Solo por hoy

Solo por hoy

Martín Glozman nos adelanta cinco poemas de su nuevo proyecto

Solo por hoy

 

1

Soy una persona sola, con miedo
y abierta a los otros, que
dialoga con la sombra,
que quiere más,
que no logra realizarse.

Estoy aprendiendo a negociar
el precio justo.

Oscuro, el témpano de hielo
es mi sombra que emerge
donde me intento encontrar,
abierto el tiempo a los fantasmas
del vacío
que buscan la acción.

Sistema de sistemas:
ser humano,
no patriarca,
esa es la cuestión.

Encender la llama
de vida
para sobrevivir.
Ser padre de sí,
de los miedos inherentes:
la anidación en el vacío
de una construcción
de compadres,
en el vientre de una rosa
que nace sin violencia,
delicada,
en el río que corre
y que amanece.

Después de jugar a la guerra,
aprendí a ceder.
Hoy que se juega
a quién abusa a quién,
hoy que se enredan
lo espiritual
y lo material
en el negocio del dinero,
todavía se puede
entrar de forma
honrada.

Esta vez estoy dispuesto a perder
lo que necesito
hasta que el precio sea justo,
valiéndome
por lo que soy.


2

Vacío
es el terrón de azúcar
que se moja en el café.

El desierto
que al andar
muestra el camino
en la niebla espesa
de las reflexiones
de múltiples credos.

Solo en el oasis,
con la imagen de que
no se puede andar,
de que no hay camino,
solo la ilusión óptica,
de los otros por las redes:
creen que te va bien,
te lo dicen por Whatsapp,
pero no preguntan cómo estás.

Pasó el tiempo,
me quedé solo,
acompañado.
En el medio,
el vacío en el pecho
y el dolor en la espalda.
El vacío que no tapo,
abierto al mar abierto,
silencio en el corazón.

La intermitencia
entre la soledad que templa
a la persona como el acero
de la espada
y la comunidad
de hermanos
en red,
para que cada uno
tenga su fondo
y no sigamos al otro.

Hermanos,
sin nada a cambio,
alternando
con la forma del
negocio infernal.
He caminado
y he decidido:
puedo estar solo,
me jugué
y ahora puedo
fracasar.

 

3

Cae la tarde
en el monasterio.

En el invierno
callan las voces,
el mundo de afuera.

Nada pasa,
me calmo.

El campo entra en mí,
duele el cuerpo,
desde el omóplato
hasta la mano
y el pie,
duele
el corazón.

Peligro,
el abismo.

Regresé
como una criatura.

En mi pecho,
pasa
el tiempo.

La vida acontece,
hay un camino de diálogo,
nada que no sea mío.
Posibilidades que no son.

5

Me separé,
hice propuestas
y me rechazaron,
también rechacé.
Me siento más vivo que antes,
abierto,
feliz,
disponible.

Fue difícil salir de la violencia
que circuló en la pareja.
Como fantasmas,
en los nuevos encuentros
se repetía el karma,
un mecanismo.

La falta,
el vacío,
acá, ahora.
Es el poder del más fuerte
y débil a la vez.

No tengo apuro,
espero a que se dé bien.
Es como si tuviera dos destinos
que van hacia dos extremos opuestos.

Quizás, entre la vida formal
de las ciudades,
sus productos
de comunicación,
y el campo,
los pueblos,
las afueras.

7

La infancia,
el castillo de arena,
la playa
que daba al mar
arremolinado
más allá.

En tu cuerpo,
el sonido de tu voz
en tu juego.

Martín Iván Glozman es escritor de ensayo y novela. Publicó los libros Salir del
Ghetto (2011), Help a mí (2012), No hay cien años (2015), Documento de María
(2017) y Un libro sobre el diálogo (2021), que ha sido traducido al inglés (2023).
Actualmente trabaja sobre Solo por hoy con Guillermo Saavedra. Dirigió las
colecciones Naufragios y Diálogos en las editoriales Milena Caserola y Caterva.
Corealizó el largometraje documental Salomón (2019), el cortometraje Historia
de Harry (1999). Dirige la plataforma www.lacopadelarbol.com

Off!

Off!

Marina Arias nos acerca un fragmento de su última novela Off!

