Leopoldo “Teuco” Castilla en palabras de Ana Guillot

Leopoldo “Teuco” Castilla en palabras de Ana Guillot

Ana Guillot reflexiona y nos comparte algo de la obra de Leopoldo “Teuco” Castilla.

 

Aproximación al autor

Entrar a su universo y deslumbrarse. Ver cómo la semilla comienza a ser pájaro y se funde en la nube, que es líquida, y entonces se hace humana y luego lluvia, o cauce o derrumbe. Dejarse llevar todo el tiempo (si es que existe el tiempo) por una cosmología abierta a cualquier pregunta o incitación. Beber y no claudicar. Mirar y deslumbrarse otra vez. Sentir que todo está en todo y lo uno en lo múltiple (y viceversa), y que la mesa parece llena y, sin embargo, alguien falta. La ausencia se convierte entonces en pura presencia; la ausencia habita el espacio y, por lo tanto, es imposible ignorar que en este poeta, tanto en sus acuerdos como en sus antinomias, hay magia y metafísica y videncia y estertor. 

La poesía de Leopoldo Teuco Castilla parece (¿es?) inasible. Como la luz, ella se expande en cada uno de sus libros, los prolifera; pero también se escapa: está, la vemos, nos emociona, nos asombra aunque parezca imposible adueñarse totalmente de ella. Y qué suerte. Porque entonces sus versos tienen siempre algo más para mostrar o para cuestionarnos o, definitivamente, para negar. Como una alucinación su universo se despliega y, aún alucinados, es posible llegar a cierta anagnórisis: algo se revela, se oculta, late, desaparece, pero igualmente se impone. 

Su vida es un viaje permanente. En el fondo, todas las vidas lo son. La literatura oral y los mitos han desarrollado largamente esta idea, y llegar al Yo o a la Conciencia, o al puro utopos o eutopos implica atravesar aventuras azarosas, momentos contemplativos, luchas, perseverancia, tiempos de felicidad, aprendizajes. Sin embargo, no siempre es necesario “desplazarse” para hacer el itinerario que la vida nos presenta. Pero en él, además, los viajes han sido absolutamente reales, y muchísimos. Por eso viajes y libros se unen, se abroquelan, dan testimonio de su penetración en diferentes paisajes, culturas, religiones. Y, aunque cada ejemplar es diferente al resto, igualmente se hermanan. Racimo, o rizoma, o raíz. Canales que fluyen y se amalgaman en un tejido sólido, lúcido, resplandeciente. Que más tarde puede disolverse para volver a empezar. Por eso él es, simultáneamente, el viajero y el viaje y, como Ulises, va, incansable, en busca de su Ítaca.

Estamos ante una obra vastísima en la que aparecen, se resguardan y autoabastecen muchos temas: el ser humano, la naturaleza, el cosmos, la física cuántica hecha metáfora, el ámbito de lo sagrado y todo cuanto ello conlleva. Resulta imposible no leerlo abriendo capas y capas: emociones, sentimientos, sueños, avances y resistencias, revelaciones, retrocesos. La dinámica del universo puesta en imágenes, metáforas, comparaciones, preguntas retóricas, aliteraciones, oxímoron y, por encima de los tropos y/o recursos, un ritmo absolutamente personal. Podría hablarse hasta de un ritmo basado en los silencios o a partir de ellos. Silencios (o espacios, o desplazamientos) tan necesarios para, justamente, dejarnos anhelantes y reflexionando. Ni más ni menos que la enunciación del proceso vital, sus duelos y renacimientos. Tan amplio y vasto. Tan abarcativo en su expansión y asociaciones. 

Leopoldo Castilla nombra y avanza, y va llevando al lector por un cauce, siempre Bello (sí, con mayúsculas, a la manera de las Ideas de Platón), hasta que se manifiesta el deslumbramiento, un insight imparable e irreparable, porque nos modifica hondo y para siempre. Ya lo dije: la anagnórisis griega provista por un verso, o esa estrofa que nos deja en el aire, levitando. Porque además nos obliga a cuestionarnos, a morir para reverdecer.

