Un paseo por la poesía de Susana Cabuchi

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Como de los buenos viajes, de la poesía de Susana Cabuchi (Jesús María, Córdoba, 1948) no se vuelve siendo los mismos. Por eso presentamos un breve paseo por algunos de sus poemas memorables, a los que sumamos dos inéditos.

 

EL DULCE PAÍS

 

 

Entonces, tus ojos eran caramelos de miel

y hablabas

de las bicicletas que regalaba el Niño Dios

a los que no podíamos comprarlas.

El río se callaba para que tú contaras figuritas.

Yo era alegre,

y eran alegres los nísperos del patio.

Y tú eras otro,

no el hombre de hoy

lejano como todos.

Cada domingo era una sorpresa de ciruelas,

de plaza con hamacas.

Tu padre cantaba en el taller

mientras tu madre

lavaba mamelucos de amor y aceite.

El mío no había partido todavía

y llegaba al hogar con dulces y regalos.

Yo oía con asombro tus mentiras

y creía en gigantes voladores

y en ángeles guardianes

que cuidaban tu ropa y mis zapatos.

Por cada diente el ratón nos compraba mandarinas.

La abuela, abría el gran ropero

y sacaba

turrones envueltos en papeles crocantes.

Si vuelves, como entonces,

con sombrero de piel y las manos con barro

verás, que guardo aún

el corazón de las manzanas.

 

                         De El corazón de las manzanas, 1978

 

 

 

LA CARTA

 

Ha llegado la carta.

Está sobre la mesa,

al lado de las flores.

La miro

            largamente.

Conozco la letra.

Pero la leeré

a la medianoche,

cuando los trenes

que pasan hacia el norte

hagan temblar

los vidrios de la casa.

 

                         De Patio solo, 1986

 

 
VISITA

 

Un viajero

ha llegado a la casa.

Salimos todos

a abrazarlo

porque trae noticias del hermano.

Habla de campos secos,

del hambre en las ciudades,

muestra fotografías.

Después del almuerzo

le servimos

la fruta más dulce del ciruelo.

Y la ha comido,

                         pero sin alegría.

 

                         De Patio solo, 1986

 

 

 

ÁLBUM FAMILIAR 

 

Los padres

fueron una vez

a Mendoza.

Me dejaron

una foto con nieve

a orillas del camino

con un gran auto negro

y con amigos.

 

Me dejaron

una foto con nieve

y este frío.

 

                         De Álbum familiar, 2000
 

 

PASOS

 

He bebido las aguas

del Shu – Am

como si no estuvieran

contaminadas.

A orillas

del río silencioso

crecen flores amargas

sobre las que he descansado,

                         leyendo.

Y no he pecado

sino

lo necesario.

 

                         De Álbum familiar, 2000

 

 
12 DE JUNIO

 

Esa mano que muere

no está sola.

El anillo dorado

la devuelve

a una danza de bodas

y a sus giros.

A una siesta

de parrales ardientes.

A los vinos

guardados

para las grandes fechas.

Está

el metal redondo

sosteniendo

que todo fue verdad.

El anillo de bodas

de mi padre,

en la mano, en la vida

de mi padre.

En el día de la muerte

de mi padre.

 

                         De Álbum familiar, 2000

 

 

CIELO

 

Sobre las montañas nevadas,

como una flecha oscura,

van los patos salvajes.

Cruzan.

Como tu sombra

sobre mi corazón.

 

                         De Álbum familiar, 2000

 

 

 

VINCENT VAN GOGH 

 

Aquí estoy

en esta soledad luminosa,

plena, habitada

de fuegos y ventanas.

La casa

arde de girasoles

como un infierno congelado

entre aceites

y vientos amarillos.

Sordo de tanto silencio

y dispuesto

a entreabrir

cada lirio celestial,

cada cristal de paja,

cada gota de acero,

cada ojo de sangre,

cada vidrio de miedo.

Así te escribo.

