El Bicentenario según Oesterheld

El Bicentenario según Oesterheld

En este ensayo, Carlos J. Aldazábal propone leer la Argentina de hoy desde algunas de las obras de Héctor Germán Oesterheld, en especial aquellas construidas junto a los dibujantes Alberto Breccia (1919-1993) y Francisco Solano López (1928): El Eternauta (I y II), Mort CinderSherlock Time, sin desconocer las versiones del Che y Evita dibujadas por Breccia en colaboración con su hijo Enrique. Héctor Germán Oesterheld (nacido en Buenos Aires en 1919, desaparecido en 1977, probablemente asesinado en 1978) no sólo fue el padre de la historieta argentina, sino que además fue un artista militante, comprometido con su época y con el destino presente y futuro de la Argentina.

 

Está nevando en Buenos Aires

El 9 de julio de 2007, el día de la independencia nacional, nevó sobre Buenos Aires. Esta nevada, constatable en la realidad, ocurrió 50 años después de la nevada que imaginaron Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López para la misma ciudad y para el mismo país: la “nevada mortal” de 1957. Aquella nevada, sin embargo, era radioactiva: su simple contacto conducía, irremediablemente, a la aniquilación. La del 2007, festiva y auspiciosa, estaba lejos de la irrefrenable pulsión de muerte que signó la década del 70 del siglo XX, cuando la sangrienta dictadura militar de Videla y sus secuaces sesgó, entre otras vidas, la de Oesterheld, el profeta visionario que presintió a los Ellos y la resistencia heroica de sus víctimas.

Justamente en 2007, año de la nevada feliz, la Biblioteca Nacional recordó, mediante una muestra, la pionera edición de El Eternauta en la revista Hora Cero, y a través de la evocación de la efeméride, la obra monumental del padre de la Historieta Argentina. Así, entre el 2 de julio y el 15 de agosto, los habitantes de la mítica ciudad sitiada por la nieve radioactiva, visitaron esta muestra, en tanto, como regalo de la naturaleza o del calentamiento global, el clima acompañó, haciendo que la nieve pintara Buenos Aires. Justo en el día del natalicio de la Patria: el homenaje a Oesterheld no podía ser más perfecto.

Ya pasaron varios años de aquella nevada-homenaje. Y sin embargo, aún perduran algunas imágenes evocadas en la muestra: fotografías murales con marcas de protesta social, decoradas con Juan Salvo vestido de escafandra, símbolo de resistencia popular aún en los 90 del menemato. Y más allá la imagen de un mural en una estación de subte, donde Juan Salvo, junto a Favalli y otros héroes humanos, se enfrentaban a los temibles cascarudos, criaturas manipuladas por los Ellos para destruir la resistencia humana atrincherada en la cancha de River. Imágenes que me hacen pensar en una caminata por las galerías de la Biblioteca Nacional, como si hubiera sido recorrer las cuevas de Altamira para mirar las imágenes rupestres de un pasado-futuro, tan vivo en el presente como aquella caminata alucinada bajo la nevada amable del 9 de julio: 9 de julio, el cumpleaños de la Patria, consecuencia de aquel 25 de mayo de 1810 que en 1816 derivó en la Independencia. Nevada bicentenaria para hablar de la obra de Héctor Germán Oesterherld. Nevada de Oesterheld para hablar del país de la nevada. Justo cuando el Bicentenario de la Patria asoma, en el inicio de un nuevo invierno neoliberal.

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En tu fuego muero y rezo

En tu fuego muero y rezo

Una lectura de “Agua florida”, libro de la poeta fueguina Niní Bernardello, editado por el suri porfiado

Agua florida está atravesado por historias de una Argentina que van desde la campaña del desierto hasta las voces de mujeres luchadoras del siglo xx, que resisten dando círculos en la plaza con sus pañuelos blancos. Esta obra, publicada por El suri porfiado, reúne poemas de Niní Bernardello, la autora cordobesa que vive desde hace décadas en Rio Grande, Tierra del Fuego.

El libro se abre con unas palabras a modo de prólogo donde la poeta cuenta como surgieron los primeros textos que escribió sobre Juan Moreira; lo adjudica a voces y presencias míticas del paisaje pampeano durante sus vacaciones en Urdampilleta, un pueblo de la provincia de Buenos Aires que visitó en varias ocasiones.

