Una muestra de la poesía de Jorge Felippa

Una muestra de la poesía de Jorge Felippa

Presentamos una selección de poemas de Jorge Felippa (Córdoba, 1949).

 

De la magia ni qué hablar 

 

 

El silencio parpadea.

Los cuerpos se adivinan y hablan.

Las lenguas queman  uvas y llaves.

El deseo carga sus naves.

En la proas

llevan nombres escritos con barro.

Amores como arenas movedizas.

En la penumbra

una mansedumbre de álamos

reposa en sus miradas.

 

Cómo acarrear por la ciudad

llamados, relojes, pasos en falso.

La cita es túnel y arcano.

Gota de sangre en el borde del espejo.

 

Cómo rondar sin solapas

la cadera eléctrica de sus pudores

si él no fuera

pañuelo azotado por el hambre

y ginebra en el tajo que larva.

Si ella

tuviese en sus manos

algo más que huellas de anillos

y de jardines de invierno.

 

Entonces las palabras

oxidan hasta el rocío que respiran

las veletas de sus naves incendiadas.

 

 

Afuera

la ciudad es una jaula.

Sólo estallidos o convalecencias en el silencio.

 

Ellos tendrán ojos para siempre

cuando el adiós se les cuele en el alma

como una carta

que una mano anónima

desliza en la pieza del viejo hotel

adonde ellos se confían los cuerpos

lejos de toda memoria o miseria.

 

De la magia

ni qué hablar.

 

 

 

Decíamos ayer

 

 

La copa de futuro que ofrecen nuestros hijos

habrá que beberla gota a gota.

A veces agria, otras placentera,

sabemos que sus pasos

tienen un norte con sabor a lejanías.

 

Nuestra semilla es un árbol que a veces

da frutos tan amargos.

La madera se astilla y espina el corazón de desencantos.

Nuestra corona de deseos – buena leche y pura como el pan –

les pesa como la cruz a Cristo.

 

Así prueban

las alas marchitas del ángel de la guarda

y beben asombrados

la mariposa frágil del futuro.

 

Aunque nos den la espalda

miremos de frente todo lo que no fuimos.

La copa medio llena y los vacíos llenos

de cartas en la manga.

Olvidos y memorias tatuados en la sangre:

esa viva moneda que nunca volverá a repetirse.

 

Así vuelve la palabra a la página en blanco.

¿Cosecharás la siembra de tan largo silencio?

¿O comienzas apenas a preparar la tierra

para que tu mano arroje al viento

las últimas semillas?

 

 

 

El dolor es un maestro

 

 

Su llamado demora y el cansancio es paliza.

 

Me anochecen los duelos que le parten el alma.

Usted abre su pecho para que lloren otros

y en el regazo acuna las penas que hizo suyas.

 

¿Qué razón o deidad se invoca a la hora

de una muerte anunciada?

¿Adónde nos marchamos

cuando el mundo arrebata

el corazón de un niño?

 

La palabra que alivia es aire lacerante,

espina que desangra en la lágrima viva,

puñado de sal en el desierto del alma.

 

Comprendemos entonces

que no sabemos nada sobre el calvario ajeno.

El dolor es un maestro que enseña con silencios.

 

Mientras la luna besa sus ojos afligidos,

me guardo la palabra en respeto a sus duelos.

 

 

 

 

Otros duelos  

 

 

Toda la noche llueve sobre la ciudad sedienta.

A cántaros me llueven estos días de marzo.

Son otras las heridas abiertas en el pecho

y otras manos las que alivian sus pesares.

 

Una sirena, a lo lejos, desgarra las calles.

Es como un relámpago de otro marzo feroz.

¿Acabaron los días del sálvese quién pueda?

¿Le damos una mano al vecino de al lado

cuando tiembla su suelo y se le abisma el cielo?

 

Mastico este silencio amargo de preguntas.

Es que han vuelto los buitres.

¿Alguna vez se fueron?

Olfatean las sobras

en la mesa del pobre.

 

Llueve sin bendiciones ni santos milagrosos.

