Pensamiento y acción conforman, cuando acontece en la postura del intelectual, una consecuencia inmediata por su toma de posición en el campo sociocultural y político. Por eso, valgan estas reflexiones para repensar el funcionamiento de conceptos y teorías que inciden en la conformación del campo cultural y el canon literario.
“Pienso, por lo tanto soy”, sería la traducción literal del latín del planteamiento filosófico de René Descartes, y en ese pensar emergen no sólo concepciones teóricas, sino, también, la biblioteca sobre la cual se debate y se construyen significados. Muchos más poroso y fructífero es cuando se relacionan distintos campos epistemológicos, sea la filosofía, la historia, la literatura o los demás géneros artísticos.
El planteo que realiza en su obra Sobre la historia, Eric Hobsbawm, es una buena exploración para percibir la influencia y la contaminación de los géneros cuando resalta que “El punto desde el cual deben partir los historiadores […] es la distinción fundamental […] entre los hechos comprobados y la ficción…”.
Es interesante traccionar sobre estos dos términos y considerar como funcionan en el orden del discurso, en la disputa hegemónica. La etimología de “pensamiento”, proviene del latín pensāre, que sería “pesar”, en el sentido de comparar dos cosas en una balanza.
La idea es sopesar y buscar correspondencias entre historia/literatura. Según Jean Pierre Faye “el proceso de la historia se manifiesta en cada instante como doble: acción y relato”. La historia sería entonces un proceso o acción real y a su vez un relato que al enunciar lo acontecido produce la historia misma. El relato de la historia es sólo posible por medio de la narración de lo que ha ocurrido; por lo tanto se convierte en transhistórica y transcultural. Esa resemantización se hace sobre la base de lo sucedido, sobre lo dicho y lo escrito.
La literatura —sea narrativa, poética o ensayística— está siempre ligada al pensamiento de una época. Refracta el cuadro de situación y el estado de emergencia de un pueblo, una región o un país. La literatura, en ese sentido, es uno de los ámbitos de la cultura donde se nombra al mundo, al pasado y el presente. Es indudable que el pensamiento contemporáneo se relaciona con las artes, con la literatura, por lo tanto habrá una intermediación de ideologemas que se incrustan en la obra literaria, que hace implosión en el discurso ficcional o metafórico. Horacio González refiere “que no hay pensamiento político sin acciones simbólicas (artísticas, lingüísticas, poéticas, etc.)”. Se podría parafrasear que no hay pensamiento filosófico sin acciones simbólicas, que no hay pensamiento histórico sin acciones simbólicas.
Es importante reconocer el modo con que se trata o aborda la problemática histórica, por eso hay que tener en cuenta el contexto en que se desarrolla y los modos en que deviene como suceso. En consecuencia, será cruzada y contaminada por la ideología, el poder y la cultura. Lo que queda claro es que se deben considerar a las mismas ―a la historia, a la literatura― como una de las tantas prácticas discursivas que posee la comunidad para contarse, para memoriarse; es decir, el relato constituye un país, una patria, una matria (“El territorio se hace relato”, resalta Paul Zumthor). Se citan ejemplos: el poeta e investigador Jorge Spíndola escribe un texto que cuaja con lo expuesto.
(matria mía, ñuke,/ que dolés así/ ahora/ acá// todo tu nombre es el nombre de él/ boca adentro/ no hay palabra, ñuke,/ que pueda yo decir// ahora acá/ un cuerpo azul de frío/ no descansa en paz/ arde de agua y soledad// quema/ todo lenguaje/ que no sea su dolor// la ternura pide/ un silencio que hable más// un no lenguaje/ de palabras/ sino cuerpos temblando/ junto a vos// ñuke madre,/ mapu azul de llegar/ todavía// somos cuerpos/ temblando junto a él// ningún perro/ venga morder este dolor)
Como much@s compatriotas, la poeta Lisa Segovia también se pregunta y pregunta “¿Dónde está Santiago?”:
Mi amiga/ “la China”/ se siente más Argentina/ que cualquiera de nosotros/ y come bolitas de arroz/ que amasa con los dedos/ y las moja/ en una salsa con soja y con picantes,/ no olvida su bandera/ pero quiere la nuestra/ y va a votar/ temprano/ como su padre,/ él todavía recuerda/ los paisajes de Laos/ en invierno/ la cosecha de arroz/ la escapada/ con los hijos cargados/ en los hombros;/ a mi amiga “la China”/ le tapaban la boca por las noches/ antes de entrar en Tailandia/ y ser libres,/ les dieron a elegir/ dijeron: Argentina/ mirá que paradoja,/ me dice,/ hace cuarenta años/ que vinimos/ y hoy vuelvo a soñar/ cuando cruzaba el monte/ las manos de mi madre/ apretando mi boca/ para que no grite/ porque si no/ nos mataban.// Hoy quiero gritar/ ¿Dónde está Santiago Maldonado?/ y siento el mismo miedo/ de esa noche/ algo me asfixia/ algo/ y no son/ las manos/ de mi madre.
