Un recorrido por la poesía de Adriana Almada, crítica de arte y poeta argentina radicada en Paraguay
De “Zona de silencio”, 2005
La privacidad, esa evanescencia.
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Todos somos Ulises regresando a Ítaca,
pero sólo llegan los héroes.
Viejos y cansados,
pero llegan.
Saben que llegan tarde,
que perdieron parte de la película,
pero llegan.
Inventan lo que se ha ido,
construyen una nueva historia.
Soy Ulises.
Mi amado teje y desteje los días
mientras espera.
Él ya está en su patria,
nunca ha salido de ella.
Hace encantamientos
para olvidar que todavía no llego,
que el viaje es largo,
y que las sirenas se entretienen
conversando conmigo.
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Escribir es desnudarse, exhibir cierta impudicia.
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Encrespada cabellera de la tarde,
reflejo tardío sobre la quietud del té.
Saludos fragantes.
Hálito perfumado,
manos de seda,
ángel festivo.
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Palpar [discreto placer],
tentador ejercicio.
Plácida placenta palpitante,
avidez primera,
último vestigio del paraíso.
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Escritos de entrecasa, carne adentro.
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La comba de la noche,
cáustica sombra
sobre la espiral del deseo.
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Placer bifronte: el acariciante y el acariciado.
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Madeja suave
de tiempo y silencio.
Mientras espero,
me acuno en el abandono.
De “Patios prohibidos”, 2008
¿qué es esta carne sino profecía ya cumplida?
el deseo quema todas las naves
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el deseo. moscardón astuto que se demora y vuelve. silabeo de serpientes, fraternidad de hierba. el deseo se deshace en saliva, en peces que babean las paredes y pájaros sin cabeza que revolotean sobre la cama. el deseo infantil es poderoso. virginal. no sabe de manzanas ni de infiernos. el futuro no existe, solo este pedazo congelado de tiempo donde el universo se astilla.
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la fruta de la infancia
es dulce en el exilio
cuando el destierro
se cumple piel adentro
no hay sitio más salado
que la propia carnadura
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flor carnívora
este sexo de niña
que devora al corruptor
que la seduce
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alacranes domesticados cruzan el silencio
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camino vadeando abismos
rodeando ciudadelas de sal
en medio de la noche
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nos arrojamos vendados
y también atados
el vértigo florece en el corazón de la caída
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amargo es el trozo de pan con frío
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ardedura antigua
tu mirada interpela
mi infancia de sal y piedra
tus dedos desprenden el hielo
y encuentran agua
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creo que puedo reconstruirlo todo a partir del indicio. dibujos, escritos, una que otra tela… perfumes. creo que puedo. detenerme un instante, sentir la inminencia del viaje. creo que puedo. la memoria es tierra fértil, plena de humus y lombrices que airean la propia biografía. reconstruirlo todo. como el homicida la escena del crimen, como el amante la delectación del amado.
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paño fresco son los ojos del amado
ácido benévolo que remueve el pánico
es el día visto dos veces
al costado del laberinto
la noche se golpea
loca de amor
en una jaula
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llueve
hay que preservar el fuego
en la intemperie
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quiero alterar
la cadena genética del poema
cada partícula es una criatura
vulnerable
corruptible
quiero extirpar uno a uno
los órganos del poema
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con la suavidad del álamo
has partido en dos la brisa
has arrojado el último pañuelo
sobre la seda del abismo
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¿cómo hacer la cama
cuando uno solo quiere saltar al vacío?
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el unicornio escapa de la fábula
me hiere
su desconsuelo de pradera extraviada
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¿qué es el destierro sino este deambular por las superficies?
¿qué es el destierro para las flores del aire?
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en las varas de milenrama
el mundo se despelleja
rosa dédalo
apergaminada fragancia de laberinto
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ábrete sésamo
palabra tacto
corazón de corzuela
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el sonido
acaricia la felpa del día
se demora, viaja, enloquece
el sonido
hilo fino
lento
incisivo
el sonido de todo
el sonido del mundo
solo de sonido
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promiscuidad perfecta
como hilos en una madeja
las palabras
De “Jardines del abandono”, 2018
Guardo un pliego de celofán desde la infancia. He crecido a su lado. Es hora de comenzar a desplegarlo y verificar su condición. Sigue intacto. Mi respiración vela, de a ratos, su transparencia. Lo desdoblo y hace ruido. Se quiebra. El solo tacto altera su composición física y metafísica. Mucho tiempo permaneció en esta caja que acabo de abrir. He desatado los lazos que la mantenían sellada y he revuelto su interior con ansiedad. El celofán se retuerce, estrangulado.
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A la sombra de un cuervo
gigante desperté una mañana.
Sola, bajo el cuervo.
A la luz del día.
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Autorretrato. Espejo ebrio.
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Quiero ponerme un sombrero,
un par de guantes y un abrigo.
Y partir calle abajo, como Pessoa.
Pero aquí no hay calle. Ni frío.
Tampoco hay Pessoa.
Creo que Pessoa
tenía el sexo en la espalda.
En la espalda de Bernardo Soares.
En la tibia espalda del infortunio.
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Traigo este viejo corazón en una bandeja.
Es un manjar extraño.
Ligero y violento.
Acidulado.
Exquisito en su amargura,
como un buen calvados.
Viejo corazón.
Hojaldre de pena.
Crocante.
Un bocado para cada comensal:
hay que proceder despacio,
suavemente.
Manjar tibio.
Viejo corazón delicado.
Cada mordisco libera un eco
y cada eco un fantasma.
No todas las fauces son iguales.
Algunas apuran la fiesta.
Sin embargo, no hay desgarro:
este viejo corazón no tiene sangre.
Cada trozo se deshace
en mil hojas apergaminadas.
Viejo corazón secado en sal.
En vértigo.
***
El tiempo
se disfraza de ayer y hoy.
Adriana Almada nació en Salta (Argentina) y reside en Asunción (Paraguay).
Ha publicado dos libros de poesía: Zona de silencio (2005) y Patios prohibidos (2008) y tiene un tercero en imprenta, Jardines del abandono (2015). Es escritora, crítica de arte y curadora. Es autora de “Colección privada. Escritos sobre artes visuales en Paraguay”, “Hugo Aveta. Espacios sustraíbles” y “Joaquín Sánchez, el narrador”, entre otras publicaciones. Sus textos han sido recogidos en volúmenes colectivos, antologías y revistas literarias.