Stefano Branca

Stefano Branca

El poeta de nos comparte una selección de poemas.

La foca de encaje

 

el mar me lamió los tobillos

como una vaca tierna de espuma

me dijo: vení,

traje un caracol con tu nombre

 

yo fui,

desnudo de médula,

con las costillas abiertas

y los dientes llenos de higos

 

me metí por su lengua

hecha de médanos,

y al fondo

crecía un bosque submarino

 

una estrella de mar

se subió a mi pecho

y empezó a rezar en voz muy baja

 

yo lloré

porque entendí

todo lo que no sé decir en tierra

 

más allá,

una foca vestida de encaje

me ofrecía una semilla

—“si la tragás,

verás con los dedos”—

 

yo la tragué

y de mis uñas

brotaron tentáculos

con olor a menta salvaje

 

el mar me besó

como besan las hienas dulces

y después me echó

con un zarpazo de alga

 

me dormí

sobre la piel de un pez muerto

que murmuraba en un idioma vegetal

y exhalaba perfume de iglesia rota

 

cuando desperté,

tenía un alga en el ombligo

y un pezón nuevo en la espalda

 

nadie me creyó

 

pero el mar

a veces me guiña

cuando paso cerca.

 

Ampollas

 

El sol me lamía la cara,

un animal dorado pegado a mi piel;

sus dientes abrían ampollas,

pequeñas lunas de carne,

globos temblorosos donde mi infancia

hervía en silencio.

 

En el velero, el agua era todo:

una planicie azul sin orillas,

un altar de vidrio donde el día

enterraba sus agujas.

Viajábamos allí,

mi familia y yo,

agazapados bajo sábanas saladas,

una guarida de toallas y sombras.

 

Aquel astro rabioso

perseguía mis mejillas,

quería marcarme,

dejar su firma quemada,

un sello feroz que aún despierta

cuando el verano vuelve

para arrancarme la piel.

 

Lucero de leche

 

En Colonia mordí un durazno:

se abrió como un corazón encendido,

y mi diente de leche cayó en su altar.

 

La boca era un cántaro rojo,

lleno de frutas extranjeras;

reía con la encía ardida,

como si el sol me consagrara.

 

El durazno sangraba conmigo,

sus fibras eran velos nupciales,

sus jugos, un río de vírgenes.

 

El fruto respiraba,

en su centro los ángeles bebían

mi saliva, su néctar, mi herida.

 

Solo entonces la noche cayó,

y el diente flotó en la corriente;

un lucero de leche

que al amanecer floreció en la orilla

como un lirio nocturno,

todavía húmedo de mi sangre.

 

El muelle

 

El río abrió la boca.

Una tabla cedió

y caí en su garganta de hierro.

 

Entonces saltaste.

Tu cuerpo rajó el aire,

y la corriente, desconcertada,

se apartó un instante.

 

Te vi bajo el agua:

no madre,

sino un fulgor vegetal,

un animal de fuego entre los peces.

 

Tus manos me arrancaron del fondo

como quien arranca un fruto

que aún respira en la rama.

 

Regresamos.

El mundo aullaba de pájaros mojados,

el muelle cerraba sus dientes.

 

En tu pecho

mi cuerpo ardía todavía,

una brasa rescatada del agua.

 

Stefano Branca (La Tablada, 2002) es estudiante de Bibliotecología en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dictó talleres de literatura queer latinoamericana y de poesía argentina. Integra grupos de investigación sobre editoriales independientes. En 2025 publicó Este lugar era un cuerpo, participó del III Festival Americano de Poesía en Hurlingham y fue residente del FIPR 33.

 

Obrera, la poesía reunida de Paula Jiménez España

Obrera, la poesía reunida de Paula Jiménez España

Sonia Scarabelli nos comparte unas palabras sobre la presentación del libro.

“Esta verdad tan grande” 

Palabras para la presentación de Obrera, de Paula Jiménez España

Sonia Scarabelli

En su prólogo para este libro precioso que hoy estamos celebrando, Obrera, que reúne la poesía de Paula Jiménez España, Claudia Masín escribió que “cada uno de [los libros de Paula] además de hermoso, es más y más sabio”. Y sentí de inmediato que eso era cierto y que esa palabra, sabiduría, era algo que daba perfecto en el blanco de lo que querría compartirles hoy sobre la poesía de Paula. Pero debería empezar antes por otro lado, debería empezar por contar, hasta donde me sea posible, el efecto —algo del orden de un temblor que es sorpresa y regocijo— que tiene en mí leer sus poemas desde hace muchos años, desde que llegó a mis manos con sus tapas rojas La casa en la avenida, y después La mala vida y después Espacios naturales, por ejemplo, y más cerca El cielo de Tushita o El latido que pulsa entre tus cosas

Y entonces la palabra que viene es esta: emoción. Esa emoción tiene, por así decir, muchas capas. Porque así es también la poesía de Paula, me parece a mí, hecha de capas finísimas, depositadas con delicadeza, en las que el sentido se va plegando a una cadencia única, cada palabra como traída de alguna parte justo a su lugar, justo a su tiempo. Sin ningún empeño en ser retenida, sino como llegando con la precisión más encantadora, como si ese equilibrio cadencioso fuera en sí mismo una forma de justicia. Una justicia que se le hace al poema, y a través de él, al gran misterio de la vida, que tanto está sujeta a las formas del mundo y su caducidad como es “madeja eterna” donde estaremos “Por fin yo en vos / y vos en mí, sin diferencias, como el oro /del tiempo diluido”, según escribe en “Mas polvo enamorado”. Esa justicia la podría nombrar también como justeza, belleza del límite que ofrece, como en el primer poema de Ser feliz en Baltimore, ese soñado ojo de buey “para mirar / pequeñamente /el inmenso caudal de agua revuelta”. Ese gran caudal, ese océano, esa agua lustral y sobrecogedora es una sustancia persistente en los libros de Paula, antes que una imagen, un movimiento donde el caos de lo vivo, y más, de lo existente, es siempre contraparte de un orden provisorio y amoroso que le exige al ser humano un compromiso íntimo y, por eso mismo, político. 

