El discurso de Claudia Piñeiro durante el VIII Congreso de la Lengua

El discurso de Claudia Piñeiro durante el VIII Congreso de la Lengua

Reproducimos el discurso completo que leyó la escritora Claudia Piñeiro durante el VIII Congreso Internacional de la Lengua realizado en la ciudad de Córdoba días atrás.

 

No soy académica, soy escritora así que trataré de ajustarme al título que nos convoca con la mirada que corresponde a lo que soy: la de la ficción, el relato y la palabra.

La literatura se hace con palabras y narración. Creo que vale la pena, entonces, hacer un repaso del texto de Walter Benjamín titulado, precisamente, El narrador. Para preguntarnos: ¿Quién narra? ¿Cómo narra? ¿Con qué palabras? Dice Benjamín: “La experiencia que se transmite de boca en boca es la fuente de la que se han servido todos los narradores”. Y señala que los más grandes narradores son los que menos se apartan -en sus propios textos- de los numerosos narradores anónimos que los precedieron. En cuanto a estos, Benjamín propone dos categorías: el que viaja, el que viene de lejos (al que llama el marino mercante), y el que nunca abandonó su tierra de origen, que conoce sus historias y tradiciones (el campesino sedentario). “Es así que la figura del narrador adquiere su plena corporeidad sólo en aquel que encarne a ambas”. Esa unión de las dos categorías se empieza a dar a partir de la Edad Media, cuando se aúna en la corporación artesanal “la noticia de la lejanía, tal como la refería el que mucho ha viajado de retorno a casa, con la noticia del pasado que prefiere confiarse al sedentario.”

Podemos pensar estas dos categorías no ya en la narración sino antes, en la lengua como sistema de comunicación que se construye a través del tiempo. Y en lo que significó para la lengua española su uso en un territorio nuevo: América. Pero en el caso del continente americano, el marino mercante y el campesino que señala Benjamín no hablaban la misma lengua. A esta altura de nuestra historia en común hay que reconocer que la lengua española funcionó como amalgama, permitió contar historias y tradiciones de quien estaba a quien vino, así como posibilitó recibir historias del otro lado del mar. Sin embargo, en el origen, quinientos años atrás, hay un hecho histórico, descriptivo, que no sería honesto soslayar: el español fue, en el origen, la lengua del conquistador. El narrador que no viajó, el que ya estaba aquí, tuvo que adaptarse a una nueva lengua, y en muchos casos abandonar la propia, para lograr esa amalgama. La lengua española en las Américas es una lengua impuesta. Que eso haya pasado hace más de cinco siglos atrás y que hoy podamos decir que hemos constituido una cultura iberoamericana en común no hace desaparecer aquel origen, aquel acto fundacional del uso de la lengua española en Latinoamérica. Incluso más de trescientos años después de la llegada de España al territorio americano, en Julio de 1816, cuando se redacta nuestra acta de la Independencia, sancionada por el Histórico Congreso de Tucumán, se contempla esta diversidad de lenguas: escrita en idioma español fue traducida al quechua, al aymará y al guaraní para que tuviera la suficiente difusión y apoyo.

Hoy, siglo XXI, disfrutamos el uso de esta lengua en la literatura, en la oralidad, en el folclore. Pero aún así existen marcas de aquella fundación, una cierta resistencia ancestral sigue haciendo eco en los usos y particularidades de la lengua en cada uno de los distintos lugares donde se la habla. La lengua de todos nosotros, el español que armamos entre todos, es suma, es riqueza en la diferencia, es compartir, pero también, en América, es la consciencia plena de aquel origen. De hecho, y para propiciar esa unión, en futuras ediciones este congreso, tal vez, debería llamarse Congreso de la Lengua Hispanoamericana. Poner sobre la mesa esta cuestión cuando hablamos de la lengua que compartimos creo que nos hará bien a todos. Mi padre era español, mis cuatro abuelos también, de hecho yo tengo esa nacionalidad, si tuviera que elegir otro país donde vivir probablemente elegiría España. Pero lo que no se habla produce malestar. Dice George Steiner: “El lenguaje solo puede ocuparse significativamente de un segmento de la realidad particular y restringido. El resto, y probablemente la mayor parte, es silencio”. Soy escritora, y como dijo Reynaldo Arenas, los escritores estamos encaprichados en ponerle palabras al silencio, a los silencios actuales y a los anteriores, incluso a los que vienen desde quinientos años atrás.

En el 2019, me resulta imposible no hacer un paralelismo entre una lengua que quiere imponerse sobre otras habladas en un territorio dominado y la férrea oposición de muchos a que la lengua se modifique adoptando los usos que introdujo la perspectiva de género. De nada sirve ni oponerse ni tratar de imponer un lenguaje atravesado por la realidad: la lengua está viva y siempre será con el tiempo lo que el uso determine. No sabemos hoy si el lenguaje inclusivo terminará siendo adoptado por la lengua española, lo sabremos en el futuro. Pero muchos de los que están en contra del uso del lenguaje con perspectiva de género argumentan desde el lugar de una supuesta superioridad, con subestimación y algo de prepotencia. Casi como el conquistador que está imponiendo sus reglas en otro territorio. Y en este caso y en este siglo el territorio no es geográfico sino humano: la mujer y los géneros no binarios.

Dicho esto, y justamente por lo expresado, quiero traer hoy a este Congreso de la Lengua tres ejemplos de literatura, oralidad y folclore que me parecen ilustrativos de esa amalgama que terminó siendo el español en Latinoamérica. Tres “narradoras” en palabras de Benjamin: Mariana Carrizo, Charo Bogarin, y Miss Bolivia (María Paz Ferreyra).