Imposible, al menos para mí, encasillarlo en algún movimiento o corriente literaria. Teuco es Teuco y trasciende modas, estilos, movimientos y/o propuestas pasajeras. Alguna vez escuché a Ivonne Bordelois señalando que él genera escenarios fantásticos a partir de lo cotidiano. Y así es. Convive con la metafísica de la hormiga o con el devenir del tiempo como si ambas situaciones pudieran amalgamarse fácilmente. -Hace cantar a las cosas del planeta- dijo Rafael Felipe Oteriño en esa misma ocasión. -En él la roca piensa y siente.

En un excelente trabajo María Malusardi sintetiza: “Como un sereno que custodia el movimiento sutil de las
esporas, se hunde en la naturaleza de las cosas para remover e indagar el origen del
mundo en el lenguaje, el origen del mundo en el misterio de su realización y su
mística”. 

Y es la misma Malusardi quien narra un episodio ocurrido en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid. Teuco ya había publicado Versión de la materia (1981), Campo de prueba (1985) y Teorema natural (1991) y, cuando le preguntaron en qué teoría física se basaba para elaborar sus poemas, respondió que él ya había comenzado a pensar sobre esta física invisible pero que no conocía nada de teoría. “Y es verdad. Esto se remonta a un recuerdo de mi infancia: cuando venían las tormentas, la mujeres tapaban los espejos
y escondían las tijeras bajo las almohadas. Y entonces me di cuenta de que la acción de la realidad tenía otros motores invisibles que la realidad no registraba. De lo que sí
me ocupé es de no hacer una glosa de la ciencia, de no poner en verso las verdades de
la ciencia, puesto que eso no tiene sentido. Lo importante era que surgiera una
pequeña incisión en el conocimiento de la realidad y que abriera una pregunta”. 

Eso, una incisión. Siempre una fractura por la que se derraman sus palabras y su cosmología. Es decir, y volvemos a la querida Ivonne Bordelois: lo cotidiano se convierte en canal de inspiración, incitación y demanda; cruje y nos convoca para luego llevarnos hasta los confines del misterio a fin de penetrarlo, de fluir con y en él. Es entonces cuando comenzamos a sospechar que, tal vez, el niño (muy presente en sus versos) ha ido acunando sus vivencias (miedos, inquietudes, relatos, rituales, situaciones diversas siempre movilizantes) hasta llegar a la adultez para, entonces sí, poder expresarlas. Algo similar a lo que ocurre con Gabriel García Márquez en el inefable reportaje que le hace Plinio Apuleyo Mendoza al responder que muchas de las escenas en su obra obedecen a recuerdos de la infancia, cuando comenzó a sentir que podía ser perfectamente posible convivir con la muerte si una de sus tías le había dicho que iba a morirse no bien terminara de coser su mortaja, y así fue. O si su abuela, doña Tranquilina, le advertía, a los cinco años, que caminara con cuidado por el pasillo pues podía tropezarse con sus parientes, obviamente muertos también. 

Entonces yo también empiezo a creer. Les creo, con absoluta vehemencia, porque está en el ADN de ambos (espejos y tijeras, pasillos y mortajas). En esa manera de mirar el mundo y sus secuencias y, aún más, de contemplar y contemplarse, en el sentido religioso/metafísico/sagrado de la palabra. Él mismo lo afirmará en una tarde de sábado a pura confidencia: que él veía bajar a la muerte, todos los días, por la escalera de la azotea. -Esto es muy común en Salta- agrega. -Todo es posible. No, no es posible: SUCEDE.- Como sus “conversaciones” con Raúl Brie cuando Brie ya había muerto. -Nos pusimos de acuerdo en que el primero que se fuera iba a responderle al otro qué había del otro lado, cómo era. Con una vela y una botella de cognac-. El caso es que compró ambas cosas y prendió la vela y fue preguntando y, si la respuesta era afirmativa, la llama de la vela crecía. -Tengo una descripción de la muerte dedicada a él- comenta. -Es la pura naturaleza… el pájaro se vuelve planta, y así … tal vez uno ha sido reptil antes-. Hablamos entonces de la transmigración de las almas: -Si has sido tocada por esa energía, la reconocés- concluye. 

