Solo por hoy

Solo por hoy

Martín Glozman nos adelanta cinco poemas de su nuevo proyecto

Solo por hoy

 

1

Soy una persona sola, con miedo
y abierta a los otros, que
dialoga con la sombra,
que quiere más,
que no logra realizarse.

Estoy aprendiendo a negociar
el precio justo.

Oscuro, el témpano de hielo
es mi sombra que emerge
donde me intento encontrar,
abierto el tiempo a los fantasmas
del vacío
que buscan la acción.

Sistema de sistemas:
ser humano,
no patriarca,
esa es la cuestión.

Encender la llama
de vida
para sobrevivir.
Ser padre de sí,
de los miedos inherentes:
la anidación en el vacío
de una construcción
de compadres,
en el vientre de una rosa
que nace sin violencia,
delicada,
en el río que corre
y que amanece.

Después de jugar a la guerra,
aprendí a ceder.
Hoy que se juega
a quién abusa a quién,
hoy que se enredan
lo espiritual
y lo material
en el negocio del dinero,
todavía se puede
entrar de forma
honrada.

Esta vez estoy dispuesto a perder
lo que necesito
hasta que el precio sea justo,
valiéndome
por lo que soy.


2

Vacío
es el terrón de azúcar
que se moja en el café.

El desierto
que al andar
muestra el camino
en la niebla espesa
de las reflexiones
de múltiples credos.

Solo en el oasis,
con la imagen de que
no se puede andar,
de que no hay camino,
solo la ilusión óptica,
de los otros por las redes:
creen que te va bien,
te lo dicen por Whatsapp,
pero no preguntan cómo estás.

Pasó el tiempo,
me quedé solo,
acompañado.
En el medio,
el vacío en el pecho
y el dolor en la espalda.
El vacío que no tapo,
abierto al mar abierto,
silencio en el corazón.

La intermitencia
entre la soledad que templa
a la persona como el acero
de la espada
y la comunidad
de hermanos
en red,
para que cada uno
tenga su fondo
y no sigamos al otro.

Hermanos,
sin nada a cambio,
alternando
con la forma del
negocio infernal.
He caminado
y he decidido:
puedo estar solo,
me jugué
y ahora puedo
fracasar.

 

3

Cae la tarde
en el monasterio.

En el invierno
callan las voces,
el mundo de afuera.

Nada pasa,
me calmo.

El campo entra en mí,
duele el cuerpo,
desde el omóplato
hasta la mano
y el pie,
duele
el corazón.

Peligro,
el abismo.

Regresé
como una criatura.

En mi pecho,
pasa
el tiempo.

La vida acontece,
hay un camino de diálogo,
nada que no sea mío.
Posibilidades que no son.

5

Me separé,
hice propuestas
y me rechazaron,
también rechacé.
Me siento más vivo que antes,
abierto,
feliz,
disponible.

Fue difícil salir de la violencia
que circuló en la pareja.
Como fantasmas,
en los nuevos encuentros
se repetía el karma,
un mecanismo.

La falta,
el vacío,
acá, ahora.
Es el poder del más fuerte
y débil a la vez.

No tengo apuro,
espero a que se dé bien.
Es como si tuviera dos destinos
que van hacia dos extremos opuestos.

Quizás, entre la vida formal
de las ciudades,
sus productos
de comunicación,
y el campo,
los pueblos,
las afueras.

7

La infancia,
el castillo de arena,
la playa
que daba al mar
arremolinado
más allá.

En tu cuerpo,
el sonido de tu voz
en tu juego.

Martín Iván Glozman es escritor de ensayo y novela. Publicó los libros Salir del
Ghetto (2011), Help a mí (2012), No hay cien años (2015), Documento de María
(2017) y Un libro sobre el diálogo (2021), que ha sido traducido al inglés (2023).
Actualmente trabaja sobre Solo por hoy con Guillermo Saavedra. Dirigió las
colecciones Naufragios y Diálogos en las editoriales Milena Caserola y Caterva.
Corealizó el largometraje documental Salomón (2019), el cortometraje Historia
de Harry (1999). Dirige la plataforma www.lacopadelarbol.com

Off!

Off!

Marina Arias nos acerca un fragmento de su última novela Off!

Tres

La travesía de Mariana y Christian continúa con una hora de auto por una ruta llena de semáforos. Después, la espera en otra terminal fluvial y un viaje en lancha hasta desembocar en el mar y atracar en un muelle. Caminar seis cuadras empinadas hasta la esquina desde donde salen los tractores que cruzan el médano hacia el pueblo de Pachorra. Todo con más de cuarenta grados de térmica y una humedad cercana al cien por cien.

El pueblo resulta un sueño: una bahía de agua cristalina en la que a pocos metros de la orilla hay nenes jugando entre botes mecidos por la marea. Un martín pescador azul se lanza en picada y después se instala a disfrutar de su presa en la punta de un muelle derruido frente al manglar. Mariana se levanta las botamangas y mete los pies en el agua, como hizo hace casi treinta años en Puerto Pirámide cuando llegaron al mar. Y grita, pero no de alegría como entonces, sino para que Christian escuche:

—¡Las rueditas en el orto nos metemos, bolú, teníamos que venir con mochilas! 