Mariana Carrizo es una coplera salteña, nació en Angastaco, una pequeña población rural en los valles Calchaquíes. La copla es una forma poética que se usa como letra de canciones populares. Hay distintos tipos de coplas. Nosotros tuvimos un coplero extraordinario, Aledo Meloni, que nació en Buenos Aires pero vivió la mayor parte de su vida en el Chaco. Federico García Lorca y Rafael Alberti han cultivado también la copla. La variedad que hace Mariana Carrizo es la llamada “copla andina”, un arte considerado milenario que en las provincias del norte argentino practican las mujeres casi con exclusividad. Dijo Mariana cuando le preguntaron de dónde salen sus coplas: “Yo sé lo dura que es la vida en los cerros, no es como la muestran las postales. La gente baja para vender sus cositas, quesos, charqui, pasan días enteros durmiendo a la intemperie, con frío, lluvia, tormentas. Y por ahí cuando llegan lo que sacan no les alcanza para comprar lo que necesitan, o la novedad que llegó al almacén del pueblo. Esa impotencia se hace copla”. Repito esa última frase que creo una marca de identidad en el trabajo de Carrizo: “la impotencia se hace copla”. Con esa impotencia soportó las cinco horas que estuvo en un cuarto minúsculo en el aeropuerto de Barajas porque no la dejaban entrar a Europa, según ella deduce, por portación de trenzas y rasgos autóctonos, a pesar de que lleva once giras por Europa y ha cantado con artistas como Lila Downs, Cecilia Todd, León Gieco y Dino Saluzzi.

De esa impotencia también salió esta copla de Mariana Carrizo:
Coplas verdes.

Yo soy hija de la luna
Nacida de rayo el sol
Hecha con muchas estrellas 
Mujer de mucho valor
Una copla verde canto
Pañuelo de libertad
Toda la fuerza en la lucha
Para el aborto legal
Pañuelo verde
Pájaro libertario
De las mujeres
La mujer que tenga plata 
Si aborta se salvará
La pobre que nada tenga 
Ningún dios la asistirá
Aquí les canto una copla 
En la tumba del silencio
Si una sola mujer muere
Saldremos todas a un tiempo
Salga el sol, si ha de salir
También que salga la luna
El aborto será ley 
Pa’ que no muera ninguna
Soy salteña, libre y dueña.
Soy salteña, libre y dueña.

Después de cantarla fue amenazada de muerte y su casa fue apedreada. En el siglo XXI, en Salta, Argentina, la casa de una mujer es apedreada por cantar una copla.

La segunda narradora que quiero mencionar es Charo Bogarin, una cantautora que nació en Clorinda Formosa. Es también bailarina, actriz y periodista egresada del “Instituto superior del Chaco”. Su mirada está puesta sobre el canto de las mujeres quom, y lo hace con una perspectiva antropológica. Para rescatar la memoria ha hecho recopilaciones de canciones en quom, mbya y guaraní. Da talleres de canto ancestral, donde los participantes tienen un acercamiento a la cosmovisión toba a través de la fonética que le permite entonar sus cantos. Uno de sus trabajos que más me interesan es la traducción de autores emblemáticos argentinos (León Gieco, María Elena Walsh, Víctor Heredia) a la lengua quom. Así las historias, los textos, los poemas, las canciones viajan en el sentido contrario: del español a la lengua originaria, el marino mercante escucha el canto en la lengua del campesino sedentario.

Así canta Bogarín Cinco siglos igual, de León Gieco:
(Fragmento)
Ndalec hualec nla chigüini (Soledad sobre ruinas)
N tago’q huagui trigo (Sangre en el trigo)
Toxodaic y qovi (Rojo y amarillo)
Manantial del veneno
Natapshi, l’queemaxai (Escudo, heridas)
Cinco siglos nachi ‘en ‘am (Cinco siglos igual)
(…)
Desamor desencuentro
Achoxoden yalat (Perdón y olvido)
Na lo’oc con mineral (Cuerpo con mineral)
Qom onataganaxaic (Pueblos trabajadores)
Infancias pobres
Cinco siglos nachi ‘en ‘am (Cinco siglos igual)

Por último, una tercera narradora: Miss Bolivia, psicóloga, cantante, productora discográfica. Miss Bolivia (María Paz Ferreyra) se dedica a hacer fusión. Y fusión es amalgama: fusiona los estilos de cumbia, dancehall, hip hop, bass, funk, moomba y house, utiliza tanto lo digital como la fuerza de los ritmos originarios. Usa en sus letras palabras y expresiones del español villero y del español tumbero: “a la gilada ni cabida”, “tomate el palo”, “yuta”, “warrior”, “ortiva”, “caretas”, “cagón”.
Miss Bolivia escribió con Guillermo Beresnak:

Paren de matarnos 
Paren paren
Paren de matar
Salí para el trabajo y no fui.
Salí para la escuela y no llegué.
Salí del baile y me perdí.
De pronto me desdibujé.
Mis amigos me buscan por ahí.
Los vecinos pegaron un cartel 
en los postes de luz del barrio.
En la calle, en el subte, en el tren
Me busca mi hermano, me busca mi madre
Perdí contacto ayer a la tarde
Vino la tele, habló mi padre
La red explota, el Twitter arde.
Si tocan a una, nos tocan a todas
El femicidio se puso de moda
El juez de turno se fue a una boda, 
la policía participa en la joda
Y así va la historia de la humanidad
Que es la historia de la enfermedad
Ay, carajo, qué mal que estamos los humanos, loco
Paren de matarnos
Paren
Paren de matarnos
Paren, paren
Paren de matar
Dicen que… 
Dicen que desaparecí porque andaba sola por ahí
Porque usaba la falda muy corta, se la pasan culpándome a mí
Me dijeron que diga que sí, me mataron desde que nací
Me obligaron a ser una esclava: lava y lava, y a parir
De sol a sol, de noche y de mañana
Me matan y mueren todas mis hermanas
Me duele el cuerpo y las entrañas
No quiero que me toques, chabón, no tengo ganas
Me matan y se infecta la raza humana
Le temen al poder que de mi boca emana
Soy esta herida que pudre y no sana
Me matan y conmigo se muere mi mamá
Y es la historia de la humanidad
Que es la historia de la enfermedad
Ay, carajo, qué mal que estamos los humanos, loco
Paren de matarnos
Paren
Paren de matar
Ovarios, garra, corazón
Mujer alerta, luchadora, organizada
Puño en alto y ni una menos
Vivas nos queremos
Paren
Paren de matarnos
Paren, paren
Paren de matar