Tres

La travesía de Mariana y Christian continúa con una hora de auto por una ruta llena de semáforos. Después, la espera en otra terminal fluvial y un viaje en lancha hasta desembocar en el mar y atracar en un muelle. Caminar seis cuadras empinadas hasta la esquina desde donde salen los tractores que cruzan el médano hacia el pueblo de Pachorra. Todo con más de cuarenta grados de térmica y una humedad cercana al cien por cien.

El pueblo resulta un sueño: una bahía de agua cristalina en la que a pocos metros de la orilla hay nenes jugando entre botes mecidos por la marea. Un martín pescador azul se lanza en picada y después se instala a disfrutar de su presa en la punta de un muelle derruido frente al manglar. Mariana se levanta las botamangas y mete los pies en el agua, como hizo hace casi treinta años en Puerto Pirámide cuando llegaron al mar. Y grita, pero no de alegría como entonces, sino para que Christian escuche:

—¡Las rueditas en el orto nos metemos, bolú, teníamos que venir con mochilas! 

¿Vos te olvidaste lo que te dijo la osteópata? 

Además de cambios de humor aún más intensos que los de toda la vida, con la menopausia Mariana empezó a tener algunos achaques que la llevaron, por ejemplo, a reemplazar el kick boxing por clases de Pilates. Aunque no admite que es por eso: dice que se emboló del entrenamiento y que en unos meses va a empezar a practicar fútbol femenino. Eso lo sostiene cada vez que mira algún partido con Nahuel. A Christian nunca le interesó el fútbol. No se da cuenta lo grosero que es que ella diga “LTA” cuando comprueba que tiene razón en algo, ni que la idea de mostrarles tres dedos a los brasileros para humillarlos por el mundial ganado es completamente absurda.

—Boe… voy a ver cuánto nos cobran esos pibes de las carretillas para llevarnos el equipaje —dice ella ahora.

Se enfrasca en una comunicación en media lengua con uno de gorrita que por suerte conoce a Pachorra y le dice que están a menos de cinco minutos de su rancho. El pibe carga las dos valijas en una carretilla y arranca por la costa sin darse vuelta para confirmar que lo están siguiendo. 

La arena es blanca y sus pasos van dejando huellas perfectas. En un barcito con hamacas y sombrillas rústicas hay tres gringos bastante mayores tomando tragos largos. Christian se pregunta si estarán arrancando temprano o todavía no se habrán ido a acostar. Los ojos enrojecidos lo hacen sospechar lo segundo.

A los doscientos metros el pibe de la carretilla dobla en un sendero escarpado que se interna en la selva. Mariana y Christian apuran el paso para alcanzarlo. Se escuchan chicharras, gritos de pájaros y todo tipo de sonidos extraños. Christian avanza espantando unas mosquitas con la mano. Mariana trata de sacarle conversación al pibe que, aunque le entiende, se limita a contestar con monosílabos. El sendero se convierte en una picada entre yuyales. Entonces el pibe detiene la marcha, se saca la gorra para secarse la frente y señala un portón verde despintado. 

—¿Es acá? —pregunta Christian como si existiera otra posibilidad.

Mariana aplaude las manos y nombra a Pachorra varias veces hasta que se escucha el ruido de un pasador y por el portón se asoma una cabeza llena de rastas canosas. 

—¡Pacho! —grita Mariana y se tira en sus brazos.

Con una sonrisa dibujada, Christian espera que Mariana los presente. Pachorra pregunta cómo estuvo el viaje y cuánto tuvieron que esperar para pegar ferry. El pibe de la carretilla carraspea. Christian le paga y el pibe desaparece. Ahora Mariana y Pachorra hablan de fechas, lugares, y apodos que a Christian le resultan desconocidos, todo regado con risas cómplices y varias tocaditas de brazo. Recién a los diez minutos, Mariana se seca una lágrima de risa y dice:

—Ay, qué bestia. Él es Christian —Christian siente un nudo en el estómago: le molesta ser el presentado como si el otro fuera más importante.

Pachorra le tiende una mano y con la otra lo envuelve en un abrazo cariñoso y langa a la vez. Tiene la piel curtida por el sol, pero las manos son lozanas para los casi sesenta que Christian le calcula. 

