Cinco poemas de Patricio Maya Solís

 

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Compartimos cinco poemas de Patricio Maya Solís (Quito, Ecuador, 1982) pertenecientes a 80 mph, libro publicado por Graydon Miller Books en 2017 que reúne su poesía escrita en castellano.

 

 

El viejo

 

                   ¿A quién más?

 

A veces quisiera embriagarme de la criatura hembra

colores transfigurados de paisajes infantiles

o, sencillamente, del acedo licor de Baudelaire.

Pero no puedo: el viejo está ahí. Agudo

tras el ventanal, descifrando laberintos

o balbuceando en anglosajón antiguo.

Lo miro desde lejos (él a mí nunca me mira;

no puede mirar a nadie). Tirita.

Le alcanzo la manta verde que le tejió su abuelita en 1906.

De a poco se le caen los ojos.

Sombrío sonrío,

tomo la llave, abro el portón oxidado

subo las gradas y cambio de acera

rumbo al MacArthur Park.

Paso el puente, saludo a mis compas

de ojos buenos con pinchazos en los brazos

aliento a los apostadores y me dejo estar

en la cadencia del negligé de una ramera.

Me siento bajo un poste, acaricio

la sien de algún borracho dormido, aspiro flores

o la carne asada de las matronas mexicanas.

Silbo al sol. Viene un perro raquítico;

me dejo lamer el rostro. Solo entonces

me doy media vuelta y regreso a casa, sudando.

Bajo las gradas,

me anudo la corbata Givenchy,

despacio abro el portón y entro

de puntitas, tratando de no desvirtuar la cera.

Al fondo de la biblioteca, absorto en luz naranja,

está el viejo; texto hebreo sobre su falda.

«Esencialmente lo quiero mucho», pienso,

sintiendo mi cuerpo punzar en lo gélido de la casona.

«¿Para usted qué significa ‘esencialmente’?»,

suspira, dejando un rastro de aliento en el ventanal.

Se ha recordado de la nada. Me callo, aunque

no he dicho palabra, voy a la cocina, le preparo

una sopita de fideos y me siento a su lado

sobre unos amarillentos diarios.

Esta noche, como tantas otras, conversa

en su voz pausada, de abuelo, de caminatas

en Ginebra, tigres de oro y fantásticas dagas árabes.

Entrada la eterna noche de astros y sombras

cabeza pesada de fábulas, como amuleto

para sobrevivir ciénagas medievales

why not?— acordamos rezar un padrenuestro.

Afortunadamente, o gracias a Dios,

también el viejo suele soñar; por eso no me largo.

 

 

*

 

Elogio de los negros americanos

                                             

   A Marquan y BLM

 

La música detrás de las rocas

es el pum pum africano.

El llanto del blues

y toda la locomotora, en sí

en su fuerza, en su trueno

en su significado histórico

son del amplio pecho africano.

Las inmensas canchas sureñas

sembradas y elaboradas, tienen

las huellas dactilares africanas; la explosión

la radiación del sexo entre sudor y caderas

que enganchan, que enganchan y ensanchan

                                                         la carne

                                                         la sangre

                                                         de la carne

vienen del exuberante

Amor Africano —esa infección de sazón

                              de primordial energía

                              e irredimible felicidad

                              en las pálidas venas sajonas.

Las pálidas, puras, purísimas venas sajonas

que atraviesan el continente de este a oeste

—estrías, tratados, tiroteos en la ventana—

venas que desembocan en el mar, en busca

de su Moby Dick primitivo, blanco y perdido

con la estúpida noción del orden y el progreso

de los carros, de los edificios, de la eficiencia

que el Amor Africano quiebra, funde y tumba

se mofa y se despoja

de las leyes

de las reglas

de las tradiciones

puritanas

¡ay, ese espíritu!

tan afanosamente

elaborado, tan

resguardado.

Aunque he aquí

                              un error:

si no se puede hablar de europeos

menos se puede hablar de africanos.

¡El empuje es africano!

¡El tambor es africano!

                                    Pero el vaivén de los ritmos

                                    es americano —el meneo

                                    de las goletas configura

                                    el nacimiento del negro americano

                                    tras el maldito e infinito

                                    Middle Passage— que retumba

                                                                     con ira

                                                                     y desazón

                                    de Harlem a Mississippi

                                    de Compton a Chicago

en el corazón de Harriet Tubman

en el cerebro de Booker T. Washington

en el iluminado verbo del Doctor King

en el hígado de Malcom

en el fino espíritu de James Baldwin.

Y bien; nos asomamos a un principio

                                       a una ventana

                              que da a las masas

a su música, a su calidez

de cantos en praderas

de alabanzas en furtivas iglesias

del tambor en los dedos de tantos

y tantos, incluso

en el espíritu

ese soul que va pasando

filoso, hacia el cielo

como un hilito de nube

resquebrajado

              con arte y maña

por el cobre de Coltrane.