Dice la Real Academia Española que folclore es el conjunto de costumbres, creencias, artesanías, canciones, y otras cosas semejantes de carácter tradicional y popular. Los trabajos de estas tres mujeres entran en esa definición. Pero también la exceden, porque son lenguaje vivo, cosmovisión, lucha, resistencia, la herida del acto fundacional, la voz potente que nace de la impotencia. Narradoras que recibieron el mensaje del viajero que viene de lejos, pero que no soltaron la tradición y la historia de quienes se quedaron en la tierra de origen. Mujeres que no aceptan, en el siglo XXI, un conquistador.

 

Texto: cortesía de Claudia Piñeiro

 


Claudia Piñeiro nació en el Gran Buenos Aires en 1960. Es contadora, escritora, dramaturga y guionista de televisión de argentina. Obtuvo premios nacionales e internacionales por su obra literaria, teatral y periodística. En novela, publicó Tuya, 2005/2008; Las viudas de los jueves,  2005; Elena sabe, 2006; Las grietas de Jara, 2009; El fantasma de las invasiones inglesas, 2010; Betibú, 2011; Un comunista en calzoncillos, 2013; Una suerte pequeña, 2015; Las maldiciones, 2017, y Quién no, 2018. En teatro, publicó, entre otras: Cuánto vale una heladera, 2004; Un mismo árbol verde, 2006; Verona, 2007; Morite, gordo, 2008; Tres viejas plumas, 2009.

El discurso de Claudia Piñeiro durante el VIII Congreso de la Lengua

El discurso de María Teresa Andruetto en el cierre del VIII Congreso de la Lengua

Reproducimos el discurso completo que leyó la escritora María Teresa Andruetto en el cierre del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española, el pasado 30 de marzo en la ciudad de Córdoba.

 

Hay una grieta en todo / así es cómo entra la luz, dice Leonard Cohen, Y entonces es ahí, en las fisuras, donde quisiera mirar.

No fue sencillo para mí aceptar la invitación a cerrar este congreso, por las disidencias diversas que con él tiene, por razones también diversas, la comunidad a la que pertenezco y por mis propias disidencias.

Me tranquilizan dos cuestiones, la primera es que antes de aceptar hice saber mi posición y la invitación se sostuvo –con un espíritu democrático y una amplitud que mucho agradezco–; la otra es que estoy aquí como escritora y el lugar de quien escribe es, en lo que respecta a la lengua, un lugar de desobediencia, de disenso. En nombre de ambas cosas digo estas palabras.

………………………………

La primera cuestión tiene que ver con el nombre mismo del Congreso, llamado aquí –y es al menos curioso que con la contraparte nacional se haya llegado a esa denominación– Congreso de la Lengua Española, porque para nosotros, para nuestro sistema educativo, la academia, la alta cultura y la cultura popular, esta lengua en la que aquí hablo siempre ha sido la lengua castellana.

Así llegó a América, con la conquista y con la iglesia, la lengua de Castilla, y fue esa lengua y no otras que se hablaban o se hablan en España como la que se impuso –no sin dolor, no sin lucha, no sin resistencia– sobre las lenguas originarias.

Esto nos lleva a preguntarnos de quién es la lengua, quién le da el nombre y quiénes reconocen su lengua en ese nombre. Aunque en las previas a este Congreso se ha insistido en la idea de que la lengua es de todos sus hablantes, en la amplia procedencia geográfica de los ponentes y en la alta presencia de mujeres en las mesas, me pregunto si esa que se dice de todos es la misma lengua; en caso de serlo, quiénes son sus dueños y atendiendo a que una lengua con tantos hablantes, además de un capital simbólico es un capital económico, quiénes hacen usufructo de ella.

Desde Madrid, el ministro de Educación de la Provincia, a la pregunta de un periodista acerca de ciertos contenidos, reconoció que ni la parte argentina ni la cordobesa intervienen en la elección del temario.

Es la Real Academia, dice. A su vez, el director de la Real Academia, remarcó la importancia de estos congresos con la frase: “Durante unos días, se tratará de ponerle voz española a los asuntos que nos ocupan a todos, tal vez sin tener dimensión de lo que la frase “voz española” significa aquí, para nosotros.

Entonces, no debiéramos desentendernos de ciertas preguntas, aunque incomoden. Preguntas como: ¿Para qué un congreso en estas pampas sin intervención local sobre sus contenidos? ¿Es la lengua de España la misma que se habla en América? ¿El muy diverso castellano de cada uno de nuestros países es la misma lengua española de la que el Congreso habla? Y finalmente, porque estamos en Argentina, ¿se trata de la misma lengua que aquí se habla?