—Hola… —dice una mujer bastante más joven apareciendo desde el sendero 

—¿Juanjo? —mira a Pachorra esperando una explicación.

—Son mis amigos de Buenos Aires… —dice Pachorra un poco nervioso—. ¿Te acuerdas que llegaban hoy, schatzi?

—Ah, verdad —contesta ella tratando de disimular que la situación no le gusta.

—Encantada, Schatzi, yo soy Mariana y él es Christian —dice Mariana con una sonrisa amistosa.

La mujer frunce la boca.

—“Schatzi” en alemán significa tesorito —se apura a explicar Pachorra y Mariana le revolea los ojos a Christian con hastío y complicidad—. Herta es de Stuttgart, ¿te acordás que te conté, Marian?

—“Schatzi” sólo es como dice Juanjo… Mi nombre es Herta pero pueden decirme Nina, que es como me llaman amigos —dice sin demasiadas ganas.

Dentro de un rato cuando estén instalados en la cabaña y a solas, Mariana va a imitar a Nina hasta el cansancio. Y la va a rebautizar “la tereso” para el resto del viaje.

 

Marina Arias (Buenos Aires, 1973). Creció en Haedo. Publicó las novelas Fioruchi, Bondi, Neoprene y Mochila que forman la saga sobre Mariana y Christian, los libros de relatos Cuentos blancos y Hacia el mar y el de poesía La felicidad ajena.

Es doctora en Comunicación por la UNLP.

@marinariasok

 

Desde esta noche cambiará mi vida

Desde esta noche cambiará mi vida

Fragmento de la última novela de Paula Jiménez España, publicada por Madreselva

 

Mi primera osteópata, Juliana Lagos, me explicó que de los golpes queda en los huesos y en los órganos una vibración. Y yo hago comparaciones: esa secuela permanece por mucho menos tiempo que las ondas sonoras en el aire, pero más que la excitación o la alegría que despierta un contacto físico tierno o sensual. Si el efecto de un gesto placentero persiste, se lo idealiza con melancolía. Largamente, yo hice perdurar la memoria del primer beso que nos dimos con Sylvie, era un recuerdo que me ayudaba a contrarrestar un frío en el corazón que me acompañó después por años. No sé cuándo lo dejé ir. No sé, pero creo que de pronto se me hizo la luz: como un golpe, o una burla, ese beso era el anhelo de algo nunca ocurrido. Había besado el beso con más pasión que a Sylvie; en su embeleso, mi boca me había besado a mí. La enfermedad congela el recuerdo en el síntoma y la aloja en un resguardo que parece imperturbable, pero no lo es. En el estómago, me lastimó más de una vez un aleteo de mariposas embalsamadas.

(…)

Juliana Lagos solía masajearme lentamente a la altura de mis maxilares, intentando sacarle tensión a esa zona desde la cara externa y también desde el interior de mi boca. Se ponía guantes de látex, me pedía permiso y apoyaba el pulgar sobre un músculo que sostiene la mandíbula desde adentro, por detrás de las muelas del juicio, lo apretaba hasta que cedía el entumecimiento y la mordida retornaba a su lugar como por un pase mágico. Además, siempre lograba hacerme sonar el cuello y descargar la energía acumulada en cervicales y dorsales. Todas las veces encontraba mi pierna derecha acortada y a través de una serie de movimientos la ponía al nivel de la otra. Y todas las veces que ella hacía esto, yo pensaba en la poliomielitis que había atacado a mi pobre abuela Augusta a sus dos años, durante una epidemia, y dejó sus piernas asimétricas, el empeine izquierdo deforme, curvado hacia arriba, mientras la planta derecha se le fue haciendo más y más ancha, para soportar todo su peso. Se apoyaba sobre mí como sobre un bastón, que también usaba, para dar un paseo hasta la plaza, ir a cobrar la jubilación al Banco Italia de Santos Lugares, o moverse desde una punta a la otra de la casa. 

Era la época de los militares, cada tanto se escuchaban tiros en el aire, gente corriendo por la terraza durante las noches. Mamá decía que eran gatos. Tuve entonces los primeros insomnios, que solo se calmaban yendo a dormir a la habitación de mi abuela que daba a la calle. Distraída por los autos que pasaban, por los frenazos esporádicos del 289, me olvidaba del terror que me producían aquellas pisadas ágiles retumbando en la azotea. Mi abuela no hubiese podido escapar con sus pies rotos. La enfermedad no me tomó de sorpresa. Yo supe desde siempre lo que sufre un esqueleto que sufrió un daño, una estructura arrasada, como un árbol soplado por el viento, amenazado en su raíz.  

