by Claudio Medin | 23 \23\America/Argentina/Buenos_Aires mayo \23\America/Argentina/Buenos_Aires 2019 | Poesía
Compartimos una selección de poemas del libro inédito Un corazón de suave plumaje, del poeta chileno Agustín Benelli.
Las ovejas
aman.
aman a sabiendas
que su oficio está en extinción
a pesar de esa dócil mirada
a pesar de su lana tibia
nacida en la urdimbre de soles.
Yo admiro ese insólito rebaño procurando amar como ellas aman.
Aunque ésta mi cornamenta también es la sombra del macho cabrío
que la luz de la lámpara dibuja en las paredes
una crónica de abruptos acantilados en la niebla.
¿Acaso no es verdadero este deseo
de amarte curar tus heridas
despojarte de la soledad?.
Heme aquí en la pupila de la noche empujado por el deseo a resistir
la mano y su báculo en este redil
con mis hermanas borregas
que observan con amargura
a los pequeños que intentan amar a sus madres
que se acicalan lejanas ensimismadas
en el laborioso horizonte de la metrópoli.
Beber de tu leche
beber balaban los cabritos.
Cuáles son las señales de peligro
necio mamífero
en alabanza
y tributo a la lujuria ariete enrojecido
como un sol en su pulso avasallador.
O tan sólo soy una bestia
empeñada en lamer tu cuerpo
y cobijar en mi guarida
en el ubérrimo peñasco
de mis designios tu pan tu leche.
Tú que vas por los collados
ilusionada transfigurada
en feroz estrella sobre el monte.
Y yo aquí en este corral me desangro por acariciar tu lomo.
Ay si tú me dijeras bestia ven a mí.
*
Eran
como pequeñas catapultas sus pupilas aquella tarde de abril.
Invisibles piedrecitas de canto rodado
me arrojaba atrevidamente.
Ninguna de ellas osé esquivar
todas se hundieron
en aquel río de sangre
que torrencial iba por mi arteria.
Entonces suaves ondas
de choque se expandieron
por todo mi cuerpo.
*
El contorno atmosférico de tus ojos parece acariciar el aire
en aquel vórtice
donde se aparean las gaviotas cada vez que el sol
desaparece detrás de la lámpara.
En aquel desbordante campo
de oscuridad la noche se abre solitaria
al fuego adulador de los astros.
Donde poco a poco el mundo sensible se incrementa
hasta llegar a tu cicatriz
de mujer-océano.
*
Fue una tarde
o una noche de junio cuando descendías de tu universo
por el cordón de tu sangre a mi sangre.
Tu mirada eran dos tímidas garzas volando con ternura cerca de mi nariz.
Bajo tus parpados color violeta
una vertiente marina
y un aroma a sal
se movían en el aire.
Entonces volaba
hasta tu pupila vestido de astronauta para entrar una y otra vez
en tu vértigo en tu colmena de pan
y miel.
*
Fueron muchas las noches
que alimentaron a la provincia
desde lo incalculable de la Vía Láctea.
Una barca en espiral
hacía lo asombroso
del azul
el gozo como velamen sobre tibias aguas.
Todo fue transparente
párpados adentro la mujer desnuda
el paisaje domesticado
la noche extendida
como una línea sinusoidal bajo los astros.
El gemido
iba y venía por la tierra fértil
e intensificaba el roce de los cuerpos.
Entonces el junco eyaculó la semilla
en aquel aletear del tiempo.
*
Supongamos
que tú eras la barca a la orilla del río
quién izaba las velas de la imaginación.
La irrenunciable libertad
en medio de las tribulaciones
Y aunque yo te dije ¡Nunca más!
el cielo aún espejea sobre las aguas del gran río
aún ilumina la ciudad. Ese firmamento
de grandes y pequeñas cosas.
O Brahms y su concierto de piano
brillando en los timbales del aire
traspasando el umbral
de los sentidos
con una gestualidad tan intensa
que derriba tazas y jarros.
Ahora
supongamos que la belleza
es aquel punto de la cocina
donde sartenes y ollas
se desnudan alegres ante la esponja
para bruñir sus metales
con la señal de la luz.
Donde
cuchillos y tenedores
entre átomos de grasa y detergente son convocados
para despojarse
de todo rastro de iniquidad.
Donde
me pregunto si acaso un poco de jabón
podría borrar la tristeza
de ese pedazo de hilo
que aún cuelga en mi frente.