Mañana sabremos quien cuenta las monedas

del que ha perdido todo.

 

Treinta y tres pisos apagan la luna de enfrente.

La palabra poesía es una cachetada

en la otra mejilla de la ciudad a oscuras:

por treinta y tres denarios

remataron su alma.

 

¿A quién le digo entonces que mis duelos son otros?

Una casa en las sierras, una hija que canta,

otra que levanta el vuelo

y un viejo aguaribay ceniciento de pena.

 

 

 

Como lobos hambrientos

 

 

Dejo hervir el agua,

que el fuego se consuma.

La noche no pinta para mansa.

Sus anzuelos

muerden mi pecho

como un libro abierto en el invierno

 

Afuera

cada cual hace su agosto.

Vuelco sobre la mesa

las cartas que todavía

borroneo en tus umbrales.

 

Tu cintura

quema el despertador.

Con la miel de tus piernas

sangro palabras

en las bocacalles.

 

La garganta apura

los vinos

que nos lavan del miedo

de alumbrar el olvido.

En tus labios beso

las cenizas

de una canción desesperada.

 

Tanguedia del equilibrista

que vuelve cada noche

a cortarse la lengua

antes de pronunciar tu nombre.

 

Y así

como lobos hambrientos

acechamos

en la basura del día

sin encontrarnos. 

 

 

 

 

Caminata nocturna

 

I

 

Salgo a caminar por la ciudad

semivacía, maloliente, estropeada.

Deambulo entre buscavidas nocturnos,

discos y películas pirateadas,

anteojos y flores y estampitas.

Receloso, esquivo las miradas

de otros cazadores solitarios.

 

II

 

No hay nadie en el bar.

Fallutos, le digo al mozo.

El café se enfría con tanta indiferencia.

Las noticias son polvo desteñido

en las páginas del diario.

Empieza a lloviznar.

El día ya es historia

menos para los que hoy

ya no tienen laburo.

Y son miles.

Oigo palabras que prefiero olvidar.

Pienso: que no les toque a tu madre ni a tu viejo,

a tu hermano o compañero.

No es azar ni magia. Tampoco el destino.

Ya no habrá San Cayetano

para que laves tu conciencia.

Ya elegiste.

Tus razones valen tanto como las de aquellos

que mañana saldrán a la calle

a molestar tus trámites, el tránsito,

tus deseos de mirar siempre adelante.

Olerás los sudores y tus miedos

debajo de los anteojos oscuros

como el mañana sin futuro

que decidiste

con tu hartazgo de estar harto.

 

III

 

Regreso con una piedra en la garganta.

Nadie en el teléfono. Nadie en la pantalla.

Ahora llueve.

El año nuevo,

es un puñado de espinas y de sal.

Si no fuera por mi hija que avisa su regreso,

este jueves no tendría ni una brizna de memoria.

 

La única señal en el camino, herrumbrada,

torcida por el viento, sin apuntar a ningún lado,

dice: Córdoba.

Mis palabras, acaso,

¿podrían encontrar otro destino?

 

 

 

Santo día

 

 

Recuerda una bella novela cubana:

La última mujer y el próximo combate

escrita por Manuel Cofiño López,

allá a principios de los ’70.

 

Entonces, él también era joven,

casi feliz y creyente de aquellas utopías.

Demasiadas batallas y derrotas

arrasaron la herencia porvenir.

 

Hoy, piernas y brazos acusan la desidia

porque el parque ya no extraña su figura.

¿Él no extraña las caminatas domingueras,

el sudor en la frente, morder una manzana,

la espalda en el rocío, el sol entre el follaje,

el agua aliviando la garganta?

 

En los hombros le duelen

las palabras no dichas.

Lo que importa ahora es

caminar hasta que el cuerpo diga basta.

 

Hoy es el día de su santo.

Pero no tiene santos en sus devociones.

Ni oculta los pecados

a los crédulos que lo invocan en sus rezos.

Reconoce

que gracias a ellos,

hay pan, vino en la mesa,

y una frazada en su cama.

