Fragmento de la última novela de Paula Jiménez España, publicada por Madreselva
Mi primera osteópata, Juliana Lagos, me explicó que de los golpes queda en los huesos y en los órganos una vibración. Y yo hago comparaciones: esa secuela permanece por mucho menos tiempo que las ondas sonoras en el aire, pero más que la excitación o la alegría que despierta un contacto físico tierno o sensual. Si el efecto de un gesto placentero persiste, se lo idealiza con melancolía. Largamente, yo hice perdurar la memoria del primer beso que nos dimos con Sylvie, era un recuerdo que me ayudaba a contrarrestar un frío en el corazón que me acompañó después por años. No sé cuándo lo dejé ir. No sé, pero creo que de pronto se me hizo la luz: como un golpe, o una burla, ese beso era el anhelo de algo nunca ocurrido. Había besado el beso con más pasión que a Sylvie; en su embeleso, mi boca me había besado a mí. La enfermedad congela el recuerdo en el síntoma y la aloja en un resguardo que parece imperturbable, pero no lo es. En el estómago, me lastimó más de una vez un aleteo de mariposas embalsamadas.
(…)
Juliana Lagos solía masajearme lentamente a la altura de mis maxilares, intentando sacarle tensión a esa zona desde la cara externa y también desde el interior de mi boca. Se ponía guantes de látex, me pedía permiso y apoyaba el pulgar sobre un músculo que sostiene la mandíbula desde adentro, por detrás de las muelas del juicio, lo apretaba hasta que cedía el entumecimiento y la mordida retornaba a su lugar como por un pase mágico. Además, siempre lograba hacerme sonar el cuello y descargar la energía acumulada en cervicales y dorsales. Todas las veces encontraba mi pierna derecha acortada y a través de una serie de movimientos la ponía al nivel de la otra. Y todas las veces que ella hacía esto, yo pensaba en la poliomielitis que había atacado a mi pobre abuela Augusta a sus dos años, durante una epidemia, y dejó sus piernas asimétricas, el empeine izquierdo deforme, curvado hacia arriba, mientras la planta derecha se le fue haciendo más y más ancha, para soportar todo su peso. Se apoyaba sobre mí como sobre un bastón, que también usaba, para dar un paseo hasta la plaza, ir a cobrar la jubilación al Banco Italia de Santos Lugares, o moverse desde una punta a la otra de la casa.
Era la época de los militares, cada tanto se escuchaban tiros en el aire, gente corriendo por la terraza durante las noches. Mamá decía que eran gatos. Tuve entonces los primeros insomnios, que solo se calmaban yendo a dormir a la habitación de mi abuela que daba a la calle. Distraída por los autos que pasaban, por los frenazos esporádicos del 289, me olvidaba del terror que me producían aquellas pisadas ágiles retumbando en la azotea. Mi abuela no hubiese podido escapar con sus pies rotos. La enfermedad no me tomó de sorpresa. Yo supe desde siempre lo que sufre un esqueleto que sufrió un daño, una estructura arrasada, como un árbol soplado por el viento, amenazado en su raíz.
Sobre la autora
Paula Jiménez España nació en Buenos Aires en 1969. Es poeta y narradora. Publicó varios libros de poesía, entre ellos La mala vida, Espacios naturales, El cielo de Tushita, El latido que pulsa entre tus cosas y en México la antología El corazón de los otros. En 2005 obtuvo el Premio de poesía 3 de Febrero, en 2007 el 2do premio de Relato corto LGBT Hegoak, en 2008 el 1er Premio FNA, y en 2015 un reconocimiento del Premio Nacional. En prosa publicó el libro de cuentos pollera pantalón, y las novelas La doble y Desde esta noche cambiará mi vida. Integra antologías nacionales y extranjeras. Fue traducida al Inglés y al italiano.