Francisco Tete Romero presentó su libro de cuentos “Impenetrables” en el Ciclo del Espacio Literario del Centro Cultural de la Cooperación.

 

Ficcionario de los fantasmas de las memorias y los futuros.

En el marco del Ciclo del Espacio Literario del Centro Cultural de la Cooperación, bajo la clave de “Las raras circunstancias”, que coordina el poeta Carlos Aldazábal junto con Abril Rufino, el martes 21 de octubre, a las 19:00, Francisco Tete Romero, escritor y docente, presentó su reciente libro de ficción, los cuentos de “Impenetrables”. 

 

Daniel Luppo escribió en su prólogo: 

Francisco “Tete” Romero ha construido un hipertexto muy particular de su obra. En este caso comparte pantalla con Impenetrables su nuevo trabajo literario. Impenetrables en su doble acepción informa, por un lado, la cuestión geográfica y por otro la constitución de los personajes en sus conductas herméticas, ¿indescifrables? En el conjunto del universo narrativo nos encontramos con delatores, detectives digitales, viajeros en el tiempo, pactos suicidas, fiscales encubiertos, contrabandistas, desaparecidos, streamers de pornografía, asesinos seriales y raciales, delatores, dirigentes sociales, artistas plásticos, psiquiatras, justicieros sociales marginales, etc. Catálogo sintético de narrantes que sostienen la arquitectura narrativa elegida por Tete en un extrañamiento constante entre personajes, circunstancias y lugar donde suceden. Los personajes de “Impenetrables”, en permanente estado de combustión, tratan de encontrar un espacio en su existencia donde poder sosegar sus infortunios. 

Marina Arias, por su parte, escribió:

En Impenetrables, Francisco Tete Romero, con la literatura poética y visceral que lo caracteriza, escribe una vez más desde la selva chaqueña, no “sobre” ella. En estos diecinueve cuentos se entrelazan realismo, fantástico, terror, ciencia ficción, policial y crónica histórica, en una suerte de gótico del monte profundamente comprometido con los pueblos del noreste argentino. 

En este libro, el Impenetrable no es paisaje, es personaje: sagrado o maldito, guarda secretos, fantasmas y memorias rotas. En la obra de Tete Romero, lo fantástico no es invención, sino otra forma de comprender el mundo, y la memoria aparece siempre como un territorio en disputa.

Desaparecidos y apariciones del monte, relatos de trata y sectas, la matanza llevada a cabo por la “conquista del desierto”, IA y conspiraciones del capitalismo corporativo, todo eso habita Impenetrables; una obra fragmentaria, polifónica, cargada de imágenes y voces populares. 

Sin dejar nunca de lado una dimensión política transversal que denuncia la opresión y la injusticia, estos cuentos habitan el Chaco más profundo, donde el tiempo se pliega. Lo siniestro convive con lo cotidiano para hablar del amor y de violencias que se traspasan de generación en generación.

 

Cuento 

No somos sosiego

Ahora dos de nosotros hacen guardia. Aprendimos a escuchar las señales de peligros que trae cada noche. 

Al primero de ellos no lo vimos venir. Parecía uno más de nosotros, otra isla aburrida gris y gastada que volvía del trabajo a la tardecita, en un ómnibus repleto. El tipo sabía avanzar despacio sin llamar la atención, desgarbado y como pidiendo permiso, la cabeza caída e inclinada hacia un costado, hasta que se agachó de pronto porque se le cayeron los anteojos negros. Ahí cobró otra vida, porque vimos el destello furioso de sus ojos y velozmente ágil, como si fuera serpiente, mordió la pierna de una piba joven que calzaba un short corto. Ahí escuchamos y temblamos con los alaridos de la primera víctima, con nuestros propios gritos, pero nada se puede comparar con los rugidos del primer rabioso. 

Los que quisieron intervenir para socorrer a esa chica que estaba siendo mordida recibieron certeras patadas que los hicieron retorcerse contra los asientos de pasajeros que chillaban y pedían socorro. Enseguida el chofer detuvo el coche, pero cuando nos hizo callar con su vozarrón de mando el mordedor ya no estaba y lo más raro es que ninguno de nosotros lo vio salir.

Nuestro grupo ya sufrió muchas bajas. Tal vez ya estemos cercados. 

A ese primer ataque le siguieron miles y miles en la ciudad y en todo el país. Durante los días y las noches de los últimos tres años ninguno de nosotros estuvimos a salvo, ni lo estamos ahora, aunque oficialmente nos impusieran la versión de que la peste, como estamos obligados a llamar a lo que nos horroriza la vida, se terminó hace un año. Sus víctimas, en el registro público de la peste acabó por no distinguir a quienes habían mordido de quienes fueron mordidos porque todos tuvieron que ser internados y luego casi en su totalidad sacrificados. Se salvaron de las ejecuciones quirúrgicas solo un par de centenares sin que se especificara si habían sido víctimas o victimarios. 