………………………………

Sí y no. La misma y otra. Para los hablantes de mi país se trata de una cuestión que lleva más de un centenario, cuestión desestimada o minimizada por las instituciones españolas de la lengua, sus espacios de formación, sus editores…, como lo expresa blanco sobre negro el reciente planteo del director mexicano Alfonso Cuarón, quien declaró en la clausura de un ciclo de cine en Nueva York, que le resultaba ofensivo para el público (e imagino sin dudas que para sí mismo) que su película Roma se haya subtitulado en España.

“Me parece muy, muy ridículo, a mí me encanta ver, como mexicano, el cine de Almodóvar y yo no necesito subtítulos al mexicano para entender a Almodóvar”. Le parece ridículo, dice, que un español necesite que le digan “No os acerquéis al borde” en lugar de “Nomás no se vayan hasta la orilla”. Entiendo muy bien lo que dice Cuarón, me ha pasado que una editora española haya pretendido cambiar durazneros por melocotoneros con la extraña fundamentación de que en España nadie entendería la palabra duraznero, pero sucede que melocotonero es una palabra tan artificial para un argentino que nunca jamás podría usarla.

En fin, cierta pretensión de uniformidad, la homogeneización que destruye lo singular o lo invisibiliza, el modo en que se ilumina la propia lengua al ver cómo toma caminos diversos.

Todo eso borrado, dice la cordobesa Eugenia Almeida, porque el castellano de esta América es un conjunto de variables mestizadas por pueblos originarios, aportes árabes, africanos, europeos y asiáticos que –esclavizados, sometidos, aceptados o bienvenidos- impregnaron nuestros modos de decir y de pensar. Hablaba el ruso en quince lenguas, dice en algún lugar Julia Kristeva.

………………………………

La segunda cuestión aparece cuando reparamos en que esto no es recíproco. Casi 600 millones de personas de 22 naciones hablamos la misma lengua. ¿Son soberanas lingüísticamente esas naciones? Y si es así, ¿por qué sus modos de decir necesitan ser traducidos a un decir mejor, a un bien decir?

En la Declaración Universal de los Derechos Lingüisticos firmada en Barcelona en 1996, se expresa que los hablantes pueden usar la lengua según las necesidades de cada lugar de origen, garantizando así “los principios de una paz lingüística mundial justa y equitativa, factor decisivo de la coexistencia social y cultural”.

Más del 90 por ciento de los hablantes de lengua española habita en países de América, y menos del 10 por ciento, en España. Sin embargo, las variedades idiomáticas americanas no tienen tantas posibilidades de ser reconocidas por la Academia y, cuando lo son, pasan por formas folklóricas, americanismos.

Por su parte, en el Diccionario Panhispánico de Dudas, alrededor de un 70 por ciento de lo que se considera “malos usos de la lengua” es de origen latinoamericano, lo cual tiene que ver no sólo con la idea de purismo y la pretensión de uniformidad, sino sobre todo con la convicción de que el bien decir se decide fuera de nosotros.

Se trata de las políticas de control del idioma, de la tensión entre las hablas de una comunidad y las normas que esa comunidad dicta o acepta y de la lucha entre transformación y preservación. La advertencia gramatical no me limita, sino que me recuerda que yo estoy en la lengua, y me da movilidad dentro de ella. Me recuerda que la lengua es mía y que no es solo mía… me recuerda que el vínculo es el vehículo compartido.

El interés por la gramática trasunta el interés por la conservación del espacio público, dice la colombiana Carolina Sanín. ¿Sin leyes seríamos más libres? Necesitamos instituciones reguladoras pero necesitamos también que esas instituciones nos representen de una manera más justa, porque una lengua –que por cierto es mucho más que sus reglas- vive en las bocas de sus hablantes y es asombrosa la velocidad con que lo vivo deviene en frase hecha, en palabra muerta, en clisé.

Un idioma es una entidad en permanente movimiento, una inmensidad, un río, en su adentro caben muchas lenguas como caben muchos pueblos. Argentina, para dar el ejemplo que más a mano tengo, no se hizo sólo con descendientes de hispanohablantes, es un país que mezcló la población originaria con la invasora, y recibió aluviones migratorios de italianos, gallegos, árabes, aymaras, vascos, polacos, guaraníes, armenios, coreanos, alemanes… se trata de un país que nunca vivió el purismo idiomático, la necesidad de conservar la “casticidad”, palabra por otra parte tan cercana a la castidad.

En fin, que somos impuros o mestizos (muchas veces mestizos étnicos y siempre mestizos culturales), que es impura nuestra lengua y esa impureza es nuestra riqueza. Dice el colombiano Fernando Vallejo que preguntarse quién habla bien es una tontería porque el castellano se habla como se puede en todos los ámbitos del idioma, un idioma de 22 países entre los cuales contamos a España.

En fin, que para riqueza de hablantes, escribientes y lectores, y para riqueza de nuestras literaturas, peninsulares, latinoamericanos y ecuatoguineanos debiéramos cuidarnos mucho de una lengua que se someta a la lengua oficial, una escritura que ponga en retirada a cada modalidad de la lengua en particular, cuidarnos de no confundir la lengua viva con los cementerios de la lengua, acoger, dice también Fernando Vallejo, el idioma de la vida, que es el local.

Hasta acá, un poco distraídos, podríamos pensar que se trata de diferencias de habla, de lo singular que se aleja de ciertas normas, de ciertos corrales, cierta legislación que va y viene desde una región a otra, pero por cierto que no se trata de un camino de ida y vuelta entre modos diversos de usar la lengua, sino de una corriente que va o pretende ir desde la antigua metrópoli hacia sus dominios de antaño y nunca de modo inverso.