¿Vos te olvidaste lo que te dijo la osteópata? 

Además de cambios de humor aún más intensos que los de toda la vida, con la menopausia Mariana empezó a tener algunos achaques que la llevaron, por ejemplo, a reemplazar el kick boxing por clases de Pilates. Aunque no admite que es por eso: dice que se emboló del entrenamiento y que en unos meses va a empezar a practicar fútbol femenino. Eso lo sostiene cada vez que mira algún partido con Nahuel. A Christian nunca le interesó el fútbol. No se da cuenta lo grosero que es que ella diga “LTA” cuando comprueba que tiene razón en algo, ni que la idea de mostrarles tres dedos a los brasileros para humillarlos por el mundial ganado es completamente absurda.

—Boe… voy a ver cuánto nos cobran esos pibes de las carretillas para llevarnos el equipaje —dice ella ahora.

Se enfrasca en una comunicación en media lengua con uno de gorrita que por suerte conoce a Pachorra y le dice que están a menos de cinco minutos de su rancho. El pibe carga las dos valijas en una carretilla y arranca por la costa sin darse vuelta para confirmar que lo están siguiendo. 

La arena es blanca y sus pasos van dejando huellas perfectas. En un barcito con hamacas y sombrillas rústicas hay tres gringos bastante mayores tomando tragos largos. Christian se pregunta si estarán arrancando temprano o todavía no se habrán ido a acostar. Los ojos enrojecidos lo hacen sospechar lo segundo.

A los doscientos metros el pibe de la carretilla dobla en un sendero escarpado que se interna en la selva. Mariana y Christian apuran el paso para alcanzarlo. Se escuchan chicharras, gritos de pájaros y todo tipo de sonidos extraños. Christian avanza espantando unas mosquitas con la mano. Mariana trata de sacarle conversación al pibe que, aunque le entiende, se limita a contestar con monosílabos. El sendero se convierte en una picada entre yuyales. Entonces el pibe detiene la marcha, se saca la gorra para secarse la frente y señala un portón verde despintado. 

—¿Es acá? —pregunta Christian como si existiera otra posibilidad.

Mariana aplaude las manos y nombra a Pachorra varias veces hasta que se escucha el ruido de un pasador y por el portón se asoma una cabeza llena de rastas canosas. 

—¡Pacho! —grita Mariana y se tira en sus brazos.

Con una sonrisa dibujada, Christian espera que Mariana los presente. Pachorra pregunta cómo estuvo el viaje y cuánto tuvieron que esperar para pegar ferry. El pibe de la carretilla carraspea. Christian le paga y el pibe desaparece. Ahora Mariana y Pachorra hablan de fechas, lugares, y apodos que a Christian le resultan desconocidos, todo regado con risas cómplices y varias tocaditas de brazo. Recién a los diez minutos, Mariana se seca una lágrima de risa y dice:

—Ay, qué bestia. Él es Christian —Christian siente un nudo en el estómago: le molesta ser el presentado como si el otro fuera más importante.

Pachorra le tiende una mano y con la otra lo envuelve en un abrazo cariñoso y langa a la vez. Tiene la piel curtida por el sol, pero las manos son lozanas para los casi sesenta que Christian le calcula. 

—Hola… —dice una mujer bastante más joven apareciendo desde el sendero 

—¿Juanjo? —mira a Pachorra esperando una explicación.

—Son mis amigos de Buenos Aires… —dice Pachorra un poco nervioso—. ¿Te acuerdas que llegaban hoy, schatzi?

—Ah, verdad —contesta ella tratando de disimular que la situación no le gusta.

—Encantada, Schatzi, yo soy Mariana y él es Christian —dice Mariana con una sonrisa amistosa.

La mujer frunce la boca.

—“Schatzi” en alemán significa tesorito —se apura a explicar Pachorra y Mariana le revolea los ojos a Christian con hastío y complicidad—. Herta es de Stuttgart, ¿te acordás que te conté, Marian?

—“Schatzi” sólo es como dice Juanjo… Mi nombre es Herta pero pueden decirme Nina, que es como me llaman amigos —dice sin demasiadas ganas.

Dentro de un rato cuando estén instalados en la cabaña y a solas, Mariana va a imitar a Nina hasta el cansancio. Y la va a rebautizar “la tereso” para el resto del viaje.

 

Marina Arias (Buenos Aires, 1973). Creció en Haedo. Publicó las novelas Fioruchi, Bondi, Neoprene y Mochila que forman la saga sobre Mariana y Christian, los libros de relatos Cuentos blancos y Hacia el mar y el de poesía La felicidad ajena.

Es doctora en Comunicación por la UNLP.

@marinariasok

 

Certificados SSL Argentina