Y ahí encuentro otra capa de lo que tanto me emociona en estos poemas. El modo en que la voz, yendo atenta al ritmo viviente, con sus sobresaltos y sus momentos de seda, se entrega a un acento pulido y noble, ganado con la humildad serena del trabajo. Ese que esta obrera ha dejado inscripto a lo largo de los años, en versos casi tangueros por momentos y en otros de un esplendor oracular o visionario, como los de La suerte. Y también en aquellos que nombran, con una extraña dulzura comprensiva y no por eso menos herida, la belleza de todo lo que existe, donde basculan, impredecibles y constantes, lo ligero y lo atroz, que se reparten el viaje de una vida. 

De ese viaje, que es también el nuestro, habla, creo yo, cada uno de los libros que componen esta poesía reunida de Paula Jiménez España, en la que se enlazan lo luminoso y lo subterráneo, los amores con su felicidad o su tristeza, la pesadilla o el sueño, la muerte con su horror o su consuelo y lo que siempre pulsa por sostenerse o rehacerse, como si se tensaran al modo de esa flecha del poema “Mudanza”, que apunta “al corazón de la pena/ y como una epifanía, a la par da en el blanco/ del milagro, el chispazo / exultante”. Las diversas formas de pérdida entonces que, igualmente, atraviesan esta poesía no se vacían en pura carencia, sino que más bien ciernen lo tenido, no como posesión, sino como una manera —a veces trabajosa, a veces redentora— de destino. Y de ese modo, cada poema termina siendo la clave de algo atesorado, y en especial, de “esos tesoros /por los que nadie /pagaría un centavo”, y que revelan así ser los verdaderos dignos de guardar.

Cuando no hace tanto tuve por fin la oportunidad de encontrarme con Obrera, hallé ahí algo más, el cuerpo de un largo poema que cualquier lectura atenta revelará, y que me trajo a la memoria esas palabras de Truman Capote que Paula incluyó en un epígrafe de Espacios naturales. El epígrafe dice así: “Solo sé esta verdad tan grande: que el amor es una cadena de amor, del mismo modo que la naturaleza es una cadena de vida.”

Esa verdad tan grande brilla en estas páginas con la luz extraordinaria de esta poeta para mí tan admirada y querida. Las leo y releo con agradecimiento, ese agradecimiento revelador, esa emoción profunda y secreta, ese temblor que produce “un estallido de esplendor / como la rosa estalla / sin reveses, cuando llega noviembre”. Ha llegado noviembre, ha llegado, por fin, Obrera, la sabia rosa florece una vez más: ¡festejemos!

 

A continuación, una selección de poemas:

 
Los pájaros 

 

Si yo fuera el gorrión

que una noche calurosa de diciembre

se sentó en una rama junto a otro

y se puso a cantar.

Y yo quisiera serlo,

silbar el tiempo que dure la canción,

cosquilla en la garganta o nerviosismo

por el ritmo inevitable.

No cantar más que eso, ni volar

si el aire está tan quieto que no ayuda.

Quedarme junto a otro repitiendo

la intimidad, la forma del amor,

vivir con calma las pausas solitarias.

Quiero decir, si yo

tuviera esa sapiencia que indicara

una razón real para quedarme

o salir a buscar.

O si supiera dónde y cuándo

los momentos elevan su señal,

si mirara el azar con ojos plenos

sin estos torpes

fragmentos de memoria,

no quedaría nada en el camino

ni sentiría vergüenza del error

o del deseo

que a veces son lo mismo.

 

Desierto

 

El paisaje ondulante y antiquísimo, las fallas de la tierra

y el relato de un mundo derrumbado.

Nunca hubo nadie acá, por eso no hay tragedia en tus palabras

por eso es que no cae más que el viento

en la grieta de tu voz.

Apenas animales alborotados vuelan

con alas de murciélagos sobre la arcilla y la roca.

Todo esto era la nada

y la nada fue todo: cordilleras, glaciares, fondo acuático

petrificado al sol. La muerte persiguiendo

la vida y viceversa. Charlamos de estas cosas y otras más

en la intimidad del auto, tan lejos de tu boca

está la mía

donde antes hubo amor.

 

Japón

 

La tierra no da más. Los caminos se abren y se tragan

la vida breve. Esto es temblar. La estabilidad perdida.

Porque la tierra no da más, mi amor. El pecho abierto

como un león cazado, los colmillos inútiles, inútil su fiereza.

¿Resistirse? Aunque te aten de pies y de manos, aunque contenga

una pared el viento

se escaparía, de cualquier modo. Entonces, ¿con qué sentido?

¿cómo pedirle a la tierra que obedezca

al destino maleable

de las cosas pequeñas? Y más aún, me pregunto

mirando la luna desde mi cuarto, sola: ¿cómo puedo esperar

una quietud así de mi propio corazón?

 

La Emperatriz

 

Yo soy la tierra

las líneas repetidas del segundo hexagrama

la redondez compacta, el círculo de hormigas

el reptar de lombrices apretadas circundando mi ombligo.

Lo excipiente abona mis entrañas,

el resto del amor, lo que secreta el goce cuando llega a su fin

y el corazón se vuelve a su propio destino solitario.

Nada me saca el don de concebir y si estoy seca

voy a crear el llanto

nutrido de las sales del océano, las lágrimas: mis hijas.

Nada hay detrás de mí, pero al futuro

le antepongo un escudo que defiende con hierro a la iniciada.

Capaz de rapiñar, declarar guerras, matar para cuidarla

o proteger esta matriz que crece

debajo de mi vestido azul, como la noche. Esta matriz

que es molde

de la especie, de la raza imponiéndose a la raza.

Adentro mío, dios

hierve como una bruja en una olla, porque yo soy la tierra

y estoy para quemar su frío, el nombre hueco

la madera hecha cruz, el poder de su cielo disgregado.

Soy la concentración.

Estoy para que dentro de mí

se originen volcanes, la erupción insensata.

Y soy mi propia rajadura, por donde caigo

hermafrodita y llena, para gestarme.

Es mi poder de magma: el invencible.

Yo engendro los berridos y la materia que se multiplica

porque soy primavera

la exultante de todo florecer

y me opongo al vacío, a su árbol despojado

y al desierto.

Si la esterilidad gana esta guerra

si gana esa semilla híbrida, el no espacio,

lo que sigue es retorno. En mi vientre

albergo lo que sea, lo que quede, para otra vez crear

un movimiento de gusanos milenarios ovando entre los huesos

el aserrín de las generaciones, el olor hediondo de lo inmenso

convertido en pasado y desazón.