Sobre las torres de la desesperación,

a orillas del Ródano,

entre la mezcla brumosa de los óleos,

a la hora del ángelus,

a pleno mediodía,

sobre el caballo áspero

                         de la pena,

con la piedra roja

                         de la desgracia,

con la arena negra de la locura,

con las sílabas celestes del amor,

con la sorpresa blanca de la tela

                         vacía,

con el cuervo del hambre

                         sobrevolando mi cama,

con la mordedura hirviente

                         del deseo,

entre el humo agrio de la luz,

en el paraíso húmedo

                         de los manteles,

en los bares nocturnos,

así,

           hermano mío,

              hermanito menor,

                  casi mi padre.

 

                         De Álbum familiar, 2000

 

 

 

EXILIO

 

Al cerrar el negocio

mis padres

se sentaban en la vereda

del Panamericano

a mirar el desfile.

 

Mi padre sonreía

con la misma serena tristeza,

repetida,

tantos años después,

en la fila de cajones

abiertos hacia el crematorio,

más oscuro, con los párpados quietos,

entero, intacto,

                         esperándome.

Así dio su perdón,

                         así recibió el mío.

 

Acompañaba la fiesta

con la mirada suave

del que ha danzado, inocente,

sobre los barcos del exilio.

 

Cuando pregunté

en el Registro de su país

la íntima caligrafía

sentenciaba “desertor”.

Cómo explicar

que tenía dos años al partir,

que nunca se había ido,

que cada mañana

ascendía las calles amarillas

de Maalula

mientras levantaba las persianas.

 

 

                         De Detrás de las máscaras, 2008

 

 

 

VISITA AL PURGATORIO

 

El cartel anuncia

             “El Paraíso”.

Aquí están

la directora del colegio,

la fundadora del Teatro Vocacional,

el carnicero,

el prestamista, el notario.

–Sí madre,

traigo galletas,

sacaremos una mesa,

jugaremos a la confitería,

tomaremos el té.

Las pequeñas carrozas

                         –trípodes, andadores,

                         sillas de ruedas–

giran.

Aferrados al pasamanos

los caminantes

repiten la peregrinación,

como antes en la plaza,

ahora a orillas de la ciudad,

a orillas de la vida,

con las máscaras de la vejez,

con los pesados trajes,

                 marchitos.

Sí madre,

soy la tía Emma

y también soy Susana.

Entre sombras

la comparsa emite

entrecortados llantos, gemidos secos.

–No madre, sus padres

no la olvidan,

están muy ocupados.

Cuando puedan

          vendrán

con un ramo de rosas.

 

                         De Detrás de las máscaras, 2008

 

 

 

SIRIA

                         A Jeannette Kabouchi

 

I

 

Ha despertado

seguramente temblorosa.

Ha escuchado los ayes

ascender las piedras de Sednaya,

ondular sobre las cambiantes dunas

hacia el desierto,

reptar entre los arcos de Palmira,

crecer en los olivos.

Por favor querida, dice

desde ciudades inolvidables

a la hora del sueño.

Por favor querida,

insiste,

escriba sobre Siria.

 

 

II

 

Juntas hemos visto

los juegos del Mediterráneo

frente a las costas de Latakia

y las manchas lejanas de la tierra turca

a través del mar.

Sabe que escuché, conmovida,

cinco veces al día

el hondo llamado a la oración

que surge, poderoso y verdadero, desde

las mezquitas, desde sus altos minaretes.

Sabe que me gustaba caminar

hacia el zoco Al-Hamidiyah

para oler los tejidos

y las especias.

En mitad de la noche

ha querido llamarme. A pesar

de los años y la distancia.

Debió recordar que en la Feria

de Libro de Damasco

me vio adquirir obras

escritas en un idioma que no leo

y que algo en mí reconoció los signos,

esas suaves y delgadas canoas

sobre el papel, esas líneas

de arenas y de vientos.

 

 

lll

Jeannette,

la prima de mi padre,

no usa velo.

Simplemente lo prefiere así.

Ella es cristiana, Fayez

su esposo, musulmán.