Esa corriente de poder lingüístico unidireccional viene a nuestros países con las formas de decir y escribir que España considera correctas sin comprender que a muchas expresiones del castellano de España las comprendemos nosotros poniendo a prueba nuestros oídos, porque la música, y el habla, y el gusto, no son los mismos para todos y porque, parafraseando un relato cristiano, hay ovejas que son de este corral y otras que son de otro corral pero de todas es el universo de la lengua.

No hace mucho, una investigadora madrileña me dijo llena de sorpresa ella y más sorprendida yo por su reflexión: “No entiendo por qué los argentinos necesitan traducir a Dante (a raíz de una edición aquí de La divina comedia, con traducción del poeta Jorge Aulicino) si ya está traducido al español”, pero es que tal vez ni se advierte siquiera cómo pegan en nuestros oídos muchas traducciones de editoriales españolas, especialmente cuando se trata de escritores que trabajan con lo coloquial; pero no me extiendo en el tema porque de todo esto habrán dado cuenta las mesas sobre traducción del Congreso, ya que es materia habitual de debate entre nuestros traductores.

No se trata de una cuestión menor, ni tampoco meramente retórica. Durante la pasada dictadura, los escritores argentinos en el exilio español se preguntaban qué hacer con nuestro lenguaje. Elijo dos respuestas a esa pregunta: el escritor y crítico David Viñas, en julio de 1980, dice en una carta “¿Se academiza la cosa, se la agayega, se le pone almidón y se la plancha?” En otra carta, de agosto de 1980, el escritor Antonio Di Benedetto, dice: “He procurado clarificar un tanto el vocabulario para el lector español sin dar la espalda a mi potencial lector argentino o latinoamericano. Con tal criterio he sustituido algunas voces. Ejemplo: no “saco”, que aquí sugiere “bolsa”, sino chaqueta, dicción que no es extraña al argentino, ¿verdad? ¿Verdad?”.

Podemos oír un grito ahogado en ese ¿verdad?, un gesto de desesperación, porque la elección de la lengua (y dentro de ella, la de sus infinitos matices) indica en qué sistema literario puede o quiere insertarse un escritor, indica por quiénes y de qué modo desea ser leído y revela también el costo que ese escritor está dispuesto a pagar para encontrarse con sus lectores.

Cuando comencé a publicar y se abrió tímidamente alguna posibilidad de editar mis libros fuera de Argentina, la lengua, esa materia con la que trabaja un escritor, comenzó a presentarse como un obstáculo. No es el libro, no es la historia, es el lenguaje… tan argentino, se me dijo en muchas ocasiones.

En 1876, Juan María Gutiérrez, preocupado por el lenguaje rioplatense (como Esteban Echeverría y Juan Bautista Alberdi, sus colegas de la Asociación de Mayo), rechazó públicamente la propuesta de integrar la Real Academia Española, lo que provocó una serie de cartas con un periodista español que también polemizó acerca de ello con Sarmiento.

La cuestión de si hablar castellano o una de las lenguas originarias del territorio que ocupa nuestro país, y en el caso de hablar castellano, qué castellano hablar y escribir, en fin, la pregunta acerca de si era conveniente seguir a pie juntillas a la Academia Real del país del cual estábamos independizándonos o si debíamos dejar que la lengua, aun siendo la misma -la misma y otra, por cierto- se independizara a su vez y corriera a su aire, aceptando nosotros, sus hablantes, las transformaciones que le íbamos dando, se discutió aquí en la segunda mitad del siglo 19, una discusión que nuestros prohombres dieron por saldada hace ya más de 150 años.

Esa cuestión, que en nuestras carreras de letras se estudia como la polémica acerca de la lengua, polémica que es por supuesto lingüística y estética pero por sobre todo fuertemente política, se dirimió en el marco del movimiento estético/político romántico, y la llevaron adelante Gutiérrez, Echeverría, Sarmiento y Alberdi, los cuatro grandes escritores románticos argentinos, a la vez cuatro políticos centrales, lo que es casi decir los fundadores de nuestra literatura y de la nación.

De todo ello emergió la convicción de que ese castellano que se hablaba no necesitaba sujetarse a los dictámenes de su casa central, de modo que ser un hablante o un escritor argentino es también ser un usuario de la lengua desobediente ante la demanda de casticidad.

………………………………

La tercera cuestión aparece cuando reparamos en la lengua como un capital no sólo simbólico, cuando comprendemos su faz económica, y entonces nos preguntamos ¿quién usufructúa los dividendos que da esta lengua en el mundo? El gobernador de la provincia dice “sabemos que es un recurso natural inmenso, un bien renovable que se multiplica con el uso, que gana valor cada día y hoy es deseable inclusive para los nacidos y criados en otras lenguas”, lo cual coloca en primer plano este aspecto de la lengua como capital económico.

A la hora de certificar internacionalmente los cursos de aprendizaje como lengua extranjera, las jornadas internacionales para profesores de español, como suelen llamarse, ¿quién certifica? ¿Quién obtiene los dividendos de esas acciones? ¿Se distribuyen esos dividendos entre los diversos países en que se habla castellano o se trata de un recurso que le pertenece mayoritariamente a instituciones españolas?

Todas las relaciones humanas están mediadas por la política, atravesadas por diferencias de poder, y ese poder se materializa en el lenguaje que, citando a Bajtin, es producto de la actividad humana colectiva y refleja en todos sus elementos tanto la organización económica como sociopolítica de la sociedad que lo ha generado.

………………………………

La búsqueda de uniformidad, el paso de un rasero que aplane las particularidades de nuestros castellanos, va en consonancia con la persecución de un mayor rendimiento económico, con que libros, películas y series, publicaciones en papel o digitales, cursos de enseñanza y literatura destinada a niños y jóvenes sirvan para la mayor cantidad posible de usuarios.

