El cuerpo dormido

El cuerpo dormido

El nonato y su sombra inefable
por Gerardo Curiá

Rainer María Rilke nos dice que lo bello no es sino el comienzo de lo terrible. Ese es el
territorio que transita Misael Castillo en su libro, El cuerpo dormido, al atreverse a vislumbrar
la niñez y la muerte, pero aún más, hay una inflexión mayor en esa sombra, porque la
muerte antecede al nacimiento. En la trama poética se teje una experiencia inasequible, la
experiencia del nonato. Cito:

desde el principio tuve
el cuero encadenado
a la oscuridad
a la forma perfecta
del vacío

Misael Castillo estructura el libro comenzando con un poema tercer padre luego lo divide en
formas, estas son: advenimiento del nonato, primeros encuentros con la muerte, este es el
mundo, todo se repite infinitamente, la sentencia del nonato, el perdón del nonato.

De esta manera realiza un riguroso análisis poético del tema donde hay dos figuras centrales
que son el nonato y su hermano vivo. Se teje en una dialéctica entre estos dos personajes,
donde soledad y silencio resuenan y atraviesan esa distancia imposible entre la vida y la
muerte. Un diálogo de solos ante la vastedad del mundo.
El nonato habla desde una experiencia singular del lenguaje, no domesticada por la
experiencia de la vida donde los significantes adquieren sentido en el filo de lo atroz. Cito:

si me muriera de nuevo
diría que no todo
lo que se sabe
del lenguaje son palabras

En el hermano vivo late la culpa de estar en el mundo, transita su vida cargando una muerte
con su cuerpo. Cito:

arrastro la suerte del niño
que no pudo equilibrar
el peso del mundo con su cuerpo

Sin duda hay un litigio, se configura un proceso, una injusticia debe tener su catarsis, esa que
une la muerte y la niñez aún antes de la vida. Las partes son el hermano vivo y el nonato. Los
tiempos del proceso son distintos a los cotidianos porque el corazón del conflicto es
inefable. Entonces los plazos son cíclicos, no hay restauración posible, por eso, un alegato
termina el libro pero no cierra el proceso. Cito:

tal vez nunca llegue
pero seguiré caminando
hermano
para darte todo
lo que tengo…

Las líneas de la trama continúan, seguirán esperando a ese niño porque nadie puede cruzar el
lenguaje, la forma, el sonido, por completo, Misael, el poeta, lo sabe.

 

POEMAS DE UN CUERPO DORMIDO

lo que dura la oscuridad

ingreso al mundo
con la lengua de la noche
abriendo su mano
mansa por mi espalda
no sé cuánto dura
la oscuridad en el temblor
ligero de la infancia
pero se acaba
porque sí se acaba
porque la fuerza del manto

que sostiene la noche
encuentra nada
a qué aferrarse
y aunque resista
después de todo la voluntad
es un segundo y otro
y luego el cansancio
el desmembramiento
la pesadez
yo hablé
una vez sola y dije
—mi grito será
el de un niño muerto—
y nadie dijo nada

 

las despedidas son una piedra que choca

contra todo en el aire
como un animal
templado y suave se fue
el nonato flotando
desbocado lo arrojaron
sin gracia en la penuria
no sé cómo hizo
para estar tanto tiempo
tambaleando entre
dos mundos para caer
liviano en la planicie
de bestias hojaldradas
nadie sabe cómo
atrapado en el sonido
hizo luz y flores en su piel
pacata para orearse
todos los días la noche
hace aliento de plomo
en el corazón de los solos
porque no nació
le pedimos que vuelva
pero está clavado
en el aire condenado
a limpiar
la tierra con sus huesos

 

cuando los muertos irrumpen en la mente

se inquietan
reposaba
en el aire de frente
a una llanura
de luz tersa y piedra
cuando cerró
los ojos el mundo
le cubrió los huesos
con un animal
repleto de vergüenza
reposado en el aire esperaba
que alguien lo busque
y lo reviva
o lo apuñale que alguien
por fin le dé su lenta
calculada redención
sin embargo
nadie lo buscaba
le pesó nada el cuerpo
no le fue difícil
comer su propio
corazón aunque temblaba

SOBRE EL AUTOR

Misael Castillo (Tostado, Santa Fe 1993). Estudió el Profesorado de Lengua y Literatura. Publicó Robarle al cuerpo lo que está de más (Ediciones Presente, 2019), El tiempo cuando falta (Elandamio Ediciones, 2021), Germinará o será parte de la tierra (Corazón de Río Ediciones, 2022), Como el fuego que avanza por la tierra (Ombligo Cuadrado, 2023), Gorriones que anidan en las manos (Falta Envido ediciones, 2023), Niño perfecto luminoso (Unbudha ediciones 2024) y No hagan ruido en la orilla (Tiempo de Parque Ediciones 2025) y El cuerpo dormido (Ediciones Monserrat, 2025). Fue uno de los ganadores de la convocatoria de la edición 2023 del Festival
Poesía Ya, organizado por el Centro Cultural Kirchner. Sus poemas se expusieron en el Museo del Libro y de la Lengua de la BNMM, en el marco de la muestra Arder en lo que ya ardiendo ardía. Participó de distintos festivales nacionales e internacionales.