Como puede verse, los ojos del poeta se abisman y deslumbran y, por consiguiente, eso es lo que transmiten al lector quien, además, hará su propio viaje, creará o soñará su propia contemplación, tendrá su propia Ítaca (como propone el también genial Konstantino Kavafis). Cada uno se detendrá en donde crea que es necesario para que el trayecto florezca y fructifique. Y seremos polinizados por él. Con alivio o con terror, nunca con indiferencia. 

 “Hay en su garganta un incendio inextinguible” habilita Vicente
Huidobro. “El poeta tiende la mano para conducirnos más allá del último horizonte” apunta también. “Allí ha plantado el árbol de sus ojos” continúa el gran escritor chileno. “Y desde allí contempla el mundo, desde allí nos habla y nos descubre los secretos del mundo”

Como un prestidigitador, como un mago o un hierofante, Teuco no sólo penetra el misterio y lo celebra sino que, además, lo dirige. Él es el celebrante, el sacerdote que llevará a cabo el ritual. “Verso a verso”, diría Antonio Machado.
Será, pues, necesario hacer el viaje junto a él. Hay que prepararse, literalmente. 

 

De “Teorema natural”  (Madrid, 1991; Venezuela, 2008 y Argentina, 2013)

 

El agua
                                                                      A Salvador Garmendia

Hagamos de cuenta
que yo no sé que la lluvia
sólo ocurre en la palabra lluvia
que cae en sentido inverso al espacio
y es
porque deja de ser
como tu ojo deja de ser ojo
y es caballo
al mirar un caballo

no es natural
que llueva
es natural
                              que tiembles
                              que temas a la lluvia

que eres casi todo agua
construyes una casa
en nombre de la palabra hombre

agua creyente
te proteges del horror de caer

dices: lluvia
y eres agua
mirando agua.

 

Superficies

 

El pájaro intenta

alcanzar al pájaro

que vuela con su nombre

 

el mar 

a esa línea

donde pierde el conocimiento

 

ninguno retiene su superficie

 

¿De qué no estamos hechos?

 

La forma existe

hasta que halle la salida

 

los límites viajan

 

la Creación no ha comenzado todavía.

 

De “Línea de fuga” (Argentina, 2004)

 

XIII

 

¿Lleva cada pájaro

un segmento

o todo el dibujo de la bandada?

 

¿O no saben

y lo que vuela

es la línea que los atraviesa

y emigra

           emplumada

                      sin final?

 

Siempre se va en leyenda

una bandada

 

Nunca vuelve en sí

no tiene dónde

 

                          no es la misma línea

                                                   cuando canta.

 

De “El amanecido” (Argentina, 2005)

 

Loro
                                              a Edgardo Díez Gómez

 

Esa flor sacrílega, habla.
No imita, habla
y desea el vino, las mujeres y el pan de los hombres.
Ese es su secreto.

Avanza por el aro
                        y cierra el círculo.
Entonces chilla, igual que ellos
cuando eran pájaros
o canta, como las campanas,
con el pavor de tener dos almas.

Mientras ellos repiten lo que dice, ríe
y se pica el pecho
y se lo parte,
ríe a carcajadas
y se pica, a fondo, el corazón
                                      para que el secreto salga.

 

De Baltasar (Argentina, 2018) 

Retorno

Que salte yo

como un disparo de sol

del salar de tu futuro

y perfore

las narcóticas alas

con que ella se defiende,

los planos inversos

por donde vuela

                         se desdobla

                                      y mata.

Voy a amputarle el nervio,

ese vértigo inmóvil

que la yergue,

a esperanzarle

el único ojo con que mira

y no recuerda

y cuando empiece a sentir

que por fin es alguien

le diré: este es tu nombre.

                                       Para rematarla.

Entonces saldré a buscarte,

a desnumerarle arena por arena

                                      sus desiertos,

de ventisquero en ventisquero

hasta apagarle la nieve.

Y borrarle el único lugar que no tenía.

Iré a lo más profundo

donde te ha soterrado

y entraré en tus tinieblas

como una luciérnaga

                         para que me sigas

por aquí,

             por aquí, Baltasar,

             por este caminito se vuelve al mundo.

