Reproducimos el discurso completo que leyó la escritora Claudia Piñeiro durante el VIII Congreso Internacional de la Lengua realizado en la ciudad de Córdoba días atrás.
No soy académica, soy escritora así que trataré de ajustarme al título que nos convoca con la mirada que corresponde a lo que soy: la de la ficción, el relato y la palabra.
La literatura se hace con palabras y narración. Creo que vale la pena, entonces, hacer un repaso del texto de Walter Benjamín titulado, precisamente, El narrador. Para preguntarnos: ¿Quién narra? ¿Cómo narra? ¿Con qué palabras? Dice Benjamín: “La experiencia que se transmite de boca en boca es la fuente de la que se han servido todos los narradores”. Y señala que los más grandes narradores son los que menos se apartan -en sus propios textos- de los numerosos narradores anónimos que los precedieron. En cuanto a estos, Benjamín propone dos categorías: el que viaja, el que viene de lejos (al que llama el marino mercante), y el que nunca abandonó su tierra de origen, que conoce sus historias y tradiciones (el campesino sedentario). “Es así que la figura del narrador adquiere su plena corporeidad sólo en aquel que encarne a ambas”. Esa unión de las dos categorías se empieza a dar a partir de la Edad Media, cuando se aúna en la corporación artesanal “la noticia de la lejanía, tal como la refería el que mucho ha viajado de retorno a casa, con la noticia del pasado que prefiere confiarse al sedentario.”
Podemos pensar estas dos categorías no ya en la narración sino antes, en la lengua como sistema de comunicación que se construye a través del tiempo. Y en lo que significó para la lengua española su uso en un territorio nuevo: América. Pero en el caso del continente americano, el marino mercante y el campesino que señala Benjamín no hablaban la misma lengua. A esta altura de nuestra historia en común hay que reconocer que la lengua española funcionó como amalgama, permitió contar historias y tradiciones de quien estaba a quien vino, así como posibilitó recibir historias del otro lado del mar. Sin embargo, en el origen, quinientos años atrás, hay un hecho histórico, descriptivo, que no sería honesto soslayar: el español fue, en el origen, la lengua del conquistador. El narrador que no viajó, el que ya estaba aquí, tuvo que adaptarse a una nueva lengua, y en muchos casos abandonar la propia, para lograr esa amalgama. La lengua española en las Américas es una lengua impuesta. Que eso haya pasado hace más de cinco siglos atrás y que hoy podamos decir que hemos constituido una cultura iberoamericana en común no hace desaparecer aquel origen, aquel acto fundacional del uso de la lengua española en Latinoamérica. Incluso más de trescientos años después de la llegada de España al territorio americano, en Julio de 1816, cuando se redacta nuestra acta de la Independencia, sancionada por el Histórico Congreso de Tucumán, se contempla esta diversidad de lenguas: escrita en idioma español fue traducida al quechua, al aymará y al guaraní para que tuviera la suficiente difusión y apoyo.
Hoy, siglo XXI, disfrutamos el uso de esta lengua en la literatura, en la oralidad, en el folclore. Pero aún así existen marcas de aquella fundación, una cierta resistencia ancestral sigue haciendo eco en los usos y particularidades de la lengua en cada uno de los distintos lugares donde se la habla. La lengua de todos nosotros, el español que armamos entre todos, es suma, es riqueza en la diferencia, es compartir, pero también, en América, es la consciencia plena de aquel origen. De hecho, y para propiciar esa unión, en futuras ediciones este congreso, tal vez, debería llamarse Congreso de la Lengua Hispanoamericana. Poner sobre la mesa esta cuestión cuando hablamos de la lengua que compartimos creo que nos hará bien a todos. Mi padre era español, mis cuatro abuelos también, de hecho yo tengo esa nacionalidad, si tuviera que elegir otro país donde vivir probablemente elegiría España. Pero lo que no se habla produce malestar. Dice George Steiner: “El lenguaje solo puede ocuparse significativamente de un segmento de la realidad particular y restringido. El resto, y probablemente la mayor parte, es silencio”. Soy escritora, y como dijo Reynaldo Arenas, los escritores estamos encaprichados en ponerle palabras al silencio, a los silencios actuales y a los anteriores, incluso a los que vienen desde quinientos años atrás.