Gerardo David Curiá nació en San Pedro en 1968. Publicó Sol, iris, sueño (poesía), edición de autor, Buenos Aires, 1990; Crónicas de San Acustio (relatos), edición de autor, San Pedro, 2002; Quebrado Azul (poesía), Ediciones Patagonia, Buenos Aires, 2004; Serie los suicidas (poesía), edición de autor, Buenos Aires, 2005; Caldén (poesía), Ediciones El Mono Armado, Buenos Aires, 2008, reeditado en 2015 por La Mariposa y la Iguana; Música del Límite (poesía), El Surí Porfiado, Buenos Aires, 2010, distinguido en el Concurso Nacional Macedonio Fernández; El damero de los sueños (poesía), La Mariposa y la Iguana, Buenos Aires, 2015; Pescador (poesía), La Mariposa y la Iguana, Buenos Aires, 2016. Recibió numerosas distinciones por su actividad literaria. Ha integrado antologías en su país y en el exterior. Formó parte del taller literario El Tren de la Palabra. Condujo los ciclos literarios: Las Vacas Sagradas, Maldita Ginebra, Contingente de Poesía y Canciones y Número Vivo, con el colectivo de literatura escénica Las Puntas del Clavo. Colaboró con el ciclo Interiores poetas del País, conducido por Inés Manzano. Codirigió con Lidia Rocha, Jorge López, Sabina Giacometti y Federico López el Festival de poesía en San Pedro (Buenos Aires). Conduce el programa de radio Moebius, dedicado a la literatura y el arte.

Cruzando el charco

Cruzando el charco

ELEGÍA

 

La noche es el escudo

que abarca su mirada,

la tierra que rodea

desde el riesgo a la tumba.

 

Ya amanece

en la posada del acantilado

donde cuelga un farol

y un letrero que gime en las tormentas

infernales de invierno.

 

Aquí vibra el dominio de la espada,

mano que empuña su destino

libre y que atraviesa

el territorio de la dignidad.

Yo prometo

la tierra de los sueños,

lejana de las leyes de los hombres

que ahora contemplamos.

         Voz inerte,

viento, nostalgia. No te apresarán

los perros convocados que persiguen

el olor de una muerte fugitiva,

ni cederán el hambre,

los pies siempre cansados,

la persistencia del dolor.

      Yo sé

que este horizonte púrpura consigue,

como fuego y presagio,

el rastro insoportable de la cólera,

la luz de la esperanza.

 

(De Un intruso nos somete, 1997)

 

ESPACIO

 

Llegas a cualquier sitio

a través de un poema:

el mundo viaja solo, y tú también

en su infinita red de vanidades

te dejas arrastrar

por símbolos, deseos,

buscando su sabor

con recuerdos gastados.

No te canses. Tampoco insistas.

Para qué preocuparse.

Quien más quiere avanzar más retrocede

en este laberinto donde olvidas

el único color de los matices,

su frágil soledad difuminada,

y arrojas sus palabras al vacío

y al caos.

    Nunca el caos, camino equivocado.

 

(De El laberinto azul, 2001)

 

SUPERANDRÓGINA

                    Proserpina

 

Los árboles caídos en el suelo

se han podrido, sus ramas –melodía

de drogas, sin descanso– obstruyen la vereda…

 

Pero ¿qué prisa tienes? Vas

hacia un fin excitado que revive.

¡Es el infierno! Es la primavera

 

que ha sumergido en sus profundidades

tu muerte siempre joven; ha nacido otra vez.

Vence tu piel itinerarios de tinieblas

 

y acariciando la esperanza –en el imperio

del humo hay una esfera herida– vuelves cantando:

Es el infierno. ¡Es la primavera!

 

(De Crisis, 2007)

 

UN MODERNO DRAGÓN

                           mystery train

 

Nadie comprende la noche

y nada puede atravesarla

excepto tú

con este poema entre las manos.

 

Un tren es un dragón que grita en la oscuridad.

Al deslizar su cola esparce chispas

y perfora las sombras con su ojo amarillo.

 

La tierra tiembla cuando pasa…

 

Deja fragmentos o significados

para quien tenga una inquietud

y los recoja, deja

constelaciones de ciudades

en fuga: tu destino.

 

Carácter es destino

y una promesa íntima: no cambies.

 

No sé de dónde vengo,

tampoco adónde voy… pero ¿qué importa?

Quien sienta miedo nunca entrará en la leyenda.

 

Por eso vivo con el mito

de la amistad

atravesando la frontera

de esta página. Y aunque hoy esté

solo

me conmueve el abrazo que me aguarda

tras este largo viaje hacia el vacío.

 

Da igual si no te esperan

en un andén.

Yo seguiré

luchando

por la amistad, como una máquina,

a pesar de que el hombre,

como un animal fabuloso,

siempre muerda su propio límite,

y la melancolía nos deje

esta lágrima extraña

que llamamos historia.

 

Tren misterioso

por el camino

de este poema.

 

Tren misterioso hacia tu corazón.

(De En busca de una pausa, 2018)

 

SOBRE EL AUTOR

Juan Carlos Abril (Los Villares, Jaén, España, 1974) es doctor en literatura española por la Universidad de Granada, donde trabaja como profesor titular. Ha publicado los poemarios Un intruso nos somete (1997), El laberinto azul (2001), Crisis (2007), En busca de una pausa (2018) y Poesía reunida (1997-2023) (2024). Su obra ha aparecido en México, Costa Rica, Argentina, Honduras, Ecuador, etc. Editó la antología Deshabitados (2008), entre otros volúmenes y monográficos. Traductor y crítico literario, destacan asimismo los ensayos Lecturas de oro. Un panorama de la poesía española (2014), Panorama para leer. Un diagnóstico de la poesía española (2020) y La tercera vía. La poesía española entre la tradición y la vanguardia (2024). Dirige la revista Paraíso.