Yo soy la tierra y soy

los ojos ciegos húmedos

los ojos apretados contra el suelo, la puja

del cuerpo acuclillado a la orilla del río.

Miren los peces

salir de entre mis piernas, nadar

bajo el agua cristalina y rozarse uno al otro

para reproducir solo un destino, un futuro de espejos

que estallarían si

otra vez un Big Bang, pero inverso y centrifugo,

me tragara de pronto, atropellada

por sus siete jinetes de ceniza.

No lo dudo: después, suave como una brisa

volvería a ser brote de jarilla en la arena

micromundo escondido, la proteína

que alimenta a las raíces invisibles.

No se queden tranquilos.

Sientan mi aliento verde abriéndose al oxígeno,

tiene la fuerza total de las catástrofes.

 

El tilo

 

De la noche a la mañana reverdecen

tus escuálidos brazos y la calma

se anuncia en hojas como espigas

valvas abiertas de un fruto que desgrana

la brisa sobre el pasto.

Bajo tu sombra, antes de morir

durmió la siesta Chola

y al despertar, henchida de tu oxígeno

oyó que preguntaba ¿Qué cosa

habré hecho mal

para andar tan nerviosa? Y ella

mirá a tu alrededor, me contestó,

no te digo más nada.

Era noviembre, la suavidad flotaba

buscando tu materia entre los huecos

que urdían la red

brillante de la copa. Por estos días,

la misma savia acopiada en las raíces

del invierno, como entonces

retorna en sutileza liberada

que vela nuestro sueño.

Mientras, las calles de mi pueblo

estallan otra vez de pasionarias

trepando por los muros y alambrados

para ablandarlos, como si fuese arcilla

el hormigón, hilos de luz

los rombos de metal entretejido.

Es una fiesta sin grandes pretensiones

acá, la primavera

hablando con tu voz del tiempo austero

que nos retiene para dejarnos ir y florecemos

después, en esa exultación fugaz cuya promesa

es siempre acompañarnos.

Me parece escucharla a Chola todavía

que me enseña a vivir sin proponérselo

o a Diana, mi maestra de poesía

que lo que tiene, tiene

y eso alcanza. Mirá a tu alrededor,

corazón confundido

no te digo más nada.

 

Sonia Scarabelli nació en Rosario, en 1968, ciudad en la que vive. Ha publicado los siguientes libros de poemas: La memoria del árbol (Los Lanzallamas, 2000), Celebración de lo invisible (Premio Municipal de Poesía Felipe Aldana, EMR, 2003), Flores que prefieren abrirse sobre aguas oscuras (bajo la luna, 2008), El arte de silbar (bajo la luna, 2014), Últimos veraneantes de febrero (bajo la luna, 2020), La felicidad de los animales. Poesía reunida 2000/2021 (bajo la luna, 2021), que incluía dos libros inéditos, y Las cosas comunes (bajo la luna, 2025). En 2009, publicó La orilla más lejana, en la Colección de crónicas de la EMR (Editorial Municipal de Rosario). En 2023 recibió el Premio Provincial de Poesía José Pedroni para obra publicada por Últimos veraneantes de febrero.

Paula Jiménez España nació en Buenos Aires. Es poeta y narradora. Publicó varios libros de poesía, entre ellos La mala vida (2007), Espacios naturales (2009), Paisaje alrededor (2015), La suerte (2021), El cielo de Tushita (2022), El latido que pulsa entre tus cosas (2024) y en México la antología El corazón de los otros (2015). Su libro de cuentos Pollera pantalón (2012) lleva varias ediciones. Publicó las novelas La doble (2018) y Desde está noche cambiará mi vida (2024). En 2005 obtuvo el 1º Premio de poesía Tres de Febrero; en 2007 el 2º premio de Relato corto LGBT Hegoak (País Vasco); en 2008, el 1º  Premio Fondo Nacional de las Artes, y en 2015 un reconocimiento del Premio Nacional. Acaba de ser publicada Obrera, su poesía reunida. Como periodista colabora con “Soy” y “Las 12”, suplementos del diario Página/12.

Impenetrables

Impenetrables

Francisco Tete Romero presentó su libro de cuentos “Impenetrables” en el Ciclo del Espacio Literario del Centro Cultural de la Cooperación.

 

Ficcionario de los fantasmas de las memorias y los futuros.

En el marco del Ciclo del Espacio Literario del Centro Cultural de la Cooperación, bajo la clave de “Las raras circunstancias”, que coordina el poeta Carlos Aldazábal junto con Abril Rufino, el martes 21 de octubre, a las 19:00, Francisco Tete Romero, escritor y docente, presentó su reciente libro de ficción, los cuentos de “Impenetrables”. 

 

Daniel Luppo escribió en su prólogo: 

Francisco “Tete” Romero ha construido un hipertexto muy particular de su obra. En este caso comparte pantalla con Impenetrables su nuevo trabajo literario. Impenetrables en su doble acepción informa, por un lado, la cuestión geográfica y por otro la constitución de los personajes en sus conductas herméticas, ¿indescifrables? En el conjunto del universo narrativo nos encontramos con delatores, detectives digitales, viajeros en el tiempo, pactos suicidas, fiscales encubiertos, contrabandistas, desaparecidos, streamers de pornografía, asesinos seriales y raciales, delatores, dirigentes sociales, artistas plásticos, psiquiatras, justicieros sociales marginales, etc. Catálogo sintético de narrantes que sostienen la arquitectura narrativa elegida por Tete en un extrañamiento constante entre personajes, circunstancias y lugar donde suceden. Los personajes de “Impenetrables”, en permanente estado de combustión, tratan de encontrar un espacio en su existencia donde poder sosegar sus infortunios. 

Marina Arias, por su parte, escribió:

En Impenetrables, Francisco Tete Romero, con la literatura poética y visceral que lo caracteriza, escribe una vez más desde la selva chaqueña, no “sobre” ella. En estos diecinueve cuentos se entrelazan realismo, fantástico, terror, ciencia ficción, policial y crónica histórica, en una suerte de gótico del monte profundamente comprometido con los pueblos del noreste argentino. 