En el 2019, me resulta imposible no hacer un paralelismo entre una lengua que quiere imponerse sobre otras habladas en un territorio dominado y la férrea oposición de muchos a que la lengua se modifique adoptando los usos que introdujo la perspectiva de género. De nada sirve ni oponerse ni tratar de imponer un lenguaje atravesado por la realidad: la lengua está viva y siempre será con el tiempo lo que el uso determine. No sabemos hoy si el lenguaje inclusivo terminará siendo adoptado por la lengua española, lo sabremos en el futuro. Pero muchos de los que están en contra del uso del lenguaje con perspectiva de género argumentan desde el lugar de una supuesta superioridad, con subestimación y algo de prepotencia. Casi como el conquistador que está imponiendo sus reglas en otro territorio. Y en este caso y en este siglo el territorio no es geográfico sino humano: la mujer y los géneros no binarios.
Dicho esto, y justamente por lo expresado, quiero traer hoy a este Congreso de la Lengua tres ejemplos de literatura, oralidad y folclore que me parecen ilustrativos de esa amalgama que terminó siendo el español en Latinoamérica. Tres “narradoras” en palabras de Benjamin: Mariana Carrizo, Charo Bogarin, y Miss Bolivia (María Paz Ferreyra).
Mariana Carrizo es una coplera salteña, nació en Angastaco, una pequeña población rural en los valles Calchaquíes. La copla es una forma poética que se usa como letra de canciones populares. Hay distintos tipos de coplas. Nosotros tuvimos un coplero extraordinario, Aledo Meloni, que nació en Buenos Aires pero vivió la mayor parte de su vida en el Chaco. Federico García Lorca y Rafael Alberti han cultivado también la copla. La variedad que hace Mariana Carrizo es la llamada “copla andina”, un arte considerado milenario que en las provincias del norte argentino practican las mujeres casi con exclusividad. Dijo Mariana cuando le preguntaron de dónde salen sus coplas: “Yo sé lo dura que es la vida en los cerros, no es como la muestran las postales. La gente baja para vender sus cositas, quesos, charqui, pasan días enteros durmiendo a la intemperie, con frío, lluvia, tormentas. Y por ahí cuando llegan lo que sacan no les alcanza para comprar lo que necesitan, o la novedad que llegó al almacén del pueblo. Esa impotencia se hace copla”. Repito esa última frase que creo una marca de identidad en el trabajo de Carrizo: “la impotencia se hace copla”. Con esa impotencia soportó las cinco horas que estuvo en un cuarto minúsculo en el aeropuerto de Barajas porque no la dejaban entrar a Europa, según ella deduce, por portación de trenzas y rasgos autóctonos, a pesar de que lleva once giras por Europa y ha cantado con artistas como Lila Downs, Cecilia Todd, León Gieco y Dino Saluzzi.
De esa impotencia también salió esta copla de Mariana Carrizo:
Coplas verdes.
Yo soy hija de la luna
Nacida de rayo el sol
Hecha con muchas estrellas
Mujer de mucho valor
Una copla verde canto
Pañuelo de libertad
Toda la fuerza en la lucha
Para el aborto legal
Pañuelo verde
Pájaro libertario
De las mujeres
La mujer que tenga plata
Si aborta se salvará
La pobre que nada tenga
Ningún dios la asistirá
Aquí les canto una copla
En la tumba del silencio
Si una sola mujer muere
Saldremos todas a un tiempo
Salga el sol, si ha de salir
También que salga la luna
El aborto será ley
Pa’ que no muera ninguna
Soy salteña, libre y dueña.
Soy salteña, libre y dueña.
Después de cantarla fue amenazada de muerte y su casa fue apedreada. En el siglo XXI, en Salta, Argentina, la casa de una mujer es apedreada por cantar una copla.
La segunda narradora que quiero mencionar es Charo Bogarin, una cantautora que nació en Clorinda Formosa. Es también bailarina, actriz y periodista egresada del “Instituto superior del Chaco”. Su mirada está puesta sobre el canto de las mujeres quom, y lo hace con una perspectiva antropológica. Para rescatar la memoria ha hecho recopilaciones de canciones en quom, mbya y guaraní. Da talleres de canto ancestral, donde los participantes tienen un acercamiento a la cosmovisión toba a través de la fonética que le permite entonar sus cantos. Uno de sus trabajos que más me interesan es la traducción de autores emblemáticos argentinos (León Gieco, María Elena Walsh, Víctor Heredia) a la lengua quom. Así las historias, los textos, los poemas, las canciones viajan en el sentido contrario: del español a la lengua originaria, el marino mercante escucha el canto en la lengua del campesino sedentario.
