

Selección de poemas del libro Aqua (2024), de Silvia Barei

Del ruido del Agua
Del ruido que hace una gotita cayendo de la canilla.
Allí el Agua tiene su amanecer y su sombra.
Del ruido de la cascadita donde juegan unos niños /cerca de mi casa/.
Allí el Agua es sinfonía de un mundo en teoría perfecto.
Del ruido cuando sopla el huracán.
Allí el Agua abre sus fauces en rugido de esperpento.
El ruido del Agua de lluvia sobre el tejado
es el llanto por algo lejano, una promesa o un milagro.
El ruido del Agua cuando sueño
es ocultarse en algún cuento, volverse fantasma o jardinero.
El ruido del Agua cuando riego
es la forma de un pez en un pañuelo.
El ruido del Agua en el vaso nocturno
soy yo misma vestida y desnuda
en una habitación con paredes de selva.
El ruido del Agua en el Mediterráneo en el Darién en Gaza en la quebrada de Humahuaca
en el hielo de la Antártida en las tierras de los wichi y los chané en las cenizas de
Australia
suena a metralla sabe a sal y a derrota y en la tarde última dibuja una lágrima.
El ruido del Agua no nombra los nombres de este tiempo.

Si escribo Agua
se moja
el papel
se mancha de tinta.
Nada tiene sentido
si caigo en el infierno
por un renglón avaro de luz
por el caos
por los dragones de las letras
por el vacío del nada decir
del nada sentir.
El ruido del Agua es el silencio de los nombres de este tiempo
arrinconada
atrapada en una red
en la piel lisa del cemento.
Pobrecita
la palabra Agua.

Canto
El tren pasa como un fuego
por el viejo país donde ya no vivo.
Camino a la nada
dibuja una línea incierta de polvo
martilla la oscuridad de norte a sur
cuelga de la noche
suspendido en un puente.
Huyen de él
los pueblos las laderas de los montes
el río que se ofrece en sacrificio.
Peregrinos se detienen a mirarlo.
Canta una mujer en un balcón en lo alto
/ese espacio entre ella y el mundo/
Se asoma al horizonte y quiebra el silencio

su perfil de sirena
su timbre de soprano.
Su voz es Agua que tiembla.
Los hombres se esconden.
Hay quien se asoma al río desde una baranda.
Solo los niños se ríen
como si acabara de nevar.
Alguien en este pueblo se despertará llorando.

El hombre que nada
Dijiste
Soy el nadador, Señor, sólo el hombre que nada.
Gracias doy a tus aguas porque en ellas
mis brazos todavía
hacen ruido de alas.*
Y te volaste
por las arrugas de tu cara
por la red de palabras que se deslizaban en un reloj de arena
se caían /te caías/ nos caíamos/sin remedio
y sin ruido.

Nadie
recuerda
el granito de sal
la última gota

el tiempo acabado
el correr de las cosas
hacia un país extraño
donde no hay mujeres

ni río
ni tristeza ni milagro.
Solo
una brazada
la flotación del miedo como marca.

Héctor Viel Temperley

W. H. Hudson/G.E.Hudson

Hay la orilla de un río que parece infinito
unos carros pasan golpeando el empedrado
lámparas de gas alumbran las calles
un griterío de vendedores y un joven que habla en inglés
arropado en un poncho argentino.
Campesinos, marineros rústicos bajan de un barco
y ese muchacho que deja una tierra púrpura
/para empezar a soñarla/
sube arrastrando una maleta con libros y
da por sentado que no habrá regreso
que se irá para siempre
sobre la espuma del mar.
Perdido en las calles húmedas de Londres
sabrá
-años después y ya hombre cano-
mientras mira dibujos de pájaros y caballos
mientras atisba el cielo en una tarde inesperada
entre los célebres jardines de Kensington
y sus fuentes de Agua urbana
sabrá
-que lo único que tenía-
/su novela de amor con la pampa

su lugar perfecto
su patria estremecida/
lo han abandonado.

