Jorge Leonidas Escudero (San Juan, 1917-2016) fue el poeta del movimiento, del impulso que lleva el tren, de las carnívoras flores, del mar a ser como es hacia un infinito, hacia un vuelo de pájaros, a ese cielo nuestro de los poetas donde instala su constelación, su cosmogonía, su sello en la impronta del decir de una escritura que corre entre el descubrimiento, la inutilidad y el ensueño. Ese cielo donde se instalan Calveyra, Groppa, Zelarrayán, Gelman, Biagioni y tantos otros que nos han dejado ese techo de referencia.
Espero una visita a la cual si la veo venir hacia mí me engaño, ella es ella solo cuando ya esta aquí, dice Escudero desde ese vivir en un presente de estar y no engañado por la mente, por su falsa interpretación. El hombre cree que él puede fabricarla, dice, poemas para salir de la confusión y darse cuenta de que lo real, no lo que la mente fabrica, está en el ahora de la realidad, no en la película-ensoñación de la realidad (fragmentos del poema “La visita”).
Un hombre que publicó su primer libro a los cincuenta años, y llegó a la veintena de títulos, con una gama de escrituras que incluyen lo conversacional, lo intimista, el surrealismo, refranes atravesados por verdades de una ampliación de la conciencia, observador más allá de lo que los sentidos ofertan, de un todo que tapa la claridad que está atrás de las cosas. Una escritura de hipérbaton, hipérboles, siempre haciendo hincapié en un tiempo presente, como en el poema “Levantar la pérdiz”: este es un escrito para que en la cabeza te lo pongás / cuando a hacer el intento en campo azaroso ir / a ver si te ayudo a reconocer lo que es la chispa / quién es el ello ese intruso quién? / averígualo a puro no dormir.
Una línea conversacional naturalista que explica por qué canta, una bruma de sílabas que va haciendo su cosmograma, su expansión de matices, de lo que vibra en las cosas, esa transfusión que hace el poema arrastrando los sentidos. Es el poeta del primer motor inmóvil. En él están todos los movimientos con solo estar, un decir, un contemplar, un meditar. En esto que existo estar atento / al lenguaje de los pájaros (dice en el poema Carlos Guido Escudero). Un olvidar todo sin dolor porque esa es la clave en la última parte de este viaje, nos dice el poeta. Olvidar no podemos, pero sí recordar sin dolor: era en un tren pelota de ping pong de aquí a allá volver… / un rapidísimo quedarnos en nada… / pero agitó la mano como diciendo así la vida es así… (poema “Encuentro mustio”). Es el tren, el tema del retorno: siempre se vuelve hacia una nada o vacío que es el todo desde donde se sale, vacío de las palabras casi metafísico, silencio que planea entre dos realidades, la del juego y la del ser como en el poema 32 del libro, “Los grandes jugadores”: si un muchacho habita en la puerta del casino / empujadlo para que entre / seguro necesita ir al foro de los demonios a discutir su tesis… / que necesita ir a un largo viaje y le pide a Colón ser su grumete / pero como ello no existe querrá que la tercera se lé de ocho veces / los números siempre y el colorado… / nadie toque mientras exprime el limón de su corazón… / él es mi hijo algo que de mí mismo dejé en el tapete. Un poeta que en su regionalidad se hizo universal porque su viaje iba más allá de un territorio: estaba en el territorio del ser, ese que nos abarca a todos pero que solo pocos (Escudero, por ejemplo) viven.
Tres poemas de Jorge Leonidas Escudero
AMIGO ÍNTIMO
Era noche de viento anoche cuando
desvelado oí al gato amigo, el perdido,
llamándome.
Su quejumbre apagada oí e el impulso
tuve de abrir todas las puertas a recibirlo.
Veinte días ya,
y si no lo mató un perro viene ahí.
Salte de la cama y corrí a la ventana
ver si lo veía y hacerlo entrar
acariciarlo darle comida. Sucio, flaco
estaría después e tanta ausencia.
Entonces otra vez oí el llamado;
pero mi di cuenta no era el gato,
era una persiana que con el viento hacía
tal quejumbre.
Cerré https://www.viagrasansordonnancefr.com/viagra-en-pharmacie/ la ventana.
Fui a mirarme al espejo ver qué cara
le queda a uno después de desilusionarse.
Y en esas vecindades de viento engañador
y ladridos nocturnos
volví a la cama a no poder dormir. Acaso
¿esto es mucho decir sobre la ausencia de un gato?
A OTRA COSA
¿Pongámonos bien la vida
que nos pusimos del revés?
En vez de alimentar historias de plomo
digamos cosas fáciles.
En vez de hacer de perro del hortelano,
o llorar a la luna porque no nos quieren,
echemos pájaros en el jardín de las preciosidades.
Probemos saludar a desconocidos
a ver si aparece el amor,
pues qué delgado está el mundo,
qué pálido, y necesita apoyo.
Aventa una palabra uno y afecta al tiempo futuro;
por eso hay que hablar con cuidado
y sonreír más.
Pongámonos bien la vida a ver qué pasa,
pues así como estamos se han desequilibrado
los bancos de las plazas
y si no intervenimos
¿a dónde va a ir la gente a tomar aire?
CAMPOS DE LA DIFUNTA
Otra vez ando el campo este seco
de retamos jarillas e írseme la tarde
en lo que es ver,
sin más estar que en mis ojos la yerma
extensión del desierto sanjuanino.
Sesga un pájaro desde y va a
lo mismo siempre lento a lo mismo vuela
como si no se moviera y se apaga.
El cielo enciende alguna estrella sobre
los jarillales ya oscurecidos.
Monte achaparrado donde ha muerto
y vive la Difunta Correa.
Y es su hijo es quien llora
en tanta soledad viento trío.
Y ese es mi estar aquí en ‘l inmenso
campo santo de ella, bravía sed a donde vine para
en lo que me es ver sentir,
tras el pájaro huyente del día
la unión con la Madre.