Selección de poemas del libro Aqua (2024), de Silvia Barei.
Del ruido del Agua
Del ruido que hace una gotita cayendo de la canilla.
Allí el Agua tiene su amanecer y su sombra.
Del ruido de la cascadita donde juegan unos niños /cerca de mi casa/.
Allí el Agua es sinfonía de un mundo en teoría perfecto.
Del ruido cuando sopla el huracán.
Allí el Agua abre sus fauces en rugido de esperpento.
El ruido del Agua de lluvia sobre el tejado
es el llanto por algo lejano, una promesa o un milagro.
El ruido del Agua cuando sueño
es ocultarse en algún cuento, volverse fantasma o jardinero.
El ruido del Agua cuando riego
es la forma de un pez en un pañuelo.
El ruido del Agua en el vaso nocturno
soy yo misma vestida y desnuda
en una habitación con paredes de selva.
El ruido del Agua en el Mediterráneo en el Darién en Gaza en la quebrada de Humahuaca
en el hielo de la Antártida en las tierras de los wichi y los chané en las cenizas de
Australia
suena a metralla sabe a sal y a derrota y en la tarde última dibuja una lágrima.
El ruido del Agua no nombra los nombres de este tiempo.
Si escribo Agua
se moja
el papel
se mancha de tinta.
Nada tiene sentido
si caigo en el infierno
por un renglón avaro de luz
por el caos
por los dragones de las letras
por el vacío del nada decir
del nada sentir.
El ruido del Agua es el silencio de los nombres de este tiempo
arrinconada
atrapada en una red
en la piel lisa del cemento.
Pobrecita
la palabra Agua.
Canto
El tren pasa como un fuego
por el viejo país donde ya no vivo.
Camino a la nada
dibuja una línea incierta de polvo
martilla la oscuridad de norte a sur
cuelga de la noche
suspendido en un puente.
Huyen de él
los pueblos las laderas de los montes
el río que se ofrece en sacrificio.
Peregrinos se detienen a mirarlo.
Canta una mujer en un balcón en lo alto
/ese espacio entre ella y el mundo/
Se asoma al horizonte y quiebra el silencio
su perfil de sirena
su timbre de soprano.
Su voz es Agua que tiembla.
Los hombres se esconden.
Hay quien se asoma al río desde una baranda.
Solo los niños se ríen
como si acabara de nevar.
Alguien en este pueblo se despertará llorando.
El hombre que nada
Dijiste
Soy el nadador, Señor, sólo el hombre que nada.
Gracias doy a tus aguas porque en ellas
mis brazos todavía
hacen ruido de alas.*
Y te volaste
por las arrugas de tu cara
por la red de palabras que se deslizaban en un reloj de arena
se caían /te caías/ nos caíamos/sin remedio
y sin ruido.
Nadie
recuerda
el granito de sal
la última gota
el tiempo acabado
el correr de las cosas
hacia un país extraño
donde no hay mujeres
ni río
ni tristeza ni milagro.
Solo
una brazada
la flotación del miedo como marca.
Héctor Viel Temperley
W. H. Hudson/G.E.Hudson
Hay la orilla de un río que parece infinito
unos carros pasan golpeando el empedrado
lámparas de gas alumbran las calles
un griterío de vendedores y un joven que habla en inglés
arropado en un poncho argentino.
Campesinos, marineros rústicos bajan de un barco
y ese muchacho que deja una tierra púrpura
/para empezar a soñarla/
sube arrastrando una maleta con libros y
da por sentado que no habrá regreso
que se irá para siempre
sobre la espuma del mar.
Perdido en las calles húmedas de Londres
sabrá
-años después y ya hombre cano-
mientras mira dibujos de pájaros y caballos
mientras atisba el cielo en una tarde inesperada
entre los célebres jardines de Kensington
y sus fuentes de Agua urbana
sabrá
-que lo único que tenía-
/su novela de amor con la pampa
su lugar perfecto
su patria estremecida/
lo han abandonado.
Los caminos que conducen a la literatura
El sudor en el cuerpo
las mantas
las aspirinas
la mano de mi madre
las compresas
el líquido a sorbitos
y un sueño persistente:
un niño, una cajita de música
un río lejano y transparente
y un delfín en una burbuja salpicada de Agua
aislados en un mundo
pequeño que crece
cuando la fiebre me arrastra por el aire.
Si me entierran
/pienso/
que me lleve el delfín por el río ancho /aprisionada/ con el niño que me acuna en su
pecho.
Que me lleve hasta esa morada en algún mar en algún puerto.
Pero si no muero
/pienso/
quiero escribir sobre la cajita de música en movimiento/ las líneas de un pentagrama
/cuatro negras y ocho corcheas/ la sordera de Beethoven/ un tango en el bandoneón de
Mederos / una mujer llamada Berta recitando poesía/ alguien querido que está enfermo/ el
sonido de las vocales/ el compás la música el ritmo del silencio.
Y la sensación de irrealidad de un libro
abierto.
Silvia Barei
Vive actualmente en Cerro Azul ( sierras de Córdoba). Es doctora en Letras y escritora. Se desempeña como profesora de posgrado en distintas universidades nacionales y participa activamente de la vida cultural de Córdoba. Ha publicado numerosos libros teóricos de su especialidad (Teoría literaria y Teorías de la cultura) y once libros de
poemas entre los que se citan los cuatro últimos : Sangre acompasada, Carmen, Fauna y Aqua. Integra el grupo Palabras de poeta.