Los poemas que siguen forman parte del libro La voz hermana, por Salvador Biedma, que acaba de salir por la editorial La Ballesta Magnífica.
Con el trabajo empezado,
llega la hora de tumbarnos al sol
del ruido del tren ausente.
Alda Merini puso números
en la carne aspirada
de cada cigarrillo.
Tus hijos ya lo saben,
lo escriben sin palabras:
la soledad consiste
en no escuchar a los pájaros.
*
No supe encontrar
sacrificios en la nieve,
las piedras mudas y el negro candil,
el principio y el fin de la luz
de las cuatro de la tarde,
la piel de otra voz
fuera de esta casa.
En cada habitación cuelga
un paisaje blanco y negro
como un cuenco de cenizas.
Destripo otro pájaro ciego
y siempre aparece tu nombre.
Con el mar alrededor
nadie corrige
la geometría de las olas,
nadie sopla las velas
en medio de un tornado.
Quise contar a Bonnefoy
y no pude, no
con esta letra mezclada.
Una vez tuve diez años,
pero ignoro lo que es
decantar las sombras
como hace el chico de aquel poema.
Yo sólo amontoné malas palabras
para silbar por el camino.
*
Adélia Prado seguramente
vio leer a san Ambrosio.
Quiso vestidos, quiso un novio,
quiso creer en un dios, preparó
la cena de la familia.
Hinchó su cuerpo en emociones, logró decir la migraña,
esconder besos, también llorar
todas las edades.
Se hizo santa en el deseo,
vio el rostro de las máquinas,
la velocidad de las bicicletas.
Contó que fray Tito murió en un árbol,
mostró la valentía de preguntar por qué.
La vida de un pueblo
tiene sus canciones.
¿Y si la casa es la primera
fábrica del mundo?
El almíbar se cuece a fuego lento,
Esther, Jonathan, José y María
comen porotos negros y aman
sin quitarse sus nombres.
Puede ser simple esta alegría,
te miro mientras cambiamos
la luz de la sala.
*
Anochece en la nieve
y en las agujas de los pinos,
dos voces forman
un murmullo de plegarias
y como pájaro de un dios
por fuera del insomnio
desde la altura
Ajmátova contempla el mundo.
Los años, las guerras, los funerales,
la sinfonía de otros poetas,
el largo peso de la memoria
por el camino, nubes de Rusia,
crisantemos, rostros que abren las casas,
besos que encienden el adiós.
Cuántos amantes llevan
mandarinas en los bolsillos.
Te traje frutas de colores
para saber que no es sábado ya
y que no pido nada.
Qué cabe en un patio de versos,
más vale un poco de sopa,
una cuchara caliente,
el tenaz corazón de una madre
para ese hijo en Siberia.
*
Querida, ¿vemos las cosas
por segunda vez?
Un pescador junto al río, en su mirada,
prueba la existencia de los árboles.
El árbol está ahí, quién podría decir que no.
Es el río de Pavese, lleno de risas jóvenes,
con la piel embrutecida por soles que besan.
No sé si me animo a meterme.
Él puso explosiones de Dioniso (la poesía nació)
en los diálogos, hizo ensayo de los días,
relató en verso el retorno al idioma
de la niñez, también viajó confinado
a los límites de las páginas. Trabajó la vida
hasta el cansancio, en el arte de narrar,
en el oficio de vivir. Hizo todo
y, sobre todo, sufrió el amor.
Murió de timidez. En Turín y en Roma, al mismo tiempo,
vino la muerte a sus ojos niños.
Pienso en la habitación de hotel casi vacía,
las páginas vividas obsesivamente en orden,
las pastillas y la pipa hasta el final.
Querida, los cajones y los libros
nos invitan a horas de lentitud
si el viento vuela
desde los cristales borrachos del reloj
y te acerca esta carta.
Salvador Biedma nació en Buenos Aires en 1979. Ha trabajado como corrector, periodista, editor, traductor y librero. Publicó las novelas Además, el tiempo (2013) y Siempre empuja todo (2018)m el libro de poemas Quizá fuera volviendo (2017) y los libros para las infancias A una vaca (con ilustraciones de Pablo Martín Fernández, 2021), El Muy Fantasma (con ilustraciones de Leo Batic, 2023) y Río de sueño (con ilustraciones de Lorena Méndez, 2023).