En este libro, el Impenetrable no es paisaje, es personaje: sagrado o maldito, guarda secretos, fantasmas y memorias rotas. En la obra de Tete Romero, lo fantástico no es invención, sino otra forma de comprender el mundo, y la memoria aparece siempre como un territorio en disputa.

Desaparecidos y apariciones del monte, relatos de trata y sectas, la matanza llevada a cabo por la “conquista del desierto”, IA y conspiraciones del capitalismo corporativo, todo eso habita Impenetrables; una obra fragmentaria, polifónica, cargada de imágenes y voces populares. 

Sin dejar nunca de lado una dimensión política transversal que denuncia la opresión y la injusticia, estos cuentos habitan el Chaco más profundo, donde el tiempo se pliega. Lo siniestro convive con lo cotidiano para hablar del amor y de violencias que se traspasan de generación en generación.

 

Cuento 

No somos sosiego

Ahora dos de nosotros hacen guardia. Aprendimos a escuchar las señales de peligros que trae cada noche. 

Al primero de ellos no lo vimos venir. Parecía uno más de nosotros, otra isla aburrida gris y gastada que volvía del trabajo a la tardecita, en un ómnibus repleto. El tipo sabía avanzar despacio sin llamar la atención, desgarbado y como pidiendo permiso, la cabeza caída e inclinada hacia un costado, hasta que se agachó de pronto porque se le cayeron los anteojos negros. Ahí cobró otra vida, porque vimos el destello furioso de sus ojos y velozmente ágil, como si fuera serpiente, mordió la pierna de una piba joven que calzaba un short corto. Ahí escuchamos y temblamos con los alaridos de la primera víctima, con nuestros propios gritos, pero nada se puede comparar con los rugidos del primer rabioso. 

Los que quisieron intervenir para socorrer a esa chica que estaba siendo mordida recibieron certeras patadas que los hicieron retorcerse contra los asientos de pasajeros que chillaban y pedían socorro. Enseguida el chofer detuvo el coche, pero cuando nos hizo callar con su vozarrón de mando el mordedor ya no estaba y lo más raro es que ninguno de nosotros lo vio salir.

Nuestro grupo ya sufrió muchas bajas. Tal vez ya estemos cercados. 

A ese primer ataque le siguieron miles y miles en la ciudad y en todo el país. Durante los días y las noches de los últimos tres años ninguno de nosotros estuvimos a salvo, ni lo estamos ahora, aunque oficialmente nos impusieran la versión de que la peste, como estamos obligados a llamar a lo que nos horroriza la vida, se terminó hace un año. Sus víctimas, en el registro público de la peste acabó por no distinguir a quienes habían mordido de quienes fueron mordidos porque todos tuvieron que ser internados y luego casi en su totalidad sacrificados. Se salvaron de las ejecuciones quirúrgicas solo un par de centenares sin que se especificara si habían sido víctimas o victimarios. 

Ahora los recuperados, como se los designó gubernamentalmente, cumplen tareas de monitoreo, al igual que la legión de drones que infectan nuestros cielos y sobrevuelan edificios y cabezas. Buscan detectar los focos de crispación emocional, e identifican a quienes promueven el desorden social. El resto de las islas también suele colaborar desde las nuevas aplicaciones de sus celulares porque ellas están transformando en ojos y oídos a casi todos. 

Preferimos no conocer nuestros nombres pasados ni ningún dato que pueda volvernos más vulnerables de lo que ya somos. Aprendimos a no usar ciertas palabras, rabia, por ejemplo, fuera de lo que es nuestra comunidad, pero eso también es pasado, porque ahora todo es pura diáspora. 

Nosotros todavía usamos ciertas palabras, canceladas a partir del advenimiento del tiempo del orden y el sosiego que son los valores del nuevo régimen que se impuso en este tiempo que llaman de post peste. Porque muchas palabras cargan con una memoria nociva, que solo remueve los falsos recuerdos de una falsa realidad, la que originó la peste. El sosiego llega cuando se descubre esta verdad por tanto tiempo escondida. Este mensaje aparece como nuevo mantra cuando vemos y escuchamos un video en Youtube o en cualquier otra red social, y está omnipresente siempre en cada plasma de cada negocio y en las pantallas gigantes que pululan en los centros comerciales de esta y de todas las ciudades del país. El tiempo de los conflictos y las crispaciones ha muerto, dicen. 

Uno de nosotros una vez contó que vio que en los mapas digitales de la central nos identifican como puntos rojos y se recomienda a los sosegados que se señalan con color celeste flúor que no hagan contacto visual con nosotros. 

El año uno post peste reordenó la matriz de nuestra sociedad porque habíamos descubierto, nos dicen, que allí, en esa antigua matriz estaba la fuente de la infección que nos corroía los corazones y las mentes con ideas y palabras que movilizaban pasiones enfermizas. 

Ahora uno de nosotros se repone del último ataque de un mordedor al que ya no se lo reconoce ni por la expresión de los ojos ni por los lentes oscuros, sino por la mueca cruel de sus bocas y la media sonrisa siniestra que no busca ocultar nada sino exhibir. Es la más joven, se repondrá pronto. Ahora solo aparecen de noche, bien tarde, y no en lugares públicos. Sus blancos son selectivos. Somos nosotros. Desde el principio ese creemos que fue el plan. 

Por eso aprendimos a movernos en las sombras, a vivir una vida de día y otra de noche. Las otras islas casi nunca reparaban en nosotros. Sabíamos cómo parecernos a ellas porque fuimos como ellas y todavía en cierta forma lo seguimos siendo. Pero nosotros no somos ni queremos ser sosiego. Por eso terminaron por descubrirnos. Por eso estamos aquí y ahora que apesta a encerrona. 

Ahora en el techo de esta casa en la que conseguimos nuestro último refugio se empieza a escuchar el tararear previo que precede como viento maligno los sonidos primero apagados luego ensordecedores de las carcajadas brutales que nos anuncian que vienen por nosotros.

La más joven de todos canta muy bien y a medida que se repone de las heridas canta, nos dice, para agradecernos. Canta un chamamé de su tierra y mientras parece muy concentrada en lo que nos cuenta, chamamé en guaraní significa estar en la lluvia con el alma mía nos dice y afuera la llovizna ya se transforma en vendaval de agua, salta de golpe y trepa los escalones que conducen al techo. Entonces sentimos que esa es la señal para esta batalla que huele a final. 