Ahora los recuperados, como se los designó gubernamentalmente, cumplen tareas de monitoreo, al igual que la legión de drones que infectan nuestros cielos y sobrevuelan edificios y cabezas. Buscan detectar los focos de crispación emocional, e identifican a quienes promueven el desorden social. El resto de las islas también suele colaborar desde las nuevas aplicaciones de sus celulares porque ellas están transformando en ojos y oídos a casi todos. 

Preferimos no conocer nuestros nombres pasados ni ningún dato que pueda volvernos más vulnerables de lo que ya somos. Aprendimos a no usar ciertas palabras, rabia, por ejemplo, fuera de lo que es nuestra comunidad, pero eso también es pasado, porque ahora todo es pura diáspora. 

Nosotros todavía usamos ciertas palabras, canceladas a partir del advenimiento del tiempo del orden y el sosiego que son los valores del nuevo régimen que se impuso en este tiempo que llaman de post peste. Porque muchas palabras cargan con una memoria nociva, que solo remueve los falsos recuerdos de una falsa realidad, la que originó la peste. El sosiego llega cuando se descubre esta verdad por tanto tiempo escondida. Este mensaje aparece como nuevo mantra cuando vemos y escuchamos un video en Youtube o en cualquier otra red social, y está omnipresente siempre en cada plasma de cada negocio y en las pantallas gigantes que pululan en los centros comerciales de esta y de todas las ciudades del país. El tiempo de los conflictos y las crispaciones ha muerto, dicen. 

Uno de nosotros una vez contó que vio que en los mapas digitales de la central nos identifican como puntos rojos y se recomienda a los sosegados que se señalan con color celeste flúor que no hagan contacto visual con nosotros. 

El año uno post peste reordenó la matriz de nuestra sociedad porque habíamos descubierto, nos dicen, que allí, en esa antigua matriz estaba la fuente de la infección que nos corroía los corazones y las mentes con ideas y palabras que movilizaban pasiones enfermizas. 

Ahora uno de nosotros se repone del último ataque de un mordedor al que ya no se lo reconoce ni por la expresión de los ojos ni por los lentes oscuros, sino por la mueca cruel de sus bocas y la media sonrisa siniestra que no busca ocultar nada sino exhibir. Es la más joven, se repondrá pronto. Ahora solo aparecen de noche, bien tarde, y no en lugares públicos. Sus blancos son selectivos. Somos nosotros. Desde el principio ese creemos que fue el plan. 

Por eso aprendimos a movernos en las sombras, a vivir una vida de día y otra de noche. Las otras islas casi nunca reparaban en nosotros. Sabíamos cómo parecernos a ellas porque fuimos como ellas y todavía en cierta forma lo seguimos siendo. Pero nosotros no somos ni queremos ser sosiego. Por eso terminaron por descubrirnos. Por eso estamos aquí y ahora que apesta a encerrona. 

Ahora en el techo de esta casa en la que conseguimos nuestro último refugio se empieza a escuchar el tararear previo que precede como viento maligno los sonidos primero apagados luego ensordecedores de las carcajadas brutales que nos anuncian que vienen por nosotros.

La más joven de todos canta muy bien y a medida que se repone de las heridas canta, nos dice, para agradecernos. Canta un chamamé de su tierra y mientras parece muy concentrada en lo que nos cuenta, chamamé en guaraní significa estar en la lluvia con el alma mía nos dice y afuera la llovizna ya se transforma en vendaval de agua, salta de golpe y trepa los escalones que conducen al techo. Entonces sentimos que esa es la señal para esta batalla que huele a final. 

Y sapucai en guaraní quiere decir le arde o le quema el sonido en los ojos. Porque el chamamé era una música sacra para que volviera la lluvia en tiempos de seca o para que no se acabara el mundo y regresara la luz del sol cuando sobrevenía el eclipse. 

Salimos así a la noche lluviosa sin luna. Estamos completamente rodeados, aturdidos por carcajadas crueles. Nos miramos entonces a los ojos quienes hemos hasta aquí sobrevivido y mientras nos preparamos para el ataque de los nuevos mordedores nos vamos diciendo uno por uno los nombres que nuestras madres nos pusieron.

 

SOBRE EL AUTOR

Francisco Tete Romero es escritor y docente. Profesor en Letras egresado de la UNNE. Especialista en investigación Educativa y Pedagogía de la Lectura. Director de Estudios del Instituto de Educación Superior de la Fundación Mempno Giardinelli, donde a su vez dicta Literatura Argentina I. Fue director del Instituto de Investigación Juan Filloy. Narrador y ensayista. Publicó las novelas Eclipse de mujer, La próxima lluvia, Oler la tempestad, Fantasma del Paraná y Furtivas. Escribió diversos ensayos: Culturicidio. Historia de la Educación Argentina (1966-2004). con ediciones en Venezuela y Cuba. Épica de lo Imposible. Culturicidio 2. Cultura, Educación y Poder en la Argentina 2004-2019, Chaco 8 tesis para otra historia, Napalpí. El crimen por la tierra. Genocidio y Terricidio. Preparó dos antologías: Confines de la Patria Narrativa del nordeste argentino –selección y estudio preliminar– y Narrativa Argentino/ Paraguaya de la Colección Chaco Americano

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