Por eso la persistente búsqueda de un castellano a la española o un latinoamericano neutro que permita a esos productos circular en todo el continente, viajando más y mejor, penetrando de modo más rápido, sin que importe que eso sea a costa de nuestra singularidades y vaya –cómo de hecho va– contra la riqueza del idioma. Baste escuchar en nuestro país a alumnos, hijos o nietos, hablando de leños, carros y neveras para comprender lo que digo.

¿Por qué hablan cómo hablan los personajes en los programas infantiles enlatados? ¿Por qué se subtitula una película de un castellano a otro, como sucedió con la ya citada Roma y sucede con tantas otras? ¿Es porque los españoles no comprenden la palabra “orilla” y necesitan que se las traduzca como “borde”? ¿O se trata de simplificar y uniformar para atraer el mayor número posible de espectadores hacia una película o una serie que pueden generar mucho dinero?

Empresas y capitales multinacionales promueven la ampliación del mercado del castellano, en su modalidad española o en lo que llaman americano neutro para, en lo uniforme y hegemónico, reforzar el monopolio de la lengua como negocio; buscan un idioma de modalidad única (para tantos hablan hablantes de culturas tan distintas), a costa de su depredación, del mismo modo que los monocultivos en su búsqueda desmedida de dinero van contra la riqueza del suelo y la diversidad que nos ofrece la naturaleza.

Víctor Klemplerer, en su libro sobre las transformaciones de la lengua alemana durante el Tercer Reich, registra en su diario de manera minuciosa cómo el lenguaje se va falsificando, va perdiendo su singularidad y su verdad, lo que constituirá la más potente difusión del nazismo en todas las capas de la población.

La vida de una lengua, si en algún sitio reside, es en lo particular, en su inestabilidad; la uniformidad como estrategia económica, la mono lengua, la neutralidad, lo que produce es destrucción, depredación. En ese arco ingresan las Industrias de la lengua, el turismo idiomático, la corrección política donde se incluyen los debates actuales sobre si el lenguaje es inclusivo o no y en qué medida es e inclusión incluye la diversidad de todo tipo, no sólo la de género.

Pero volvamos a nuestra resistencia ante la demanda de uniformidad en los modos de decir, ya que el pensamiento se construye en y con el lenguaje a través del cual se manifiesta, podríamos avanzar un paso en nuestro razonamiento y decir que se trata de una demanda de uniformidad No sólo en los modos de decir sino también en los modos de pensar.

Por eso, si bien muchos acceden a esas demandas, otros tantos nos sostenemos en el desacato, el desacomodo, el rechazo a una lengua apta para todos los públicos. No se trata de un capricho, se trata de una búsqueda de identidad que se refleja en el modo de hablar y de escribir, desvíos de cierto extranjero deber ser para encontrar en lo individual más hondo, allí donde refracta lo social, ecos de la lengua de un pueblo, una región, una comunidad, un sector social, búsqueda de un contrapoder frente a lo hegemónico.

Se dice que la lengua no es de las instituciones sino de los hablantes. Y aunque así es en lo que hace al uso cotidiano, no parece suceder lo mismo en el aprovechamiento económico que una lengua provee porque, sin dudas, no es mayoritariamente el castellano argentino, ni el mexicano, ni el peruano, ni el boliviano… el que se comercializa en la enseñanza Internacional del idioma.

………………………………

La cuarta cuestión, el lenguaje inclusivo.

“El Congreso de la Lengua se ocupará del presente del español, pero no discutirá sobre lenguaje inclusivo”, han dicho a la prensa, con total firmeza, las autoridades de la Academia.

“Tendremos participación igualitaria entre varones y mujeres”, se dijo, y yo no puedo dejar de preguntarme si habrá habido mujeres y en qué proporción en las decisiones de contenidos. Desconozco si la Academia y el Instituto tienen mujeres en sus directorios, pero si las tienen, ellas no han dado sus opiniones a la prensa. Se dijo que hay 250 ponentes de 32 países… 250 ponentes y ni una sola mesa de discusión sobre un tema como es la inclusión de género, vivamente presente en la agenda actual, tanto de América latina como de España.

El lenguaje inclusivo nos pone delante de la carga ideológica de la lengua, que habitualmente nos es invisible. Claro que compartimos la lengua y que ella no es de nadie, ni siquiera de las buenas causas.

Claro que corremos riesgos de que el lenguaje inclusivo se vuelva pura corrección política. Claro que no sabemos qué pasará con la literatura, ni si es posible escribir en lenguaje inclusivo de un modo lo suficientemente cargado de ambigüedad como para conservar la función poética del lenguaje, de un modo que además de hacernos pensar, nos conmueva, nos emocione, nos complejice.

Claro que no sabemos qué sucederá en el largo plazo, si ese lenguaje que viene a irrumpir se estabilizará en la lengua y en tal caso de qué modo, si ingresará y de qué manera a nuestras literaturas, pero sabemos de su uso y expansión en ciertos sectores sociales (especialmente urbanos) y en jóvenes de cualquier género, y vemos cómo impregna y permea los usos públicos, periodísticos y políticos, y entonces resulta asombroso que no se haya incluido siquiera una mesa de discusión sobre algo que está moviendo los cimientos de nuestras sociedades.

En la lengua se libran batallas, se disputan sentidos, se consolida lo ganado y los nuevos modos de nombrar –estos que aparecen con tanta virulencia – vuelven visibles los patrones de comportamiento social. Palabras o expresiones que llegan para decir algo nuevo o para decir de otro modo algo viejo, porque el lenguaje no es neutro, refleja la sociedad de la que formamos parte y se defiende marcando, haciendo evidente que los valores de unos (rasgos de clase o geográficos o de género o de edad…) no son los valores de todos.