Mientras sea capaz de la música

Mientras sea capaz de la música

LA SALA VACÍA


a  José María “Minuto” Urquiza
(i.m.)
No se debería abandonar una casa:
se llena de fantasmas.
Los que estaban y no se dejaban ver,
los que llegaron luego,
los que se aprestan para vivir.
Rafael Felipe Oteriño

 

Minuto Urquiza me regala una estampita de San José
Que trae en el frente una espiga de trigo
Todavía no sé leer 

 

Estamos en la sala del departamento de Luis María Campos
Todo es incertidumbre allí
En poco tiempo habremos de irnos repentinamente
Y los objetos quedarán sólo en mi añoranza

 

Minuto es amable
Cuán inmenso es un pequeño gesto
Lo entenderé mucho más adelante
Cuando discierna la hecatombe

 

Finjo ser feliz incluso de niña
Cuando con mis hermanos jugamos a arrojarnos sobre el cochón
Como si estuviéramos en un trampolín

 

Minuto desea lo mejor para mí
Pero nada evitará la tragedia
Lo familiar se oscurece y no abriga
San José vigila desde su lámina y su cosecha

 

Antes de la estrepitosa mudanza
Mi madre y yo rezamos un Padre Nuestro tomadas de la mano
En la sala vacía

un departamento en la Av. Luis María Campos y Virrey Loreto, Buenos Aires, 1968

LA DAGA

Ese tambor de sangre es tu país

Francisco Madariaga

 

el hombre esconde sus alpargatas raídas

estamos en el asiento trasero de un colectivo

uno al lado del otro

 

el hombre desliza imperceptiblemente

sus pies humillados

 

me impregna de su pobreza

no es éste el momento de llorar

eso vendrá más luego

 

yo me dirijo al club y a su fastuoso estanque

y tengo zapatos de raso rojo

el hombre en su nicho de vergüenza se incrusta en mi memoria

 

él será la daga permanente

 

un colectivo

Autopista Panamericana, Provincia de Buenos Aires, 1989

 

MIENTRAS SEA CAPAZ DE LA MÚSICA

Laetitia je ne savais pas

Que tu étais tout pour moi

“Laetitia” / Francois De Roubaix

 

una chica se arrodilla frente a su colección de discos de larga duración

desgrana los misterios del idioma que no le es grato

su letra diminuta se aferra a la libreta de hojas celestes

 

no tiene que esperar a que le den instrucciones

ella conoce los deletreos y las repeticiones

su lápiz tiene escamas de sirena y grifo acuático

 

sobre las hojas desparramadas en el parquet del living comedor

la chica genuflexa frente al Winco no pretende huir de su cuota de

                                                                                                catástrofe

 

en vez

ella solamente extrema la grafía 

los vinilos

las baladas absolutas

 

tiene suerte de ala en la tormenta

y eso no la desespera

 

todo lo que pueda transcribir será su salvavidas

lo que registre

lo que componga

el cavar al fondo de la astucia 

 

la chica genuflexa frente a la silueta de la música

que habrá de asirla por siempre

el simple “Los Aventureros” (E.M.I., 1968)

el living comedor de un departamento

Salguero y Av. Sta. Fe, Buenos Aires, 1974

 

LA MEMORIA (I)

 

La memoria una aguja que perdió la cabeza,

con un pie en la locura

y el otro en la imposible

normalidad

o en su espejismo.

Walter Adet

 

la memoria es excesiva si una no la estorba

un néctar cristalino para quienes poseemos penurias permanentes

 

a mi alrededor desfilan peripecias amorosas

puertos espectrales 

en donde besé al que ahora yace bajo la napa costera

nunca el agua rozó unos ojos tan bellos

 

fui amada diversamente

zumbaron los novios sus fatales agonías 

y el viaje de sus manos en los huecos más tibios 

 

la memoria azota su tierno crepitar de pluma

recupera lautaros ricardos alejandros

imágenes lampiñas sorbiendo prístinos jugos

y savias espesas en la playa principal de mi otra vida

pablos jorges luises casanovas  

rocas macizas que nos anclan en una noche cualquiera

 

los tiempos bien vividos son indemnes 

la disconformidad imperante no logra lastimarlos

 

TODO LO POSIBLE

somos dueños de las dulces monedas de la juventud

Horacio Preler

 

We’ve only just begun

To live

White lace and promises

A kiss for luck and we’re on our way

“We’ve Only Just Begun”

Paul Williams

 

los vestidos de organza aparentan ser palmeras sumisas 

que devanean por el chico más lindo de la fiesta

 

pero las quinceañeras colocamos los brazos en jarra

y regañamos al amor que no vendrá como lo hemos soñado

 

sublevamos la pista de baile

los lápices labiales se derriten con nuestra lozanía

 

qué nos importa saber de la muerte y los padecimientos

si la vida somos nosotras y nuestro latido apresurado

 

nada nos incumbe

porque todo lo imaginamos a nuestro antojo

 

los besos hurtados en el balcón seminocturno

el palpar velozmente una espalda atravesada por el lino quejumbroso

los cuellos de almidón que estropearemos más luego

 

los chicos bambolean sus mejores penachos

apuestan a tener picos briosos y turgentes

 

jirones de nuestros padres revolotean el salón de fiestas

como ovejas se juntan a mirarnos

pero las quinceañeras retumbamos en el mundo prodigioso de todo lo posible

 

fiesta de quince años de Susana Alí 

 confitería “Álvaro”

Av. Federico Lacroze 2963, Buenos Aires, sábado 9 de octubre de 1976

 

