Poemas del último libro de Mercedes Araujo (Mendoza, 1972), publicado por Club Hem.
Inviernos finos y gélidos
como cristales
el cuerpo recibe
el calor
de esa selva
que a fogonazos
nos crece dentro
y ofrece lluvias, lianas
y parásitas
tantas que hacen
del jardín dormido
rosaleda,
prado, huerta,
vega, edén
oí
debajo de la helada
cómo maúlla, croa y ruje
este vergel.
Es la estación milagrosa:
las noches y los días se salvan
acariciando el hielo.
Estrujo ramas, alzo jarillas
y alimento
un fueguito miserable
hasta sacarlo infierno.
Los tallos flacos
reflejan juncales carnosos
y bailan frenéticos.
Así es el fuego
parece que ocurre
en el centro ardiente
de la combustión luminosa
pero es en los bordes
allí
devora
crece
y se alza.
Un jardín en un brote
porque esplendor y follaje
son latencia
así como la falta
es provisión de la memoria
digo
mientras tus manos hábiles
desgranan un racimo
de uvas azules,
los ojos clavados al techo.
Cuando las tareas se realizan
mínimas y a ciegas
en movimientos tan precisos
resulta una gracia
semejante a la del sapo
en la espera inmóvil
del insecto.
Es lo íntimo:
en apariencia
-sólo en apariencia-
lo simple equivale a lo puro
y lo ingenuo
a reír
cuando delicado
lo inminente estalla.
Trabajar para salvarte
pensar en números
labores para el desconsuelo
del impulso a la fuerza
un destornillador flaco
pero hiriente
destroza la escarcha
sobre el pasto raya
con trazos iguales
a esas arruguitas en tu frente.
Insomnios, viejos ramalazos
la vida simple del martilleo
y el sueño
de una antigua casa de madera
que fue tu infancia
un poco derruida, decís.
Tablón por tablón
habrá que desarmarla
mudarla
frente al abismo de un océano
desandar la rutina
del jardín perdido
trazar planos
ensayar cifras.
Mirá esta casa te acordás
cuando era
el viejo stud desmantelado
y en lugar de un jazmín
florecían cardos de cobre.
Dijiste que tu madre
lloró de miedo
frente a los escombros
irremontables.
Mirala ahora
fíate del gato que es el rey
tan importante
en nuestra conversación
y nada tiene por hacer
excepto abandonarse
estirar las patas
y medir
el espacio con los bigotes.
Cuando llueve y truena
el cuerpo manso
o el guerrero
se refugian igual
uno
más cansado que el otro
¿eso es triste o es alegre?
Es triste y es alegre.
Mirá
mirá bien
la casa de un rey
donde antes había
un viejo stud.
Una mujer y una perra
corran bajo la luz
del sol tibio del invierno
todos diremos
el animal terrestre
más bello del barrio
cuando en travesía
las veamos pasar
es que el zarandeo
acompasado beneficia
la justa armonía de los lomos
y esas melenas reunidas
parecen
de un león bifronte
una negra manchada y cana
la otra rojo bermellón
como el cielo en la pampa
dos lobas
que avanzan al amparo
del montón de primos
y se reconocen
a la primera husmeada.
Esta perra tan vieja
no la reconocerías
-has llorado-
ni me oye ni salta ni ladra.
Es cierto, puede ser
que el ritmo de la marcha
cambie con los años
y las estrategias
se vuelvan lentas
los sueños breves
pero formar así
un par tan diverso
o ser parientes
sin haberse dicho
una palabra
en la vida entera
y andar mezcladas
una en otra
como se enreda
en la bondad la firmeza.
Corran bajo la luz
de la tarde del invierno
yo las miraré venir
tan idénticas: una
con ecuaciones en la cabeza
y otra, en el festejo cabal
de la carne cruda.
Corran que a todos nos gusta
esta vida mientras más
se parece
al canto de la sangre
cuando destella
bajo la luz dorada salten
los alambrados a ciegas
galopen
dos furias en una.
En el frío de agosto
con el cuerpo tibio
respirabas como un corcel.
Sobre una vereda rota
tiritando dije
qué puede
salirnos mal
no te conozco
ni vos a mi
una vida sencilla quiero
pintar dos días
un larguísimo cordón de blanco
yo elegí dormir
durante un siglo
en la diferencia
nace el amor
y la pelea sin fin
aspereza y cuerpo
tarde o temprano se alisan.
Hablaste de tu madre
yo de la mía
(de qué si no)
cuando nací pasó una gitana
y sus maldiciones dejó
contaste, tiritar
y decir gitana
el frío, el viento, un abuelo
en el campo salitrado
al borde del mar.
En un desierto
reseco al borde del cielo
allí nieva poco pero denso
un abuelo en un viñedo
la savia es el agua
respondí.
Al fin nos entregamos
a la providencia
un día, lo que la vida traiga
y lo trae
la evocás
y brota o caen
agua y alimentos
y cuando no
puro equilibrio
entre fuerzas opuestas
será.
Dijiste me gustan
los árboles gruesos
a su alrededor crecen
yuyos en sombras
tienen la belleza
que el día no les da.
No hay cimientos eternos.
Cada noche anudar las ramas
y desatarlas con la luz del día
los pastos son llanura
hierba, morada
hasta que no lo son.
Flores, manantiales
bestias temibles
hay que posarse allí
en sus lomos
¿y después?
el rastro
las escamas traslucidas.
¿Y el amor?
El amor es el peso del mundo
sin amor no hay descanso
tampoco creas
que tenemos una mínima
incidencia
sobre las iluminaciones
o los venenos
de semejante hiedra.
Hicimos juramentos
cuidaré de vos
en el cielo, el mar y la tierra
o sólo viviré
si sos la rama y la brisa
que la mueve
la sal y el agua
la nube que precede
dijimos viento, barro
lágrimas y relámpagos
hagamos juramentos
hoy el día es fuego.
Las promesas de amor
son cuerdas invisibles
sirven de alimento
son ruidosas
son domésticas
se cantan de noche
nunca son ligeras.
El ladrar estirado
largo en la noche
lo que hoy tengo
dejaste conmigo a tus perros.
Me acompañan, a veces
con cara de pena.
Les hablo
de vos
del frío.
Si te nombro
tiemblan
mejor no hacerlo.
Yo sí
yo tengo el corazón áspero
puedo con eso.
Cavamos, enterramos huesos
los pastos brotan
vivos y tiernos
el hocico alto
las orejas en punta
nada más cierto o incierto
que el cuerpo:
corre, gruñe o aúlla
tus perros me esconden la pena
igual brota
en el ritmo corto
del jadeo
cuando sueñan.
El miedo
tiene el cráneo
en punta
mandíbulas anchas
dientes afilados
ojos grandes
como el buitre
o el halcón
aun con los ojos dormidos
parece
un dinosaurio predador.
Nace y crece contento
cualquier día
se corrompe el aire y ya
mejor rendirse, comer
o esconderse
de repente florece y sos
el pescado salinero
atrapado en el arpón
entonces una nube parece
una ciudad suspendida
una montaña de doble cima
balanceándose filosa
sobre tu cabeza.
Mercedes Araujo (Mendoza, 1972). Publicó los libros de poesía Ásperos Esmeros, Duelo, Viajar sola, La isla, Así es el fuego y la novela La hija de la Cabra. Recibió el Primer premio del Fondo Nacional de las Artes en novela en 2011 y el Tercer premio en poesía en 2009. En 2016 obtuvo la Beca Bicentenario del Fondo Nacional de las Artes en la categoría Letras. Sus poemas forman parte de varias antologías y han sido traducidos al inglés y al francés.