Los poemas son atravesados por una voz intensa donde los atardeceres de la pampa empujan las puertas para el desquite, con historias borradas por el codo y la espada, historias que luchan para no morir en el olvido. Vivamente aparecen los símbolos patrios en medio del ensueño, símbolos que se nos presentan a cada paso y no es casual ver flamear la bandera celeste y blanca teñida de sangre.

En Agua florida, Bernardello hace pie en un motivo popular pero su mirada es tan sutil y diferente que nos lleva lejos, nos lleva a otra parte. La llanura lo trae a Moreira y de su mano viene el Gauchito Gil y Deolinda Correa así, todo un país habla, en un verso del libro la poeta dice: “San Juan, en tu fuego muero y rezo”. Juntos nos traen al presente las voces de los desaparecidos en un testimonio de Laura Bonaparte, madre de Plaza de Mayo. El poema se titula Escuchado por T.V. y nos dice: “Sigamos hablando, dijo la monja, ella rezaba y rezaba. / Yo, de pronto, empecé a decir: Sara Blastein, Bonaparte Levi, Víctor”.

La materia poética aparece impregnada por imágenes vívidas y una visión de la patria que al decir de Niní Bernardello se vuelve afásica, donde la bandera es un “mudo testigo de nuestro mal”. En Agua florida puede observarse la historia argentina a través de cada uno de los poemas y se puede sentir a estas mujeres y hombres que fueron “marcados para la muerte / como tantos de nosotros”. En los poemas aparece el negro, negro de luto y llanto, un color que junto con el rojo de la sangre surge de manera constante en los versos de este libro: “cielo negro”, “chiripá negro”, “mancha negra”, “presagios oscuros”, “patria carbón”; y “el ancho espacio rojo”, “llovizna sangre”, “sangre inocente”, “mi escarapela tiene sangre”, “sangría perpetua”…

¿Por qué nos emocionan estos versos que refieren a ciento cincuenta años de nuestra historia? En el inconsciente de sus lectores y en la propia autora, la tierra y sus paisajes vuelven para hablar de su gente. Una respuesta posible pareciera ser la sensación de extrañeza y pertenencia que nos queda, y es, precisamente, el tiempo lo que genera ese enigma y lo que sucedió hace cien años se vuelve el presente inmediato. Con Agua florida se revela la lucha que no acaba y con una violenta delicadeza logra movilizar a quienes transiten por sus poemas, en especial, cada vez que el verso se sacude y nos susurra al oído: “Pienso por qué / a la suerte se le antojó siempre / sangrar de este lado de la vida”.

 

 

Conjeturas del Más Allá

Conjeturas del Más Allá

Una buena escritora, una de verdad, se mete en la piel del otro y no juzga, no condena. Por eso mismo no puede decirse que una escritora sea o se sienta Dios, porque Él sí juzga y condena, quien quiera que sea ese Ser y se llame como se llame.

Esto es lo que piensa la escritora que nos incumbe. Ella lo intenta, al menos: meterse en la piel del otro. Y recuerda a su madre –quien también incursionaba en esas aguas ambiguas llamadas literatura– cuando cierta tarde le confesó que había abandonado a la maestra de meditación trascendental hindú (qué tiempos aquellos) porque, aclaró la madre, Cuando me muera me pego el gran susto si viene a buscarme un dios azul de seis brazos o uno con trompa de elefante, no estoy acostumbrada a figuras así, yo quiero que me busquen mis santitos, los que conozco tan bien; qué cuernos. Esto último no lo dijo la madre pero resonó en sus palabras.

Y la hija pensó que por su parte ella no quería que la buscara nadie a la hora de la muerte, le resultaba mil veces preferible que la dejaran disolverse en paz en el cosmos y ser parte de la energía, sin ciencia ni conciencia. Cada una a lo suyo, y quizá de eso se trate, el Más Allá: de encontrarse con lo que una cree y punto.

Pero quizá no. Por eso, cuando le contaron la historia del violinista y el soldado en Terezin, empezó a barajar las posibilidades. Conjeturas, más bien.