Patricia Díaz Bialet (Buenos Aires, 1962)  

Publicó los siguientes libros de poesía: Los despojos del diluvio, 1° Premio del FNA 1989 (1990); Testigo de la bruma, Mención Honorífica en el Premio Bienal de Poesía Argentina de la Sec. de la Función Pública de la Nación y el FNA 1991 (1991);  La penumbra de la luna llena, 2° Premio en el Concurso Fund. Inca Seguros 1992 (1993);  La dueña de la ebriedad de la rosa, 1° Premio del FNA 1993 (1994); Los sonidos secretos de la lluvia, Mención Honorífica en el 1° Certamen Nacional de Poesía Papiros del Siglo XX (1994);  El hombre del sombrero azul (1996 y 1998); El amor es una pluma de mercurio. Poemas elegidos (2007); Agualava (2009); La que va (2015); La noche a cualquier hora (2019); Mientras sea capaz de la música (2025). Poemas suyos fueron incluidos en la película de Eliseo Subiela El lado oscuro del corazón II (2001) y en el espectáculo Con un tigre en la boca. Manual de los amantes dirigido por Hugo Urquijo (2014, 2015, Premio ACE 2014/2015 en la categoría “Mejor Espectáculo de Teatro y Poesía”). En la temporada de 2017 estuvo en cartel en el CCC La noche a cualquier hora, espectáculo basado en sus textos y en la temporada 2025 estuvo en cartel en el CCC Todo mi cuerpo pertenece a la noche, también basado en sus textos. Desde el año 2023 es la Secretaria del Festival Latinoamericano de Poesía en el Centro, que se lleva a cabo en el Centro Cultural de la Cooperación.

 

Casa con pileta

Casa con pileta

Una lectura de Casa con pileta
Por Laura Rosso

Patricia revisa su propia historia y la historia de una casa, me invita a meterme, me cuenta sobre sus antiguos dueños, un barrio y un edificio con sus sombras que la increpan. 

Ella se deja increpar para descifrar. Porque hay algo en esa casa con pileta. Y hay algo que ella busca en la escritura.

En esos espacios de la casa, Patricia busca y encuentra -porque busca y averigua- algo de su historia. 

Y escribe este libro para contarse. Quiere saber. Escribe. 

Quiero saber. Leo. 

Patricia me toma con su escritura. Me lleva, no se detiene. 

Y yo no detengo la lectura. Me tiro de cabeza. 

Recorro con ella su trayectoria adolescente, sus mundos de sensaciones. 

Adoro a la Choco.

Abre un núcleo: el de la identidad. Y en ese puntapié inicial (vaya puntapié) dibuja una línea de largada, traza planos, los recorre y hace que me impregne.

Arriesgo una idea: la textilidad de su escritura me llega como una flecha. 

Me hunde en acontecimientos nunca definitivos pero sí inmersos en un tiempo y espacio, ¿real? ¿onírico? 

No importa. 

Me cuenta su universo -a veces surrealista, delirante- y leyendo (nos) construye una cartografía que se sale de los límites de su jardín. 

Arma una urdimbre que trama su deseo de saber y que luego estalla en una historia más grande, la de un tiempo pasado reciente que se revela. La historia de un Pozo.

Las familias y sus secretos se descubren por capas. Son como segundas o terceras pieles que aparecen, que pueden ser desgajadas, rasgadas como se rasga una tela al medio y quedan pedazos de materiales donde se cruzan ánimos y fantasías que forman, tal vez, una arquitectura emocional de la identidad. ¿Dónde está la propia existencia? ¿Quiénes somos en ese entramado? ¿Cómo transmitimos eso?

Esta historia es una historia que no para de crecer, de llenarse de preguntas que se ramifican metafóricamente. Pero intuyo que no quiero todas las respuestas, no hacen falta. Porque quiero seguir leyendo, como cuando quiero seguir soñando. 

Les invito a leer Casa con pileta, y a dejarse rodear por los círculos que se forman cuando tiramos una piedra al agua.

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A continuación, un fragmento de la novela:

Capítulo Uno 

Por encima de la pileta de la que es hoy mi casa asoma un edificio verde. Casi no lo noté cuando la compramos pero este verano estoy pendiente de cada ruido, de cada conversación; música que ponen, chistes que cuentan. Es que ahí funcionaba uno de los centros clandestinos de la dictadura. “Esta era la casa de unos ingleses”, dijo el dueño cuando nos la vendió. Más tarde conocí a una señora que era pariente de los Lyons, la familia que la habitaba antes. Ella me contó cosas bastante intrascendentes que no recuerdo sobre la antigua disposición del barrio, lo grande que era la casa y lo populares que eran los ingleses y sus fiestas. 

El entonces Pozo de Quilmes es la actual Brigada de Investigaciones, una especie de comisaría que suele salir en los noticieros. Ahí van a parar los presos narcos o quienes robaron cosas importantes; en tanto, sus abogados tramitan sus condenas y los policías continúan “investigando”. Mientras nado, escucho a unos hombres llamar al guardia gritando porque tienen hambre, pidiendo cigarrillos o tarjetas de celular bajo el trasfondo de la cumbia de moda del verano.

La pileta está emplazada en un rectángulo de piedras tipo laja. Un rectángulo de agua celeste. Agua fresca y transparente en verano. Agua verde y asquerosa en invierno. Del costado más largo, tres bancos de club de cemento; del más angosto, dos. Son realmente de otra época. Glicinas y hortensias hacen de cerca divisoria entre la pileta y el jardín. Tres grandes árboles se estiran hacia la calle de un lado de la casa, su otro costado más italiano, conserva unos viejos frutales, un ciruelo y un cerezo. Matas de plantas que el jardinero moldea con las tijeras contrastan con la naturaleza salvaje del jardín. 