He aquí la emoción
o el relato que lo guía
y las manos del pianista
cayendo sobre el teclado
y los altavoces trasladando el sonido
a todos los cuartos
con una devoción tan cósmica que todo lo anida
en el aire.
La fotografía
las gotas de lluvia
el humo secreto de la noche.
Las notas musicales
que caen salpicando las membranas
de la nostalgia.
Todo vuela
la terraza el poema la conversación
los remolinos de papel.
Todo por el revés de mi frente
sube en simultánea realidad
para luego caer
en el cáliz
de la
tristeza
donde no podré jamás
alcanzar tus manos
bajo esa
omnipresente
oscuridad.
*
Tú sabes
que bullen enormes olas de fuego dentro de mí.
Que soy un pájaro
un corazón de suave plumaje sobrevolando tu nido.
*
Recuerdo
cuando en nuestro lenguaje de pájaros
construíamos nuestra propia cartografía en busca de la orilla hermosa.
Y “El Mar”
era un poema
de Yevtushenko por donde las gaviotas pasaban como estrellas fugaces
hacia remotos océanos.
*
Un día comenzamos
a olvidar nuestro rebelde lenguaje.
Fue aquel día cuando
nos perdimos
en la niebla y su enojo.
Ahora cargamos una piedra soneto del silencio
que nos oscurece en su carcelaria envoltura.
Agustín Benelli (Concepción, Chile). Artista visual, comunicador y poeta. Es productor y conductor del programa Flashback de Radio Universidad de Concepción. Sus poemas han sido publicados en periódicos, revistas y en diversas antologías nacionales e internacionales, así como en sitios web. Publicó en 2017 Organigrama del Deseo yAsomado a la Palabra (Ediciones LAR Literatura Americana Reunida). Es director del proyecto Educación Poética para Chile y del proyecto Festivales Internacionales de Poesía del Biobío.
by Claudio Medin | 20 \20\America/Argentina/Buenos_Aires diciembre \20\America/Argentina/Buenos_Aires 2017 | Poesía
Compartimos seis poemas de Agustín Benelli (Concepción, Chile), acompañados del prólogo del poeta español Juan Carlos Mestre a su último libro, Organigrama del deseo (Ediciones LAR, 2017).
Acerca de Organigrama del Deseo
En los tiempos de la inclemencia, Agustín Benelli era la mano amiga que abría la puerta de la delicadeza a los lenguajes del porvenir. Venía siempre como recién salido de un otoño de nieblas, Jorge Mendoza decía que dibujaba con la savia roja de los árboles dormidos aquellas servilletas de papel que, por decenas, robábamos en los cafés ya inexistentes de la ciudad del Bío-Bío y otros ríos impronunciables en las afueras de la geografía de la razón. En aquellos tiempos éramos algo más jóvenes que ahora, que somos adolescentes y aún salvajes en la esperanza de los espejos futuros. Agustín escribía versos, caligrafiaba versos a la manera de Mallarmé, en papeles de seda que parecían pergaminos testamentarios de un ángel. En ellos iba fijando el vértigo de lo innombrable, las fugas de la razón intuitiva que creaban mundos paralelos donde era posible habitar con fraternidad la alianza en las palabras. Todo en él era delicadeza, y la poesía, acaso la única teoría no humillante de la historia, se personificaba en su conducta con la serenidad de la mano tendida hacía otra mano tendida. Hubo pacto desde el primer instante, una frecuentación en los tugurios de la noche, un estar en la selva de símbolos oyendo silbar al profeta de los gorriones que silbaba en el bosque. Agustín tenía dos lápices, uno negro y otro rojo, acaso la tinta rojinegra de los anarquistas, acaso el equilibrio de los que no se quedan en la mitad de las dudas esperando el milagro de lo que nunca sucederá.