Algo que no existía comienza a ser nombrado, algo que ya existía quiere nombrarse de otro modo, verdadera revolución de la que no conocemos sus alcances, ni hasta dónde irá, ni si abarcará un día a la mayor parte de la sociedad, a sus diversas regiones, a las formas menos urbanas de nuestra lengua y a todos sus sectores sociales.

No podemos prever su punto de llegada, pero sí sabemos que está entre nosotros de un modo tal que no podemos obviar. Lo que queda claro, lo insoslayable, es que se trata de una cuestión política, de que la lengua responde a la sociedad en la que vive, al momento histórico que transitan sus hablantes, porque como dice también Victor Klemperer, “el espíritu de una época se define por su lengua”.

El asunto entonces es cómo se las ingeniará la lengua para conservar un territorio común entre sus hablantes, para seguir siendo en su diversidad, sus diferencias y su riqueza, su lugar de reunión, para usar el nombre de un poema de nuestro Alejandro Nicotra.

La lengua es mía pero no sólo mía, entonces cada uno de nosotros es dueño de la lengua, siempre que tenga la conciencia suficiente como para advertir su componente social.

Este código compartido, este contrato entre hablantes, esta libertad tiene siempre por límite el deseo de ser comprendidos, porque no hablamos solos ni para nosotros sino para comunicarnos con otros. Ante esa complejidad, sólo caben la diversidad y la flexibilidad; por otra parte, la lengua nos da todo el tiempo muestras de saber transformarse sin destruirse y, finalmente, sacudir el lenguaje, es –en palabras de Althusser- una forma entre otras, de práctica política.

……………………………….

Otra cuestión, el castellano como lengua de las ciencias y del conocimiento.

El posicionamiento del castellano como lengua científica y filosófica, nos lleva a la disputa ante el inglés como lengua dominante, a entrar en diálogo y tensión con otras lenguas y contra la imposición de una lengua única para el universo científico.

En fin, que el mismo razonamiento sostenido en defensa de las variables americanas del castellano, ante su variante oficial se aplicaría en este campo de disputa en el que nuestro idioma está en condición de minoría con respecto a la lengua oficial de las ciencias, el inglés como lengua única.

Una tarea de principal importancia es la recuperación del castellano como lengua del saber, lo que no equivale a promover un provincianismo autoclausurado y estéril sino un universalismo en castellano que se acompaña con el aprendizaje de muchas otras lenguas para acceder a todas las culturas y entrar en interlocución con ellas contra la imposición de una lengua única.

El desarrollo del castellano como lengua del saber, del pensamiento y del conocimiento académico postularía un internacionalismo de otro orden, babélico y no monolingüe, y requeriría un cambio radical en nuestra cultura de autoevaluación universitaria y científica, dice el cordobés Diego Tatian y el argentino / mexicano Enrique Dussel, en su libro Filosofías del sur, pregona que las diversas tradiciones se dispongan para un auténtico y simétrico diálogo, gracias al cual cada una aprendería muchos aspectos desconocidos, más desarrollados por otras tradiciones. Se trataría de un mutuo enriquecimiento.

La amenaza de una lengua de comunicación única es muy real. Contra esa amenaza, es necesario que cada uno hable su lengua y más de una lengua, dice Bárbara Cassin. Lugar común la lengua y el pensamiento, donde lo común no aspira a lo uniforme, lo aceptado por todos ni lo ya dado, sino a un territorio que, abrigando las singularidades, permita encontrar en un tesoro acumulado por generaciones de escribientes y de hablantes, las palabras que nos permitan abrir la historia, decir cosas nuevas y a la vez reconocer la radical igualdad de los seres humanos.

………………………………

Para ir cerrando

El lenguaje da acogida a la experiencia de los hombres, nos promete que lo que se ha experimentado no desaparecerá del todo, dice John Berger. Una novela, un cuento, un poema, dice también él, usan los mismos materiales que el informe anual de una corporación multinacional.

El hecho de que estén hechos con casi las mismas palabras y similar sintaxis no significa más que el hecho de que un faro y la celda de una prisión puedan construirse con piedras de la misma cantera, unidas con el mismo cemento.

En fin, que casi todo depende del modo en que se articulan las palabras, el modo en el que cada uno de nosotros se vincula con el lenguaje como lugar de reunión, en el convencimiento de que él es –además de instrumento práctico- vehículo de expresión de la subjetividad de un individuo y de una sociedad, tesoro fecundado por múltiples desvíos e innovaciones, sostenido por generaciones de hablantes y escribientes como motor de creación, factor de mutación, de transformación, para dar testimonio de lo vivido e imaginado, de la ligazón con lo sagrado, la celebración de lo acontecido y el lamento por lo perdido. En fin, para construir Memoria e Historia.

Entre lo personal y lo político, lo privado y lo público, lo individual y lo colectivo, crece esta lengua nuestra. Para que su energía no se pierda, para que eso que habita en ella y es fácilmente corrompible, no pierda su música, nervio o alma –la diversidad puesta a vivir en nuestras bocas-, ella se distancia de lo oficial, de lo abstracto, lo general, lo convencional, en busca de lo sepultado bajo capas de artificios, condicionamientos y convenciones, porque cuando por mentirosa, farragosa, fangosa o inexacta, por excesiva, hinchada, henchida o snob, grandilocuente, críptica o burda, se corrompe la relación entre las palabras y las cosas, todo el delicadísimo equilibrio, todo el misterioso artefacto, se desploma.