La historia es la siguiente:

Es sabido que el campo de concentración de Theresienstadt fue usado por los nazis como “campo modelo” para demostrarle a los visitantes extranjeros lo bien que ellos trataban a los judíos. Dejaron allí a los más conspicuos prisioneros –al resto los deportaron a Auschwitz—y cada tanto organizaban algún evento cultural y hasta ofrecían conciertos entregándoles a los músicos allí encerrados sus instrumentos, por un rato. Ago sencillo y emotivo que duraba un par de horas antes de devolver a los músicos al espanto habitual del lager.

violinUn amigo de amigos de la escritora a quien le cuentan la historia les contó todo eso, y también que cuando entraron los aliados y por fin después de años se abrieron de par en par los altísimos portones del campo de concentración y los que pudieron y todavía tenían un resto de fuerzas salieron a la disparada y otros salieron arrastrándose, el amigo de los amigos que era violinista, que había sido un niño prodigio violinista y aterrizó en Theresienstadt de la peor manera pero cada tanto recuperaba su violín para alguna sonata, ese día de la salvación se quedó demorado, no entendiendo bien por qué, o más bien sabiendo que quería salir al son de los acordes del tercer movimiento del Concierto para Violín en re mayor opus 61, el único concierto para violín del gran Beethoven. Necesitaba recuperar en su memoria los sones de esa felicidad del rondó, el allegro que lo acompañaría en la salida como lo acompañó en su primer concierto en la ópera de Varsovia cuando era tan joven. Y no podía recordar la partitura. Y no podía recordarla y sus pasos lo iban arrastrando hacia fuera de Theresienstadt casi a su pesar, y no podía pensar en otra cosa más allá del intento de recuperar esa música en la cual arroparse al salir; tan concentrado iba que no se dio cuenta de haber traspasado las pesadas puertas y la tenaz alambrada de Theresienstadt, y sólo recuperó su aquí y ahora del ahí y entonces al ver el ojo único de un fusil que lo estaba apuntando. Frente a él había un joven soldado algo maltrecho pero firme, y lo apuntaba. Nuestro violinista sólo vio el fusil, ese ojos de un caño por el cual deslizarse y perderse y así de golpe le volvió a la memoria la música celestial. La partitura olvidada y festiva estalló en su cerebro,  iluminándolo, y sus ojos llenos de luz se toparon con los del joven soldado, y el soldado algo entendió o captó, porque bajando el arma le dijo ¡Huye, cerdo! como una imprecación.

La escritora más tarde recapitula la historia y sabe que la posición del violinista resulta bella e incuestionable, pero tomando al soldado como personaje la historia puede presentar muy diversas facetas; conviene analizarla desde varios puntos de vista y tratar de sacar alguna conclusión. Por eso mismo decide meterse en la piel del otro, pero no elige ni al violinista ni al joven soldado nazi, aunque al soldado sí, lateralmente. Decide más bien meterse en la piel del Otro con mayúscula, de Aquél con el cual el soldado habría de enfrentarse después de muerto.

Todas conjeturas, posibilidades, porque ¿qué podemos saber nosotros pobres humanos de lo que nos espera una vez que hayamos cruzado el umbral dejando atrás esto que llamamos vida? Son múltiples las opciones que se ofrecen desde acá, en el supermercado de creencias a cuyas góndolas acudimos, y a veces hasta creemos tener poder de elección y nos aferramos a una de ellas –nos compramos una creencia y la tallamos a nuestra medida y nos abocamos a ella con esperanzas de ganar un lugarcito cálido y protegido cuando hayamos abandonado este valle de lágrimas, definido así casi siempre por los vendedores de creencias.

En los monoteísmos, como la palabra indica, hay un Dios único y omnipotente, omnisapiente, ubicuo, atemporal, eterno. Distinto en cada caso, por supuesto, pero en cada caso único. Por eso mismo cada Único invalida a los otros que para Él y por ende para sus fieles, no existen.

No sabemos cuál de las múltiples ofertas, en el momento de su propia muerte, eligió el soldado de la historia. Pero hay una posibilidad muy sólida de que haya sido ese Dios bonachón de barba blanca que es el Dios de los cristianos, que es uno y trino pero trino de sí, no con los otros, y ostenta infinita misericordia según dicen.

Por lo tanto — llegada ya su hora– el joven soldado de marras, quizá ya no tan joven o ya viejo, se acercó confiado ante Su presencia, y el Padre Eterno lo increpó:

–          Cómo osas presentarte ante mí, tú que has colaborado con la matanza de tantos pero tantos humanos.

–          Eran judíos, Padre.

–          ¿Y a Mí qué me dices? Judíos… eso no existe. Todo ser que deambula en el universo es obra mía, todo ser es Mi creación y tú has andado por allí destruyéndola.