Sobre la autora

Paula Jiménez España nació en Buenos Aires en 1969. Es poeta y narradora. Publicó varios libros de poesía, entre ellos La mala vida, Espacios naturales, El cielo de Tushita, El latido que pulsa entre tus cosas y en México la antología El corazón de los otros. En 2005 obtuvo el Premio de poesía 3 de Febrero, en 2007 el 2do premio de Relato corto LGBT Hegoak, en 2008 el 1er Premio FNA, y en 2015 un reconocimiento del Premio Nacional. En prosa publicó el libro de cuentos pollera pantalón, y las novelas La doble y Desde esta noche cambiará mi vida. Integra antologías nacionales y extranjeras. Fue traducida al Inglés y al italiano.

Furtivas

Furtivas

Un fragmento de la última novela del chaqueño Francisco Tete Romero, con prólogo de Claudia Masin.

Furtivas, de Francisco Romero, es un libro vertiginoso, de esos que te toman de la mano con fiereza y no te sueltan. Una prosa que guarda en sí la misma velocidad, el mismo riesgo de lo que narra. 

Esta novela es un largo diálogo entre diferentes voces que se escriben entre sí, que se hablan, que de esa manera se acompañan y se calman mutuamente. Porque se han convertido en fieras para que las fieras más fieras no las devorasen. Y entonces hablar, escribir, escucharse, encontrarse en otros y con otros las devuelve a la condición humana, las vuelve personas capaces de recibir y dar abrigo en lugar de zarpazos. 

Las mujeres de esta historia son mujeres sobrevivientes del trueque humano en sus diversas y perversas maneras, mujeres que siguieron vivas porque se sostuvieron mutuamente en las ciénagas de la esclavitud y de la muerte: si se había mantenido con vida era porque había ido descubriendo una red invisible y sinuosa de gente dispuesta a ayudar -escribe Romero- una comunidad en la que cada vez que la halló se sintió menos sola, como parte de algo. 

Furtivas, rabiosas, haciendo que la justicia advenga allí donde el tajo de la crueldad derrama -y parece que derramará por siempre- una hemorragia interminable. Acá termina el espiral de violencia y miseria que nos dijeron desde el nacimiento que sería nuestra vida, dicen estas mujeres con sus actos. Y lo logran, no sin bajas, no sin pérdida, no sin espanto. Pero hacen lo que tienen que hacer para zafarse del destino que les fue impuesto.

En estos tiempos donde la crueldad es nuestro pan cotidiano, en los que vuelven a resonar, como vuelven a resonar en este libro, las pesadillas de los años de la dictadura, del tiempo de la guerra, del estallido de comienzos de siglo, escribir novelas como esta, leer novelas como esta -así de viscerales, así de crudas, así de vitales- nos recuerda que por más áspero que sea el latigazo sobre el lomo, por más firme que sea la atadura de la correa en el pescuezo, es posible liberarse. Más allá del desprecio con que somos nombrados, más allá de la oferta de ser carne viva para el disfrute de otros o carne muerta si no le servimos para nada al Amo, más allá del dolor y la miseria cotidiana, hay un horizonte. No podrán hacer que dejemos de ser personas, parece decirnos este libro. Hay un horizonte. Hacia allá vamos.

CLAUDIA MASIN

A continuación, el primer capítulo de la novela.

Capítulo uno 

  1. La Fabril. 

 

Esperábamos a que el viejo se durmiera para poder hablar o soñar despiertas cada una en su pocilga mental como decía la Pau. Porque mientras el viejo estaba despierto andábamos como a la defensiva, siempre en guardia, no fuera cosa que se le ocurriera que saliéramos a la noche con él, lo que ocurría una o dos veces por semana, según el clima decía el muy turro, el de afuera y si llovía mejor, o el de adentro, asegún cómo venía su ánimo. Si lo veíamos fumar esa era la señal. Íbamos a la Fabril, al club de trueque humano. Allí ustedes son diosas nos decía. 