Pienso en ese edificio verde que parece una jaula y se asoma por detrás de mi jardín como un símbolo. Pienso en los presos y no puedo evitar comparar a los de ese entonces con los de hoy. Estos son alegres y se podría decir que carecen de dramatismo. Me pregunto qué música usarían en aquella época para tapar eso que hacían porque ahora yo puedo distinguir bastante claramente la composición de los diálogos. Alguien que logró escapar mencionó haber escuchado gente hablando en inglés, muchas risas y chapoteos de agua. Lo leí en un libro de la facultad en donde estudié sociología.

Arriba del quincho, gira con el viento una brujita de metal que tiene una flecha. A veces la miro desde la pileta. A veces su flecha señala algunas de las casas del vecindario. A veces se queda fija en dirección al edificio que se asoma detrás de la pileta. Por las noches la bruja del techo chirría, al principio me asusta, luego lo considero un ruido del lugar. Pensar que a mí, que no me gustan las ficciones, me cayó encima una de lo más fantástica. Soy una chica nacida en la época tormentosa pero que a sus veintiséis años se enteró de que no salió del vientre de su madre. 

Como yo no sé de dónde vengo, mi regreso a aquel tiempo se hace inevitable. En mi imaginación, hoy esos años son el punto de partida en mi historia paralela de lo que podría haber sido. Así que acá estoy tratando de recordar algo que es imposible. ¿Qué puede tener para recordar alguien que como yo no sabe bien quién es? ¿Por qué ahora necesito aferrarme a los hechos con palabras escritas? ¿No me parecieron siempre los estudiantes de Letras unos pedantes? ¿Los escritores, unos conservadores aburridos? ¿Terminaré pidiéndole prestada su gramática, las reglas que tanta rabia me daban, para contarme a mí, que siempre estuve tan afuera de toda regla? ¿Acaso me leerían si lo hiciera? Cada uno está metido en su propia mentira, me convenzo y esto que escribo es sobre la mía. 

Anteriormente había intentado empezar a escribir mi historia y todas las veces me había invadido una especie de pena por mí misma que me había hecho abandonar. Decidí que esta vez sería distinto y me propuse emprender la verdadera búsqueda, la de la verdadera identidad, consignas que en mi caso se emparentan con las condiciones en las que fui traída a este mundo. ¿Qué significa que yo no sepa de dónde vengo? ¿Qué es eso que mantiene unida la cadena ribonucleica y de qué se trata esa biología de la que fui separada? Una fruta caída de algún árbol desconocido: las reacciones son de lo más diversas desde que me decidí y empecé a contarles a mis amigos mi historia, mis seudofábulas sobre mi origen. 

Ni verdades ni mentiras porque se me corrió un poco el límite. Últimamente en boga, un nuevo tipo de interpretación neometafísica asegura que mi alma habría elegido a mis padres, a los biológicos y a los adoptivos, desde antes de nacer para llevar a cabo el aprendizaje en esta vida que no es la única porque también hay otras. Supongo que algo así aplica y se extiende a los niños abusados, a los indigentes, a los paralíticos, etcétera. Es una forma particular de ver el mundo que no entiendo. 

Otros interlocutores casuales de mi drama, más materialistas quizá, me sugieren que no hice lo suficiente por saber quiénes son mis padres y que posiblemente estén desaparecidos. Doblemente desaparecidos para mí dado que a medida que el tiempo pasa, veo cómo se reducen mis pretensiones de saber sobre ellos, de conocerlos; en suma, crear vínculos que ayuden a compensar todo el tiempo que estuvimos separados. Esos interlocutores saben bien de qué vientre salieron aunque muchos reconozcan que ese saber es en realidad un relato y permanece porque no se puede contradecir. En cambio, el mío estalla y pierde su categoría de verdad cuando quien hasta ese entonces era mi padre pasa a ser mi padre adoptivo. ¿Cómo es esto? Todo empieza y termina cuando él me confiesa eso que yo intuía pero que nunca pude verbalizar. 

Las pistas que persigo se disparan en direcciones antagónicas de la mano de hipótesis sospechosas, llamativas. A veces son muy obvias pero usualmente se encaminan por un proceso muy curioso. Así, yo paso de enterarme de algo, de tratar de saberlo, de creer que sabía, a empezar otra vez de cero. Dentro de esa espiral centrífuga, me rindo al efímero entusiasmo y al recurrente desasosiego de mi nuevo pasatiempo que es la autofabulación. Esto consiste en construirme posibles identidades para luego tirarlas abajo y suplantarlas  por otras.

Toda esta actividad le añade a mi vida una gravedad que considero mi “plus biográfico”. La pregunta entonces se transforma en cómo vine yo a asistir a este “desconcierto” ¿Cómo puede ser que yo sea el producto de un acto del que alguien se arrepintió o no pudo? ¿Cómo puede ser también que ahora la que no pueda con eso, la incapacitada, sea yo? 

Es por todo esto que quiero volver a mi vida habitual de antes de saber que soy adoptada.
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SOBRE LAS AUTORAS

Patricia Salinas nació en la provincia de Buenos Aires. Se licenció en Sociología y Psicología(UBA), y se especializó en fenomenología social y psicoanálisis. Se desempeñó en el Equipo de Violencia Familiar del hospital Dr. Cosme Argerich. Presidió la dirección del sello editorial IUNMA. Actualmente se dedica a la práctica clínica en su consultorio y como asesora en temas de derechos humanos. Asistió a talleres literarios con Tamara Kamenzsain y Alberto Laiseca. Casa con pileta es su primera novela. Vive en la ciudad de Quilmes.