–          Padre mío, Tú que eres la misericordia misma, el alma del perdón, debes reconocer que he sabido perdonar al último, siguiendo Tu enseñanza.

–          ¿Perdonar? ¿A eso lo llamas perdonar? Él no te pidió nada y el perdón se otorga como un don, tras el arrepentimiento, y él no tenía de qué arrepentirse. Además, lo trataste de cerdo, que es como mandarlo al mismísimo carajo aunque por supuesto la palabra carajo nunca ha salido ni saldrá de mis misericordiosos labios y de todos modos qué importa, si labios no tengo.

Y tras estas sabias palabras el Padre Eterno castigó al soldado con la condena eterna.

Pero supongamos que no exista Dios Nuestro Señor Padre de Cristo. Y los judíos, ese pueblo tan antiguo y sufrido, tengan razón y allí está Jehová, la Zarza Ardiente, esperando al soldado. Y lo increpa:

–          Tú, tú. Tú aquí, desvergonzado, traidor, que has colaborado con la más cruel tortura y extermino de millones de los míos.

–          Señor, yo sólo fui el engranaje de una rueda que supo arrastrarme.

–          La única rueda con poder de arrastre soy Yo, y tú ni me reconociste.

–          Señor, os reconocí a último momento, en los ojos radiantes de ese hijo tuyo a quien le di el perdón.

–          Mucho perdón, sí, y lo llamaste cerdo… Cerdo, ese animal impuro, prohibido, execrado por nuestra religión que es la única religión verdadera.

Y fue así que el soldado no tuvo escapatoria a la condena eterna.

Pero nada indica la primacía de Jehová, ni su existencia o inmanencia. Con otro fondo de pantalla muy diverso, el soldado se encuentra frente a Alá, el Dador y Originador de la Razón. El soldado no sabe cómo dirigirse a Alá pero sabe –lo ha leído en los periódicos de los últimos tiempos– que en ese paraíso lo esperan 111 huríes para él solo porque ha matado herejes. Y se relame, y Alá le lee el pensamiento y se indigna:

–          Alá no tiene herejes, eso es imposible. Es un infundio inventado por los canallas que se hacen llamar fundamentalistas cuando el único fundamento es Alá y su profeta Mahoma, y aquellos que tú mencionas son los verdaderos herejes de mi Fe que es la Única y están condenados por toda la eternidad y tú te unirás a ellos. Sin contar que pronunciaste la palabra cerdo en pleno Ramadán, maldito.

Todos los intentos pueden ser considerados legítimos ya que de ninguno tenemos confirmación alguna. Entonces todo vale. Hasta buscar acercarse a Aquél que sólo es definido por la vía negativa. Se trata del Deus Absconditum de los cabalistas que ocupa todo el espacio posible y también el imposible y hubo de aspirarse a Sí Mismo en el Tsimtsum para darle cabida al universo. Ése Deus no lo registra al soldado, ni a nadie: está demasiado lleno de Sí Mismo.

Del Olimpo ni hablemos, aunque quizá convenga recordarlo porque si bien sólo los helenistas trasnochados hablan hoy del Olimpo, cabe suponer que un Parnaso concebido con tanta dedicación y esmero perdurará in aeternum donde sea, y entonces el Zeus iracundo de los rayos que devendrá Júpiter Tonante en su momento quizá sepa perdonar la agachada final del soldado y lo reciba en su seno. Será entonces Palas Atenea quien se oponga a tamaña afrenta y convocando a las musas sacará al soldado del Olimpo con cajas destempladas.

Y si, por esas cosas de la poca información globalizada, quienes reinan en el Más Allá son los dioses hindúes que asustarían a la madre de la escritora, qué duda cabe de que algún avatar de cada uno de ellos desaprobará de lleno la conducta del soldado, se la mire por donde se la mire, y si Kali la aplaude, verbigracia, Durga no tendrá para con él miramiento alguno. Y condenado quedará el soldado nazi para siempre por los dioses hindúes, no por ambivalente –ellos saben mucho de esas cosas y hasta crearon milenios atrás la svástica- sino por inconsistente y lábil.

Y si se apuesta a la más antigua antigüedad, ¿por qué Ra o Bastet o Anubis, o pongamos por caso las posibles deidades sumerias, habrían de preocuparse por ese despojo que despreciables dioses y deidades novatas condenaron?