Y sapucai en guaraní quiere decir le arde o le quema el sonido en los ojos. Porque el chamamé era una música sacra para que volviera la lluvia en tiempos de seca o para que no se acabara el mundo y regresara la luz del sol cuando sobrevenía el eclipse. 

Salimos así a la noche lluviosa sin luna. Estamos completamente rodeados, aturdidos por carcajadas crueles. Nos miramos entonces a los ojos quienes hemos hasta aquí sobrevivido y mientras nos preparamos para el ataque de los nuevos mordedores nos vamos diciendo uno por uno los nombres que nuestras madres nos pusieron.

 

SOBRE EL AUTOR

Francisco Tete Romero es escritor y docente. Profesor en Letras egresado de la UNNE. Especialista en investigación Educativa y Pedagogía de la Lectura. Director de Estudios del Instituto de Educación Superior de la Fundación Mempno Giardinelli, donde a su vez dicta Literatura Argentina I. Fue director del Instituto de Investigación Juan Filloy. Narrador y ensayista. Publicó las novelas Eclipse de mujer, La próxima lluvia, Oler la tempestad, Fantasma del Paraná y Furtivas. Escribió diversos ensayos: Culturicidio. Historia de la Educación Argentina (1966-2004). con ediciones en Venezuela y Cuba. Épica de lo Imposible. Culturicidio 2. Cultura, Educación y Poder en la Argentina 2004-2019, Chaco 8 tesis para otra historia, Napalpí. El crimen por la tierra. Genocidio y Terricidio. Preparó dos antologías: Confines de la Patria Narrativa del nordeste argentino –selección y estudio preliminar– y Narrativa Argentino/ Paraguaya de la Colección Chaco Americano

A nivel del mar

A nivel del mar

La acción de la partícula individual no se puede predecir. Pero no ocurre lo mismo con respecto a la acción de la masa. Allí se puede predecir. Esto da al átomo individual su libertad, pero a la masa su necesidad.

Miels Bohr en conversación con Robert Frost

 

No hay sujeto en la creación 

que enloquece su veleta

también la poesía no sabe

qué cosa serán los poetas

Leopoldo “Teuco” Castilla

 

(24,6)

En la primera viñeta hay un enorme barco borracho

sobre la noche de rosario, 

se llama dignidad pero en inglés

y parece arrastrarse río abajo.

Al frente unos silos de colores,

adentro los estripers de federico klemm

cambian tiernos besos de judas

o cuelgan del aire como cristos acalambrados

o caen en picada y no son ángeles.

A unos metros el rastro del poema, 

paredes en código.

VENI A SER BARDO dicen las postales de inchauspe,

VENI A HACER BARDO dice el público en general.

Bailamos el pogo del poeta asesino,

ya lejos de su rama,

antes de que la madurez se descomponga

increpa a los jóvenes poetas,

les tira su aburrimiento en la cara,

los empuja hacia afuera con sus palabras de humo.

Los poetas jóvenes no le responden

contestar también aburre.

En el próximo cuadro llueven poemas

y la ciudad toda es una carámbano,

el sol no sale hasta que lo nombran.

Poemas histriónicos

histéricos

históricos

Poemas ingenuos

inexactos

intrépidos

Poemas con besos con hijos con drogas

con rencores prolijos

con café y con postre

Dicen las paredes:

Y SABER QUE EN ESTE MUNDO NO HAY NADIE A QUIEN ENVIARLE ESTE MENSAJE.

El túnel hace gárgaras con los autos 

y repite una vocal largamente,

preposiciones y copulaciones conjuntivas del poema.

En el vértice de la página encuentro un níspero 

su sabor es la memoria de mi infancia.

un árbol solitario.

Frutos del cielo o de los pájaros

que nunca más cayeron en mis manos de cinco años.

Entre las calles del poema, 

en esta ciudad,

he plantado un árbol,

un algarrobo paciente

que como yo sea 

un trozo de tierra nómade,

una coma o el silencio del coma

dentro del texto.

En la última viñeta

-PELIGRO BARRANCA-

sentados en el suelo

 dos 

tipos

 vuelcan

 fana

 en una    

bolsa 

y respiran 

un aire pegajoso.

El río está vacío. 

Les pregunto por el barco 

y me responden 

que desapareció en la madrugada 

como una ballena gateando por el paraná.   

 

24,6

Yo no conocí Rosario, sólo el ardid verdadero que ejerce la poesía. En el año 2010 me invitaron al XVII Festival Interna- cional de Poesía de Rosario, mi maestro Alberto Tasso ya me había advertido que aprovechara porque luego no volverían a convocarme, esta precaución hacía más evidente el hecho de que todo sucede una sola vez.

Alerta el ojo que escribe obnubiló la geografía de una ciu- dad agazapada en las hondas costuras del rio, un fruto que conocí en mi infancia, los edificios deletreaban gritos para nadie, los poetas que lanzaban avioncitos de papel contra las murallas de un mundo inconmovible y el canto de la lluvia constante lavaba el sol y su brillo. Anoté las imágenes con rigor en mis cuadernos, detalles que se acumulan en la mirada como los insectos en el parabrisas de un largo viaje, mentí un árbol autóctono e imposible y entregué mi poema al cierre del Festival.

Al bajar del escenario una mujer me preguntó dónde había plantado el algarrobo, no supe qué contestarle, aun no lo sé, a veces fantaseo con que la sombra de mi árbol ficticio perdure en el paisaje de una ciudad que ignoro como la estela de un barco que se aleja.

 

 Hay que incendiar la poesía

y cantar luego con las cenizas útiles.

 

JORGE BOCCANERA

 

(el lenguaje de los restos)

 

Siempre es agua,

 por mucho que la luz se manche en los charcos, 

la lluvia detenida bulle en renacuajos y el día

 es el brillo en las botellas rotas. 

 

Aquí  el concepto ensucia las manos.

 

Flores de nylon que el viento enredó en las ramas, 

pañales y forros,

envases,  

                diarios viejos.

Mientras la tierra retrocede,

 crecen los márgenes.

 

Mi ciudad sólo recuerda en los escombros, 

a pesar de libros y templos,

no aprendimos otro modo.

 

Aquí todo persiste

sin palabra o sedimento. 

La imagen es el poema provisorio

y el orden el lenguaje de los restos.