Laura Rosso es Licenciada en Artes Combinadas (UBA). Tiene un posgrado en Industrias Culturales. Escribió los libros de investigación Quilmes, La Brigada que fue Pozo (UNQ); Estamos para nosotras. Experiencias de socorrismo feminista en el siglo XXI, y la novela Contame cosas (Chirimbote). Recibió el Premio Lola Mora a la labor periodística en gráfica (2021). En agosto de 2023, fue declarada Personalidad Destacada de Quilmes, por el Honorable Consejo Deliberante de esa ciudad. Su último libro es La decisión. Políticas de la intimidad en la experiencia del aborto, La Hendija Ediciones (2025).

 

La luz queda de Alejandro Pereyra

La luz queda de Alejandro Pereyra

Leemos un fragmento de La luz queda de Alejandro Pereyra

La luz queda es una nouvelle conmovedora sobre los vínculos, la memoria y las imágenes que perduran para siempre. Arturo es fotógrafo y viaja con su hija, Romina, a Buenos Aires para realizarse unos estudios médicos. Gravemente enfermo, decide bajarse del ómnibus apenas iniciado el trayecto, con la excusa de una obligación pendiente. Ese gesto inquieta a Romina, que pronto comenzará a descubrir un costado desconocido de su padre: un hombre atrapado en la búsqueda de imágenes finales, de instantes irrepetibles, de un revelado último capaz de vencer al tiempo.

EnLa luz queda (Ediciones Diotimia), Pereyra construye una nouvelle poética y conmovedora, donde lo íntimo y lo universal se entrelazan. Escrita con un ritmo contenido, casi como una letanía, la obra explora el duelo, la memoria y la transmisión de lo que permanece entre generaciones. Con un lenguaje preciso y a la vez sugerente, el autor detiene el curso del tiempo y convierte el viaje en un acontecimiento único, un caleidoscopio narrativo que revela la luz persistente de un pasado que no se deja borrar.

Ximena Pascutti

A continuación, un fragmento de la obra:

Una manada de elefantes invisibles, dijiste en voz alta y entonces pude ver nítida la figura en el paisaje: esos dóciles pastos barridos por el viento, los elefantes arrasando el pastizal, disolviendo luego el gris de sus pieles en el del día nublado. En un principio pensé que solo pretendías orinar al detenerte en la banquina así, de improviso, cuando todavía nos faltaba casi todo el viaje. O que te dolía. La posibilidad del dolor repentino me preocupó bastante. Pero no. Te quedaste parado mirando el horizonte, esperando a que yo también bajase del auto para que te escuchara decir esa frase y nada más. Después, cuando vi que te detenías antes de volver a entrar al coche, creí que era para agregar algo, algún comentario cómplice, pensé, pero solo habías tropezado contra la trompa del auto al bordearlo. Es por la columna, me informabas a veces cuando te ibas un poco para el costado al caminar. Lo anunciabas como un reproche, como si los demás fuesen responsables de la imprevisibilidad de tus pasos. Para disimular, esperé unos segundos al borde de la ruta, disfrutando del baile de los pastos hasta que los elefantes se evaporaran del todo. Ponete el cinturón: era el recordatorio obligado antes de arrancar, aunque ya lo tuviese abrochado, aunque se hubiese escuchado nítido el clic en el más completo silencio. Esta vez no lo hiciste y la omisión me alarmó un poco. Te espié de soslayo. Tenías la mirada clavada en la ruta, tan fija que parecías querer mirar y mirar hasta ya no verla. Insólito en vos ese silencio, ese oír sin escuchar, como si llevaras puesta ropa de otro. Estuve averiguando, es muy sencillo el estudio, dije desde el flanco inaugurado por mi mirada furtiva, pero como si hablara del clima, con esa falsa naturalidad que disfraza lo espantoso cuando se pretende morigerarlo. Parece que no duele nada, y es un ratito nomás ahí adentro, agregué. Me miraste distante, algo perplejo, como si fueras un experto en explosivos desarmando una bomba y yo te hubiera interrumpido para sostener con énfasis que el hombre nunca había llegado a la luna, o para opinar sobre esa vacilación evolutiva de los ornitorrincos que los volvería inaceptables. Así los habías definido alguna vez. Seguramente, ya lo habrías olvidado. Muchas veces te sorprendías al enterarte de que alguna frase ingeniosa mía, en realidad, se te había ocurrido a vos en algún otro momento. En los últimos tiempos te notaba contrariado al comprobar esos olvidos, como si te molestara que las cosas volvieran a tu mente sin permiso. Aun así, alguna forma de felicitación me concedías. Una sonrisa, apenas con los ojos. Hija de tigre. Tenemos que pasar por un lado antes… eso solo dijiste en un montón de kilómetros y no te sonsaqué nada más. Aunque traté de conjeturar qué debía preguntarte, se diluyó enseguida el momento adecuado para hacerlo. El día color elefante aplastaba todo deseo, sobre todo el de intentar conversaciones esquivas, así que busqué música en la radio para no dormirme, para aturdir ese silencio. Fijate: en la guantera hay un frasco blanco, dijiste fortaleciendo mis recelos acerca del dolor. Saqué uno de los comprimidos de metadona, pero no encontré la botella de agua mineral por ningún lado. El agua alcanzame, por favor, dijiste, y entonces descubrí la botellita en la dirección marcada por tu casi imperceptible cabeceo, encima de la guantera, casi delante de mis ojos. Si era una víbora, te picaba, te burlaste, pero lo que en verdad me molestó fue el lugar común usado como ocurrencia. Comencé a preguntarme cuándo habías empezado a mostrar esos signos de decrepitud. Porque en vos esa frase solo podía ser señal de decrepitud. Intenté recordar si ya acudías a esos clichés antes de la enfermedad. Recordé los olvidos. ¿Cuánto hacía que se te esfumaban de la memoria las frases ingeniosas, antes festejadas una y otra vez por vos mismo? O al menos polémicas. Nada te gustaba más que ser polémico. O parecerlo. ¿Para qué desviarnos de la ruta cuando empezaba a caer el día? ¿No era muy tarde ya? Me imaginé preguntándotelo, pero no lo hice. Quizá buscabas retrasar la llegada. Todo lo posible. A la localidad le quedaba grande el nombre, no solo el propio, sino incluso el de localidad. La conformaban apenas unas pocas manzanas con casas de ladrillos de adobe demasiado precarias, aunque algunas edificaciones parecían más sólidas: una o dos construcciones oficiales del siglo diecinueve que recordaban a ancianos de porte espigado, pero de andar lento. Cuando ya casi no quedaba pueblo por atravesar, pregunté al fin dónde íbamos. No es muy largo, te limitaste a contestar. La antigua vivienda asomaba en los arrabales del municipio; más allá, solo se entreveía campo abierto. Cuando el auto aminoró la marcha, la mujer que trabajaba en el pequeño huerto ubicado en la parcela delantera de la casa se incorporó y secó sus manos en el saquito de lana bordó. Pensé que ibas a preguntarle algo a través de mi ventanilla. Por detrás de la casa, el horizonte sorbía la escasa luz de la tarde, igualando los colores de todas las cosas. Es acá, hija: me llegó desde fuera del coche tu voz asordinada por los vidrios; luego, el estruendo de la puerta al cerrarse. Me quedé anclada en un descubrimiento: eran excepcionales las veces que me llamabas hija. Pasen, pasen. Siéntensen tranquilos. Siéntese, señorita, no hace nada el Chicho, dijo la mujer mientras yo eludía al pequeño perro y vos, mis miradas una y otra vez, con la excusa de escuchar a la señora, sonreír, sacarte el abrigo, tomar asiento. Ahí empiezo el mate, prometió la mujer. Dejá nomás, Matilde, es tarde ya para mate, contestaste con una familiaridad que me resultó desagradable. Aunque estarían bien unos amargos, añadiste fingiendo arrepentimiento. Me miraste a los ojos, donde habrás visto impresa la pregunta que te obligó a bajar los tuyos, a tomarme levemente de la mano y a ensayar una sonrisa enseguida disuelta, mucho antes de ser tal. Fue cuando entró ella. El pequeño perro no me había dado nada de miedo, solo las molestias de sus husmeos y el aliento asqueroso pero, cuando entró la chica a la cocina, fue como si se hubiese colado un gato montés por la ventana. Tendría más o menos mi edad; su pelo corto, seco y revuelto recordaba al de una muñeca en la vidriera de una casa de antigüedades. Nos recorrió a todos con una ráfaga de sus ojos, armas que absorbían en lugar de escupir, y que se detuvieron justo en los míos, intimidados por esos agujeros negros con dos brillos cautivos. No llegué a verme obligada a bajar la vista; la voz firme de la señora me posibilitó desviarla hacia ella: Paula, traeme más yerba de atrás. Y juntate unos huevos también. La chica miró a la mujer como si ya le hubiese contestado con un insulto y esperara su reacción aunque, en realidad, no emitió palabra alguna y salió por donde había entrado. Te miré. Diseccionabas algún pensamiento sobre la superficie de la mesa; la cabeza gacha, la mirada perdida. ¿Te sentís bien?, iba a preguntarte justo cuando la señora, retomando una dulzura dejada de lado al dar las órdenes a la chica, dijo: Tiene siempre la misma sonrisa, usted, señorita. Entonces, la reconocí. La recordé en puntas de pie, llegando apenas con el extremo del plumero a los rincones más altos de la casa. Me recuerdo, continuó Matilde, que de chiquita le gustaban a usted mucho esas (se interrumpió para agudizar la memoria)… esas masitas de limón, aventuró al fin el escaso dato. Sí, obleas eran, dijiste, mientras yo sonreía sin ganas. ¿Por qué me ponía a sonreír si lo urgente era levantarte del brazo, meterte en el auto y seguir viaje hasta Buenos Aires para hacer el maldito estudio que quizá no sirviera de nada? Lamento mucho lo de la señora, dijo Matilde con pesar auténtico. Aunque la condolencia atrasaba diez años, me trajo una vez más la imagen de mamá, evocada todas las noches en el umbral del sueño, cuando alarga su mano para arroparme y me quedo dormida como si hubiese cubierto mis ojos con su nada. Me dio furia traer el recuerdo inútilmente, derrochar la imagen ya bastante gastada por el uso diario. En realidad, hacía tiempo que no se parecía en nada a mamá esa que venía a cubrirme todas las noches con la penumbra. Te levantaste, sacaste del bolsillo de la gabardina unos cigarrillos, un encendedor, y saliste de la casa sin agarrar tus cosas ni ponerte el abrigo. Matilde insistía con los recuerdos; parecían agolpársele unos tras otros. Cómo yo de chica le marcaba las patitas en el piso recién encerado, cómo ella me corría jugando y yo reía y reía. No pude desembarazarme ni por un momento de la absurda sonrisa, ni siquiera cuando me incorporé con cualquier excusa y salí a buscarte. Necesitaba verte a los ojos, preguntarte de qué te servía esa demora en las afueras de un pueblo de mala muerte cuando estaba en juego tu vida. De mala muerte. Sentí un escalofrío, aunque bien pudo haber sido culpa del relente que despedía la tarde o anunciaba la noche y que me tomó por sorpresa al atravesar la puerta. En el auto no estabas. Tampoco en los alrededores. Las luces del día, escanciadas casi todas en la negrura, daban ganas de llorar. A lo lejos, por detrás del huerto y de la casa, entreví una mínima nube de humo y parte de tu cuerpo. La parte por el todo, pensé. ¿Y yo de qué todo soy la parte?, pensé. No tendrías que fumar, dije con poco y nada de convicción. ¿Cómo ubicaste a Matilde después de tanto tiempo?, pregunté casi como respuesta a tu nueva pitada. Sin quitar la vista del horizonte, aguantaste un segundo el humo y después sonreíste antes de cambiar de tema: fijate, ¿lo llegás a ver? Casi no se ve, pero ¿no te parece asombroso ese alerce solo ahí, altísimo, resaltado en la llanura? Hasta tiene el tupé de competirle el protagonismo al horizonte, dijiste con uno de tus inagotables giros pretenciosos al cual, seguramente, le irías a encadenar algún otro. Y solo, además, agregaste, ¿cómo no fotografiarlo? Te miré y al fin entendí un poco. ¿Sin luz?, dije con ingenuidad, esa ingenuidad tan mía, tan halagada siempre por los hombres y que detestaba. Mañana, dijiste, si se despeja. Volví la cabeza otra vez hacia el alerce y traté de imaginar la foto. Aunque costaba demasiado vislumbrar el árbol en la negrura, sí distinguí cerca de este, aunque más cercanos a la casa, a dos perros grandes jugando como cachorros; subían uno al otro por turnos, jadeaban. ¿Y con el celular vas a hacer la foto?, dije sin sacar la vista de los perros. No, traje la Hasselblad; está en el baúl. Te miré y por primera vez en varios días me sostuviste la mirada, justo antes de decirme: Es la última. ¿Por qué decís eso?, reproché sin poder disimular la desesperación. Voy a dejar la fotografía, Romina, antes de que ella me deje a mí. Y la “Hassel” guardala vos después; te la dejo, no la voy a usar más. Te puede servir para estudiar. O vendela. Antes de que se vuelva una reliquia. No te pongas trágico, va a salir todo bien, dije tratando de imponer la frase sobre la realidad misma, de escribir la realidad con palabras inocentes traídas desde la época en la que nada amenazaba y, sin embargo, ya todo parecía terrible. No entendés, Romina. No es por mi cuerpo, por esa mierda que tengo. Solo que esta foto es el punto final perfecto. La vengo pensando hace tiempo. Además, ya casi no consigo negativo. Me cansé. Es como estirar el pasado. No quiero estirar tanto que se termine rompiendo. Pero tiene que ser al atardecer la foto, y tiene que estar despejado. Los perros empezaron a separarse un poco; uno de ellos se incorporó en dos patas, recogió un bulto en el costado y se dirigió hacia la casa. Aun cuando la luz exigua desde la cocina me develó a Paula acercándose, yo no podía dejar de seguir viéndola como una perra que había aprendido a caminar en dos patas, y que, cada tanto, algo debía morder.