Con multiplicidad de Protagonistas Celestes la cosa se complica. Ante cualquier Dios unívoco todo se hace más claro y definido aunque no por eso menos severo. El (joven) soldado nazi a esta altura ya nos está dando cierta pena porque en su deambular por paraísos animistas o politeístas siempre se fue topando con algún ente o kami o espíritu u orixá que no encontró forma de perdonarlo. Xangó dios de la guerra muy probablemente lo perdone, pero entonces Oxumaré y Iemanjá unirán sus aguas en incontenible torrente para expulsarlo y en su accionar ultraterreno el África entera y toda la africanidad del mundo, candomblé, macumba, santería y demás, no querrán saber nada de él. Por profano; y tan blanco para colmo.

Pero el Mas Allá no tiene por qué ser religioso ni estar regido por una o muchas Conciencias Superiores. Puede muy bien ser budista. Y Buda no fue un dios ni nada parecido, tan sólo un Maestro que no propagó una fe ni un dogma sino una enseñanza simple: este mundo es dolor y sufrimiento, podemos escapar al dolor si aprendemos las leyes del bien, del amor, de la impermanencia y el desapego. No es fácil. Para aprender a fondo debemos someternos a la rueda del eterno retorno antes de alcanzar el Nirvana, y a ella responderemos hasta liberarnos del todo de nuestras ataduras y de los llamados “fantasmas hambrientos”. Mientras tanto, volveremos y volveremos a la Tierra en forma de seres superiores o inferiores, según nuestra conducta en la vida anterior y nuestra capacidad de aprendizaje. En cuyo caso, el soldado que nos concierne reencarnó, sí, y reencarnó en un cerdo que habita el matadero, condenado a asistir al sufrimiento de sus compañeros que preanuncia el suyo, hasta que lo alcance la muerte y una nueva condena.

Ahora bien. Hay muchas formas y muy variadas de budismo en oriente, aunque todas apuntan a la misma meta. Y mucha propagación del budismo en occidente en estos últimos tiempos tan aciagos. Pero no hay pruebas de que nos encontraremos con la posibilidad de reencarnarnos cuando pasemos al otro lado.

Por ende, no desesperemos por el soldado. Hay otras posibilidades en esta trama, ya que son todas conjeturas. La escritora ha empezado a tomarle cierta simpatía tras haberlo acompañado a lo largo de páginas y de tantas vicisitudes (nunca juzgar, recuerda) y trata de ayudarlo.

Indaga entonces, la escritora, en el paraíso de los filósofos a ver si por allí encuentra algún apoyo. Spinoza o Pascal no tendrían miramientos con el joven soldado. Nietzche quizá; se promete estudiarlo más a fondo pero con pocas esperanzas; Superhombre, lo que se dice superhombre, el soldado no fue. Todo lo contrario.

Y ni hablemos del paraíso de los músicos: condena eterna a este mequetrefe sordo que no supo oír la música del genial sordo en los ojos y la mente del violinista. Este mequetrefe que le escupió su desdén en plena cara cuando el otro estaba frente a él, iluminado por el fulgor de una revelación: esos acordes sublimes.

Y en el universo de los lógicos el soldado se da con un palmo de narices. Los lógicos se enfurecen con él. La crueldad del msimo o su posterior ejercicio de perdón los tienen sin cuidado, lo que no toleran es la imbecilidad. A la salida del campo el infeliz creyó que aún era alguien, que tenía atributos para perdonar a una “víctima” cuando la verdadera víctima era él que ya había perdido la batalla, la guerra entera. Estaba del lado de la sombra, de la condena, ¿qué hacia entonces empuñando un fusil y sintiéndose magnánimo? Huye, le dijo al otro, cuando quien debía huir era él. Y Huye cerdo, le dijo, cuando en realidad era él el más cerdo y despreciable de todos, no sólo por perdedor: por no saber reconocerlo.

Como último recurso hay otra posibilidad de paraíso que quizá tiempo atrás lo habría dejado pasar cuando el joven soldado alegó haber obedecido órdenes superiores y cumplido por lo tanto con su deber, que no era un deber elegido por él pero así es la guerra y eran órdenes inapelables. Se trata del Paraíso de los Defensores y Defensoras de Derechos Humanos, el PDDH, donde después de juzgarlo lo condenan por alegar en su defensa obediencia debida que ya no es causal de perdón o de amnistía. El libre albedrío prima por sobre las vicisitudes si se es verdaderamente humano. Y el soldado no lo fue, en su momento, humano en el sentido de profundo humanismo.

