Una lectura de Casa con pileta
Por Laura Rosso
Patricia revisa su propia historia y la historia de una casa, me invita a meterme, me cuenta sobre sus antiguos dueños, un barrio y un edificio con sus sombras que la increpan.
Ella se deja increpar para descifrar. Porque hay algo en esa casa con pileta. Y hay algo que ella busca en la escritura.
En esos espacios de la casa, Patricia busca y encuentra -porque busca y averigua- algo de su historia.
Y escribe este libro para contarse. Quiere saber. Escribe.
Quiero saber. Leo.
Patricia me toma con su escritura. Me lleva, no se detiene.
Y yo no detengo la lectura. Me tiro de cabeza.
Recorro con ella su trayectoria adolescente, sus mundos de sensaciones.
Adoro a la Choco.
Abre un núcleo: el de la identidad. Y en ese puntapié inicial (vaya puntapié) dibuja una línea de largada, traza planos, los recorre y hace que me impregne.
Arriesgo una idea: la textilidad de su escritura me llega como una flecha.
Me hunde en acontecimientos nunca definitivos pero sí inmersos en un tiempo y espacio, ¿real? ¿onírico?
No importa.
Me cuenta su universo -a veces surrealista, delirante- y leyendo (nos) construye una cartografía que se sale de los límites de su jardín.
Arma una urdimbre que trama su deseo de saber y que luego estalla en una historia más grande, la de un tiempo pasado reciente que se revela. La historia de un Pozo.
Las familias y sus secretos se descubren por capas. Son como segundas o terceras pieles que aparecen, que pueden ser desgajadas, rasgadas como se rasga una tela al medio y quedan pedazos de materiales donde se cruzan ánimos y fantasías que forman, tal vez, una arquitectura emocional de la identidad. ¿Dónde está la propia existencia? ¿Quiénes somos en ese entramado? ¿Cómo transmitimos eso?
Esta historia es una historia que no para de crecer, de llenarse de preguntas que se ramifican metafóricamente. Pero intuyo que no quiero todas las respuestas, no hacen falta. Porque quiero seguir leyendo, como cuando quiero seguir soñando.
Les invito a leer Casa con pileta, y a dejarse rodear por los círculos que se forman cuando tiramos una piedra al agua.
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A continuación, un fragmento de la novela:
Capítulo Uno
Por encima de la pileta de la que es hoy mi casa asoma un edificio verde. Casi no lo noté cuando la compramos pero este verano estoy pendiente de cada ruido, de cada conversación; música que ponen, chistes que cuentan. Es que ahí funcionaba uno de los centros clandestinos de la dictadura. “Esta era la casa de unos ingleses”, dijo el dueño cuando nos la vendió. Más tarde conocí a una señora que era pariente de los Lyons, la familia que la habitaba antes. Ella me contó cosas bastante intrascendentes que no recuerdo sobre la antigua disposición del barrio, lo grande que era la casa y lo populares que eran los ingleses y sus fiestas.
El entonces Pozo de Quilmes es la actual Brigada de Investigaciones, una especie de comisaría que suele salir en los noticieros. Ahí van a parar los presos narcos o quienes robaron cosas importantes; en tanto, sus abogados tramitan sus condenas y los policías continúan “investigando”. Mientras nado, escucho a unos hombres llamar al guardia gritando porque tienen hambre, pidiendo cigarrillos o tarjetas de celular bajo el trasfondo de la cumbia de moda del verano.
La pileta está emplazada en un rectángulo de piedras tipo laja. Un rectángulo de agua celeste. Agua fresca y transparente en verano. Agua verde y asquerosa en invierno. Del costado más largo, tres bancos de club de cemento; del más angosto, dos. Son realmente de otra época. Glicinas y hortensias hacen de cerca divisoria entre la pileta y el jardín. Tres grandes árboles se estiran hacia la calle de un lado de la casa, su otro costado más italiano, conserva unos viejos frutales, un ciruelo y un cerezo. Matas de plantas que el jardinero moldea con las tijeras contrastan con la naturaleza salvaje del jardín.
Pienso en ese edificio verde que parece una jaula y se asoma por detrás de mi jardín como un símbolo. Pienso en los presos y no puedo evitar comparar a los de ese entonces con los de hoy. Estos son alegres y se podría decir que carecen de dramatismo. Me pregunto qué música usarían en aquella época para tapar eso que hacían porque ahora yo puedo distinguir bastante claramente la composición de los diálogos. Alguien que logró escapar mencionó haber escuchado gente hablando en inglés, muchas risas y chapoteos de agua. Lo leí en un libro de la facultad en donde estudié sociología.
Arriba del quincho, gira con el viento una brujita de metal que tiene una flecha. A veces la miro desde la pileta. A veces su flecha señala algunas de las casas del vecindario. A veces se queda fija en dirección al edificio que se asoma detrás de la pileta. Por las noches la bruja del techo chirría, al principio me asusta, luego lo considero un ruido del lugar. Pensar que a mí, que no me gustan las ficciones, me cayó encima una de lo más fantástica. Soy una chica nacida en la época tormentosa pero que a sus veintiséis años se enteró de que no salió del vientre de su madre.
