El movimiento de la tierra

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Algunos poemas de El movimiento de la tierra, del poeta colombiano Santiago Espinosa (1985). En 2016 el libro obtuvo el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines.

 

Desde una montaña

 

Miramos la ciudad. Vemos desde la altura

tu casa o la mía, donde antes estuvo el mar.

 

Las voces se sumergen

al fondo del espacio

dejando en su lugar

un rumor desconocido.

 

Tuvimos que escribir para encontrarle

a los fantasmas su lugar bajo la lluvia.

Tantear su marca en la memoria.

 

Los amigos se marcharon

a otro punto del horizonte,

buscaban la semilla dispersa.

Aviones y promesas

dividían los años.

 

Nosotros aprendimos

a esperar lo que regresa.

Viendo bajo a las huellas

el movimiento de la Tierra.

 

 

Fosa común

 

Te abres el pecho

largamente

y allí encuentras

 

dos libros

 

casas que no alcanzaron

su estatuto

de moradas

 

el ojo de los dormidos

como un carbón

bajo la niebla

 

sigue cavando

 

los rostros de tus abuelos

amarillos

por el cáncer

 

el uno era político

y soñaba con los trenes

 

el otro un músico

que le cantaba

a las luciérnagas

 

Montañas arrastradas

por un río

de voces

pedregosas

 

y más abajo

el mar.

 

Ha sido inútil el arte

de cavar huellas.

 

Abrir un agujero

entre la hierba

y los

papeles

dispersos

 

para mirar de nuevo

las estrellas.

 

 

Mariposa nocturna

 

…espera que cada uno se realice y consume

                                                                                  con su poder de silencio y de palabra…

                                                                                              Drumond de Andrade

 

Es inútil que escribamos sobre todo.

Hay que saber esperar.

El poema nace en el vacío

que desplaza otro poema.

Pienso en las mariposas nocturnas

persiguiendo su sombra sobre el techo.

Se alejan y la sombra se perfila,

cuando se acercan demasiado

pierden la imagen en el vuelo.

Es mas o menos así.

Sombras que buscan la luz

para permanecer como sombras.

A veces el silencio es el último

cumplido sobre las cosas que amamos.

Su manera de estar a nuestro lado.

 

 

Abuelas

 

Mujeres de la casa,

muy rápido aprendimos la existencia

de un canon familiar:

 

la abuela paterna como un ave menuda

sobre las cosas,

nos mira con sus ojos serenos

en el agua de otro tiempo,

 

la madre de mi madre regresando

desde el ruido,

sus ojos como verdes candiles

en el centro de la fiesta.

 

Oigo los secadores que se prenden

en los baños de la infancia,

poblando la casa de mercados

y de estadios submarinos.

 

Miro a las abuelas y miro a las mujeres,

hablándoles a sus hijos del pasado y de los trenes,

hilando con sus historias el secreto

de Irlanda o Santander.

 

Sin saber quiénes somos ni hacia dónde vamos,

pienso que no tuve pasado sino un puñado de mujeres.

Mujeres despiertas como aves o candiles,

inventando desde sus pasos el rumor y los días.

 

John fabricante de helados
Lo aceptemos o no, el reto estaría en permitir

el contacto. Entrar en lo que ha estado disperso.

Pienso en esa persona con la que coincidimos

una mañana, extraños el uno para el otro
como ocurre en los sistemas de transporte.
Se presentó como John, de Staten Island,

yo como alguien que viajadesde otro país.

Hubiéramos podido callar pero la escena

seguiría intacta: dos hombres que miran la marea.

John me habla de su familia que está a algunas bancas

de distancia. Su esposa, sus nietos. Se sorprende del

dominiode estos chicos con las nuevas tecnologías,

para él incomprensibles. Me habla de su madre

que está entera a los 90 y vive en las playas

de Long Island. El mundo se ha vuelto numeroso

pero el frío conserva sus historias,

la de John, nos mienta o no desde su voz carrasposa,
quien asegura haber tenido una fábrica de helados
no muy lejos de allí, “el mejor trabajo del mundo”

sostiene, mientras sus ojos se abstraen hacia otro horizonte.

Piensa, sin decirlo, que un joven cualquiera

podría entenderlo mejor que su madre,

de pronto ser la muerte con su abrigo de extranjero,

justo en el más caluroso de los inviernos.

Cuántas cosas ha visto John, cuántas verdades

que quedaron en suspenso. Los recuerdos lo persiguen

como un furgón de cola que no termina de encajar.

Y él allí, siempre adelante de ellos.

Pero ahora hablemos de su voz, algo apagada por los años.

Como si las palabras nos espiaran del otro lado del hielo,

como si no hubiera garganta sino una guitarra de despojos,

abandonada por los suyos entre las piedras y la nieve.

Sus frases tenían la luz de lo que ya está a punto

de desvanecerse. John, pensamos, no le hablaría

a otra persona con la misma confianza,sólo a un extraño.

De pronto la muerte fuera ély esta la última estación,

un símbolo, John de Nueva York y de ninguna parte,
el mar se desplaza bajo el Ferri como dos sedas divididas.

Nos despedimos algo antes de tiempo,

hubo amistad entre los dos. Lo felicito por su familia

mientras él, cálido sin embargo,

me habla desde la escarcha y me desea un feliz viaje.

 

Esferas

 

Nunca temimos a los sismos,

nos habituamos a hablar sobre los sismos.

 

Mi padre señalaba los mapas con el nombre sonoro

de Kobe o San Francisco, Popayán o Tauramena.

Eran viajeros que llegaban desde el fondo de la tierra

con un código de Richter,

o un niño que nacía desde el calor hacia las rocas.

 

“Las placas se mueven bajo nosotros”,

decía mi padre, “el tiempo es una caricia silenciosa”.

 

E imaginábamos la lava desplazarse bajo los pies, roja y naranja.

El desplome de los campanarios en el Tiempo del ruido.

Y un espasmo, un remezón de las cortezas más profundas

que hacía bailar todas las cosas, como si despertaran.

 

Guardábamos el mapa entre los anaqueles. Las fotos se hacían

turbias y nosotros caminábamos sobre el planeta.

El mundo era una esfera llena de voces

y murmullos, una canica redonda y traslúcida.

 

“Las placas se movían bajo nosotros.

El tiempo, una caricia silenciosa.”

 

Cuando despertamos por el terremoto de Armenia

vimos las ruinas de la infancia en el televisor.

Vimos las madres y sus hijos llorar a la intemperie.

Los sismos se hicieron viejos

y perversos, y comenzamos a temerles.

 

Frente a la luz de las pantallas,

viendo el avance de las formas contra el tiempo,

el rostro de los padres comenzó a cuartearse

y fue grabado en sus semblantes

un mapa imperfecto y movedizo.

 

Santiago Espinosa (Bogotá, 1985). Poeta y ensayista. Profesor del Gimnasio Moderno, donde coordina la Escuela de Maestros. Poemas y ensayos suyos han aparecido en diferentes selecciones de su país y del exterior. En 2015 se publicó en España Escribir en la niebla, compilación de ensayos sobre 14 poetas colombianos. En 2017 apareció en México la antología Luz distinta (Valparaíso México), y la colección de la Universidad El Externado ha publicado su antología Para llegar a este silencio. Su libro El movimiento de la tierra, publicado en España recientemente, ganó el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2016. Recientemente la Editorial Planeta publicó la antología El libro de los animales, poemas para niños de todas las edades, de la que fue compilador.

Descripción del Autor

Excéntrica

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