Dos textos basados en un hecho real, trágico. Ambos retratan la desaparición y la muerte de Santiago Maldonado. Simone de Beauvoir aporta: “Un hombre es torturado; sucumbe, o lo rematan, o se suicida; se escamotea su cadáver: no hay cadáver, por consiguiente no hay crimen. A veces un padre, una esposa, pregunta; se le responde: desaparecido, y el silencio vuelve a cerrarse”.
Los poemas evidencian lo que ya ha sucedido, por eso tienen anclaje en el pasado, pero, a su vez, interactúan en la actualidad, manifiestan el malestar en la cultura, en los social; entonces habrá desde la misma escritura revisiones constantes que interpretan, dan sentido, resignifican e interpelan la idea de nación, de conjunto sociocultural y político. La escritura se constituye como huella, oficia como testimonio. No obstante, frente al avasallamiento informativo de los multimedios que, de inmediato, truecan lo que era “hoy” en “noticias de ayer”, el pensador Benedetto Croce remarca la implicación del pasado en el presente, cuando refiere que toda historia es historia contemporánea.
Walter Benjamin señaló que el pasado tiene un secreto de redención, una chispa que aguarda el momento para encenderse, pero que debe ser interpretada y predisponerse a la acción. Se manifiesta como tiempo-ahora, entonces al pasar el cepillo a contrapelo de lo instaurado se asume en esa lectura de la historia el compromiso de darle y ser parte de la voz de quienes han sido oprimidos y excluidos del relato ejemplar. Argumento similar a Historia desde abajo, como propusiera George Lefebvre y populariza Eric Hosbsbawm. Esa “Historia desde abajo” otorga identidad y visibiliza a los actores que, por su posición social, han sido confinados al olvido de la historia y la literatura oficial.
El pensamiento estético genera polémica, controversia y demuestra la vitalidad que carga la escritura literaria, porque trasunta una impronta ideológica, una toma de posición y conlleva una cosmovisión del mundo. En la conjunción de trama, argumento e ideología habría una “poética de la historia”, refiere Hayden White; o como propone Djelal Kadir una “historia poética” en esas estructuras de sentir o significar.
Sin embargo, el pensamiento (literario, histórico, filosófico, político) no puede limitarse sólo a una labor ancilar, donde se produce y publica la obra y luego se calla; pues el relato participa del debate público; además, bajo la premisa benjaminiana del tiempo-ahora, la consideración a posteriori de la creación se acelera. La obra dialoga y su autor/a también habla casi en simultáneo.
En la era de la globalización que se vive y experimenta, donde las tecnologías determinan e implican una espacio de constante roce entre realidad y virtualidad —por medio de las redes sociales (Facebook, Twitter, publicaciones digitales, etc.)—, las interacciones son inmediatas. Entonces, aquella concepción respecto a la conclusividad del enunciado de Mijail Bajtin se precipita, acucia, porque la respuesta es en tiempo-real.
Sea en los libros o en las redes sociales, sea en el mundo literario o histórico, el pensamiento establece opinión y gesta disidencias, fomenta la confrontación y el diálogo; también se arriesga a abrir otros caminos posibles porque no acepta la legitimada, partidaria y repetida biblioteca de la clase dominante. En todo proceso comunicativo interviene la comunidad a través del discurso social, un discurso que expresa y se nutre de multiplicidad de voces, pero que advoca, incluso, esferas específicas, como la del campo cultural, que tiene su propia lógica de funcionamiento pero que no está exento de la influencia simbólica de la sociedad. En esa estructura disputan posiciones los intelectuales orgánicos y aquellos que reaccionan y enfrentan el influjo de un canon impuesto y consagrado por la ciudad letrada.
Por eso, en la trama de la cultura, que se comporta como un campo de batalla, se necesitan corrientes alternativas de pensamiento para que haya una continua actitud inquisitiva hacia la hegemonia. “Los sujetos, a través de la cultura, no sólo comprenden, conocen y reproducen el sistema social, también elaboran alternativas, es decir, buscan su transformación”, resalta García Canclini.
En la literatura se cuelan problemáticas de la sociedad y se canalizan estéticamente, dándole anclaje a la multiculturalidad, a la diversidad, a las minorías. Desde esa política en torno al fenómeno literario sería posible desmontar (o deconstruir) las narrativas hegemónicas que marginan y oprimen a lo diferente. “La literatura —según Antonio Cándido— puede formar: ella no disciplina o corrompe, moraliza o liberta, sino humaniza”. En esa perspectiva, habrá una serie literaria compuesta por textos y autores que interpelan la realidad, la historia y resignifican la memoria, empleando como herramienta la poesía, la crónica o el ensayo. Es una postura del autor/a que posee una vocación transformadora, pues es parte del debate, de la historia, de la literatura y, por sobre todo, es incubadora de pensāre, de pensamiento.