Leopoldo “Teuco” Castilla:

Nació el 27 de marzo de 1947 en Salta. Hijo de Manuel J. Castilla y María Catalina Raspa Quintana. Egresó del Colegio Nacional a los quince años para iniciar la carrera de Derecho, estudios que interrumpió para casarse con María Virginia Lozano Muñoz con quien tuvo cuatro hijos: María Soledad, María del Rocío, Facundo Manuel y Baltasar Ezequiel.

En 1968 publica, en edición de autor, El espejo de fuego.

Ya en 1965 había emprendido su primer viaje por América Latina hacia Bolivia y Perú. Trabajó en diferentes espacios y también en organismos estatales y en televisión. A partir de 1971 comienza a publicar prolíficamente, y comienza también a ser reconocido y premiado.

Continúa siempre viajando hasta que en 1976 es declarado cesante en su cargo en la UNSA por un decreto de las Fuerzas Armadas, acusado de actividades subversivas. Es así como permanece clandestino en Buenos Aires hasta que logra salir hacia España donde participará, como periodista y militante, en la lucha contra la dictadura y la restauración de la democracia. También retoma contacto con Raúl Brie, gran amigo de su padre.

Es su cercanía a Javier Villafañe lo que determina su oficio de titiritero con el que subsistirá hasta su regreso a Argentina, en 1997; y durante muchos años más, tanto en el país como en el exterior. También seguirá viajando a múltiples países en donde gestará la mayoría de sus libros.

Finalizada la dictadura, reside entre Salta y Buenos Aires.

Y así como es imposible catalogarlo en ningún movimiento, resulta también imposible enumerar cada viaje, publicación y/o premio. Más de cuarenta, entre libros personales y antologías propias. Y más de quince premios; entre ellos el Esteban Echeverría (2013), el Konex (2014), el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (2018) y el Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Salta por su obra poética y su lucha en defensa de la naturaleza.

Es fundador, junto a los poetas Aldo Parfeniuk y Pedro Solans, del Movimiento para la creación de los Bosques de la Poesía y Conasud (Convocatoria Nacional por una Ley que declare a la naturaleza sujeto de derechos). A partir de esta iniciativa se han fundado bosques y centros culturales al aire libre en Argentina, y en otros países latinoamericanos y España.

Ana Guillot:

 

Buenos Aires, Argentina Profesora en Letras, docente secundaria y universitaria. Coordina el taller literario Tangerina, y dicta seminarios de literatura, mitología y literatura oral en el país y en el exterior. Como docente ha publicado El taller de escritura en el ámbito escolar (1987) y ¿Querés que te cuente el cuento? (1989). Como poeta: Curva de mujer (1994), Abrir las puertas (para ir a jugar) (1997), Mientras duerme el inocente (1999), Los posibles espacios (2004), La orilla familiar/La riba familiar castellano-catalán 2008 y 2019, reeditado en 2011 sólo en castellano; en Italia, La riva familiare. Antologías personales: Liquid/ambar (2016), Polvo que late (2017), Urubamba (Perú, 2019) y La joya transparente (Perú, 2020). En 2021 y 2023, Taco de reina. Como narradora, la novela Chacana (Perú, 2012; premiada y publicada en Buenos Aires, 2023). En 2014, Buscando el final feliz (hacia una nueva lectura de los cuentos maravillosos), una lectura hermenéutica de dichos cuentos, libro también premiado. En 2025, el ensayo Leopoldo Teuco Castilla. Magia y Metafísica, Silencio y Deslumbramiento. Integra diversas antologías y colabora con publicaciones del país y del exterior. Ha recibido premios y menciones especiales. Invitada a participar de numerosos encuentros de poesía, foros de reflexión y universidades en su país y en el exterior. Publicada en España, Venezuela, Chile, Uruguay, Méjico, Austria, Estados Unidos, Italia, Nicaragua, Perú, Brasil, Holanda, Polonia, Puerto Rico y Francia; y traducida al inglés, catalán, árabe, alemán, italiano, polaco, portugués y francés. 

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