Éramos sus musas, así nos llamaba el viejo a Pau y a mí, sus hijas del corazón solía decirnos cuando le daba por andar manso y nos pedía que le leyéramos las cartas que no estaban destinadas a él pero que el viejo se las había ingeniado para conseguirlas. Cartas de amor y desamor nos decía el muy guacho. Había sido amante de nuestra madre y cuando ella murió el único adulto que quiso ocuparse de nosotras fue el viejo. Yo tenía catorce y la Pau doce. En seis años nunca le fallamos, eso hay que reconocer nos decía cuando intentábamos decirle que no podíamos más, que no había más de dónde sacar lo que teníamos que sacar para salir con él de aventura nocturna como decía. De cacería salíamos y la carnada siempre fuimos la Pau y yo.

No podíamos hacer otra cosa porque el viejo y su mierda eran todo nuestro hogar y afuera siempre era peor. Afuera era el desierto y el viejo se creía el Mad Max del Chaco. Eso se lo debíamos, haber conocido esa peli, la tercera de Mad Max, más allá de la cúpula de trueno, la que cada vez que volvíamos a ver nos seguía haciendo llorar. No hay caso decía la Pau, somos boludas nomás porque al cuhete seguimos llorando como si fuéramos esa pendejada huérfana que de tanto buscar al mierda de su capitán lo terminan inventando a uno que ni ahí quería serlo. ¿En serio a vos te pasó lo mismo con esa peli?

Había que salir nomás y se salía Laura. Recuerdo ahora la primera noche, un viernes lluvioso, unas horas antes de que cumpliera los quince, el 29 de diciembre del 2001. Esa fue la primera vez que pisé las ruinas de la Fabril, por la avenida 9 de julio al dos mil ochocientos y pico. Había sido, nos dijo el viejo, la primera fábrica aceitera del Chaco y parecía una mini ciudad de hace cincuenta sesenta años, con calles y casonas para los jefes y casitas para los empleados, pero casitas lindas y galpones, todo eso, sí, pero todo semi destruido, como abandonado. Todo era un quilombo por esos días, todo había estallado por los aires y no había un mango en la calle, pero yo no sabía nada de que en ese lugar, en la Fabril digo, había empezado a funcionar un club de trueque humano que estaba abierto llueva o truene desde que se ocultaba el sol hasta que dejaba de ser noche. La Pau menos. Al viejo no sólo lo conocían, sino que parecía ser uno de los tipos que, si no manejaban esa mierda, al menos tenía su mando importante allí. Porque ni bien llegamos con una lloviznita que traía más calor que el que ya veníamos soportando, ni bien atravesamos el gran portón rojo desteñido de entrada luego de que el viejo dijera la contraseña Ábrete Sésamo y el negro grandote que hacía de patovica nos hiciera señas de que podíamos pasar, dos tipos de la edad del viejo se le acercaron, le dieron la mano y nos miraron con ojos bien babosos. El viejo atajó por ese momento esas miradas y les anunció que era mi cumpleaños. Entiendo le dijo el menos viejo de cara manchada, entendemos Pelusa le dijo el otro, porque Pelusa le decían los que mejor conocían al viejo. Y así esa primera noche fue la más inocente de nuestras visitas a la Fabril. Porque ni bien fue corriendo de boca en boca que ese día era mi cumpleaños un rejunte de tipas y tipos de la tribu más rara que por ese tiempo creía que podía existir salió para verme. 

Pero ese cuidado, ese mirarnos y no tocarnos duró solo esa noche, el de mi cumpleaños, el día en que me bautizaron para siempre Furtiva y ya nadie me volvió a llamar como me puso mi madre, solo a veces la Pau, que pasó a llamarse la Furtivita y siempre me dijo que eso es lo único que no me perdonaba ni me iba a perdonar nunca.

 

Claudia Masin. Es escritora y psicoanalista. Actualmente vive en Córdoba, Argentina. Coordina talleres de escritura. Su libro La vista ganó por unanimidad el Premio Casa de América de España en 2002. Su libro Abrigo tiene una mención del Fondo Nacional de las Artes en 2004. Su libro Lo intacto obtuvo un premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina. Textos suyos han sido traducidos al francés, inglés, sueco, portugués e italiano. Obras: Geología (Nusud, 2001) · La siesta (Múltiples editoriales, 2016) · La cura (Hilos, 2016) · Lo intacto (Múltiples editoriales, 2018) · La desobediencia. Poesía reunida (Múltiples editoriales, 2018) · Plantas No. 885 (Revista de la Universidad de México, 2022) · Mujer y escritura, 35 autoras argentinas de hoy (Fundación La Balandra, 2022).