Los caminos que conducen a la literatura
El sudor en el cuerpo
las mantas
las aspirinas
la mano de mi madre
las compresas
el líquido a sorbitos
y un sueño persistente:
un niño, una cajita de música
un río lejano y transparente
y un delfín en una burbuja salpicada de Agua
aislados en un mundo
pequeño que crece
cuando la fiebre me arrastra por el aire.
Si me entierran
/pienso/
que me lleve el delfín por el río ancho /aprisionada/ con el niño que me acuna en su
pecho.
Que me lleve hasta esa morada en algún mar en algún puerto.
Pero si no muero
/pienso/
quiero escribir sobre la cajita de música en movimiento/ las líneas de un pentagrama
/cuatro negras y ocho corcheas/ la sordera de Beethoven/ un tango en el bandoneón de
Mederos / una mujer llamada Berta recitando poesía/ alguien querido que está enfermo/ el
sonido de las vocales/ el compás la música el ritmo del silencio.
Y la sensación de irrealidad de un libro abierto.

 


Silvia Barei vive actualmente en Cerro Azul ( sierras de Córdoba). Es doctora en Letras y escritora. Se desempeña como profesora de posgrado en distintas universidades nacionales y participa activamente de la vida cultural de Córdoba. Ha publicado numerosos libros teóricos de su especialidad (Teoría literaria y Teorías de la cultura) y once libros de poemas entre los que se citan los cuatro últimos: Sangre acompasada, Carmen, Fauna y Aqua. Integra el grupo Palabras de poeta.

Desterrar el imaginario

Desterrar el imaginario

Poemas del libro inédito El mundo tiembla en mis manos, de Cecilia Carballo

 

Desterrar el imaginario
andar al estilo Run Like Hell
donde el infierno
es una revelación
no se aprende
bajo los capullos de los tilos
sí en las grutas perdidas en la playa
sé de esteros sutiles pero no hay sangre
un fósil es un refugio
las arañas peludas que atrapan
son la historia
sin limo
con la certeza de no hay tiempo
con la miasma pegoteada
en los dedos
lo maduro es todo lo que estalla.

————————————————–

El lobo
no puede huir
nos mira
se acerca separado por una pared de agua salada
Rom Freschi

 

Vino el mar
hacia nosotros
en un sueño

con olor a viento
sin olas
con piedras encalladas
y estepas amarillas
sobre su piel acuosa

nubes en fila
se posaban
bajo un azul inmenso

Vino él a buscarnos
como si
nos diera el silencio.
Su silueta se posa
en nuestras retinas
tiene esa magia
de hacernos volver
a los días en los que
su arena nos zarandeaba

no queremos huir
de ese momento

el agua salada
nos mantiene despiertos.

 

Prosas del fanzine El viento no vendrá a despeinarme, editado en junio de 2024 por Halley Ediciones

 

Las horas
La sociedad es un estruendo, la crueldad vestida de hereje deambula por los
techos, veredas, asfalto. No soy incólume a tanta eclosión. Cada palabra puede
ser una lanza que estalla en el vientre. Prefiero ser un bicho de la humedad, de
esos que se doblan con facilidad hacia adentro. Vivir entre papeles en un caos
sin brújula, ser agreste y encontrar el umbral en la hoja que cae sobre el pasto.
Estar en mi propia tierra, sin acatar órdenes de quienes embuten aguijones
para sentirse magnos en cualquier sitio.

Algo entre las manos
Caminás en una cornisa, pero firme. Algo vibra en el ambiente, rompe los
espejos y te ves de nuevo con los dedos hundidos en la tierra. Es un laberinto
de alta velocidad. Te das cuenta de que el hálito es tan breve. Estás diáfana y
sin ley. Intentás alejarte de esas vías, pero una fuerza centrífuga te atrapa. En
esos nubarrones seguís tu propio hilo y aparece el arte con su belleza. Tomás
en tus manos ese instante de chispa.

 


Cecilia Carballo nació un 25 de febrero en CABA, pero vivió su infancia entre Ituzaingó y Río Grande. Es profesora y Licenciada en Comunicación Social (UBA). En el 2012 obtuvo una mención en el Concurso Provincial de Poesía “Ginés García”. Publicó los libros “Hay tierra bajo mis pies”, “El vibrar del fuego” y “El único color que vemos”  “El viento no vendrá a despeinarme”. En 2021 participó  de la Campaña Nacional de lectura de México con su libro infantil inédito “Las casas de los vecinos y los imaginarios”. Actualmente da talleres para infancias y adolescencias en la Universidad Nacional de La Matanza.

Lo sagrado

Lo sagrado

Nos comparte sus poemas Alejandro Cesario

Desalojo

Orfandad de tierra colorada.

Se le vino el desahucio
y con el desahucio el morapio
y con el morapio,

cuaja hilachitas de ilusión.

