Compartimos un fragmento de Cruzar el desierto (Colectivo Semilla, 2017), último libro del poeta y escritor de Bahía Blanca Nicolás Guglielmetti.
Remeras que digan:
“Yo soy mi propio aparato”
Pensar que en donde ahora yace el monumento
a Bernardino Rivadavia allá por el 40´
ponían una fonola que pasaba música
para que la gente se disperse entre los pastos.
El colorado Martinez murió hace una década.
Se vino de Chile y disfrutó las oportunidades
que en la Argentina daba el general Perón.
Dedicó toda su vida a manejar cuadrillas de zanjeros.
Como herencia me dejó un tesoro de objetos que otras personas
por algún motivo querían ocultar.
No recuerdo cuál es la que se sienta en la falda
y cuál la que recibe la caricia procaz.
A veces lo mejor del arte de esta época
está en las redes sociales.
Alguien tira un poco de galletitas
cerca de las tanzas
para comprobar que hay vida y ver
borbollones
como cuando hay pique.
Esa ilusión es lo que los mantiene vivos.
Anoche nos emborrachamos con Ana.
Cuando desperté en la tele daban Terminator.
El futuro padre de John Connor se arrastraba
entre cadáveres de exterminadores.
Después se despierta y está junto a Saha
en lo que aparentemente es un futuro mejor.
Para que el ruido del pez agonizante
no altere nuestra percepción de bienestar
meto los dedos en las agallas y giro el cuello.
“En la cabeza está concentrado el sabor de la vida”
me explican los peruanos.
Los que militan como los que están felices
no tienen tiempo para escribir. Sabélo.
Leo revistas en la tempestad.
A las 0:50 por la rotonda del Cholo:
mitad escarcha, mitad intuición.
Puse una etiqueta. Perdí.
Tipos que están comiendo
y ponen estoy comiendo.
Gente
que llama a Panorama
o vota a Gay.
Al lado de mi casa
estuvo comiendo Menem
cuando decir Menen
no estaba prohibido.
En una de sus dos o tres visitas
en que lo arrastraron a la ría local
a pescar tiburones.
No es boleto, lo juro.
Dicen que se sentó en el tablón
que arman todos los jueves
en el taller del Gallego
para comer asado y que los custodios
probaron antes su comida.
Esto podría ser el comienzo de una novela
si yo no fuera un tipo que asiste a un taller de poesía.
El lunes después de mañana
voy a confesar todo lo que pienso.
Acá uno antes cargaba a pala los barcos.
Rio, acomodo un discurso rebotante
con mucha condescendencia mientras cierro una bolsa
con pescadilla de la cual voy a negar el origen.
Esto es como el amor.
Nicolás Guglielmetti nació en 1981 en Bahía Blanca. Cursó estudios de letras en la UNS y formó parte de Vox Ruta 33 y EAPP (Escuela Argentina de Producción Poética), ambos programas destinados a la formación de escritores emergentes. En 2008 fundó el periódico Ático, del cual fue director hasta 2009. Ese mismo año fundó Nexo, proyecto cultural bahiense que comanda hasta estos días y oscila entre el papel, la web, el formato radio e incursiones audiovisuales (http://agenda.nexodeluxe.com.ar/). En poesía publicó: Cesar Palace, (Semilla, 2009); Tres Dedos, (Niña Bonita, España, 2011), La adolescencia del bostezo, (Letras de Cartón, Chile, 2012), Bella Vista, (Vox, 2015), Cruzar el desierto, (Colectivo Semilla, 2017). En narrativa: Fisher y los refugiados, (17Grises, 2016). Los desquiciados es su segunda novela.