Camino del agua

Camino del agua

Caballo de Vivoratá

Solo
en medio del pajonal
envuelto en bruma,
plantado como un álamo.

Solo
sin jinete en el lomo.
Ojos abiertos al horizonte,
centinela de su propia sombra.

Solo
entre fango y vizcacheras,
hunde sus patas en el bañado
a la espera de una lluvia lerda.

Solo
refugiado en la soledad
apaga el sol con un relincho

y hace desaparecer la tarde.

 

Talampaya

Camino detrás del silencio.
Los pasos son cortos, pesados.
En medio de una naturaleza extraña, inmóvil,
el sol cobija mi desamparo.
No intuyo el rumbo. Todo es turbio.
Levanto una piedra, se deshace en mis manos.
Sorbo un trago de agua, se vuelve sal en la boca.
Siento que la vida se extingue, que no hay futuro.
Recuerdo a mi madre, el vaticinio de aquella pitonisa.
El milagro está sujeto a los pies.
Ahora entiendo. Lo único que me salva es el camino.
Ir siempre por él, a contraviento de la desgracia.
Algún día llegaré a la ciudad que no existe.

 

Larrechea

¿Quién fue el primer hombre en medio de la inmensidad,
la mujer que purificó sus manos en el aire leve de la tarde?
Habrá que hurgar en la historia,
en la fatiga de los arados, el lento carro que aún repica,
la huella extraviada al borde de la frontera,
el alboroto de perdices y la majestad oculta del caballo.

¿Dónde ocurrió? ¿Sabrá el rosario que cuelga del oráculo,
la siembra en vigilia, el pan que alumbra la pobreza,
la comadreja escondida en el maizal,
la rama que persigue su propia sombra,
aquel hombre que quiso ser ofrenda de fe,
aquella mujer dispuesta a procrear en tierra virgen?

El pueblo comulga en la gran mesa.
Lejos de su origen, cada parroquiano espera
el instante supremo de atar del mismo carro
fuerza, voluntad, angustia y sueños.

La fuerza descansa en brazos de un tala.
La voluntad en el santuario del hornero.
La angustia en la lluvia rubia y el tabaco acre.
Los sueños en el presagio de los difuntos.

El verano corre bajo el sol,
va y viene del estanque a la sed,
cruza el patio de malvones
asciende por el cordel de ropa tendida
y escupe su fuego sobre el forraje.

Nadie oye la voz desvanecida del tiempo.
En el secreto de viejas tumbas arde.

 

Pescador de Carancho Triste

El pescador huele a silencio.
Al alba tiende las redes en el anchuroso cauce.
Mansamente rema hacia la otra orilla,
inclina el torso a un costado de la canoa
y recoge desde la hondura los frutos sagrados.
El filo del cuchillo apresura la muerte,
dedos carcomidos hurgan entre anzuelos.
Al mediodía, del aro de metal descuelga la carne
y una olla con grasa caliente la vuelve fritura.
La siesta traspasa la marisma, venera al sauce.
En el rancho el hombre friega la oscura corteza,
siembra escamas por encima de su compañera.
Fornica como si alzara con regocijo un dorado.
Después regresa al oficio de tallar en el agua.

El pescador nada pide y poco tiene.
En la pobreza reside su donación a la vida.
Atizado por el vino, alardea con el nombre del paraje:
aquí la gente come hasta las tripas de lo ganado.

El carancho vigila, tristísimo, sobre la rama.

 

Camino del agua

Escucha la canoa,
habla con voz del agua.

El decir de mi padre
resuena en dóciles remos.
Circulo humedales del monte,
allá lejos,
donde los arroyos desaguan
en la enjundia isleña
y los naranjeros
salen al encuentro del sol.

La voz del agua es la infancia.

Luz y sombra del primer deseo.
Ardoroso temblor de verano
en las espigas del viejo curupí.

Turbia nube se vuelve verde,
más verde todavía
al caer como una exhalación
en el incendio del universo.

Escucha la canoa.

Revela el milagro del regreso.
La tozudez de bogar y bogar.

Atravieso el camino del agua.
Percibo su voz. Diviso Coronda.
Recuerdo el adiós de mi padre.
Allá voy. Ávido de vida y muerte.

Arremete la infancia con su daga.
El melodioso acordeón de las olas
estremece la hojarasca.

En la orilla desgranada vibra el juncal.

 

César Bisso. Coronda, Santa Fe, 1952. Además de escribir poemas y ensayos, es sociólogo y periodista independiente. También fue profesor universitario durante casi 30 años. Ha publicado La agonía del silencio; El límite de los días; El otro río; A pesar de nosotros; Contramuros; Isla adentro; De lluvias y regresos; Las trazas del agua; Coronda; Permanencia; Cabeza de Medusa; Un niño en la orilla; La Jornada; De abajo mira el cielo; Haikus felinos; Andares.  Fue invitado en diferentes ediciones a ferias de libros, festivales de poesía y encuentros de escritores realizados en el país y en diversas ciudades de América Latina y Europa. Obtuvo diversas distinciones literarias, entre ellas el Primer premio de poesía José Pedroni, otorgado por la provincia de Santa Fe; el Segundo premio municipal de poesía, otorgado por la Ciudad de Buenos Aires; y la Faja de Honor de la Asociación Santafesina de Escritores.

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