Nana

         Todo lo que pidan en la oración con fe, lo alcanzarán.
         Evangelio de Mateo 21:22

Sentadita perpetuada
a su lado.

Mustia,
tartajea una nana.

Breza,
asequible al milagro.

Hospital

Una carantoña
dos carantoñas…

Ella
bufa, refunfuña,

y aún

el estriego milagroso
de mi mano con la suya.

Vidalita

Sedente
en la pringosa escalera.

Piltrafa
tañendo un cajoncito.

Velita de moco que cuelga.

Y a veces, sólo a veces,
le cae la dádiva del arrumaco.

Desarraigo

Estrías amputadas.
Tatuado de esperanza.

Mirada huérfana,
mueca cadavérica
enraizada en la tierra colorada.

Paleto en la gran urbe
anda el Misionero,

arrasado de changa en changa,
sudado en la pelambre
del yugo cicatero,

anudado en la orfandad
bajo el zumbido del machete.

Labrador

De regreso a la barraca

chupa las vainas
de algarrobo maduras

y escupe el resto fibroso.

Queda un amparo,

el asilo del abrazo.

Estación Los Polvorines

Bujeta y menestra.

Pie despojado
sobre la tesela.

Pibita
que fabla una tonadita

y además,

mendiga una mirada.

Tucumano

En campiña galesa,

sobado al sudor,

sumido al vesperal dominio,

manduca el chusco de la desdicha.

Y al encumbrar sus párpados,

plaña la lejanía.

Ñorquinco

Ignoto bracero.

Dehesa.

Lábaro.

Y pingajo bermejo.

Ahí debajo,

yace diáfana una luz.

Dibujo

Asperja sobre el lienzo.

Irriga de aljófar a la muerte.

Y la bruna
guedeja de yayita,

germina.

Titiritero

Con fulgor y con palabras,

una hilacha en lo real,

y otra

en la brizna magia.

Refugio

Después de lijar paredes

en tugurio del conurbano.

Sesgado sobre la piltra,

oteando la techumbre,

atiza el amparo

de su río Bermejo.

Confesión

Dijo el gurí, en Lozano.

-Inhumé,

a mi yayo y a mi tatita
en osarios comunales.

No teníamos una moneda
donde apoquinar la propia umbría-.

Rezo

Ora el Guaraní en el cementerio:

-Padrecito mío, hoy es domingo,

no hay que arrear,

haceme un lugar a tu lado-.

Canción

El hachón encendido.

La mantilla.

La enjuta zampoña

y un afable Huanyto

te sueñan.

En el barrio

La triste aojada en la epifanía

otea por la ventana.

Mira pasar.

Vive Acá o acullá.

No sabe quién es.

Formoseño

Suso al andamio.

Ovilla el algodonal.

Olisquea la mandioca frita.

Va y viene
por las teclas del acordeón

hasta hallar su voz,

de tierrita colorada.

Lo sagrado

Dejó lo importante

chamuscándose en la pira.

Huyó del rancho

con la estampa de su tatita.

Aún

Vive solo

y acomodó los patucos
esperando la epifanía.

 


Alejandro Cesario, 1967, nació en Buenos Aires. Dirige junto a Roberto Raschella y Daniel Riquelme Ediciones la yunta. Publicó: Esas miradas tristes – un viaje por la Patagonia, El humo de la chimenea, Fragor de borrascas, Ciervo negro, Estación de chapas, La última sombra, El bruto muro de la casa propia, y Tonada que no canta, ente otros.

Camino del agua

Camino del agua

Selección de poemas de César Bisso

Caballo de Vivoratá

Sol
en medio del pajonal
envuelto en bruma,
plantado como un álamo.

Solo
sin jinete en el lomo.
Ojos abiertos al horizonte,
centinela de su propia sombra.

Solo
entre fango y vizcacheras,
hunde sus patas en el bañado
a la espera de una lluvia lerda.

Solo
refugiado en la soledad
apaga el sol con un relincho

y hace desaparecer la tarde.

Talampaya

Camino detrás del silencio.
Los pasos son cortos, pesados.
En medio de una naturaleza extraña, inmóvil,
el sol cobija mi desamparo.
No intuyo el rumbo. Todo es turbio.
Levanto una piedra, se deshace en mis manos.
Sorbo un trago de agua, se vuelve sal en la boca.
Siento que la vida se extingue, que no hay futuro.
Recuerdo a mi madre, el vaticinio de aquella pitonisa.
El milagro está sujeto a los pies.
Ahora entiendo. Lo único que me salva es el camino.
Ir siempre por él, a contraviento de la desgracia.
Algún día llegaré a la ciudad que no existe.