Hemos viajado  al mar,

hemos nadado juntas

vestidas con trajes de baño occidentales

como las cristianas y las judías

mientras las musulmanas jugaban

en el agua

con sus largos vestidos mojados

adheridos al cuerpo, más sugestivas

que las turistas europeas

que extendían sus claras

y desnudas figuras

en las playas doradas.

 

 

IV

 

Qué sé, qué desconozco para que ella repita

varios meses después, Susana, no lo olvide

–suena firme su voz en el teléfono–

escriba sobre Siria.

Qué espera, qué me pide?

Hablaré de Quneitra,

del pasto crecido sobre los escombros,

de los testimonios del Golán?

 

Ibrahim me muestra unos montículos de nada

y dice: esta era mi casa.

Por esta calle iba a la escuela cada mañana.

Y señala la escuela, lo que debo

creer que fue una escuela,

cemento y hierros

arrasados por las topadoras.

 

De quiénes eran las tumbas?

Cuántos lloraban entre los olivos?

 

Alguien  preguntó

sobre la poesía después de  Auschwitz,

también yo lo pregunto

desde las ruinas de Quneitra,

sus hospitales muertos, sus calles incendiadas,

las infinitas filas de cruces blancas sobre

la vergüenza del mundo.

 

De quiénes son las tumbas?

Cuántos lloran entre los olivos?

 

 

                         De Siria, inédito

 

 

 

ULEILA*

 

Porque no hay que viajar

grandes distancias,

además es apacible, es bello,

encantador, decían.

Y cada año autorizaba el ocio

una población serrana

cuyo nombre proponía

un juego sin salida,

un interminable y misterioso acertijo:

Salsipuedes.

 

La calle principal

era de oscuro y empinado asfalto

y ondulaba, perfecta para el patinaje

y sus consecuentes advertencias.

Juntábamos piedras, mariposas,

plantas medicinales. Buscábamos
víboras, avispas, miel.

Pero lo inolvidable

fue el nombre de la casa alquilada:

Uleila del Campo.

Uleila sonaba a oleaje campesino,

a ciclos lunares en una lengua antigua,

a ulular marítimo,

a lagunas nocturnas, a luz.

¿Uleila era una flor silvestre,

un extraño y distante país,

un pájaro prodigioso y desconocido,

una mujer?

Desde entonces, en secreto,

llamamos así a nuestra madre:

–¿Llegó Uleila del Campo?

–Uleila dice que ordenemos el cuarto.

–¿Ha visto usted a la señora Uleila?

 

Nos había prometido estarse viva,

tostar zapallos porque –dijo– serían muy dulces

ese verano,

hacerme un vestido de seda verde

para los bailes de carnaval.

A veces la nombramos.

En las calientes noches,

desde cualquier lugar, le preguntamos:

Señora Uleila,

Uleila del Campo,

¿dónde está, por qué no vuelve,

por qué demora?

¿O está en el Mirador

reconociendo amaneceres, colinas,

lejanías,

y no puede salir?

 

                         De Siria, inédito

 

* Ulelia: palabra árabe que tiempo después de escribir el poema supe que significaba mirador.

 


 

Susana Cabuchi (Jesús María, Córdoba, 1948) ha publicado: El corazón de las manzanas (E. y G. López editores, 1978), Patio solo (Alción Editora, 1986), Álbum familiar (Alción Editora, 2000), El Dulce País y otros poemas (Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación, 2004), Detrás de las máscaras (Ediciones El Copista, 2008), Poética-1965-2010 (El taller del Escritor, 2010) y Album de famille – Livre CD (París, Francia, 2015). Su poesía integra numerosas antologías argentinas, americanas y europeas, y ha sido traducida al francés, italiano, portugués y árabe. Ha ganado diversas distinciones nacionales e internacionales. Como gestora cultural organizó ferias del libro, semanas de cultura, concursos literarios, ciclos de lectura, entre otros eventos culturales. Ha sido miembro de jurado en diversos concursos de poesía y narrativa, y participado como panelista y conferencista en congresos, encuentros, y jornadas, tanto en el país como en el exterior. Actualmente colabora en revistas especializadas, en sitios virtuales y coordina talleres de escritura. 

 

Fotografía: cortesía de la autora.