Francisco Tete Romero es escritor y docente. Narrador y ensayista. Publicó las novelas Eclipse de mujer, La próxima lluvia, Oler la tempestad, Fantasma del Paraná y Furtivas; y los ensayos: Culturicidio. Historia de la Educación Argentina (1966-2004), Épica de lo Imposible, Culturicidio 2. Cultura, Educación y Poder en la Argentina 2004-2019 (2019, Chaco 8 tesis para otra historia, Napalpí). El crimen por la tierra. Genocidio y Terricidio; y Chaco Puede. La ficción de la Dictadura ataca otra vez. Este año saldrá su libro de Cuentos Impenetrables y Santo Oficio de la Palabra, entrevista a Mempo Giardinelli. Preparó dos antologías: Confines de la Patria. Narrativa del nordeste argentino –selección y estudio preliminar y Narrativa Argentino/Paraguaya de la Colección Chaco Americano.

La curva del tiempo

La curva del tiempo

Compartimos algunos poemas del último libro de Diana Bellessi, La curva del tiempo, publicado por el Fondo de Cultura Económica.

 

Una nube color naranja oscuro 

En un triángulo del monte

se alza el ciprés desnudo

y el sol detrás brillando 

en una nube color naranja oscuro 

 

Eso fue ayer, pero hoy 

el fogonazo es detrás de los

álamos y siempre el cambio 

de paisaje aquí en la isla 

 

Sobre la mesa una taza 

con la cebra en redondo dibujada 

Entonces me asaltan dulcemente 

aquellas grandes manadas de Tanzania 

en las mañanas de safari 

 

Todo viene en una taza 

con el café de la mañana 

sin moverme de la isla 

y la dulzura de los perros 

durmiendo sobre la cama 

 

Las últimas fotos

que ven mis ojos son de afuera 

pero también de adentro, 

del pasado o del sueño 

como este resplandor 

tras el ciprés desnudo 

brillando en una nube

color naranja oscuro 

del invierno 

 

Lucy

No estuve en Afar 

pero cuando vi tus huesitos, querida Lucy, 

en el museo de Addis Abeba

me hicieron reír y llorar

y te vi, caminando ágil por la foresta

bajo un cielo de diamantes!

Tan pequeña y tan hermosa

con tus veinte años y el bozo suave, 

dorado de tu cara, hermanita mía, 

hace tres millones de años 

cuando empezabas a sonreír y a cantar 

por todos nosotros que veníamos

atrás de vos, mi pequeña, 

tan remota como lo soy yo misma

frente a estos chicos de diecinueve

aquí en la isla cuando el medioevo

vuelve con sus pestes en masa

y yo te canto, mi Lucy in the sky

with diamonds! 

 

 

El dragón 

Los caracteres finísimos de un dragón 

tatuaron mi infancia, África primero y China

detrás me dijeron vení, pequeña a tu tierra 

hecha de letras donde bailan las glicinas 

en la cintura de la madre celestial… 

 

Y al final de mi vida les dije sí  

con un paso de danza que aún tiembla 

prendida a la voz de la contralto

o la sopranino que en la ópera 

tradicional rompieran mi corazón 

 

Agité los muñequitos de madera 

en el recuerdo de esa voz que venía

de otro mundo mientras mi hermano Tu

Fu me hablaba del suyo igual que el amigo 

Wan Wei y la sentida Li Ch’ing-Chao

 

cuando los siglos nos reúnen al fin, 

verdes países agrarios se dan la mano 

bajo esas voces en la memoria

de una niña remota que viene ahora 

a saldar las cuentas 

 

y canta con su voz en tres tonos  

por las colinas de Hangzhou 

y sus sembradíos de té donde una   

mujer nos lee las tazas y prepara 

delicadamente del más sutil al más  

 

intenso sabor, y ese perfume por Dios!  