Como nada indica que algo de lo anterior exista o pueda haber ocurrido –son sólo conjeturas, recordemos, sobre las múltiples propuestas celestiales– la escritora decide conducir a quien es ya su soldado a lo que ella piensa o espera sea la última morada: la nada, la desaparición total y definitiva en la energía cósmica. Para su propio infortunio el ex joven soldado nazi se resiste. Le queda una ínfima partícula de conciencia y es una conciencia que, durante aquel intensísimo intercambio de miradas con el violinista judío, contrajo la Torah –por contagio, por ósmosis, por algo parecido– y ahora sabe demasiado de la culpa. Del peso de la culpa. Y él mismo, es decir esa partícula ínfima que es él en el Más Allá ignoto, se condena para siempre por idiota: por no haber completado su trabajo matando de inmediato al infeliz violinista que ahora por toda la eternidad habrá de recordarle sus pecados.

para María Teresa Medeiros y Walther Lichem

Dos entrevistas

Dos entrevistas

El recuerdo como estandarte de la poesía. Entrevista a Alberto Szpunberg

Una frase que lo dice todo. Esa es la conclusión suspendida en el aire del bar El Federal de San Telmo,  que coronó lo que fue una conversación profunda acerca de los procesos internos y los avatares del ejercicio de la escritura poética de Alberto Szpunberg. Nacido en 1940 en Buenos Aires, fue profesor y director de la carrera de Letras, incursionó en periodismo cultural y dirigió el suplemento La Opinión. Pero principalmente lo que marcó la vida de Alberto (prefiere que lo tutee, la cercanía lo caracteriza) fue, es y será la escritura, la poesía. Esa mañana de un sábado de primavera, Alberto empezó simplemente diciendo…

-La poesía es mi vida, qué voy a contar, ¿mi vida?

-Las personas interesadas en la poesía quieren escuchar la voz de alguien que tiene un recorrido como el tuyo. Es por un tema de transmisión de experiencias, de encontrarse con lo cotidiano de la escritura.

– Sí, pero hace poco me invitaron a un evento donde el tema eran las herramientas de la poesía ¿Qué es eso de las herramientas? Ésta pregunta me la hice a mí mismo pensando en qué era lo que iba a decir, aunque lo principal eran los poemas pero a uno lo convocan para otras cosas también.

-¿Y a qué conclusión llegaste?

-Me quedó resonando la palabra herramientas, y me acordé del plomero del barrio cuando era chico. Iba por la calle o a las casas de los que vivíamos ahí con la caja de herramientas, que era para mí algo mágico. Se llamaba el Bercovich. Cuando venía a casa abría la caja de herramientas y yo miraba adentro asombrado. Él me llamaba ingenier, me decía: “Me alcanzas el destornillador ingenier?” Yo me sentía en la gloria, y ni te cuento cuando nos cruzábamos en la calle,  él iba con la caja de herramientas  y me decía que le lleve la caja de herramientas. Era el súmmum para mí, me sentía orgulloso de llevar las herramientas del señor Bercovich. Pero, ¿qué tienen que ver esas herramientas de la poesía con las herramientas? La poesía no se asocia con el trabajo. Pero a la caja de herramientas sí se la asocia con el trabajo. La palabra es la misma, ¿qué une ese destornillador, ese alicate,  la llave inglesa y el martillo con un romance, con un soneto o con un determinado poema? Le conté a la gente que en esos años en que vivía esas cosas con el señor Bercovich yo iba al cole y empecé a escribir. El único poema que me acuerdo de memoria es un poema que escribí en esos años, inspirado en cuando llevaba la caja de herramientas. Y ese poema es muy interesante, mirá que buenos o malos escribí demasiados poemas, pero el único que me acuerdo es este:

Es una chica muy buena

La conocí en su casa

Y el otro día la vi

tendiendo ropa en su casa

Eran cuatro versos, y el título era “Poesía”. Y para que nadie lo discutiera, lo puse en medio de los cuatro versos, arriba de los primeros y debajo de los dos segundos. Encontramos ahí trabajo manual, no solo eso, evidentemente como todo chico en cierto momento empecé a sentir otras cosas no solo los deberes o el dictado. Empecé a sentir que hay una chica muy buena, así como una chica se puede sensibilizar con un chico. Toda mi vida fue una vida militante, con la poesía incluida en esa militancia.

