El poeta español presenta el libro de la argentina Marisa Martínez Pérsico, editado recientemente por la editorial Valparaíso.
Marisa Martínez Pérsico es una profesora de literatura a la que conocí en Italia, una conocedora notable de la poesía contemporánea. Cuando la descubrí como poeta me llevé una sorpresa muy grata porque a veces, cuando uno siente cariño a una persona, pues se incomoda a la hora de leer su poesía. Si no nos gusta lo que escribe, lo que leemos, uno se siente mal. Yo me siento mal cuando no me gustan cosas que hacen mis amigos, y me alegro mucho cuando sus libros me parecen buenos. Y la verdad es que cuando Javier Bozalongo me mandó el libro para que yo le pusiese una nota en la contracubierta me llevé una alegría porque lo leí y me pareció un libro excelente. Y escribí lo siguiente, que quiero recordar aquí:
“La voz de Marisa Martínez Pérsico funda una frontera propia entre la lucidez y el sueño, entre el mundo exterior y la intimidad. El cuerpo se cuenta y se canta, porque sentir la piel es un acontecimiento parecido a cruzar una ciudad o a tocar con las manos una idea. La hora de esta poesía sucede en el lugar del instinto y la meditación, del saber y del desear. Las certezas del cielo se ponen entre paréntesis porque hay fronteras que se crean para que la poesía las cruce y establezca su contrabando de memorias y de silencios. Siempre al otro lado de las cosas, escucha la realidad detrás de una puerta y atiende a la imaginación desde la otra orilla de lo que ya ocurrió o desde lo que quizá pudiera repetirse de un modo distinto. Profesora, poeta, Marisa Martínez Pérsico une la pasión narrativa con el lirismo puro, el conocimiento de la tradición con el tiempo vivo del mañana, la materialidad con la fuga. Tiene el don de la primera vez y de las segundas oportunidades”.
Entre la primera vez y las segundas oportunidades están los paréntesis en los que uno suele habitar. Y yo, de manera muy resumida, escribí este texto porque lo que hay, a mi modo de ver, en el paréntesis de este cielo, es una conciencia del vacío, una conciencia que sin embargo está habitada por los sentimientos del que recuerda lo que pasó y se ha perdido, y del que espera lo que puede llegar pero todavía no está.
Se trata de un diálogo del deseo y de la ausencia, y ahí está la poesía de Marisa, que es una indagación profunda en los sentimientos de pérdida, en los sentimientos de ausencia, en la espera, hasta el punto de que ella descubre que uno, al pensar en uno mismo y en el tiempo, acaba echando raíces en la nada. Se puede echar raíces en la ausencia. Y ahí empieza el ejercicio de su poesía, que es una poesía que junta la lucidez y la meditación con la sensualidad, haciendo un hermanamiento del deseo sometido a la realidad.
Digo que se trata de habitar el vacío porque este deseo echa raíces en un espacio donde está lo que ya se ha perdido o está lo que todavía no ha llegado, como ejercicio de meditación sobre el paso del tiempo. La vida -y lo escribe Marisa- necesita que alguien la piense. Pensar la vida es reconquistar el pasado y es interpelar, preguntar sobre el futuro, darle al deseo el protagonismo. Y la poesía de Marisa es eso: la responsabilidad de asumir una vida que debe ser pensada. Porque la verdad, que es lo que busca el poeta, necesita que alguien la piense. Por eso su mundo poético está apretado en un instinto de sensualidad inteligente, y por eso su mundo poético es un mundo que une el culturalismo con la mirada a la realidad cotidiana. Aparte de las tradiciones hispanoamericana y española, también está la presencia de la poesía italiana en la sombra de Ungaretti, sin ir más lejos.
Esta sensualidad inteligente hace que su poesía atienda al rumor de la calle, a las charlas del mercado, hace que mire y observe lo que ocurre en las estaciones cuando la gente se despide, hace que desde el interior y detrás de la puerta esté escuchando los ruidos. Y al mismo tiempo hace que ella apueste por la carnalidad, por la materialidad de los cuerpos. Aquí está el sudor. Y en el amor se lame el sudor, y hay conciencia de la carne y hay testimonio de la realidad. Pero todo eso se somete al pensamiento y se elabora. ¿Por qué? Porque el ejercicio del poeta en busca de la verdad es convertir la vida en pensamiento, en meditación, y porque se necesita trascender para superar lo que puede ser anecdótico, lo que puede ser algo que ocurre en la calle normalmente. Pueden ser cosas importantes como la muerte de un padre, como el sentimiento amoroso, como el recuerdo de algunos espacios que se cargan de significado, por ejemplo un cuarto alquilado en una ciudad. Pueden ser anécdotas biográficas, pero en la meditación de la poesía lo que se busca es la creación de sentido. Y así lo anecdótico se convierte en una reflexión sobre el miedo, sobre la dependencia, sobre la entrega, sobre esas preguntas que nos mantienen constantemente echando raíces en el vacío entre lo que se ha perdido y se pretende reconquistar. El pasado desde el presente nos invita a una reconquista, el deseo nos invita a mirar hacia aquello que se está esperando, aquello que es un tal vez, un si alguna vez llega.
