En este ensayo, Carlos J. Aldazábal propone leer la Argentina de hoy desde algunas de las obras de Héctor Germán Oesterheld, en especial aquellas construidas junto a los dibujantes Alberto Breccia (1919-1993) y Francisco Solano López (1928): El Eternauta (I y II), Mort Cinder, Sherlock Time, sin desconocer las versiones del Che y Evita dibujadas por Breccia en colaboración con su hijo Enrique. Héctor Germán Oesterheld (nacido en Buenos Aires en 1919, desaparecido en 1977, probablemente asesinado en 1978) no sólo fue el padre de la historieta argentina, sino que además fue un artista militante, comprometido con su época y con el destino presente y futuro de la Argentina.
Está nevando en Buenos Aires
El 9 de julio de 2007, el día de la independencia nacional, nevó sobre Buenos Aires. Esta nevada, constatable en la realidad, ocurrió 50 años después de la nevada que imaginaron Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López para la misma ciudad y para el mismo país: la “nevada mortal” de 1957. Aquella nevada, sin embargo, era radioactiva: su simple contacto conducía, irremediablemente, a la aniquilación. La del 2007, festiva y auspiciosa, estaba lejos de la irrefrenable pulsión de muerte que signó la década del 70 del siglo XX, cuando la sangrienta dictadura militar de Videla y sus secuaces sesgó, entre otras vidas, la de Oesterheld, el profeta visionario que presintió a los Ellos y la resistencia heroica de sus víctimas.
Justamente en 2007, año de la nevada feliz, la Biblioteca Nacional recordó, mediante una muestra, la pionera edición de El Eternauta en la revista Hora Cero, y a través de la evocación de la efeméride, la obra monumental del padre de la Historieta Argentina. Así, entre el 2 de julio y el 15 de agosto, los habitantes de la mítica ciudad sitiada por la nieve radioactiva, visitaron esta muestra, en tanto, como regalo de la naturaleza o del calentamiento global, el clima acompañó, haciendo que la nieve pintara Buenos Aires. Justo en el día del natalicio de la Patria: el homenaje a Oesterheld no podía ser más perfecto.
Ya pasaron varios años de aquella nevada-homenaje. Y sin embargo, aún perduran algunas imágenes evocadas en la muestra: fotografías murales con marcas de protesta social, decoradas con Juan Salvo vestido de escafandra, símbolo de resistencia popular aún en los 90 del menemato. Y más allá la imagen de un mural en una estación de subte, donde Juan Salvo, junto a Favalli y otros héroes humanos, se enfrentaban a los temibles cascarudos, criaturas manipuladas por los Ellos para destruir la resistencia humana atrincherada en la cancha de River. Imágenes que me hacen pensar en una caminata por las galerías de la Biblioteca Nacional, como si hubiera sido recorrer las cuevas de Altamira para mirar las imágenes rupestres de un pasado-futuro, tan vivo en el presente como aquella caminata alucinada bajo la nevada amable del 9 de julio: 9 de julio, el cumpleaños de la Patria, consecuencia de aquel 25 de mayo de 1810 que en 1816 derivó en la Independencia. Nevada bicentenaria para hablar de la obra de Héctor Germán Oesterherld. Nevada de Oesterheld para hablar del país de la nevada. Justo cuando el Bicentenario de la Patria asoma, en el inicio de un nuevo invierno neoliberal.
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