 

Y extraña, sí, el cuerpo de esa mujer,

porque con ella quiere dar

el último combate.

 

 

Dos de abril

 

Debemos hablar amor

antes que las palabras cenicen sus braseros

y lluevan malos tragos.

 

Ya no hay sonrisa que valga

mientras una paliza bautismal

nos sedienta y ahoga

la más austral mirada.

 

Te das cuenta amor

qué poco sale el sol

y somos

tendidas transparencias

rosarios de lana y hasta cuándo

que repiten a coro y lo creemos:

después del dos de abril

ya nada será igual entre nosotros.

 

No lo olvidemos

ahora que la guerra anoticia esta trinchera

el alquiler rompecabezas

y las manos

tocan el umbral de los adioses

sin que ardan nocturnas vanaglorias.

 

No lo olvidemos

ahora que las caretas

desnudan sus estafas

oliendo el asco de nuestros hermanos

metales purísimos

a la hora de la fragua.

 

Y nosotros como antes

de plaza hasta los huesos

las patas en la fuente

pulmones de consignas

y como nunca pedigueños.

 

Este no es su pueblo

señor.

El pueblo está en Malvinas

de puerto y hecho brújula

porque en el sur  amor

se juega nuestro norte

y América

truena  llueve y amamanta

de luz

su vientre campanario.

 

 

 

 

 

Café La Paz

 

La ciudad va llorando

todo el parto del lunes

mientras cruzo por ella

desvelado y don nadie.

 

Desde el bajo ya sube

el coral mañanero

la calle cuesta arriba

hace plomo los pasos.

 

Alguien ciego de urgencias

se come las noticias

y tropieza en la baldosa

de su infancia perdida.

 

Estoy mirando rostros

tallados por el caos

y que el monstruo digiere

en su vientre de olvidos.

 

En Montevideo y Corrientes

La Paz

no es sólo un bar

al que ella no vuelve.

 

La Paz es la plegaria

remanso del tumulto

el principio del pan

la luz plural del vino.

 

 

 

Oración para las dictaduras

 

Para organizar su intranquilidad

para eso estamos

los que no escuchan sus preceptos

los depositarios de sus furias

los impacientes jueces de sus actos

 

para que justifiquen sus torturas

para eso estamos

los condenados de las cárceles y hospicios

los eternos marginados de sus buenas acciones

los desheredados de su mundo occidental

 

para atormentar sus memorias

para eso estamos

los legalmente asociados en la explotación

los ilusos labradores del amor

 

para complicarles la historia

para eso estamos

los jornaleros del alba

los secuaces en la lucha

los cómplices del hombre.

 

(Publicado el sábado 11 de octubre de 1975

En el Periódico Alberdi, de Vedia, Provincia de Buenos Aires).

 

 


 

Jorge Felippa (Córdoba, 1949) es autor de las novelas Quiero volver a casa (El Emporio Ediciones, 2005, finalista del Concurso Provincial de Novela Daniel Moyano 2004); El que avisa no es traidor (Ediciones del Boulevard, 2007); También la verdad se inventa (Editorial Babel, 2009, primera mención del Concurso Luis de Tejeda de la Municipalidad de Córdoba, 1986); y Las trampas de la colmena (Ediciones del Boulevard), 2013. Como poeta ha publicado Yo no diría la última palabra, Faja de Honor de la SADE (1976), El orden de los factores, A brazo partido y Que veinte años. En 1991 fundó y dirigió Op Oloop Ediciones hasta el año 2001. Desde 1985 dicta talleres de escritura creativa y narrativa en diversas instituciones públicas y privadas. Fue Delegado en Córdoba del Fondo Nacional de las Artes desde el año 2008 hasta el 2015. Ese mismo año recibió, por su trayectoria, el Premio Reconocimiento al Mérito Artístico, que otorga el gobierno de la Provincia de Córdoba.

Fotografía: cortesía del autor.