Así canta Bogarín Cinco siglos igual, de León Gieco:
(Fragmento)
Ndalec hualec nla chigüini (Soledad sobre ruinas)
N tago’q huagui trigo (Sangre en el trigo)
Toxodaic y qovi (Rojo y amarillo)
Manantial del veneno
Natapshi, l’queemaxai (Escudo, heridas)
Cinco siglos nachi ‘en ‘am (Cinco siglos igual)
(…)
Desamor desencuentro
Achoxoden yalat (Perdón y olvido)
Na lo’oc con mineral (Cuerpo con mineral)
Qom onataganaxaic (Pueblos trabajadores)
Infancias pobres
Cinco siglos nachi ‘en ‘am (Cinco siglos igual)
Por último, una tercera narradora: Miss Bolivia, psicóloga, cantante, productora discográfica. Miss Bolivia (María Paz Ferreyra) se dedica a hacer fusión. Y fusión es amalgama: fusiona los estilos de cumbia, dancehall, hip hop, bass, funk, moomba y house, utiliza tanto lo digital como la fuerza de los ritmos originarios. Usa en sus letras palabras y expresiones del español villero y del español tumbero: “a la gilada ni cabida”, “tomate el palo”, “yuta”, “warrior”, “ortiva”, “caretas”, “cagón”.
Miss Bolivia escribió con Guillermo Beresnak:
Paren de matarnos
Paren paren
Paren de matar
Salí para el trabajo y no fui.
Salí para la escuela y no llegué.
Salí del baile y me perdí.
De pronto me desdibujé.
Mis amigos me buscan por ahí.
Los vecinos pegaron un cartel
en los postes de luz del barrio.
En la calle, en el subte, en el tren
Me busca mi hermano, me busca mi madre
Perdí contacto ayer a la tarde
Vino la tele, habló mi padre
La red explota, el Twitter arde.
Si tocan a una, nos tocan a todas
El femicidio se puso de moda
El juez de turno se fue a una boda,
la policía participa en la joda
Y así va la historia de la humanidad
Que es la historia de la enfermedad
Ay, carajo, qué mal que estamos los humanos, loco
Paren de matarnos
Paren
Paren de matarnos
Paren, paren
Paren de matar
Dicen que…
Dicen que desaparecí porque andaba sola por ahí
Porque usaba la falda muy corta, se la pasan culpándome a mí
Me dijeron que diga que sí, me mataron desde que nací
Me obligaron a ser una esclava: lava y lava, y a parir
De sol a sol, de noche y de mañana
Me matan y mueren todas mis hermanas
Me duele el cuerpo y las entrañas
No quiero que me toques, chabón, no tengo ganas
Me matan y se infecta la raza humana
Le temen al poder que de mi boca emana
Soy esta herida que pudre y no sana
Me matan y conmigo se muere mi mamá
Y es la historia de la humanidad
Que es la historia de la enfermedad
Ay, carajo, qué mal que estamos los humanos, loco
Paren de matarnos
Paren
Paren de matar
Ovarios, garra, corazón
Mujer alerta, luchadora, organizada
Puño en alto y ni una menos
Vivas nos queremos
Paren
Paren de matarnos
Paren, paren
Paren de matar
Dice la Real Academia Española que folclore es el conjunto de costumbres, creencias, artesanías, canciones, y otras cosas semejantes de carácter tradicional y popular. Los trabajos de estas tres mujeres entran en esa definición. Pero también la exceden, porque son lenguaje vivo, cosmovisión, lucha, resistencia, la herida del acto fundacional, la voz potente que nace de la impotencia. Narradoras que recibieron el mensaje del viajero que viene de lejos, pero que no soltaron la tradición y la historia de quienes se quedaron en la tierra de origen. Mujeres que no aceptan, en el siglo XXI, un conquistador.
Texto: cortesía de Claudia Piñeiro
Claudia Piñeiro nació en el Gran Buenos Aires en 1960. Es contadora, escritora, dramaturga y guionista de televisión de argentina. Obtuvo premios nacionales e internacionales por su obra literaria, teatral y periodística. En novela, publicó Tuya, 2005/2008; Las viudas de los jueves, 2005; Elena sabe, 2006; Las grietas de Jara, 2009; El fantasma de las invasiones inglesas, 2010; Betibú, 2011; Un comunista en calzoncillos, 2013; Una suerte pequeña, 2015; Las maldiciones, 2017, y Quién no, 2018. En teatro, publicó, entre otras: Cuánto vale una heladera, 2004; Un mismo árbol verde, 2006; Verona, 2007; Morite, gordo, 2008; Tres viejas plumas, 2009.