-¿Por qué considerás que hay una especie de ruido entre esos dos significados de la palabra “herramientas”?

-Porque está vinculado al concepto de trabajo. Esa contradicción entre el trabajo manual y el trabajo poético se debe a qué se entiende por trabajo. Si el trabajo, si las herramientas hablan del desarrollo de la humanidad, no habría humanidad si el hombre no hubiera podido desarrollar herramientas. Y también las armas. Entonces para cazar lo que sea, para defender, para apropiarse de lo cazado por los otros. De qué lado se inclina la cosa tiene que ver con lo que pasa con el trabajo. El trabajo es la creatividad del ser humano, y si el trabajo genera solo salario el trabajo se convierte en mercancía. Al convertirse en mercancía niega su propia condición de trabajo. La poesía es trabajo, pero es una rebelión permanente contra esa contradicción, es una invitación permanente a que algo chirríe cuando el trabajo está destinado solo al salario, a una rebelión ante esa tragedia de la humanidad. En función de eso las lanzas se convierten en misiles. Eso es lo que estamos viviendo.

-Lo tuyo es la unión entre militancia y poesía.

-Claro, eso es algo que siempre sentí profundamente, que la poesía es trabajo y que el trabajo merece ser otra cosa. Que la poesía tiene que ver con el amor. Y toda esa cosa asalariada con la muerte. Se mata por ese tema, la humanidad convertida en poesía en un sistema que todo lo convierte en mercancía.

-Lo que llevamos todos, esa pulsión de muerte y de vida, de amor. Tánatos y Eros…

-Para mí lo que define esto que te digo es una frase del Che Guevara que dice: “Aún a riesgo de parecer ridículo, un revolucionario se mueve llevado por grandes sentimientos de amor”. Es una expresión inapropiada para el Che, que estaba dispuesto a correr cualquier riesgo, menos la ridiculez. Y me parece extraordinaria esa manera de expresarse. Si mantenemos una división estanca entre una cosa y la otra estamos mal.

 

-¿Las figuras poéticas se construyen con recuerdos subjetivos o con recuerdos que son parte de la comunidad?

-Todo recuerdo es subjetivo, así como todo olvido es subjetivo. Los recuerdos nos persiguen, y también los olvidos. Eso lo escribí anoche en un poema. Porque los olvidos se dan socialmente. En estos años hemos tenido mucho engaño, mucho show, mucho miedo al dolor. Es muy doloroso recordar (como es el recuerdo de la ESMA).

¿Se concibe la poesía sin memoria, se concibe la memoria sin poesía? Fijate que hay libros de desaparecidos, de compañeros desaparecidos que se editaron y que fueron encontrados en cuadernos que se conservaron de manera milagrosa por lo casual. Han sido recuperados libros con poemas hermosos o no pero con una intención poética indiscutible. ¿Qué significa la poesía?  Lo que el salario impide cuando compra el trabajo es el desarrollo de la cosa creativa. Saint Simon, el socialista utópico, dijo que el gran enigma de la historia es por qué habiendo tantos chicos inteligentes hay tantos grandes estúpidos. Y es que donde hay chicos hay emoción, creatividad, los chicos son una fuente creativa permanente. Pero se los empieza adoctrinar, entre la familia y el colegio se destruye esa creatividad.

-Entonces la creación es una forma de resistencia…

-Exactamente. ¿Y cómo se entiende una poesía que no sea creación? No porque lo haya dicho Aristóteles.  En el Antiguo Testamento no existe la poesía, existe el canto, que no deja de ser una expresión poética. Es el cantar de los cantares. Dice la leyenda que el día en que se produjo la escritura los ángeles lloraron. ¿No es hermosa como imagen? ¿Por qué lloraban los ángeles? Porque desaparecía el canto y aparecía el testimonio de lo que antes había sido cantado.

-La escritura pasó a ser el  determinismo de la experiencia, de la oralidad…

-Exacto.

-¿Cómo toman forma los recuerdos en la poesía, cómo se transforman en figuras poéticas?