Con ellos dibujaba caligramas chinos, Figuras abstractas que pronto se metamorfoseaban en cuerpos femeninos, en amantes figurativos que frotaban en el aire de otra creencia, la de aquellos que aferrándose con manos desnudas al relámpago saben que todo lo que existe fue alguna vez imaginado. Eran tiempos en que nos echaban de los bares, nos echaban de los paraísos artificiales donde resistimos la grisura de época. Vagábamos, sí, pero vagábamos con rumbo hacía las ciudades prometidas por Rimbaud el vidente, las casas abiertas del amanecer, las que abren sus puertas cuando cierran los cines y los helicópteros sobrevuelan la angustia ciudadana. Agustín sabía mucho de cine, sabia más que nadie de nosotros de los diálogos franceses en que dos enamorados se arruinan la vida pensando en la duración del amor. Agustín escribía poemas que eran guiones para películas de dos minutos, luego fue uniendo las secuencias, y comenzó a oír otras voces hasta llegar a esto, a sus libros de poemas, a su vértigo artístico que imanta otras zonas de la creación, heterodoxo y desobediente a lo canónigo, francotirador de actos imaginarios donde tantos otros apenas pasamos de intuir la memoria del fragmento. Agustín Benelli fue, es, uno de mis amigos más queridos, todos lo queríamos entonces porque ya sabía volar antes que los demás levantáramos dos pies del suelo del realismo. Su poesía es la conciencia de algo de lo que no podemos tener conciencia de ninguna otra manera, la tensión entre los grandes deseos del espíritu y las semejanzas de lo desconocido, Un poeta, un amigo inolvidable.
Juan Carlos Mestre
* Seis poemas *
Nadé bajo la luz de las estrellas
donde el dolor es breve
porque se vive en fracciones de tiempo
nunca mayor a una existencia.
Nadé hacía ti para abrir el deseo entrar y habitarlo
Nadé atado a la piedra sol
el canto de sirena que curva mi corazón
como eslabón de una cadena.
Nadé naufrago en busca de tu isla.
Nadé por los paisajes de la noche
sin olvidar tu vestido verde
donde se inician tus piernas de hembra universal
donde siempre he creído ver el comienzo
del universo.
Así desembarcas ante mí un espacio jamás opaco
un cosmos que de ningún modo es una cascara inerte.
Así me hablas en los surcos del aire
con esas lucidas sombras
que acompañan tu follaje.
*
Te olí y eras bella
tu lengua trémula lamía mi pecho
y yo te sostenía entre mis brazos
tocando sin descanso la sustancia aceitosa
de tu cráneo angelical.
*
Era feliz al observar
el gozo de su rostro internándose en el infinito.
Su horno circular se apoderaba de mí
y yo devoraba el silencio del alba.
Un pájaro enamorado en vuelo rasante
por un túnel labrado por el semen
de muchas noches.
Su sangre era un ojo en llamas
mi cuerpo un lubrico disparo
de pájaros al aire.
*
Algo decían del testarudo enjambre
de artefactos o del torrente de piedras
o de aquellos nombres elaborados para cada cosa.
Así yo desataba los cilindros a la intemperie
la sombra y su gozo como oveja descarriada
en el organigrama
del deseo.
*
Fue sin duda el silencio y la sagacidad del cazador
lo que hizo a la bestia galopar despavorida
en la vastedad de la noche.
En los campos de la guerra los ojos humanos
huían con el mismo terror.
*
(a Gonzalo Rojas)
Conversamos despacio
aquella tarde en Chillán
todo lo hablado
lo pusimos en el aire.
Había que descuerar
todo el relámpago
a la intemperie
y ambos
sabíamos
que éramos
dos hombres
esperando
en distintos andenes
el último tren
en la inmensidad
de la noche.
Agustín Benelli (Concepción, Chile). Artista visual, comunicador y poeta. Es productor y conductor del programa Flashback de Radio Universidad de Concepción. Sus poemas han sido publicados en periódicos, revistas y en diversas antologías nacionales e internacionales, así como en sitios web. Publicó en 2017 Organigrama del Deseo y Asomado a la Palabra (Ediciones LAR Literatura Americana Reunida). Es director del proyecto Educación Poética para Chile y del proyecto Festival Internacional de Poesía de Concepción Chile.
Juan Carlos Mestre. Nació en Villafranca del Bierzo, León, España, 1957. Publicó su primer poemario en 1982, Siete poemas escritos junto a la lluvia, al que le siguió La vida de Safo. Luego obtuvo el Premio Adonais en 1985 por Antífona del otoño en el valle del Bierzo. También el Premio Jaime Gil de Biedma en 1992. Fue becado por la Academia de España en Roma, donde escribió La tumba de Keats, que fue galardonado con el Premio Jaén de poesía de 1999. Recibió el Premio Nacional de Poesía por La casa roja, publicado en 2008. Su último libro publicado es La bicicleta del panadero (2012).