Una muestra de la poesía de Jorge Felippa

Un paseo por la poesía de Susana Cabuchi

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Como de los buenos viajes, de la poesía de Susana Cabuchi (Jesús María, Córdoba, 1948) no se vuelve siendo los mismos. Por eso presentamos un breve paseo por algunos de sus poemas memorables, a los que sumamos dos inéditos.

 

EL DULCE PAÍS

 

 

Entonces, tus ojos eran caramelos de miel

y hablabas

de las bicicletas que regalaba el Niño Dios

a los que no podíamos comprarlas.

El río se callaba para que tú contaras figuritas.

Yo era alegre,

y eran alegres los nísperos del patio.

Y tú eras otro,

no el hombre de hoy

lejano como todos.

Cada domingo era una sorpresa de ciruelas,

de plaza con hamacas.

Tu padre cantaba en el taller

mientras tu madre

lavaba mamelucos de amor y aceite.

El mío no había partido todavía

y llegaba al hogar con dulces y regalos.

Yo oía con asombro tus mentiras

y creía en gigantes voladores

y en ángeles guardianes

que cuidaban tu ropa y mis zapatos.

Por cada diente el ratón nos compraba mandarinas.

La abuela, abría el gran ropero

y sacaba

turrones envueltos en papeles crocantes.

Si vuelves, como entonces,

con sombrero de piel y las manos con barro

verás, que guardo aún

el corazón de las manzanas.

 

                         De El corazón de las manzanas, 1978

 

 

 

LA CARTA

 

Ha llegado la carta.

Está sobre la mesa,

al lado de las flores.

La miro

            largamente.

Conozco la letra.

Pero la leeré

a la medianoche,

cuando los trenes

que pasan hacia el norte

hagan temblar

los vidrios de la casa.

 

                         De Patio solo, 1986

 

 
VISITA

 

Un viajero

ha llegado a la casa.

Salimos todos

a abrazarlo

porque trae noticias del hermano.

Habla de campos secos,

del hambre en las ciudades,

muestra fotografías.

Después del almuerzo

le servimos

la fruta más dulce del ciruelo.

Y la ha comido,

                         pero sin alegría.

 

                         De Patio solo, 1986

 

 

 

ÁLBUM FAMILIAR 

 

Los padres

fueron una vez

a Mendoza.

Me dejaron

una foto con nieve

a orillas del camino

con un gran auto negro

y con amigos.

 

Me dejaron

una foto con nieve

y este frío.

 

                         De Álbum familiar, 2000
 

 

PASOS

 

He bebido las aguas

del Shu – Am

como si no estuvieran

contaminadas.

A orillas

del río silencioso

crecen flores amargas

sobre las que he descansado,

                         leyendo.

Y no he pecado

sino

lo necesario.

 

                         De Álbum familiar, 2000

 

 
12 DE JUNIO

 

Esa mano que muere

no está sola.

El anillo dorado

la devuelve

a una danza de bodas

y a sus giros.

A una siesta

de parrales ardientes.

A los vinos

guardados

para las grandes fechas.

Está

el metal redondo

sosteniendo

que todo fue verdad.

El anillo de bodas

de mi padre,

en la mano, en la vida

de mi padre.

En el día de la muerte

de mi padre.

 

                         De Álbum familiar, 2000

 

 

CIELO

 

Sobre las montañas nevadas,

como una flecha oscura,

van los patos salvajes.

Cruzan.

Como tu sombra

sobre mi corazón.

 

                         De Álbum familiar, 2000

 

 

 

VINCENT VAN GOGH 

 

Aquí estoy

en esta soledad luminosa,

plena, habitada

de fuegos y ventanas.

La casa

arde de girasoles

como un infierno congelado

entre aceites

y vientos amarillos.

Sordo de tanto silencio

y dispuesto

a entreabrir

cada lirio celestial,

cada cristal de paja,

cada gota de acero,

cada ojo de sangre,

cada vidrio de miedo.

Así te escribo.