 

La ciudad se estira hasta desbordarse,

el límite es el ritmo con que crece y olvida la marea. 

 

El lenguaje de los restos

El poema es el jirón de una fotografía, el baldío como un “no lugar” que nos involucra y delata. Es una temática que aparece constantemente en nuestra poesía, Castilla, Giannuzzi, Calvetti, entre otros han escrito poemas sobre la basura, las formas, la respiración, la mirada cambia con cada poeta, pero no la sensación de hermandad con el despojo. La basura se nos parece y desafina en el paisaje tanto como inadecuados edificios de altura contra el horizonte absoluto. 

Pensar en los objetos que han cumplido su propósito y son descartados para siempre solo porque salen de nuestras vidas, no los hace desaparecer, los acumula en los márgenes de la memoria de las ciudades. A esos despojos, sólo podemos envidiarles que hayan tenido un propósito y lo hayan cumplido, aunque eso implique su abandono. Nos navega  la inevitable tentación de entendernos a nosotros mismos como el descarte de un dios disconforme, que nos dejó solos en uno de los márgenes del sol. 

En el baldío, ahí donde la cultura es la naturaleza adornada en el residuo, ahí nació el poema, el sitio fue el margen de la ciudad de Santiago, junto al Río Dulce en el Barrio La Católica, a pocos metros del basural crecían las primeras casas.

 

Pero no nos burlemos del lobo también nosotros nos dejamos seducir con tan poco fundamento, cada uno cree fácilmente en lo que teme y en lo que desea.

Fedro

La naturaleza es triste porque es muda, por eso cantamos.

Jorge Rosenberg

 

(Teriantropía) 

 

En un punto ciego del paisaje estamos nosotros,

bloqueados por el oficio en la mirada del actor,

nuestro escenario es un mundo acelerado

                                 risas y abrazos 

                                                    que se acumulan 

                                                              se enredan y caen.

A cada momento alguno de los personajes

tiene la sensación de ser una piedra arrepentida,

un lenguaje perturbado entre las mismas palabras.

Porque en el fondo sabemos 

que no debíamos ser más que animales

de amores voraces

                                   de sueños reversibles.

Inocentes de nuestro propio drama.

Pero el sol entrará por la misma ventana 

y no necesitaremos otra certidumbre.

El pasado es el relato del hoy,

círculos que se explican a sí mismos 

para perder su simetría.

 

De cara al vacío 

              nuestro graznido

                            es toda la poesía.

 

Teriantropía: 

Desde el mito fundacional se relatan las transformaciones: Zeus convertido en casi toda la fauna para cumplir su lu- juria, Viracocha trocando a los condenados en los primeros animales. Los pueblos originarios del norte de la Argentina guardaban en sus vasijas no solo los cuidadosos huesos de sus muertos, sino también animales prodigiosos que mezclaban serpientes y lechuzas y solo tenían de humano el tatuaje de los surcos que deja el llanto.

La bestia está siempre lejos de los adjetivos que la limitan, entonces no hay transformación posible. Siempre a mitad de camino entre la cosa y la idea de la cosa, el hombre sacude sus palabras contra un río incesante.

Nada animal puede ser nombrado sin traicionarse

 

El revés de lo conocido, su espalda, son para mí esas calles penúltimas, casi tan efectivamente ignoradas como el soterrado cimiento de nuestra casa o nuestro invisible esqueleto.

 

Jorge Luis Borges

 

V

 

A Juan Santiago Avendaño 

Plano general: 

Las manzanas no son simple geometría, 

rectángulos combados,

                                     patios que se abren al sol 

la luz se nutre de los ojos que la miran.

 

Desde los techos el movimiento es uniforme

mínimas variaciones entre las calles,

bolsas de basura como racimos en los postes de luz

y una galería de eucaliptos fuera de foco.

 

Cada cuerpo describe su trayectoria en el espacio

líneas que se superponen entre sí 

para formar la trama de este barrio.

 

Los perros ladran por sus dueños

y la vida se recicla en televisión y palabras.

 

Alguien escarba este dibujo y crujen las baldosas 

bajo los puntos invisibles, 

las casas lo siguen con sus ventanas abiertas.

 

No importa cuántas veces lo intente:

Siempre hay otro ojo del lado opuesto de la cerradura.

El zumo cotidiano se hace espeso hacia la tarde, 

siempre es la misma canción que escupe la radio,

siempre la misma silla que crece en la vereda,

a esta hora es posible el instante en que todo se suspenda.

 

Si de estos ensayos, 

                                acaso sucede el poema,

como un desgarramiento del paisaje, 

quizá el mundo se reduzca a una sílaba, 

un tamaño adecuado para llevar entre los dedos.

 

V: 

Todo saber es sinecdóquico, como intentar resumir el universo en el lenguaje. Sin embargo, con tristeza nos toca comprender que no hay otro modo, lo nuestro es fluir por las nervaduras hacia pequeños abismos, sólo podemos dar cuenta del vértigo en la caída y cada cual cae a su modo. El saber poético es entonces parcial y mínimo, la revelación de una verdad potente y honda (pero individual y solitaria), capaz de resonar en los otros según la secreta vibración de su espíritu. Así ocurre también con los lugares, los espacios en los que ejercemos la mirada poética se transforman y nos transforman. 

El deambular en un barrio que compartimos y su detalle, hizo nacer este juego poético entre mi hermano Juan Santiago y yo, de estos ejercicios surgieron dos poemas en el mismo paisaje y casi al mismo tiempo. Dos modos distintos de lo que parece ser un mismo sitio.  

 

Solemos olvidar

que la poesía es un instante

sabiamente clausurado

antes de que aprendamos a balbucear

la eternidad.

Ana Emilia Lahitte

 

(3.600)

 

Uyuni se fuga en las escamas de un pez interminable,

vibra en el cuerpo seco de un flamenco

cuando la muerte lentamente sucede sobre los hexágonos de luz

y la bandada se desgrana en una pregunta.

 

Primero naufragaron en la oscuridad, 

 el agua les cosió los pasos 

y otra vez la sequía les llenó de silencio la mirada.

Dicen que los cactus del salar 

son hombres condenados

cáscaras del viento que guardan la palabra de Wiracocha,

el ruido que los despertó a la vida.

Dicen que levantaron unas islas 

con sólo permanecer 

aferrándose a la tierra. 