SOBRE EL AUTOR

Alejandro Pereyra (Buenos Aires, 1962) es escritor, guionista y director de cine. Su obra transita entre la narrativa y el cine de autor, con un estilo intimista y poético que indaga en la memoria, los vínculos y los silencios.Emergente de la Escuela Provincial de Cine y Televisión de Rosario, realizó la dirección de fotografía de varios largometrajes a nivel nacional y regional. Su actividad literaria empezó a vislumbrarse cuando algunos de sus relatos formaron parte de antologías de la Universidad Nacional de Rosario, 1999. Publicó luego el libro de cuentos El peor de los desiertos, Baltasara Editora, 2012; y un tiempo después la novela breve Todos los fríos van al zar, El Pasquín editorial, 2016. En el año 2022 publicó en Editorial Casagrande su segundo libro de cuentos, Seguro estoy del viento. Actualmente está terminando la escritura de su segunda novela, La tardanza de los ojos, mientras prepara la reedición de su novela breve, «Todos los fríos van al zaren esta ocasión seguida de algunas consideraciones sobre literatura moderna«. Varios de sus microrrelatos fueron elegidos para la edición de la antología 2008 del certamen de la Universidad Popular de Talarrubias. Es crítico y analista de cine, escribe en la revista «El cine, probablemente». La luz queda, publicado en 2025 por Ediciones Diotima, es su libro más reciente.

Ximena Pascutti (Buenos Aires, 1977) es periodista cultural y ambiental. Se formó en TEA y en el Profesorado de Lengua, Literatura y Latín del IES “Alicia Moreau de Justo”. Comenzó a trabajar en Policiales de Diario Popular y pasó por el suplemento de investigación de Perfil. Fue editora de la revista Rumbos (Clarín) durante 16 años y de La Garganta Poderosa, colaboró en Tiempo Argentino y Caras y Caretas. Actualmente colabora con el área de prensa de Editorial Planeta y con editoriales independientes, y coproduce los Premios Tango Siglo XXI.

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