Larrechea

¿Quién fue el primer hombre en medio de la inmensidad,
la mujer que purificó sus manos en el aire leve de la tarde?
Habrá que hurgar en la historia,
en la fatiga de los arados, el lento carro que aún repica,
la huella extraviada al borde de la frontera,
el alboroto de perdices y la majestad oculta del caballo.

¿Dónde ocurrió? ¿Sabrá el rosario que cuelga del oráculo,
la siembra en vigilia, el pan que alumbra la pobreza,
la comadreja escondida en el maizal,
la rama que persigue su propia sombra,
aquel hombre que quiso ser ofrenda de fe,
aquella mujer dispuesta a procrear en tierra virgen?

El pueblo comulga en la gran mesa.
Lejos de su origen, cada parroquiano espera
el instante supremo de atar del mismo carro
fuerza, voluntad, angustia y sueños.

La fuerza descansa en brazos de un tala.
La voluntad en el santuario del hornero.
La angustia en la lluvia rubia y el tabaco acre.
Los sueños en el presagio de los difuntos.

El verano corre bajo el sol,
va y viene del estanque a la sed,
cruza el patio de malvones
asciende por el cordel de ropa tendida
y escupe su fuego sobre el forraje.

Nadie oye la voz desvanecida del tiempo.
En el secreto de viejas tumbas arde.

Pescador de Carancho Triste

El pescador huele a silencio.
Al alba tiende las redes en el anchuroso cauce.
Mansamente rema hacia la otra orilla,
inclina el torso a un costado de la canoa
y recoge desde la hondura los frutos sagrados.
El filo del cuchillo apresura la muerte,
dedos carcomidos hurgan entre anzuelos.
Al mediodía, del aro de metal descuelga la carne
y una olla con grasa caliente la vuelve fritura.
La siesta traspasa la marisma, venera al sauce.
En el rancho el hombre friega la oscura corteza,
siembra escamas por encima de su compañera.
Fornica como si alzara con regocijo un dorado.
Después regresa al oficio de tallar en el agua.

El pescador nada pide y poco tiene.
En la pobreza reside su donación a la vida.
Atizado por el vino, alardea con el nombre del paraje:
aquí la gente come hasta las tripas de lo ganado.

El carancho vigila, tristísimo, sobre la rama.

Camino del agua

Escucha la canoa,
habla con voz del agua.

El decir de mi padre
resuena en dóciles remos.
Circulo humedales del monte,
allá lejos,
donde los arroyos desaguan
en la enjundia isleña
y los naranjeros
salen al encuentro del sol.

La voz del agua es la infancia.

Luz y sombra del primer deseo.
Ardoroso temblor de verano
en las espigas del viejo curupí.

Turbia nube se vuelve verde,
más verde todavía
al caer como una exhalación
en el incendio del universo.

Escucha la canoa.

Revela el milagro del regreso.
La tozudez de bogar y bogar.

Atravieso el camino del agua.
Percibo su voz. Diviso Coronda.
Recuerdo el adiós de mi padre.
Allá voy. Ávido de vida y muerte.

Arremete la infancia con su daga.
El melodioso acordeón de las olas
estremece la hojarasca.

En la orilla desgranada vibra el juncal.

 


César Bisso. Coronda, Santa Fe, 1952. Además de escribir poemas y ensayos, es sociólogo y periodista independiente. También fue profesor universitario durante casi 30 años. Ha publicado La agonía del silencio; El límite de los días; El otro río; A pesar de nosotros; Contramuros; Isla adentro; De lluvias y regresos; Las trazas del agua; Coronda; Permanencia; Cabeza de Medusa; Un niño en la orilla; La Jornada; De abajo mira el cielo; Haikus felinos; Andares.  Fue invitado en diferentes ediciones a ferias de libros, festivales de poesía y encuentros de escritores realizados en el país y en diversas ciudades de América Latina y Europa. Obtuvo diversas distinciones literarias, entre ellas el Primer premio de poesía José Pedroni, otorgado por la provincia de Santa Fe; el Segundo premio municipal de poesía, otorgado por la Ciudad de Buenos Aires; y la Faja de Honor de la Asociación Santafesina de Escritores.

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