Aquí, lejos de todo, no existe el aquí,

sólo el rumor de un nervio catódico que se desvanece.

Flores de piedra como ofrendas del miedo,

fantasmas de bórax que aun queman mis párpados

Y la lúcida resignación de los derrotados,

los que mueren ahí sedientos de paisaje 

ciegos por el clamor de la nada.

 

Sobre este suelo cada sol es definitivo.

El salar se ocupa de lamer el cielo

para que la noche se ensanche.

 

3.600: 

Es la altura a del mar en que se extiende el Salar de Uyuni, poderosa reserva de litio que ocupa más de 14.000 km2. Este mineral enloquece las brújulas, de modo que la única referencia es el volcán Tunupa erguido en el horizonte y si llueve demasiado, no hay más alternativa que la espera. 

Desde hace muchos años se practican ofrendas al salar: fetos de llama, hojas de coca para que los espíritus de este mar sólido no se ofendan y permitan el paso de los hombres. En algún momento quizá por un pudor colonizante, se abolieron estas prácticas y el salar volvió a borrar a los incautos en su desierto incesante. Por precaución o fe (si es que es posible distinguir la una de la otra), se reanudaron los rituales. 

Quienes con voracidad miran la potencialidad económica del salar, no entienden que están poniendo precio a un lugar mágico, el litio es apenas una escama del poder que endurece los ojos de los hombres, que pinta la piel de los flamencos, que yergue los cactus como tótems del viento.

Quién lo visita tiene la sensación de no  abandonarlo nunca del todo.

El cuerpo dormido

El cuerpo dormido

El nonato y su sombra inefable
por Gerardo Curiá

Rainer María Rilke nos dice que lo bello no es sino el comienzo de lo terrible. Ese es el
territorio que transita Misael Castillo en su libro, El cuerpo dormido, al atreverse a vislumbrar
la niñez y la muerte, pero aún más, hay una inflexión mayor en esa sombra, porque la
muerte antecede al nacimiento. En la trama poética se teje una experiencia inasequible, la
experiencia del nonato. Cito:

desde el principio tuve
el cuero encadenado
a la oscuridad
a la forma perfecta
del vacío

Misael Castillo estructura el libro comenzando con un poema tercer padre luego lo divide en
formas, estas son: advenimiento del nonato, primeros encuentros con la muerte, este es el
mundo, todo se repite infinitamente, la sentencia del nonato, el perdón del nonato.

De esta manera realiza un riguroso análisis poético del tema donde hay dos figuras centrales
que son el nonato y su hermano vivo. Se teje en una dialéctica entre estos dos personajes,
donde soledad y silencio resuenan y atraviesan esa distancia imposible entre la vida y la
muerte. Un diálogo de solos ante la vastedad del mundo.
El nonato habla desde una experiencia singular del lenguaje, no domesticada por la
experiencia de la vida donde los significantes adquieren sentido en el filo de lo atroz. Cito:

si me muriera de nuevo
diría que no todo
lo que se sabe
del lenguaje son palabras

En el hermano vivo late la culpa de estar en el mundo, transita su vida cargando una muerte
con su cuerpo. Cito:

arrastro la suerte del niño
que no pudo equilibrar
el peso del mundo con su cuerpo

Sin duda hay un litigio, se configura un proceso, una injusticia debe tener su catarsis, esa que
une la muerte y la niñez aún antes de la vida. Las partes son el hermano vivo y el nonato. Los
tiempos del proceso son distintos a los cotidianos porque el corazón del conflicto es
inefable. Entonces los plazos son cíclicos, no hay restauración posible, por eso, un alegato
termina el libro pero no cierra el proceso. Cito:

tal vez nunca llegue
pero seguiré caminando
hermano
para darte todo
lo que tengo…

Las líneas de la trama continúan, seguirán esperando a ese niño porque nadie puede cruzar el
lenguaje, la forma, el sonido, por completo, Misael, el poeta, lo sabe.

 

POEMAS DE UN CUERPO DORMIDO

lo que dura la oscuridad

ingreso al mundo
con la lengua de la noche
abriendo su mano
mansa por mi espalda
no sé cuánto dura
la oscuridad en el temblor
ligero de la infancia
pero se acaba
porque sí se acaba
porque la fuerza del manto

que sostiene la noche
encuentra nada
a qué aferrarse
y aunque resista
después de todo la voluntad
es un segundo y otro
y luego el cansancio
el desmembramiento
la pesadez
yo hablé
una vez sola y dije
—mi grito será
el de un niño muerto—
y nadie dijo nada

 

las despedidas son una piedra que choca

contra todo en el aire
como un animal
templado y suave se fue
el nonato flotando
desbocado lo arrojaron
sin gracia en la penuria
no sé cómo hizo
para estar tanto tiempo
tambaleando entre
dos mundos para caer
liviano en la planicie
de bestias hojaldradas
nadie sabe cómo
atrapado en el sonido
hizo luz y flores en su piel
pacata para orearse
todos los días la noche
hace aliento de plomo
en el corazón de los solos
porque no nació
le pedimos que vuelva
pero está clavado
en el aire condenado
a limpiar
la tierra con sus huesos

 

cuando los muertos irrumpen en la mente

se inquietan
reposaba
en el aire de frente
a una llanura
de luz tersa y piedra
cuando cerró
los ojos el mundo
le cubrió los huesos
con un animal
repleto de vergüenza
reposado en el aire esperaba
que alguien lo busque
y lo reviva
o lo apuñale que alguien
por fin le dé su lenta
calculada redención
sin embargo
nadie lo buscaba
le pesó nada el cuerpo
no le fue difícil
comer su propio
corazón aunque temblaba

SOBRE EL AUTOR

Misael Castillo (Tostado, Santa Fe 1993). Estudió el Profesorado de Lengua y Literatura. Publicó Robarle al cuerpo lo que está de más (Ediciones Presente, 2019), El tiempo cuando falta (Elandamio Ediciones, 2021), Germinará o será parte de la tierra (Corazón de Río Ediciones, 2022), Como el fuego que avanza por la tierra (Ombligo Cuadrado, 2023), Gorriones que anidan en las manos (Falta Envido ediciones, 2023), Niño perfecto luminoso (Unbudha ediciones 2024) y No hagan ruido en la orilla (Tiempo de Parque Ediciones 2025) y El cuerpo dormido (Ediciones Monserrat, 2025). Fue uno de los ganadores de la convocatoria de la edición 2023 del Festival
Poesía Ya, organizado por el Centro Cultural Kirchner. Sus poemas se expusieron en el Museo del Libro y de la Lengua de la BNMM, en el marco de la muestra Arder en lo que ya ardiendo ardía. Participó de distintos festivales nacionales e internacionales.