Todo esto se convierte en una ética de poeta. Aquí hay una ética: se unen la ética del amor con la ética de la poesía. La ética de alguien que necesita elegir y que sabe que lo que elige puede determinar la vida, puede convertirse en una jaula o puede convertirse en una raíz dentro de la ausencia.
Hay un elemento interesante que se relaciona con buscar la verdad y la trascendencia poética. Un bombardeo en Sarajevo es importante. Las desgracias del mundo son importantes. Pero en esa incomodidad buscada del poeta hay algo más: los territorios que han sido catástrofe suelen sufrir un proceso de banalización que los conduce al turismo. Y entonces hay gente que por turismo va de pronto a comprar insignias de los países del Este como si fueran souvenires. Pero la incomodidad del poeta es no aceptar esa banalización. Es mirar la realidad sin perder la conciencia de que allí hubo crímenes, no aceptando la conversión turística del mundo. Eso es lo que diferencia la verdad del poeta con la superficialidad de la historia a través del paso del tiempo.
Su ética poética juega con las alusiones a la realidad, juega con el lenguaje cotidiano, pero tiene muy claro que para crear sentido hay que buscar la trascendencia, hay que llevar la palabra hacia una frontera donde se pueda violar el significado superficial de las palabras. Y en ese sentido busca una poesía que parece un fulgor dentro de la realidad. Dentro del diálogo con la sensualidad se busca el momento de fulgor que crea sentido y se busca una apuesta por la poesía tan en profundidad que solo valen aquellos poemas que no te dejan igual cuando han pasado por ti. Se trata de que te dejen distinto cuando pasan por ti.
Todo esto compone una voz muy personal, que no es la voz de una entendida en poesía, de una académica que aplica su conocimiento a la poesía, sino que es algo más difícil: es la voz de la inteligencia de la propia poesía, y no de la academia. Y Marisa es inteligente como poeta, sabe superar la inteligencia en sensualidad y en apuesta de honestidad y ética con las palabras como poeta. No es una profesora que escriba versos -por mucho prestigio que pueda tener como profesora-, es una de las poetas más interesantes -a mi modo de ver- de la literatura argentina actual y de la literatura de nuestra lengua. De manera que yo estoy encantado de que Valparaíso haya publicado este libro.
Luis García Montero. Texto leído durante la presentación de El cielo entre paréntesis.
Librería Alberti, Madrid, 31 de enero de 2018
Algunos poemas de El cielo entre paréntesis (Valparaíso, 2017)
LENITIVO II
Dejar esa fractura expuesta a la mañana.
Sin compresas.
Que el poema respire por la herida.
DESPEDIDA DE UN PUERTO
“La luz que brilla con el doble de intensidad
dura la mitad del tiempo”. Blade Runner
Poso un ojo
en la cerradura del cielo que amanece,
pinta un alba intangible
el bisturí del insomnio.
Un cortejo de patos
escolta los navíos con destino a Procida.
El vaivén amarillo de las torres normandas.
El salitre del puerto.
El bullicio apretado de los coches.
El alivio de no ser indispensable
para que esto suceda.
Dicen que el tiempo es un cepillo eficaz
de cabelleras rebeldes.
Que los dioses se pudren
lentamente
en la historia de los ritos personales.
Que las páginas quedan.
Me trepo al precipicio
donde hundieron a golpes la República.
Evoco a Eleonora Pimentel desde Sant’Elmo
en un diálogo oblicuo
de tu historia y la mía.
Hemos dicho palabras de entresueño y espuma,
hemos sido dos cuerpos tendidos a deshoras
maquillando las ruinas del dolor
con un dolor vigente.
Toda pena es perfecta
cuando es pura.
Me despido de un puerto.
Su castillo se eleva
en una isla volcánica
de piedra tufacea y mosaicos bizantinos.
Fue cárcel, residencia de duques,
factoría de espejos y cristales.
Era un hombre que quise.
FRANCOTIRADORES DE SARAJEVO
¿Por qué no vamos
de vacaciones a Bosnia?
Ha sido tu pregunta
de estos años.
Hojeabas la revista Bell’Europa
y andabas por la casa
con un cuadro
del antiguo cementerio judío.
En la foto de la tienda
que reza Cvjecara
las flores germinan en la roca
a través de los impactos
de mortero.
Hay orquídeas en venta,
para los amantes
y los muertos, me decías.
¿Por qué no organizar
un viaje a Herzegovina,
este verano?
Estabas triste a destiempo.
Por entonces
eras solo un muchacho
de familia opulenta
que franqueaba el confín
de los Balcanes
por tumbarse en las playas
sin bombas del Egeo.
Pero es fácil ser lírico
con la tragedia ajena.