Sobre las torres de la desesperación,

a orillas del Ródano,

entre la mezcla brumosa de los óleos,

a la hora del ángelus,

a pleno mediodía,

sobre el caballo áspero

                         de la pena,

con la piedra roja

                         de la desgracia,

con la arena negra de la locura,

con las sílabas celestes del amor,

con la sorpresa blanca de la tela

                         vacía,

con el cuervo del hambre

                         sobrevolando mi cama,

con la mordedura hirviente

                         del deseo,

entre el humo agrio de la luz,

en el paraíso húmedo

                         de los manteles,

en los bares nocturnos,

así,

           hermano mío,

              hermanito menor,

                  casi mi padre.

 

                         De Álbum familiar, 2000

 

 

 

EXILIO

 

Al cerrar el negocio

mis padres

se sentaban en la vereda

del Panamericano

a mirar el desfile.

 

Mi padre sonreía

con la misma serena tristeza,

repetida,

tantos años después,

en la fila de cajones

abiertos hacia el crematorio,

más oscuro, con los párpados quietos,

entero, intacto,

                         esperándome.

Así dio su perdón,

                         así recibió el mío.

 

Acompañaba la fiesta

con la mirada suave

del que ha danzado, inocente,

sobre los barcos del exilio.

 

Cuando pregunté

en el Registro de su país

la íntima caligrafía

sentenciaba “desertor”.

Cómo explicar

que tenía dos años al partir,

que nunca se había ido,

que cada mañana

ascendía las calles amarillas

de Maalula

mientras levantaba las persianas.

 

 

                         De Detrás de las máscaras, 2008

 

 

 

VISITA AL PURGATORIO

 

El cartel anuncia

             “El Paraíso”.

Aquí están

la directora del colegio,

la fundadora del Teatro Vocacional,

el carnicero,

el prestamista, el notario.

–Sí madre,

traigo galletas,

sacaremos una mesa,

jugaremos a la confitería,

tomaremos el té.

Las pequeñas carrozas

                         –trípodes, andadores,

                         sillas de ruedas–

giran.

Aferrados al pasamanos

los caminantes

repiten la peregrinación,

como antes en la plaza,

ahora a orillas de la ciudad,

a orillas de la vida,

con las máscaras de la vejez,

con los pesados trajes,

                 marchitos.

Sí madre,

soy la tía Emma

y también soy Susana.

Entre sombras

la comparsa emite

entrecortados llantos, gemidos secos.

–No madre, sus padres

no la olvidan,

están muy ocupados.

Cuando puedan

          vendrán

con un ramo de rosas.

 

                         De Detrás de las máscaras, 2008

 

 

 

SIRIA

                         A Jeannette Kabouchi

 

I

 

Ha despertado

seguramente temblorosa.

Ha escuchado los ayes

ascender las piedras de Sednaya,

ondular sobre las cambiantes dunas

hacia el desierto,

reptar entre los arcos de Palmira,

crecer en los olivos.

Por favor querida, dice

desde ciudades inolvidables

a la hora del sueño.

Por favor querida,

insiste,

escriba sobre Siria.

 

 

II

 

Juntas hemos visto

los juegos del Mediterráneo

frente a las costas de Latakia

y las manchas lejanas de la tierra turca

a través del mar.

Sabe que escuché, conmovida,

cinco veces al día

el hondo llamado a la oración

que surge, poderoso y verdadero, desde

las mezquitas, desde sus altos minaretes.

Sabe que me gustaba caminar

hacia el zoco Al-Hamidiyah

para oler los tejidos

y las especias.

En mitad de la noche

ha querido llamarme. A pesar

de los años y la distancia.

Debió recordar que en la Feria

de Libro de Damasco

me vio adquirir obras

escritas en un idioma que no leo

y que algo en mí reconoció los signos,

esas suaves y delgadas canoas

sobre el papel, esas líneas

de arenas y de vientos.

 

 

lll

Jeannette,

la prima de mi padre,

no usa velo.

Simplemente lo prefiere así.

Ella es cristiana, Fayez

su esposo, musulmán.

Hemos viajado  al mar,

hemos nadado juntas

vestidas con trajes de baño occidentales

como las cristianas y las judías

mientras las musulmanas jugaban

en el agua

con sus largos vestidos mojados

adheridos al cuerpo, más sugestivas

que las turistas europeas

que extendían sus claras

y desnudas figuras

en las playas doradas.