Creí entenderlo todo a través

de su magia, como al bondadoso  

canoero que me mostró caracoles 

oscuros y camalotes igualitos 

 

a los del Paraná, podés creer!  

Torres de Shanghai junto al Hangpu

al anochecer, el río que deriva del azul 

Yangtsé y ni un mendigo hoy en las calles

de la que Marco Polo llamara Janbalic.  

 

Lo último que vi fue el rostro 

resplandeciente de Mao que parecía 

guiñarme un ojo en una feria de Hong Kong 

cuando atrás se oían los tambores

majestuosos de la ópera de Beijing… 

 

 

La curva del tiempo 

Donde había leones y leopardos, 

lagartijas violetas con su azul de fuego

pájaros extraños con más azul

regado en la pradera y tropillas

de cebras, ninguna igual, todas

diferentes con su mapa sobre la piel, 

impalas solitarios y gacelas de tres

colores, la de Thompson clavándose

en mi corazón, elefantes de bello porte 

amorosos e inteligentes cuidando

a sus crías pequeñas con colmillos

gigantes y jirafas entrevistas en mi sueño

desde la infancia, mansas y esquivas

al mismo tiempo, avestruces corriendo

con sus alas desplegadas y los hipopótamos, 

gordas sirenas de las charcas bajo el sol 

africano vengo yo a enamorarme

de estos burros de Etiopía que se niegan

al verso y me dicen no, mientras muestran

sus caderitas cubiertas por el polvo

en tiempo de sequía donde brilla el sol

en sus piruetas bajo las nubes de tierra

seca y los negros bebiendo cerveza

a un costado de la carretera, cerveza

tibia y sabrosa en las latas de conserva 

y no hay Tarzán bajando las laderas

del Congo, no hay ni un rubio que llame

mi atención, sino estos niños 

con vestidos de colores, tan hermosos

que se vuelven enigmáticos corriendo tras de mí 

en los mercados como corren por delante

estos burritos de carga liberados del mal, 

del peso, de Dios en las iglesias ortodoxas 

cristianas y hacen piruetas, vueltas de carnero 

en el oro en polvo del polvo africano

para decirme que la arcadia del delta

está más cerca con sus perros sueltos al viento, 

a la libertad del río sin camionetas cuatro

por cuatro llenas de idiotas como yo viendo

la fauna salvaje de África, persiguiendo

a una leona, que persigue a una gacela

que persigue al viento mientras los

campesinos de Etiopía ríen por las piruetas 

de estos burritos que me llevo a América 

porque todos vinimos de África lejana,

nuestra tierra natal… ¿Te acordás de ese león 

soñado en los setenta sobre el río San Antonio, 

el que te dio miedo y te escondiste en un sendero

de la sirga dejando que atacara a una viejita

con su pañuelo blanco? Venía del futuro 

ondeando su melena al viento antes de llegar 

a la curva del arroyo, la curva del tiempo…   

 

 

Diana Bellessi nació en Zavalla, Santa Fe, 1946. Ha publicado: Destino y propagaciones (1972); Crucero ecuatorial (1980); Tributo del mudo (1982); Danzante de doble máscara (1985); Eroica (1988); Buena travesía, buena ventura pequeña Uli (1991); El Jardín (1992); Crucero Ecuatorial / Tributo del Mudo (1994); Sur (1998); Gemelas del sueño (con U.K. Le Guin, 1998); Mate cocido (2002); La Edad Dorada (2003); La rebelión del Instante (2005); Variaciones de la luz (2006); Tener lo que se tiene – Poesía reunida (2009); Variaciones de la luz (2011); La pequeña voz del mundo (2011); Zavalla, con z (2011); Pasos de baile (2014) y Fuerte como la muerte es el amor (2018). En 1993 le fue otorgada la beca Guggenheim en poesía; en 1996 la beca trayectoria en las artes de la Fundación Antorchas; en 2004 el diploma al mérito del premio Konex; en 2007 el premio trayectoria en poesía del Fondo Nacional de las Artes; en 2010 Premio Fundación El Libro –Mejor Libro Año 2009-Feria del Libro de Buenos Aires; en 2010 el XXXII Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Melilla”, España;  en 2011 le fue otorgado el Premio Nacional de Poesía; y en 2024 el premio Konex de Platino.  

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