Pavonearse entre los símbolos
con temas prestados
sin usar las rodillas
como patas de perro
por burlar a los maquis
del Bulevar Selimovica.
¿Por qué no vamos a Mostar,
aunque sea unos días?
Yo tenía trece años.
El padre de mi amiga
amanecía pegado
a una emisora europea
para oír del asedio,
de su hermano en Markale,
de esa Miss Universo
coronada en un sótano.
Yo escuchaba The Cult
en la otra sala.
La pureza no duele
cuando el mal no nos toca.
Después de Sarajevo
no es posible mirar una criatura
sin vendarse los ojos.
No volviste a insistir.
La llevarás, ahora, de la mano
al osario de tórtolas
del cuadro.
Y todo está en su sitio,
amor,
no te disculpes.
Yo tendré otras montañas.
EL CIELO ENTRE PARÉNTESIS
Que las cosas
se acomoden en su molde
no significa
que se hayan vuelto nuestras.
Tal vez quiera decir
que el árbol de la ausencia
ha echado tallos y raíces
en la tierra indicada.
Como a un comensal inesperado,
hay que aprender a dar
el sitio exacto
también al vacío.
PEQUEÑAS MUERTES PROVISORIAS
Este vagar por todas las ciudades
buscando un gesto tuyo:
un rizo, un pelo, un gajo de tela en las vitrinas,
una medusa tibia como tu alma,
entre tus muslos y miedos,
un elefante muerto.
Este cuarto alquilado en un altar de Roma,
una caricia dulce y constelada,
este ir sudando en blanco por el mundo:
carreteras, telarañas de luz, carretas mudas
con peldaños sin rumbo
al corazón.
Este ir mudándose
a otro sitio, sin saciarse,
eterna enemistad que me une
con las cosas.
Este rodar distritos como un canto
indagando, sin eco, al horizonte,
dónde puso el tejado de tus labios
o el viaducto oscilante de tus dedos.
Estas piezas de nada que te invocan,
esta nada en añicos que te nombra
y no te encuentra
y no te encuentra
y no te encuentra
y no te encuentra
(eco)
LOS SONIDOS DE ALEPO
“La sangre siempre es roja en las heridas”. Laura Scarano
A María del Mar
Soñé que estábamos en una ciudad bombardeada.
Vi praderas, estepas y desiertos.
Vi los bosques montanos de Anatolia,
las cabriolas áereas,
el impacto de las bombas de racimo,
la argamasa de piel contra el cemento,
los escombros azules de un hotel incendiado.
He despertado pensando en los sonidos
para no meditar sobre el silencio
pues los niños
no sabrían vivir en el silencio,
y en los parques de Alepo
ya no pueden cantar.
Que alguien grabe la orquesta
de un mundo que enmudece.
Las charlas del mercado,
un saludo de amor desde el alféizar,
el fragor de una taza
y el susurro de un ave bizantina
dibujada en un muro
que resiste de pie.
Todo pasa tan rápido. No hay tiempo
de llorar a los muertos.
¿Tan urgente es la ruina de los otros?
Pasamanos ajenos de la pena
para afirmarse en vertical.
La conciencia del crimen
no nos salva del crimen.
Más de cien niños murieron en Alepo
y un convoy de juguetes aguarda todavía.
Todos ellos emulan tu rostro cuando duermes,
la fogata del sol que te calienta,
la cobija en que sueñas cada noche,
ya no hay mantas ni peces ni caricias
que arropen las estepas,
serán siempre las suyas heridas que te nombran
aunque estorben a un mundo que a ti te pertenece.
Escribiré a tu lado este poema a las estrellas.
La muerte siempre es de los otros.
Luis García Montero (Granada, España, 1958) es poeta y catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada. Autor de varios libros de ensayo, novela y de catorce poemarios y volúmenes de prosa lírica. Recibió los premios Adonáis en 1982, Loewe en 1993, Nacional de Literatura en 1994, Nacional de la Crítica en 2003, entre otros. Es uno de los autores imprescindibles de la poesía escrita después de la Transición Democrática Española y uno de los poetas contemporáneos de lengua española más traducidos a otros idiomas. Más información sobre el autor: http://
Marisa Martínez Pérsico (Lomas de Zamora, 1978). Poeta, investigadora correspondiente del CONICET y profesora universitaria radicada en Italia desde 2010. Licenciada en Letras por la UBA, doctora por la Universidad de Salamanca. Sus poemarios: Las voces de las hojas (Baobab, Argentina, 1998), Poética ambulante (edición antológica, Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, 2003), Los pliegos obtusos (edición antológica, Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, 2004), La única puerta era la tuya (Verbum, España, 2015), El cielo entre paréntesis (Valparaíso, España, 2017). En 2017 se publicó en Argentina una antología suya titulada Después de la ceniza por El suri Porfiado. Dirige en Roma la revista Cuadernos del hipogrifowww.revistaelhipogrifo.com Más información sobre la autora en: www.marisamartinezpersico.