Esa es, en fin, la fusión

del Amor Africano

con el empuje y el blues 

de las goletas americanas

del negro redentor, auténtico hijo

de la pasión de Jesús, redentor

de la estéril nación

que Jefferson y Washington fundaron

para —entre otras cosas— subyugarlo.

Estéril nación, aclaremos

a comparación, en potencia:

Porque ¿alguien puede

siquiera imaginarse

al larguísimo, triste y baldío territorio

que ocuparían las barras y las estrellas

sin la voz de Aretha Franklin, por ejemplo

sin el lamento de Billie Holliday, por ejemplo

sin el rhythm and blues

sin rap, sin hip-hop

sin house, sin rock and roll

(tanto el de Elvis como el de Hendrix)?

¿Alguien puede siquiera imaginarse

 lo que sería?

Sería

            la luna

                        Neptuno

obscuridad absoluta, un motor

sin aceite, un cielo sin astros

un wasteland sin ton ni son.

Entonces, vamos entrando.

Alzando copas, tomando

                            insignias

                            puños como

                            astas

                            caras como

                          banderas.

Llega mi turno

y me pronuncio:

Yo hombre

que emigré del Ecuador

india república andina

selvática, volcánica, bárbara

en el sentido más hermoso de la palabra

no puedo más que agradecer

al erigir este pequeño elogio

a mis hermanos, antiguos hacedores

cadenciosos forjadores del presente:

los magníficos negros americanos

                                          con los cuales

                                                                   comulgo.

 

 

*

 

 

Otro transeúnte

 

 

A Cristo lo concibo finito, ladino,

caminando por la urbe. Baja gradas.

Cruza puentes. Pasa ante epidemias.

Busca la sombra de los rascacielos.

De vez en cuando habla con los niños pobres

que se acercan a él, ya no para escucharlo,

sino para pedirle monedas, que carece, o no da.

Está letárgico, casi ausente ante el Apocalipsis;

parece triste, nostálgico, mira al suelo. No quiere

mirar a su cenit porque lo acecha su cruz.

 

*
 

Cumbia

 

Me hundo en el asfalto de cera

mientras un ángel con mil cabezas de toro

respira en mi oído.

Me hundo en el asfalto de cera

mientras la gente no para de adquirir y vender

más, más, más gente;

garrapatas sobre un ángel con mil cabezas de toro.

Me hundo en el asfalto de cera

mientras el sol —sarna ardiente—

eructa chorros de rojo vapor

hinchazón de penicilina en amígdalas.

Me hundo en el asfalto de cera

mientras vulgares trashumantes bailan alrededor mío

y me invitan a celebrar mi propia muerte.

Me hundo en el asfalto de cera

mientras escribo frenéticamente

la sentencia de mi propia muerte.

 

 

*

 

 

Pesadumbre

 

  1. De liturgias

 

No sé de dónde putas emerge

esta maldita circunstancia de buscar la pureza

como hiena desnutrida husmeando carne

bajo los esqueletos de los elefantes.

 

No sé de qué malformación genética

o debilidad intrínseca del alma

emerge esta mierda de guerrero maricón

chamán cosmopolita o detective de cálices

en estaciones sucias como templos arruinados.

 

La cuestión es que los cánones están podridos

y la carne, más que triste, está saturada.

 

La inminencia del fin es inminente:

manadas de murciélagos espían con los ojos

aguardando en el techo del cielo.

 

Pero esta no es la Edad Media y es imposible

darse a la geometría dorada del Apocalipsis.

 

No hay mares donde naufragar.

Debemos: optimizar rendimiento.

 

Se incendia  la mañana furiosa de los mercaderes

y el profe colérico desmiente la etimología.

 

Del batir del vulgo ya atareada

se contrae la tarde enferma a su rinconcito de sombra.

 

Y en la noche, sobre el lecho, tu novia desnuda

te pregunta: «¿Por qué no me besas?».

 

«Yo que sé. El sucio vacío sobre el lacerado océano».


photowriter

Patricio Maya Solís nació en Quito, Ecuador en 1982. 80 mph (2017) recopila por primera vez su obra poética en castellano. Sus poemas se han publicado en varias revistas literarias, incluidas Mantis (Stanford University). Maya es egresado de CSULA donde estudió literatura inglesa. Obtuvo  un posgrado en periodismo cultural en la universidad de Syracuse. Ha sido invitado al programa de Política y Estética de CalArts. Su libro de ensayos en inglés, Walking Around with Fante and Bukowski (2014) trata temas del arte, el sexo y el desarraigo cultural. Además ha escrito una novela en inglés, titulada Too Much Sweetie (inédita). Actualmente imparte clases en Musician’s Institute en Hollywood, y dirige la revista literaria bilingüe 80 mph. No se avergüenza de su creciente afición por la moda y los coches deportivos, ni de escuchar reggaetón todo el día, al contrario: ha empezado a examinarlo en sus escritos.

Fotografía: cortesía del autor.