-Te puedo hablar de mi experiencia. Recién hablábamos del canto. El canto es la voz, y la voz no son las palabras. Un bebe tiene voz y no tiene palabras, y sobre esa voz se asientan las palabras, sino no se internaliza el lenguaje. Los idiomas nacen como castigo cuando la humanidad construye la Torre de Babel para llegar al cielo. Antes de eso no había lenguaje, era la voz la que hablaba. Y la poesía procura rescatar esa cosa genuina y espontánea de la voz. Por eso la poesía está con un pie en la animalidad y un pie en lo humano, en lo intelectual, en lo cultural. Siempre está ahí,  tambaleante. ¿Qué me pasa a mí? Lo primero que siento es la música del poema, como un ritmo o una palabra. A veces es una imagen. Pero esa imagen son dos o tres palabras que se me quedan en el oído en algún lugar. Y de ahí sale la imagen.

-Pero… ¿Qué dispara esa evocación?

-Estar con la poesía es algo hermoso para mí. Es la sensación de estar jugando como un chico. No creo en los escritores que hablan de los fantasmas que habitan en el interior de los que escriben. Yo la paso fenómeno. Cuando no escribo me siento mal y cuando escribo me siento un campeón.

 

 

 


Rompecabezas de preguntas y respuestas a Diana Bellessi

-Diana, se qué estás viajando a España en breve y que acabás de ganar el Premio Kónex en poesía. Esta entrevista va a ser rápida, yo empiezo la frase y vos la completás, vamos a ver qué sale.

-Veamos…

-Una emoción en la entrega del premio…

-Alegría, fue un momento alegre.

-Alegre por…

-Por ver a tantos amigos y a la casi entera escena de la escritura en Buenos Aires.

-¿Fue comparable a algo que hayas vivido?

-Estábamos esperando nuestro diploma como en la escuela secundaria…

 

-¿Qué lugar ocupan en tu obra la Poesía y la Memoria?

-Un lugar importante…

-¿Poesía y tiempo?

-Aún en los poemas más aferrados al instante presente, el pasado tiene su peso en la forma de tantear o de intentar apresar el presente mientras aparece el fantasma de algún porvenir.

-¿La memoria?

-Es nuestra manera entre lineal y cíclica de percibir el tiempo. Si nos referimos a la memoria histórica, también somos presos de ella, y de su constante recreación.

Poemas inéditos de Mario Goloboff

Poemas inéditos de Mario Goloboff

Mario Goloboff ofrece, en exclusivo para esta revista, un adelanto de su próximo libro de poemas.

 

Bella ciao

“Alla mattina appena alzata…”

Hojeando reproducciones de Il Caravaggio

con ese aire de Madonna popular florentina,

hecha en cofradías piadosas

y adorada en los barrios obreros,

cuya piel traslúcida y aún tibia

respondía desganadamente a mis besos,

mientras le servía café y la observaba

en la mañana de otra despedida sin nombre,

creí entender lo que es un cielo imposible,

creí nacer estos versos

que aún no sé si merece.

28/12/2011

 

Una mujer

Que te hace mirar de nuevo el cielo

te baña en el mar

te besa en el aire

y

además

pide le leas el Génesis,

infunde en vos

el mismo aliento

que el Creador a Adam

para que fuera.

14/12/2011

 

Gratitud

A todas las mujeres del mundo

debe uno algo,

pero de ella

que es la que más importa

prefiero recordar

que separaba el chocolate en triangulitos

y daba así un perfume

a las cuestiones del amor,

que yo

ferviente del cacao

aún no conocía.

 

Y, sobre todo, sin abandonar ni un instante su estilo…

Me pareció que todo lo compendiaba,

mi admiración incluida.

Luego, su sueño en paz,

el improbable despertar,

su partida dejando alguna huella,

los besos que nos dimos

u olvidamos,

el futuro que ya es presente

(y no por ello menos fugaz),

y la entera deslumbrante vida

irradiando, irradiando, irradiando,

envuelta en su pelo de luna.

18/10/2011

 

Herido

Herido,

quedaste herido,

no de muerte,

quizás,

pero sí de esa mano,

que a veces

dilata el corazón

ardiendo.

21/2/2012

 

Biografía

El campo innumerable donde creces.

La ciudad diagonal en la que amas.

La hospitalaria Francia donde exilias.

La Buenos Aires que te trae y mece.

La fuerte vida donde compadeces.

22/5/2013


Imagen: Foto de Silvia Castro de su serie Stencil de luz

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