La homogeneización a través de una lengua, la búsqueda de una lengua de nadie producto del capitalismo, dice Barbara Cassin y nos advierte sobre la amenaza de un lenguaje único para la comunicación. Necesitamos diversidad en las lenguas, como parte de la diversidad de los ciudadanos.

Cada palabra es el resultado de una historia y de una serie de representaciones, pero sólo adquiere su significado, que designa una cosa y no otra, en su diferencia con otras palabras de la misma lengua. Cada lengua tiene su forma de inventar, de inventariar, de describir, de concebir, de comprender. Una lengua es una energía y se inventa todo el tiempo.

………………………………

Sabemos que las leyes son necesarias para sistematizar la lengua y enseñarla a las siguientes generaciones, y sabemos también que una lengua está en permanente movimiento y que, de no ser por esos movimientos, desvíos, disidencias y transformaciones, estaríamos hablando hoy lenguas romances o latín vulgar… de hecho, el castellano comenzó desobedeciendo, como lo muestran las Glosas Emilianenses, esas anotaciones al margen en un códice escrito en latín, que en el siglo X o XI algún monje hizo para aclarar algún pasaje, anotaciones en un modo de decir en el que ya hablaba el pueblo pero que todavía no había pasado a su forma escrita. En fin, que en una lengua cabe un mundo, y en ese mundo caben los disensos y las luchas.

………………………………

Digo esto sabiendo del lugar en el que estoy, deseando profundamente que unos y otros, de aquí o allá, podamos volvernos más y más conscientes de que la uniformidad no es el camino para que la lengua que compartimos se mantenga viva; pienso entonces en congresos de la lengua donde el país receptor intervenga activamente en los contenidos, en un congreso que revise su nombre, un congreso donde se discutan los beneficios económicos de la enseñanza de castellano en el mundo y donde no se vuelva costumbre traducir en un país el castellano de otro país, porque si hay riqueza en esta lengua nuestra, esa riqueza no está en la rigidez sino en la posibilidad de aceptar la potencia de lo diverso y de lo múltiple, la riqueza del permanente movimiento, como sin ir más lejos han hecho los hablantes de lengua inglesa –donde la estandarización proviene de la literatura, los medios y el uso- en distintos modos de hablarlo y escribirlo.

………………………………

Necesitamos oírnos en nuestras semejanzas y nuestras diferencias, en los múltiples meandros que ofrece este idioma nuestro en el que Cervantes y Rulfo, Sor Juana, García Márquez, Gabriela Mistral y Roa Bastos, Teresa de Ávila, Luis de Góngora, Elvira Orphée y José Donoso, César Vallejo, Quevedo, Borges, Blanca Varela y Juana Castro, Gil de Biedma, Lemebel, Lugones, Arguedas, Watanabe, Sara Gallardo y Onetti, Humberto Akabal, Arlt, Saer y Rosario Castellanos, entre tantos otros… abrieron con mano de seda y de hierro los intersticios de la lengua que de mil maneras les había sido impuesta, para poder decir lo que aún no había sido dicho.

Alfabetizando a población chiriguana en la frontera salteña, nuestra educadora María Saleme entendió que no servían las cartillas hechas en Buenos Aires, que tenía que empezar por la palabra agua, porque el chiriguano es hombre de río, y cuando lo hizo en los valles calchaquíes descubrió que la palabra nudo no era agua, sino tierra.

Adrián Bravi, escritor argentino de la lengua italiana, en un libro que se llama La gelosia della lingua cuenta acerca de una tía que emigró a Argentina en un barco en el que faltó agua potable y donde murieron casi todos los niños de brazos, una tía que podía contar lo vivido en castellano pero al intentar decirlo en italiano, se quebraba porque al evocarlo sus recuerdos tomaba vida propia.

¿Es borde la palabra? ¿O es orilla? ¿O es canto, o línea, o costa, o ribera, o margen? Cada uno tiene sus razones para decir de uno u otro modo porque la lengua es mía, pero no solamente mía.

Esa lengua en la que nuestros recuerdos toman vida propia, en la que podemos razonar y conmovernos, conocer y cuestionarnos, aprender e imaginar, hasta que lo nombrado adquiera vida propia. Porque, como en la parábola que relata Gershom Scholem, aunque no sepamos encender el fuego ni encontrar aquel lugar en el bosque, ni seamos ya capaces de rezar, podemos seguir contándonos unos a otros nuestras historias y la Historia. Perder eso sería perdernos, sería una nueva forma de barbarie.

 

Texto: cortesía María Teresa Andruetto

Fotografía: Hugo Suárez


María Teresa Andruetto nació en Arroyo Cabral, Córdoba, Argentina, el 26 de enero de 1954. Ha publicado las novelas: Publicó las novelas Tama (2003), La mujer en cuestión (2009) y Lengua Madre (2010), las nouvelles Stefano (2001), Veladuras (2005) y La niña, el corazón y la casa (2011), el libro de cuentos Todo movimiento es cacería (2012), los poemarios Palabras al rescoldo (1993), Pavese (1998), Kodak (2001) y Beatriz (2005), Pavese/Kodak (2008), Tendedero (2010) y Sueño Americano (2009), pero en su producción destaca sobre todo su obra para público infantil y juvenil, entre los que destacan: El anillo encantado (1993), Huellas en la arena (1998), La mujer vampiro (2001), El País de Juan (2005), El árbol de lilas (2006), Trenes (2009), El incendio (2009), Campeón (2010), La durmiente (2010), Solgo (2011) y Miniaturas (2011). Recibió en 2012 el premio Hans Christian Andersen, otorgado por IBBY. Codirige una colección de narradoras argentinas en la Editorial Universitaria EDUVIM.

Certificados SSL Argentina