 

 

IV

 

Qué sé, qué desconozco para que ella repita

varios meses después, Susana, no lo olvide

–suena firme su voz en el teléfono–

escriba sobre Siria.

Qué espera, qué me pide?

Hablaré de Quneitra,

del pasto crecido sobre los escombros,

de los testimonios del Golán?

 

Ibrahim me muestra unos montículos de nada

y dice: esta era mi casa.

Por esta calle iba a la escuela cada mañana.

Y señala la escuela, lo que debo

creer que fue una escuela,

cemento y hierros

arrasados por las topadoras.

 

De quiénes eran las tumbas?

Cuántos lloraban entre los olivos?

 

Alguien  preguntó

sobre la poesía después de  Auschwitz,

también yo lo pregunto

desde las ruinas de Quneitra,

sus hospitales muertos, sus calles incendiadas,

las infinitas filas de cruces blancas sobre

la vergüenza del mundo.

 

De quiénes son las tumbas?

Cuántos lloran entre los olivos?

 

 

                         De Siria, inédito

 

 

 

ULEILA*

 

Porque no hay que viajar

grandes distancias,

además es apacible, es bello,

encantador, decían.

Y cada año autorizaba el ocio

una población serrana

cuyo nombre proponía

un juego sin salida,

un interminable y misterioso acertijo:

Salsipuedes.

 

La calle principal

era de oscuro y empinado asfalto

y ondulaba, perfecta para el patinaje

y sus consecuentes advertencias.

Juntábamos piedras, mariposas,

plantas medicinales. Buscábamos
víboras, avispas, miel.

Pero lo inolvidable

fue el nombre de la casa alquilada:

Uleila del Campo.

Uleila sonaba a oleaje campesino,

a ciclos lunares en una lengua antigua,

a ulular marítimo,

a lagunas nocturnas, a luz.

¿Uleila era una flor silvestre,

un extraño y distante país,

un pájaro prodigioso y desconocido,

una mujer?

Desde entonces, en secreto,

llamamos así a nuestra madre:

–¿Llegó Uleila del Campo?

–Uleila dice que ordenemos el cuarto.

–¿Ha visto usted a la señora Uleila?

 

Nos había prometido estarse viva,

tostar zapallos porque –dijo– serían muy dulces

ese verano,

hacerme un vestido de seda verde

para los bailes de carnaval.

A veces la nombramos.

En las calientes noches,

desde cualquier lugar, le preguntamos:

Señora Uleila,

Uleila del Campo,

¿dónde está, por qué no vuelve,

por qué demora?

¿O está en el Mirador

reconociendo amaneceres, colinas,

lejanías,

y no puede salir?

 

                         De Siria, inédito

 

* Ulelia: palabra árabe que tiempo después de escribir el poema supe que significaba mirador.

 


 

Susana Cabuchi (Jesús María, Córdoba, 1948) ha publicado: El corazón de las manzanas (E. y G. López editores, 1978), Patio solo (Alción Editora, 1986), Álbum familiar (Alción Editora, 2000), El Dulce País y otros poemas (Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación, 2004), Detrás de las máscaras (Ediciones El Copista, 2008), Poética-1965-2010 (El taller del Escritor, 2010) y Album de famille – Livre CD (París, Francia, 2015). Su poesía integra numerosas antologías argentinas, americanas y europeas, y ha sido traducida al francés, italiano, portugués y árabe. Ha ganado diversas distinciones nacionales e internacionales. Como gestora cultural organizó ferias del libro, semanas de cultura, concursos literarios, ciclos de lectura, entre otros eventos culturales. Ha sido miembro de jurado en diversos concursos de poesía y narrativa, y participado como panelista y conferencista en congresos, encuentros, y jornadas, tanto en el país como en el exterior. Actualmente colabora en revistas especializadas, en sitios virtuales y coordina talleres de escritura. 

 

Fotografía: cortesía de la autora.

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