Como yo no sé de dónde vengo, mi regreso a aquel tiempo se hace inevitable. En mi imaginación, hoy esos años son el punto de partida en mi historia paralela de lo que podría haber sido. Así que acá estoy tratando de recordar algo que es imposible. ¿Qué puede tener para recordar alguien que como yo no sabe bien quién es? ¿Por qué ahora necesito aferrarme a los hechos con palabras escritas? ¿No me parecieron siempre los estudiantes de Letras unos pedantes? ¿Los escritores, unos conservadores aburridos? ¿Terminaré pidiéndole prestada su gramática, las reglas que tanta rabia me daban, para contarme a mí, que siempre estuve tan afuera de toda regla? ¿Acaso me leerían si lo hiciera? Cada uno está metido en su propia mentira, me convenzo y esto que escribo es sobre la mía.
Anteriormente había intentado empezar a escribir mi historia y todas las veces me había invadido una especie de pena por mí misma que me había hecho abandonar. Decidí que esta vez sería distinto y me propuse emprender la verdadera búsqueda, la de la verdadera identidad, consignas que en mi caso se emparentan con las condiciones en las que fui traída a este mundo. ¿Qué significa que yo no sepa de dónde vengo? ¿Qué es eso que mantiene unida la cadena ribonucleica y de qué se trata esa biología de la que fui separada? Una fruta caída de algún árbol desconocido: las reacciones son de lo más diversas desde que me decidí y empecé a contarles a mis amigos mi historia, mis seudofábulas sobre mi origen.
Ni verdades ni mentiras porque se me corrió un poco el límite. Últimamente en boga, un nuevo tipo de interpretación neometafísica asegura que mi alma habría elegido a mis padres, a los biológicos y a los adoptivos, desde antes de nacer para llevar a cabo el aprendizaje en esta vida que no es la única porque también hay otras. Supongo que algo así aplica y se extiende a los niños abusados, a los indigentes, a los paralíticos, etcétera. Es una forma particular de ver el mundo que no entiendo.
Otros interlocutores casuales de mi drama, más materialistas quizá, me sugieren que no hice lo suficiente por saber quiénes son mis padres y que posiblemente estén desaparecidos. Doblemente desaparecidos para mí dado que a medida que el tiempo pasa, veo cómo se reducen mis pretensiones de saber sobre ellos, de conocerlos; en suma, crear vínculos que ayuden a compensar todo el tiempo que estuvimos separados. Esos interlocutores saben bien de qué vientre salieron aunque muchos reconozcan que ese saber es en realidad un relato y permanece porque no se puede contradecir. En cambio, el mío estalla y pierde su categoría de verdad cuando quien hasta ese entonces era mi padre pasa a ser mi padre adoptivo. ¿Cómo es esto? Todo empieza y termina cuando él me confiesa eso que yo intuía pero que nunca pude verbalizar.
Las pistas que persigo se disparan en direcciones antagónicas de la mano de hipótesis sospechosas, llamativas. A veces son muy obvias pero usualmente se encaminan por un proceso muy curioso. Así, yo paso de enterarme de algo, de tratar de saberlo, de creer que sabía, a empezar otra vez de cero. Dentro de esa espiral centrífuga, me rindo al efímero entusiasmo y al recurrente desasosiego de mi nuevo pasatiempo que es la autofabulación. Esto consiste en construirme posibles identidades para luego tirarlas abajo y suplantarlas por otras.
Toda esta actividad le añade a mi vida una gravedad que considero mi “plus biográfico”. La pregunta entonces se transforma en cómo vine yo a asistir a este “desconcierto” ¿Cómo puede ser que yo sea el producto de un acto del que alguien se arrepintió o no pudo? ¿Cómo puede ser también que ahora la que no pueda con eso, la incapacitada, sea yo?
Es por todo esto que quiero volver a mi vida habitual de antes de saber que soy adoptada.
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SOBRE LAS AUTORAS
Patricia Salinas nació en la provincia de Buenos Aires. Se licenció en Sociología y Psicología(UBA), y se especializó en fenomenología social y psicoanálisis. Se desempeñó en el Equipo de Violencia Familiar del hospital Dr. Cosme Argerich. Presidió la dirección del sello editorial IUNMA. Actualmente se dedica a la práctica clínica en su consultorio y como asesora en temas de derechos humanos. Asistió a talleres literarios con Tamara Kamenzsain y Alberto Laiseca. Casa con pileta es su primera novela. Vive en la ciudad de Quilmes.
Laura Rosso es Licenciada en Artes Combinadas (UBA). Tiene un posgrado en Industrias Culturales. Escribió los libros de investigación Quilmes, La Brigada que fue Pozo (UNQ); Estamos para nosotras. Experiencias de socorrismo feminista en el siglo XXI, y la novela Contame cosas (Chirimbote). Recibió el Premio Lola Mora a la labor periodística en gráfica (2021). En agosto de 2023, fue declarada Personalidad Destacada de Quilmes, por el Honorable Consejo Deliberante de esa ciudad. Su último libro es La decisión. Políticas de la intimidad en la experiencia del aborto, La Hendija Ediciones (2025).