Gerardo David Curiá nació en San Pedro en 1968. Publicó Sol, iris, sueño (poesía), edición de autor, Buenos Aires, 1990; Crónicas de San Acustio (relatos), edición de autor, San Pedro, 2002; Quebrado Azul (poesía), Ediciones Patagonia, Buenos Aires, 2004; Serie los suicidas (poesía), edición de autor, Buenos Aires, 2005; Caldén (poesía), Ediciones El Mono Armado, Buenos Aires, 2008, reeditado en 2015 por La Mariposa y la Iguana; Música del Límite (poesía), El Surí Porfiado, Buenos Aires, 2010, distinguido en el Concurso Nacional Macedonio Fernández; El damero de los sueños (poesía), La Mariposa y la Iguana, Buenos Aires, 2015; Pescador (poesía), La Mariposa y la Iguana, Buenos Aires, 2016. Recibió numerosas distinciones por su actividad literaria. Ha integrado antologías en su país y en el exterior. Formó parte del taller literario El Tren de la Palabra. Condujo los ciclos literarios: Las Vacas Sagradas, Maldita Ginebra, Contingente de Poesía y Canciones y Número Vivo, con el colectivo de literatura escénica Las Puntas del Clavo. Colaboró con el ciclo Interiores poetas del País, conducido por Inés Manzano. Codirigió con Lidia Rocha, Jorge López, Sabina Giacometti y Federico López el Festival de poesía en San Pedro (Buenos Aires). Conduce el programa de radio Moebius, dedicado a la literatura y el arte.

Cruzando el charco

Cruzando el charco

ELEGÍA

 

La noche es el escudo

que abarca su mirada,

la tierra que rodea

desde el riesgo a la tumba.

 

Ya amanece

en la posada del acantilado

donde cuelga un farol

y un letrero que gime en las tormentas

infernales de invierno.

 

Aquí vibra el dominio de la espada,

mano que empuña su destino

libre y que atraviesa

el territorio de la dignidad.

Yo prometo

la tierra de los sueños,

lejana de las leyes de los hombres

que ahora contemplamos.

         Voz inerte,

viento, nostalgia. No te apresarán

los perros convocados que persiguen

el olor de una muerte fugitiva,

ni cederán el hambre,

los pies siempre cansados,

la persistencia del dolor.

      Yo sé

que este horizonte púrpura consigue,

como fuego y presagio,

el rastro insoportable de la cólera,

la luz de la esperanza.

 

(De Un intruso nos somete, 1997)

 

ESPACIO

 

Llegas a cualquier sitio

a través de un poema:

el mundo viaja solo, y tú también

en su infinita red de vanidades

te dejas arrastrar

por símbolos, deseos,

buscando su sabor

con recuerdos gastados.

No te canses. Tampoco insistas.

Para qué preocuparse.

Quien más quiere avanzar más retrocede

en este laberinto donde olvidas

el único color de los matices,

su frágil soledad difuminada,

y arrojas sus palabras al vacío

y al caos.

    Nunca el caos, camino equivocado.

 

(De El laberinto azul, 2001)

 

SUPERANDRÓGINA

                    Proserpina

 

Los árboles caídos en el suelo

se han podrido, sus ramas –melodía

de drogas, sin descanso– obstruyen la vereda…

 

Pero ¿qué prisa tienes? Vas

hacia un fin excitado que revive.

¡Es el infierno! Es la primavera

 

que ha sumergido en sus profundidades

tu muerte siempre joven; ha nacido otra vez.

Vence tu piel itinerarios de tinieblas

 

y acariciando la esperanza –en el imperio

del humo hay una esfera herida– vuelves cantando:

Es el infierno. ¡Es la primavera!

 

(De Crisis, 2007)

 

UN MODERNO DRAGÓN

                           mystery train

 

Nadie comprende la noche

y nada puede atravesarla

excepto tú

con este poema entre las manos.

 

Un tren es un dragón que grita en la oscuridad.

Al deslizar su cola esparce chispas

y perfora las sombras con su ojo amarillo.

 

La tierra tiembla cuando pasa…

 

Deja fragmentos o significados

para quien tenga una inquietud

y los recoja, deja

constelaciones de ciudades

en fuga: tu destino.

 

Carácter es destino

y una promesa íntima: no cambies.

 

No sé de dónde vengo,

tampoco adónde voy… pero ¿qué importa?

Quien sienta miedo nunca entrará en la leyenda.

 

Por eso vivo con el mito

de la amistad

atravesando la frontera

de esta página. Y aunque hoy esté

solo

me conmueve el abrazo que me aguarda

tras este largo viaje hacia el vacío.

 

Da igual si no te esperan

en un andén.

Yo seguiré

luchando

por la amistad, como una máquina,

a pesar de que el hombre,

como un animal fabuloso,

siempre muerda su propio límite,

y la melancolía nos deje

esta lágrima extraña

que llamamos historia.

 

Tren misterioso

por el camino

de este poema.

 

Tren misterioso hacia tu corazón.

(De En busca de una pausa, 2018)

 

SOBRE EL AUTOR

Juan Carlos Abril (Los Villares, Jaén, España, 1974) es doctor en literatura española por la Universidad de Granada, donde trabaja como profesor titular. Ha publicado los poemarios Un intruso nos somete (1997), El laberinto azul (2001), Crisis (2007), En busca de una pausa (2018) y Poesía reunida (1997-2023) (2024). Su obra ha aparecido en México, Costa Rica, Argentina, Honduras, Ecuador, etc. Editó la antología Deshabitados (2008), entre otros volúmenes y monográficos. Traductor y crítico literario, destacan asimismo los ensayos Lecturas de oro. Un panorama de la poesía española (2014), Panorama para leer. Un diagnóstico de la poesía española (2020) y La tercera vía. La poesía española entre la tradición y la vanguardia (2024). Dirige la revista Paraíso.

Certificados SSL Argentina